DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Museo de las Familias, segunda serie. 31, año XXIV,1866, vol.24. pp. 241-243.

Acontecimientos
Amores trágicos, venganza
Personajes
Hernando de Alcolea, Leonor de Ramírez
Enlaces
Castillo de Cuéllar

LOCALIZACIÓN

CUÉLLAR

Valoración Media: / 5

La castellana de Cuéllar

El soplo de la venganza

I.

 

Había gran fiesta en el castillo de Cuéllar, en la antigua Castilla; acababa de bendecirse el matrimonio de Hernando de Alcolea con la hermosa Blanca de Fernán-Jiménez, tan buena y tan dulce como delicada.

Caballeros, damas y escuderos habían acudido al castillo, en donde se daba un lucido banquete. Hallábanse a la mesa, y bebían sendas copas, y hablaban con más o menos ruido, porque era la hora esencialmente expansiva en que la charla de las nobles damas, las apuestas y fanfarronadas de los caballeros y las conversaciones de los pajes y escuderos, se unían al chocar de los vasos, y en el salón del castillo había tal luz por las muchas lámparas que le iluminaban, que por sus ventanas salían torrentes de luz que iban a apagarse en los altos y negros álamos del parque.

Todo allí respiraba dicha y felicidad.

Había como un insulto y un roto a la miseria pública en aquella alegría y en aquel festín, celebrado en un tiempo en que era pública la miseria de los pueblos. Parecía un desafío arrojado por el poder diabólico, y el ruido del festín una carcajada infernal traducida en todos los tonos, en las brisas del jardín, en las flores del parterre, en los murmullos de las fuentes y hasta en el rechinar de las veletas de las almenadas torres del castillo.

Era la época de don Juan II, época de turbación y de guerras civiles, en que los rico-homes[1] se atacaban unos a otros, y se destruían robando y talándolo todo. Hacía un año justo que el conde Hernando de Alcolea había recorrido con su mesnada aquellas tierras, asolando la cabaña del pobre y asaltando los castillos de sus vecinos.

Cuando estaban en lo más grato del festín, sin que nadie la hubiese visto llegar, una mujer se presentó en el pórtico del salón cubierta de harapos y con dos criaturas pequeñas, una de las cuales llevaba al hombro y la otra de la mano.

Aquella pobre mujer, en la que todavía, a pesar de los trabajos y de los harapos que la cubrían, se distinguían hermosas y juveniles facciones, y noble apostura y gentileza, parecía más bien disfrazada con su miseria, aun cuando iba de castillo en castillo tendiendo la mano para pedir una limosna.

Y cuando llegaba cubierta de polvo bajo su doble peso, encorvado su cansado cuerpo, un brutal escudero la arrojaba sin piedad del castillo; empero ella se obstinaba.

Y con la cabeza baja y los ojos llenos de llanto, midiendo el camino, repetía: «Dejadme sentar, porque estoy cansada; dad a mis hijos pan, porque tienen hambre.»

Aquella mujer repitió a la puerta del castillo de Alcolea esta frase, y habiéndola visto la hermosa y joven Blanca, salió a su encuentro abandonando el salón y brillando en sus ojos la santa caridad.

—Permitidme, dijo al conde alzando los ojos al cielo, que a esta pobre madre yo le dé un poco de oro y que alivie su miseria y la de sus hijos.

—Bella y noble castellana, la dijo la pobre fingida con voz doliente y dirigiéndose a la hermosa esposa del conde, vengo a implorar vuestra caridad; es muy tarde, mi alforja está vacía y me queda que hacer un largo camino; no me rehuséis las migajas de vuestra mesa, ni un poco de paja para poder reposar con estas tiernas criaturas.

Blanca, a pesar de que los ojos de aquella mujer, brillaban con un siniestro resplandor, era demasiado inocente y sencilla para ver en todo esto más que una miseria que consolar, y así respondió:

—Gracias, buena mujer, porque me ofrecéis la ocasión de señalar el día de mi matrimonio con una buena acción; así, pues, mirad el castillo como vuestro, y vivid en él todo el tiempo que queráis, porque eso creo que nos dará buena suerte.

—Así sea, respondió la mujer, y se oyó reír todavía el viento en las hojas y en el agua de los estanques ¡la risa del demonio de la venganza había entrado allí!

 

II.

Después del banquete, después de la alegría, llegó la hora del baile. Todos los trovadores de Castilla, que se habían allí reunido, entonaron sus alabanzas para celebrar aquellas bodas, en donde habían sido tratados a cuerpo de rey. Blanca y Hernando, sobre todo, según la costumbre, hacía largo tiempo buscaban la ocasión de hablarse, aun cuando no tuvieran nada que decirse. Un baile da libertad para ello y es el aislamiento en medio de la multitud. El cielo estaba estrellado, y el aire todo respiraba voluptuosidad.

Era una de esas noches trasparentes, tranquilas, tibias y sensuales, como una noche meridional. La orquesta sonaba armoniosamente en medio de aquella hermosa reunión, cuyos grupos a su llamada se reunieron, y comenzaron los bailes.

Pajes con las armas del señor del castillo cruzaban por aquellos salones con bandejas llenas de conservas y  refrescos.

La mujer que habían acogido en el castillo llevaba en una bandeja de purísimo oro la copa del himeneo[2]. Era uso de que se presentase a la novia, la que después de haber bebido parte la entregaba a su futuro esposo, ingenioso símbolo de unión que ya no se practica en nuestros días.

—Señores míos— dijo la mujer que habían recogido en el castillo llegándose respetuosamente a Blanca y a Hernando —voy a ofreceros yo misma la copa de la felicidad. No puedo de otro modo mostrar mi reconocimiento.

Mientras los dos esposos apuraban el licor con precipitación, pues tenían mucha sed a causa de haber bailado  mucho, la mujer espiaba sus menores movimientos con una atención y una ansiedad sin igual.

Apercibióse de ello Hernando y se quedó pensativo. Los presentimientos que nos sorprenden en medio de una fiesta y de los placeres no se engañan jamás.

El baile fue perdiendo gradualmente su ardor. La orquesta calmó sus tempestades y se fundió en una melodía lánguida y perezosa.

Aquel deslumbrador torrente de pedrerías y de mujeres se deslizó cual en una límpida sábana de agua: para mejor decirlo, el baile se terminó, se extinguió como una brisa, se apagó como un eco, murió.

 

III.

 

La emoción más extraordinaria para una joven, es el pisar por la primera vez conducida por su esposo la alcoba nupcial. ¡Cuál sus ojos revelan su alma! ¿No notáis esa excelente mirada, esa apagada sonrisa, esa voz quebrantada, esa aptitud negligente e inquieta? Para ella es uno de esos momentos eléctricos y profundos, cuyas impresiones tienen una reacción sobre toda la vida. Es aquel momento que tanto ha deseado, que ha hecho languidecer sus ojos; que —243— ha enflaquecido sus mejillas cuando inclinando su talle se estremecía de amor su corsé; es aquel momento que doraba con su imaginación sus largos ensueños, es aquel momento que se pintaba con tan brillantes y ardientes colores, cuando vagaba por la noche bajo los álamos del jardín, indiferente a todo, y ahora que ha llegado este momento que ansiaba, lo teme y cuando sonríe, tiembla.

Eran las dos de la noche; Blanca se hallaba sola con Hernando; sentía en aquel instante, aquella indefinible emoción de que acabamos de hablar, y que no basta el talento humano a definir, y que podría llamarse como lo ha hecho un excelente poeta, el estremecimiento nupcial. Hernando había olvidado casi el horrible presentimiento que al fin del baile había  sentido al oír las palabras de aquella mendiga que había recogido en el castillo.

Era feliz; iba a estrechar entre sus brazos a la hermosa Blanca que debía asegurar su felicidad. Buscó los labios de Blanca y se hallaban fríos; abrió repentinamente los brazos, empero Blanca le dio por toda respuesta una mirada descolorida; una sonrisa convulsiva; después cayó sobre su pecho, muelle, flexible, como una espiga tronchada por el arado.

Hernando la cogió; quiso llevarla sobre su lecho, empero él mismo sintió flaquear sus rodillas; cerrarse sus pupilas y tuvo miedo.

Apenas tuvo fuerza de depositar en el lecho su preciosa carga.

Cuando se volvió, una mujer se hallaba allí derecha delante de él, inmóvil como un mármol; era la mendiga, pero se hallaba transfigurada.

—¿Todavía estás ahí, exclamó, pájaro de mal agüero?

—Sí, todavía; replicó con una voz sepulcral, arrancándose sus cabellos que parecían antes blancos, dejando ver bajo de ellos una abundancia de rizos negros, y enderezando su talle firme y vigoroso, antes débil y encorvado:

—¿Quién? ¡Leonor de Ramírez! ¡Maldición! y al mismo tiempo quiso ir a coger su espada.

—Deja ahí tu espada, tú ya no eres de este mundo.

Y en tanto que Hernando luchaba contra los ataques del veneno y la desesperación, Leonor se aproximó a él para que mejor pudiese oiría, y le dirigió con feroz alegría estas sarcásticas palabras, cual si moviera y removiera un puñal en el pecho de su víctima.

—¿Has olvidado, le dijo, que hoy mismo justamente hace un año, día por día y hora por hora, en que tú con tu mesnada y tus sayones, acometiste el castillo en que yo moraba contenta y feliz con mi padre y con mi esposo? Has olvidado, que abusando de los desórdenes de la guerra y de las prerrogativas de la victoria no tuviste para nosotros ni compasión ni merced? ¿Has olvidado aquellos implacables juramentos de venganza que yo mezclé a tus impúdicas blasfemias de amor?.... pues bien; de eso hace un año justo; un año por día,  hora por hora yo he venido a celebrar aquí su aniversario; ¡¡estoy vengada!!!...

Al día siguiente todo era confusión y desolación en el castillo; a la alegría de una boda, había sucedido el duelo de un entierro.

En medio de la confusión había desaparecido la fingida mendiga, sin que nadie hubiese reparado en su falta, y sin embargo a su presencia se debía toda la catástrofe.

La venganza había soplado sobre las antorchas de himeneo y las había apagado con su soplo fatal.

 

FUENTE

Muñoz Maldonado, José (conde de Fabraquer), “La castellana de Cuéllar”, Museo de las Familias, segunda serie. Año XXIV, pp. 241-242.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

[1] Rico-home:  hombres notables y principales.

[2] Himeneo:  bodas, en la mitología griega, dios de los esposales.