DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Correo gallego: diario político de la mañana: Año XI Número 2209 - 1888 abril 1, p. 3-4.

Acontecimientos
Venganza
Personajes
Fortún, señor de Andrade, Fernando Pérez de Soto, María.
Enlaces
Cova dos Mouros

LOCALIZACIÓN

ARES

Valoración Media: / 5

LAS BOCAS DE SANGRE.

Leyenda gallega

 

A derecha mano del camino de herradura que de la pintoresca villa de Ares conduce a la de Mugardos, y como a la distancia de un cuarto de legua, encuéntranse medio ocultas entre las zarzas y matorrales que bordean la falda de una colina, ciertas bocas, o agujeros abiertos al nivel del suelo, que el vulgo de  suyo crédulo y sencillo, denomina «As Bocas do Sangre»[1] con muchísima seriedad y prosopopeya.

Dado como es nuestro pueblo; profundo creyente y aficionado a consejas y fantásticos cuentos, nada tiene de extraño aquella denominación, pero sepamos ahora la causa de ella si podemos, que causa bien o mal fundada ha de tener, como todo lo de este mundo.

Cuentan los vecinos de los alrededores que todas las noches, si bien con más o menos intensidad, salen por aquellas bocas tales y tan extraños ruidos,  que quien los escuchare, no siendo sordo se entiende, poco le resta vivir, o algo muy gordo ha de sucederle durante un corto periodo de tiempo, que no pasa de  un año, según aseguran las viejas sabias de aquellos andurriales.

Esto en lo que toca a los efectos, que en cuanto a la causa de tales ruidos, hela aquí tal y como la hemos oído en aquella misma comarca, sentados al amor de la lumbre, y trasegando a sorbos un poco de jarabe[2] de la tierra, mientras lúgubre quejido de los pinares y el bramido airado del Cantábrico venían a estrellar sus fuerzas contra las paredes de la casa en una velada de invierno.

Corría el último cuarto del siglo catorce, de aquel siglo de esclavitud, feudalismo y vasallaje para el infeliz pechero[3]; de gloria, de orgullo y ambición para el señor castellano[4].

 

Éralo de aquellos dominios un poderoso de la casa de Andrade, cuyas derruidas torres divísanse aún en la cima de una colina, no lejos de Puentedeume.

Tenía este Andrade a su servicio como escudero, un mozo llamado Fortún natural de aquellos lugares, el cual, con sus veinte y cinco años, una buena cara y mejor cuerpo a cuestas, y además el privilegio de acompañar a la caza y a la guerra a tan poderoso amo, andaba que se bebía los vientos[5] tras de una rapaza de la aldea, que María se llamaba, tan rubia como una espiga de oro y tan sencillota y casta como una azucena de los campos.

Bonita como era la villana y gracioso y gentil como el escudero lo era, hicieron un pan como unas hostias[6]; es decir, casáronse, y como apéndice del casamiento tuvieron hijos, por supuesto, que buena memoria tenían y no echaban en saco roto[7] lo que se debían de casados.

Pero el demonio, que por algo lo es, metió la pata en el asunto, y no diré los cuernos, pues estos adornos habíaselos prestado ya tiempo había al buen Fortún, a ruegos de su esposa, aunque sin saberlo éste.

Conque ahora, vean ustedes si para renegar hasta de la bendición nupcial que tantas maldiciones puede traer sobre nosotros como peso sobre nuestras frentes[8]; ahí es nada lo del ojo al matrimoniarse así de golpe y porrazo; diré ¡guarda Pablo![9] y sigo mi cuento.

II

Que había lujo en aquellos tiempos como en los nuestros eso está sabido, porque María, a vuelta de acariciar la idea de cambiar el sayal por el terciopelo y los aros por las arracadas[10] de brillantes, fue infiel a su marido, que no lo merecía.

Quien la perdiera y obligara a faltar en sus deberes de esposa y madre, llamábase D. Fernando Pérez de Soto, quien tenía deudo con el Andrade, y servíale de capitán de lanza[11] en tiempo de zalagarda[12], siendo el mayordomo de la casa en épocas de tranquilidad, que malhaya eran pocas ellas.

Nada sabía el pobre escudero de lo que todo el mundo no ignoraba, ciego y enamorado como lo estaba más que nunca de la hermosa mitad que le tocara en suerte; pero como al fin todo se sabe y nunca falta una persona oficiosa [13]que nos diga lo que de mal agüero sea, supo el infeliz marido por boca de una vieja vecina, lo que ocurría, y quedóse como ustedes se quedarían en tal caso, estupefacto y casi muerto de puro desconsolado y sorprendido.

Hombre al fin, y de bríos, diose a disimular sus padeceres con tal de verificar la fidelidad o barraganería de su mujer

 

III

Una noche, después del toque de queda[14], aprovechado la ausencia del señor del castillo, descolgóse al foso de uno de los torreones, ganó la opuesta orilla, y tomó como el viento, ribera arriba el camino de Ares.

Llegó a la casa donde moraba la compañera de su vida, a paso cauteloso por no ser sentido, llorando amargamente el fiel escudero su destino, que le traía en aquellas horas convertido en nocturno espía de sus propios tesoros.

Pegado a la puerta como sombra, estaría una hora, cuando a poco abrióse aquella con cautela, permitiéndole así ocultarse, y salió un bulto negro que, -4- parándose al lado de afuera, dijo con recato:

—¡Adiós mi hermosa María, cuida que nada sepa tu esposo, y confía en mí que pronto te daré mi nombre y mis haciendas, amada mía! Presto quedarás libre del villano que te llama suya, y dejarás la cabaña por la almena del castillo señorial.

—¡Ay, señor! —contestóle ella, solo mi amor por vos y el fruto de él que en las entrañas llevo me animan a seguiros, que mi buen marido no mereciera semejante pago; pero os amo, señor, y adonde quisiéreis, iré.

—María, alma de mi alma, adiós.

—Adiós, mi don Fernán, repitióle la aldeana y un doble beso fue a dar en los oídos de Fortún como un eco de muerte.

IV

Siguió el caballero andando en procura[15] del caballo que allá entre unos jarales dejara, y de súbito oyóse casi simultáneamente el silbido de un venablo y un ¡Dios me valga! que, cortando el silencio de la noche  perdiéndose para siempre a lo lejos entre los escarpados peñascos de la cota.

Era Fortún que apareciendo de repente al lado del moribundo don Fernán, clavóle tres veces su daga en el corazón, y arrastrando el cadáver hasta el borde de las bocas que hemos mencionado antes, arrojóle por una de ellas, sepultando así en el causante de su deshonra el secreto de su crimen.

Regresando inmediatamente a su casa, golpea como acostumbraba, y la adúltera, que si extraña la hora de  la llegada de su marido, no así su turbación y desasosiego, corre a él, pero al abrazarle para encubrir mejor su delito, recibe en el corazón la hoja vengadora del puñal  del ofendido esposo, que hasta el pomo le clava.

Loco, ciego y delirante, corre Fortún con el cuerpo inanimado de su esposa, llega a las orillas del pozo fatal, y la destinada a compartir con él las horas de su existencia, cae desplomada a la sima por la propia mano que un día la condujera ante las gradas del altar, temblorosa y estremeciéndose de placer y de ventura.

V

Al día siguiente comentábase de mil modos la desaparición del escudero en los patios del castillo de Andrade, y la del capitán, pariente de éste, por la servidumbre de la casa.

De igual modo decíanse mil cuentos y marañas[16] de Fortún y de María en las cercanías de Ares. Quién decía que Fortún había muerto al capitán, huyendo en seguida tierra dentro; quién que éste desapareciera con la mujer de aquel, siguiéndoles el ofendido esposo; quién… pero nada; lo cierto es que de tantas invenciones y novelerías como circulaban ninguna daba en lo cierto, cosas que sucede casi siempre.

Mas al poco andar de esto comenzóse a despejar la incógnita. Fue el caso que, saliendo cierto día a caza la gente del de Andrade, entre la cual había dos sobrinos del infortunado D. Fernán, encontráronse éstos moribundos a las márgenes de un arroyo, a la hora del regreso, razón por la que, acomodándose como convenía a su estado, fueron conducidos a la fortaleza.

Púdose ver a la llegada que uno de los dos había fallecido; pero el otro, menos herido o con más espíritu, dijo que Fortún, el escudero, apareciendo de repente entre unas breñas, habíales sorprendido y puesto en aquel estado, jurando que la infamia del caballero D. Fernán, pagarla habían aquellos cuyas venas circulase alguna de su sangre, hasta la cuarta generación: acabó de hablar el herido, y dio el último suspiro.

Ancho surco de sangre, lágrimas y luto doquier pasaban, marcaba las huellas de la temida banda de malhechores, cuyo jefe parécenos excusado decir era el mismo Fortún, tan honrado y querido tiempo atrás, como ahora criminal y aborrecido.

Súpolo el castellano de Andrade, y reunió un buen golpe de arqueros y de lanzas, con el objeto de apresar y privar de sus correrías de extermino al antiguo vasallo y escudero, pero éste, práctico[17] como hijo de la tierra, en todos los rodeos y encrucijadas que ofrece aquel país bellísimo, conocido hoy bajo el nombre de “mariñas de Betanzos”, burlábase del poderoso señor de horca y cuchillo[18], su amo de antes, y procedía cada vez más ciego y desatinado su carrera de muerte devastación.

Tarde o temprano, empero, recibe el malvado condigno castigo a sus delitos. Después de varios años de vida aventurera y vagabunda, manchada por toda clase de infamias y execrables acciones, fue batida completamente la banda de Fortún entre la villa de Puentedeume y la de Ares, cerca del pueblecito de pescadores que se llama Redes en nuestros días.

VI

Batido y derrotado pudo el sanguinario capitán escapar a uña de caballo[19] de la gente del de Andrade, pero al llegar cerca de las bocas que tanto le recordaban vio del lado opuesto al que traía nueva gente armada dispuesta a cortarle el paso.

Con este imprevisto accidente consideróse perdido el desdichado Fortún; contemplándose ya columpiado de una almena[20] de la torre de los Andrades, decidió morir antes de entregarse, y resuelto, así les habló a sus enemigos.

“Muchos sois para darme muerte, pero no lo lograréis, pues no me falta valor para dármela por mi propia mano. Honrado como vosotros he sido, más una traidora mujer, honra, dicha y tranquilidad me robó con su acariño. Aquí está sepultada con su amante, que yo les proporcioné este lecho hace años, dijo señalando a los horribles agujeros. Así, pues, adiós, amigos míos, y decid a los que vengan, que Fortún, aún después de muerto, vino a turbar el sueño de la adúltera y del ladrón de su preciada joya”.

Concluyó de hablar, y con grande sombro de sus perseguidores, precipitó su caballo y desapareció con él por el oscuro antro, que desde entonces rodeó de supersticioso terror la imaginación del pueblo gallego, amante como el primero de tradiciones, encantos y consejas.

VII

Puede ser, y es lo más probable, que las voces y maldiciones que dicen los sencillos labriegos salen algunas noches tormentosas de las “Bocas d´o Sangre”, sea el eco subterráneo de las rompientes de la costa, que por condiciones o circunstancias favorables a la acústica, se lleguen a percibir claramente, aplicando el oído a los agujeros abiertos en el suelo, hoy casi cegados por completo; pero si esto decís y os escuchan, una sonrisa de incredulidad compasiva, o una exclamación de asombro por vuestro aventurado juicio, será lo que recibiréis por todo asentimiento.

 

VIII

No nos complace ver tan profundamente arraigadas en la conciencia del pueblo ideas tan absurdas, que el continuo golpe de los siglos no ha podido todavía derrumbar; pero sí diremos con franqueza, aunque se nos tache de exagerados y pasionistas[21] ¡dichoso el pueblo gallgo que en sus leyendas, apariciones y fantásticos relatos mezcla siempre la religión con lo supersticioso, la honradez con el crimen aborrecido y el santo amor a la patria natal, el amor a la patria amada, en sus historias de sangre, de amores y de glorias! Pueblo que así discurre, podrá no ser muy ilustrado, ¡pero sí muy virtuoso!

FUENTE

Conde Salgado, Ricardo, “Las bocas de sangre”, Correo gallego: diario político de la mañana: Año XI Número 2209 - 1888 abril 1, p. 3-4.

 

Edición: Pilar Vega Rodríguez.

 

 

[1] Eugenio Carré Aldao, Geografía del Reino de Galicia (1929):  a un kilómetro de Ares, las conocidas como cuevas de Santa Mariña.

[2] Jarabe: en este caso quiere decir, licor.

[3] Pechero: que paga el tributo, pecho,  al rey, al señor territorial o a cualquier otra autoridad. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[4] Castellano: que vive en el castillo.

[5] Beber los vientos: desear con vehemencia.

[6] Hacer un pan como unas hostias, fr. fig. y fam. con que se lamenta el desacierto o mal éxito de una acción. (Diccionario de la Lengua Española, RAE, 1809, 735).

[7] Echar en saco roto: hacer inútil, no tener en cuenta (un saco roto no puede guardar nada).

[8] El peso de los cuernos, es decir, el peso de la traición.

[9] ¡Guarda Pablo!: expresión antigua. “Frase  con que se significa que se huya, ó que se huirá de hacer esto, ó lo otro”. Terreros y Pando, Esteban, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes..., Volumen 2, 1787. p. 245

[10] Arracada: arete con adorno colgante. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[11] Capitán de lanzas: capitán que, en la antigua organización del Ejército español, mandaba cierto número de soldados de caballería armados de lanzas (Diccionario de la Lengua Española, RAE)

[12] Zalagarda: escaramuzas, emboscadas, revueltas.

[13] Oficiosa: excesivamente servicial. En este caso informando de lo que no es de su incumbencia.

[14] Toque de queda: para señalar que estaba prohibido circular por la noche.

[15] En procura: procurando, en pos de.

[16] Cuentos y marañas: lo que se dice, se cuenta, entre muchos errores y confusión, maraña o enredo.

[17] Práctico: que tiene práctica, experimentado (buen conocedor del terreno, en este caso)

[18] Señor de horca y cuchillo: con jurisdicción para aplicar la pena capital.

[19] A uña de caballo. Coloquialmente, pero en desuso. Dicho de actuar una persona: Liberándose de un riesgo por su cuidado y diligencia.

[20] Columpiado, quiere decir ahorcado.

[21] Apasionados.