DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Páginas sevillanas. Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1894, pp.205-207.

Acontecimientos
Crimen en la actual calle sevillana de Alfonso XII
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LOCALIZACIÓN

SEVILLA

Valoración Media: / 5

Drama de amores

Si ofendió a mi marido,
y de ello fui yo la causa;
y con todo esto le quiero
y lo tengo acá en el alma...
(Romatturo de Gama)
 

Hojeando un libro hace mucho tiempo, que de la historia de Sevilla trataba, encontrarnos el asunto del dramático suceso que vamos a narrar; y como dudásemos algo del caso hemos preguntado ahora a distintas personas versadas en noticias de nuestra población, las cuales nos han asegurado ser cierta más no en todos sus detalles la tragedia, que ocurrió de modo distinto a como en el libro decía.

 Entre los buenos edificios que existen en la histórica calle de las Armas hay uno de construcción antigua, de hermosa fachada y de extensas proporciones, que se comunicaba con el abandonado callejón de los Estudiantes[1] por un postigo que ha desaparecido.

Era morador de esta casa a fines del siglo XVII —205 — un caballero de edad algo avanzada y de buena fortuna, que para su desgracia había contraído matrimonio con una joven linda y dotada de un corazón volcánico y apasionado.

Creíase dichoso el buen señor sin que ningún pesar turbara la calma en que vivía, entregado a su afición predilecta, que era la floricultura, y enamorado de D.ª Elvira, mujer en quien tenía absoluta confianza, sin que nunca cruzara por su mente la idea atormentadora de los celos.

Pero mientras él cuidaba las macetas y arreglaba las flores de su jardín, alguien había tenido ocasión de acercarse a la joven esposa y deslizar en sus oídos palabras de amor y frases apasionadas, que, despertando en el corazón femenino deseos que parecían olvidados, hicieron nacer un amor ilegítimo, pero profundo, arraigado y sincero.

La confianza del marido prestaba alientos a los enamorados, quienes, sabiendo ocultar aquellos sentimientos que les unían, nunca dieron el menor motivo a la más leve sospecha de nadie ni a la más ligera murmuración.

Sin embargo de esto, al cabo de muchos meses hubo alguien que creyó descubrir un leve indicio, y espió con cautela para conseguir su intento. Una astuta criada de D ª Elvira comenzó a dudar de la fidelidad de su señora, y después de no pocas observaciones y hábiles pesquisas, notó que casi todas las noches, cuando el reloj daba la una y la casa yacía en profunda oscuridad y silencio, una sombra — 206— se deslizaba por el patio, entreabría con sigilo la puerta que comunicaba al jardín y cruzaba éste; luego descorría el cerrojo del postigo que daba al callejón de los Estudiantes, y a los pocos momentos solía penetrar en él un bulto, que en unión de aquella sombra se ocultaba en una pequeña habitación que cerca del jardín existía.

¡Cuán ajenos estaban los cautos amantes de que sus dulces coloquios y sus naturales expansiones tenían un testigo que no eran ciertamente los frondosos árboles, ni la blanca luna que en el trasparente cielo se alzaba!

La astuta sirvienta, convencida hasta la saciedad de la grave falta que Dª Elvira cometía, demostró por ella tan mala voluntad, que con el mayor disimulo y la más pérfida astucia hizo llegar al confiado marido la horrible noticia de su deshonor, oculto para el mundo durante tanto tiempo.

Pero el viejo no era hombre de violento carácter ni de grandes bríos y, en vez de tomar rápida venganza, calló como si nada supiera, y siguió cuidando sus flores y contentando a su esposa, mientras en su cerebro maduraba un plan terrible y sangriento. Seguía el jardín siendo punto de las citas que con su amante tenía Dª Elvira, y al mediar la noche nunca faltaba ella a descorrer el cerrojo del postigo por donde entraba su rendido y constante adorador.

El año 1697 tocaba a su término, y en una de las de aquel diciembre la infiel esposa cruzaba a la hora convenida el solitario jardín con el ánimo casi — 207 — tranquilo y el pecho lleno de ilusiones y de deseos, que pronto iban a verse satisfechos una vez más.

Aunque las sombras que rodeaban a Dª Elvira eran profundas, ya conocía el camino, y con seguro paso llegó a la puertecilla y, una vez abierta, aguardó la primera caricia del hombre a quien amaba. A los pocos instantes un hombre embozado hasta los ojos apareció en el dintel; pero lejos de estrechar entre sus brazos a la dama, se le acercó rápidamente, y sacando de entre los pliegues de su capa un enorme cuchillo, lo hundió con violencia en el seno palpitante de Dª. Elvira, que como herida por un rayo cayó en tierra, exhalando su vida en un indescriptible sollozo.

El embozado salió de nuevo, y cuando instantes después vio entre la oscuridad de la calleja que un hombre penetraba con cautela por el postigo, cerró éste por fuera con llave, y salió con precipitación, dando vuelta al edificio, en cuyo patio aguardábale la delatora sirvienta.

Al ruido y las voces que luego en el jardín se oyeron acudieron los criados que dormían, y el dueño de la casa, aparentando la mayor sorpresa; pudiendo entonces ver todos a Dª Elvira en el suelo con el pecho ensangrentado, y junto a ella un hombre, a quien tomaron por autor del bárbaro asesinato.

Este hombre fue preso, y ahorcado más tarde, sin que se supiera hasta muchos años después la verdad de lo ocurrido en aquella terrible noche, y por confesión de la criada cuando estaba en el lecho de muerte.

 

FUENTE

Manuel Chaves Rey: Páginas sevillanas. Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1894, pp.205-207.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

 


[1] Hoy desaparecido.  Actual calle de Alfonso XII Ver grabado.