DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Ecos de gloria: leyendas y tradiciones históricas en verso y prosa, [S.l.] [s.n.]1880, pp. 118-139.

Acontecimientos
Un oso despedaza al rey Don Favila.
Personajes
Don Favila, reina Froiluva
Enlaces
Durán, Agustín. Romancero General, Madrid, Rivadeneyra, 1834, p. 414.

LOCALIZACIÓN

S/N

Valoración Media: / 5

 
La muerte de don Favila
   (Leyenda histórica)
 
               I
     Presentimientos
 
Suave y perfumada aurora
baña con la luz del día
los valles y las praderas
de la vetusta Canicas [1]
Desvanécense las sombras
de la noche, se ilumina
el espacio y, en Oriente,
el sol espléndido brilla.
Rompen su cáliz las flores,
vuelan rápidas las brisas,
gime la enramada espesa,
alegres pájaros trinan,
murmuran los arroyuelos
y las alimañas gritan...
 
¡Bendita seas mil veces,
aurora! Tú, que das vida
nueva a los mundos, y alientas
el espíritu, y fascinas
el corazón de los hombres;
tú, bella diosa, que hechizas
la mente con deliciosos
sueños de amor, que duplicas
el rayo de la esperanza
y haces creer en la dicha;
tú, que ahuyentas los vestiglos[2]
de aterradoras vigilias
y acallas de la conciencia
las voces despavoridas.
 
Así pensó, por acaso,
el monarca don Favila,
—mozo que logró ceñirse
del gran Pelayo la insignia
regia—e invitó a sus nobles
a una soberbia partida
de caza, por las agrestes
vecindades de Canicas.
Delante de su palacio
—torre de escasa valía,
empotrada en altos muros -
las gentes se arremolinan
y, formando anchos corrillos,
en la poterna[3] se apiñan.
Y grupos de ballesteros,
jinetes de largas picas,
hercúleos caballerizos,
monteros de sagaz vista,
y pajecillos airosos,
y dueñas casi amarillas,
y finchados escuderos,
y damas feas o lindas
esperan desesperados
que el toque de las bocinas
anuncie a la muchedumbre
del joven rey la salida.
Y mientras que uno canta,
los otros alegres silban,
murmura aquel por lo bajo,
y a voces este platica.
Los cazadores se inquietan,
los palafreneros gritan,
asústanse los azores
y se espantan las traíllas.
Aquí una arrugada vieja
su lengua mordaz afila,
y con chismes o verdades
las honras ajenas pica;
allí un aturdido paje,
de picarescas pupilas,
asesta libres miradas
a una mozuela atrevida;
más lejos un caballero,
de faz galante y rendida,
con una hermosa doncella
sabrosamente platica;
y más allá noble dama
que espera amorosa cita,
busca en vano con los ojos,
se apena, gime y suspira
Pero en el regio palacio
no resuenan las bocinas,
ni se dobla el levadizo,
ni la poterna rechina.
¡Ay! ¡cuántas veces, en medio
de tumultuosa alegría,
presagios aterradores
en nuestra mente se pintan!
 
En gótico aposento
a la sazón Favila se encontraba
y, en sus brazos, Froiliuva[4]  suspiraba,
víctima de cruel presentimiento.
Y niña apenas era
de tres lustros Froiliuva: niña hermosa,
tímida y pudorosa,
de blanca tez y rubia cabellera,
de ojos azules y febril mirada,
de alto seno y garganta torneada,
de lánguida apostura y voluptuosa.
Triste el bello semblante,
el pecho palpitante
y empapados de lágrimas los ojos,
estaba la princesa
sentada en un diván, la mente presa
de fatales y lúgubres enojos.
Ceñía con ternura,
a sus pies inclinándose de hinojos,
el gallardo mancebo su cintura,
y con amantes frases intentaba
disipar el amargo desconsuelo
de su esposa: riendo la enjugaba
los ojos con finísimo lenzuelo,
o, bendiciendo acaso los agravios,
aplicaba a su faz ardientes labios
y, al desprenderse rotas,
bebía de sus lágrimas las gotas.
Llenaba el claro sol desde la altura
la mansión conyugal de lumbre pura,
atravesando el verde cortinaje
de enredadoras hiedras,
que orlaban con fantástico follaje
del calado ajimez las pardas piedras,
y un rayo purpurino,
en vagas fluctuaciones
cruzando los abiertos pabellones
de la cámara regia, señalaba
su esplendoroso rastro
de Froiliuva en la frente de alabastro,
y de limpio arrebol la coronaba.
 
«No llores, prenda mía:
—así el rey a su esposa le decía—
a tus brazos vendré, sin mora[5] alguna,
antes que el sol alumbre
con sus postreras ráfagas, la cumbre
del escarpado Osuna [6].
 
»Dime: ¿no fui cien veces
del monte a la batida,
 y tú, con dulces preces,
alegre celebrabas mi partida?
¿No me viste, con ojos desvelados,
desde altos ajimeces,
vagar por la ancha sierra
con segura pisada, recorriendo
los valles y gargantas y collados,
y bravo persiguiendo
los osos y venados,
que mortíferas flechas detenían
y a mis pies retorciéndose morían?
¿Y no me viste, di, si bien arguyo,
tornar, ebrio de amor, al lado tuyo,
cuando las sombras lóbregas volvían,
mientras que mis guerreros deponían
las reses a tus plantas, bella prenda,
de respeto y amor en digna ofrenda?
 
» ¡Hoy, que tu venia imploro,
mi alegría acibaras con tu lloro!
¡Y ver presumes, en delirio ardiente,
vanos riesgos que amagan a mi frente!
¡Y crees que, cuando clames intranquila
por tu esposo adorado,
te mostrarán acaso ensangrentado
el despojo mortal de tu Favila!
»¡Loco sueño! ¡Mentido desvarío!....
No llores, amor mío;
no llores, no, mi bien idolatrado,
que estaré a tu lado
antes que blanca luna
ilumine las crestas del Osuna.»
 
Así con tierno acento
don Favila a su esposa consolaba;
pero la pobre niña suspiraba,
víctima de fatal presentimiento.
Y exclamó:
—¡Por piedad!
—¡Capricho vano!
Dame tu blanca mano
y adiós: conserva en ella
de este beso de amor la casta huella.
—¡Favila!
—¡Adiós, hermosa!
—¡Detente! ¡Escucha!....
—Dí.....
—Contar ansío...
—¿Contar? ¡Vaya un empeño!
—Una historia terrible, un negro sueño
que inunda de pavor el pecho mío
Oye:—era ya la tarde comenzada -120-
de un caluroso día
¡cual hoy!.... y por la altura cenicienta
rodaba la tormenta
magnífica y sombría.
En mi banal desmayo,
a los fulgores rápidos de un rayo,
vi a un mancebo cruzar ante mi vista
sobre corcel fogoso y jadeante,
cual si pudiera ser pequeña arista
que el turbión arrebata en un instante.
Apoyando en el hombro la ballesta,
bajaba el caballero por la cresta
del empinado Osuna, los collados,
vertientes y gargantas recorriendo,
y bravo persiguiendo
los osos y venados
que punzadoras jaras detenían
y a sus pies retorciéndose morían;
pero al llegar el noble a una vertiente,
detrás de la montaña,
apareciese un oso y de repente
se lanzó al cazador con furia extraña
Cierro los ojos, y al abrirlos ¡hallo
cadáveres no más! El oso fiero
partido el corazón; el fiel caballo
desgarrado el ijar; la frente hendida,
inmóvil y sin vida,
reposaba a su lado el caballero
Y a la luz de otra ráfaga inconstante
acierto a ver el pálido semblante
del pobre cazador ¡Maldigo, y huyo!
¡Era, Favila, el tuyo! ...-121-
A poco rato, de Osuna
por entre arboleda agreste,
él, al frente de su hueste,
rápido se apareció;
—¿Yo muerto?
—¡Tú!
—¿Yo?
—Tú, Favila mío
Yo te vi ensangrentado, yerto y frio
—¡Bah!
—¿Te burlas? ¡Piedad...:
—Froiliuva, advierte
que estoy muy vivo, y río de la muerte.
Serena tu exaltada fantasía,
y adiós, que avanza el día.
—Pero
—Es inútil: los momentos cuenta
mi valeroso azor, y se impacienta.
Adiós, hermosa.
Dijo, al punto alzóse,
la sala cruzó rápido, y marchóse.
—¡Compasión! la princesa así decía
corriendo tras las huellas de su esposo.
Despareció y con eco doloroso
—¡Compasión! la infelice repetía.
En vano: su lamento
se perdió entre el rumor del vago viento. -122 -
 
 
 
               II
        La batida
 
Apenas de don Pelayo
—orgullo de Iberia toda—
en el reló de los tiempos
sonara la última hora,
a don Favila los próceres
ofrecían la corona
y sobre el pavés le alzaron,
siguiendo la usanza goda.
En aquellos tristes días
de turbación y congojas,
el rey buscaba placeres
lejos de marciales glorias [7].
¡Y mientras del Guadalete[8]
humeaba la orilla roja
y marchitábase el lauro
de Auseva y de Covadonga!
al mirarle, agitando
su blanco y fino lenzuelo,
con amargo desconsuelo:
—¡la última vez!—exclamó.
Oculto en pardos celajes
el sol en su ocaso toca.
¡Y mientras encadenada
gemía la España goda,
y optimates y plebeyos
lloraban en las mazmorras!
¡Y mientras de los santuarios
saltaban las aras rotas,
y las vírgenes perdían
en los harenes su honra!....
Decreto fuera sin duda
de Providencia piadosa
que el liviano don Favila
perdiese vida y corona:
corría el desventurado
tras osos, ciervos y corzas,
y corría sin saberlo
buscando su postrer hora.
¡Cuántas veces anhelamos
gustar del placer la copa,
y cuando el néctar bebemos
bebemos letal ponzoña!
Vuela en torno de una llama
la incautilla mariposa:
se acerca a la luz, la mira,
la quiere, y ¡se abrasa loca! -124-
y va tendiendo la noche
su manto de negras sombras.
Colúmpianse en el espacio
nieblas pesadas y lóbregas,
que prados, montes y valles
invaden, ciñen y entoldan,
y a veces se desenvuelve
la ráfaga brilladora
de un relámpago, y resuenan
lejanas las voces roncas
del trueno: la tempestad
se va acercando traidora.
Pero a los reales monteros
poco o nada les importa,
y a lid sangrienta a las fieras
en el Osuna provocan.
Bosques ojeando y selvas,
gargantas, valles y rocas,
peones y caballeros
en acecho se colocan,
y, esperando los tañidos
de las bocinas y trompas,
vése un peón en cada árbol,
y un montero en cada fosa,
y un jinete en cada senda,
y un lebrel en cada roca.
Ya buscan los cazadores,
con gran destreza, las cóncavas
y solitarias guaridas -125-
donde las fieras se alojan;
ya las traíllas de perros
que estrechas sendas custodian,
olfateando las pistas
roncos ladridos arrojan;
ya el peón en la ballesta
férrea javalina monta,
y los jinetes empuñan
sus dagas y sus tizonas;
ya, por fin, de las bocinas
estallan las voces sordas,
que el eco de las montañas
repite de loma en loma.
Y al oír las vibraciones,
los alazanes rebotan,
y los monteros se escapan,
y las jaurías se aflojan,
y los de a pie se preparan,
y los jinetes galopan
y, cual ardientes centellas
que lanza inflamada tromba,
cuando su manga de fuego
recios vendavales cortan,
peones, jinetes, perros,
tras de las fieras se arrojan,
y por llanuras y montes
las siguen, hieren y acosan.
—¡A ella!—un montero grita,
al ver asustada corza
que por áspera vertiente  -126-
como un rayo desemboca.
Allá va: la esbelta fiera,
teñida en espuma roja,
por las breñas y los riscos
vuela, más bien que galopa.
Y corre y una saeta
silbando, los aires corta,
y en la carrera la alcanza,
y el corazón la destroza;
y ensangrentada y sin vida
rueda la inocente corza.
—¡Por aquí!—varios monteros
a la partida convocan,
siguiendo el rápido curso
de una corpulenta osa.
Allí los jinetes corren,
allí los perros se agolpan,
allí los peones llegan
allí la locura torna.
Avanza mientras el bruto
rompiendo jaras y brozas,
y regando su camino
con espuma sanguinosa,
y espesa nube de flechas
los ballesteros le arrojan,
y piedras de agudo filo
dirígenle con sus hondas;
pero de pronto la fiera
sepúltase en gruta lóbrega
y piedras y javalinas (sic.)
en los peñascos rebotan. -127-
—¡Socorro!-exclama un hidalgo
con voz que el miedo sofoca,
al sentir los resoplidos
de un jabalí que le acosa.
A socorrerle van muchos,
se apiñan y se amontonan,
y entre círculos de hierro
al feroz bruto aherrojan.
Y uno le hiere atrevido,
y otro los golpes redobla,
y este le parte la frente,
y aquel audaz le acogota;
y trocada en voz de fiesta
la voz de angustia y congoja,
con el sangriento trofeo
van en pos de otras victorias.
Mientras tanto, negras nubes
el ancho vacío entoldan,
y en su seno se columpia
la tormenta asoladora.
Y vése, a los fulgores
del rayo fulminante
por cóncava garganta
un potro aparecer,
que sube por las breñas
de Osuna culminante,
y corre cual si espectro
fugaz pudiera ser. -128-
 
Clavando en los ijares
del bruto la acerada
espuela, un caballero
provoca su furor,
y alzando algunas veces
su voz desentonada,
—¡A él, caballo!—grita
con entusiasta ardor.
Mordiendo el duro freno
y alzando la ballesta,
caballo y caballero
de un oso van en pos;
y el oso desparece
por la empinada cresta,
la saña y el encono
burlando de los dos.
Y corren —Un atajo
descúbrese allí mismo,
que el límite fijando
del ancho monte está,
y el oso se detiene
delante del abismo
y tiembla el caballero,
y mira, y..... ¡solo él va!....
¡Socorro!.... Al triste hidalgo
la fiera se abalanza
—¡Socorro!—su bocina
reclama con vigor
¡Y nadie le socorre!
¡Y nadie ya le alcanza! -129-
¡Y nadie escucha, nadie,
su lúgubre clamor!
¿Oís sus tristes ayes?
¿Oís ese gemido
que de los aires hiende
la vaga ondulación?
¿Oís el débil eco
que exhala estremecido,
en ansias ya de muerte,
el infeliz campeón?
¡Corred, fieles monteros!
¡Picad vuestros caballos!
Al que piedad implora
socorro dar es ley.....
¡Corred, que el triste clama
favor de sus vasallos!
¡Corred, que es don Favila!
¡Corred, que es vuestro rey!
¡Froiliuva, si supiera…
acaso por su mente
aun giran los vestiglos
de la visión cruel,
y en su ánima cuitada,
en confusión ardiente,
fatídicos augurios
divagan en tropel!
¡Acaso, en los espectros
que traza en la espesura
la caprichosa llama -130-
del rayo brillador,
cree ver de su adorado
la pálida figura,
que, con abiertos brazos,
demanda su favor!
¡Acaso, entre los ecos
que en el espacio claman
y en tenues vibraciones
hacia Canicas van,
oír cree de su esposo
las voces que la llaman,
cual si de vida fuese
su nombre talismán!
¡Oh genios poderosos
que impulso dais al viento,
cuando en el aire ruge
sañuda tempestad,
corred, y en breve instante
cruzando el firmamento
a la afligida esposa
los ayes de él llevad!
¡Oh raudas avecillas
que vais por la ancha esfera,
en pos del tierno arrullo
que a vuestra amada oís,
corred, no el pobre esposo
desconsolado muera,
si a la apenada amante
sus ayes no decís!  -131-
¡Oh voces misteriosas
que erráis entre la brisa,
prestando a los vergeles
su mágico rumor,
corred, con breve giro
cruzad el aire aprisa,
y a la infeliz Froiliuva
llevadle ese clamor!
¿No oís? ¡De los trotones[9]
revienten los ijares!
¡Doblad vuestra carrera
y al triste socorred!
¡Acaso es la esperanza
de los hispanos lares!
¡Corred, que es don Favila!
¡Corred, bravos, corred!
¡Ya es tarde!.... El caballero
su cuello dobla inerte,
y en convulsión horrible
inclina su cerviz;
entre el quejido errante
del soplo de la muerte,
con labios temblorosos:
—¡Perdón!—muriendo diz[10].-l32-
Y oyéronse, a poco rato,
al través de la maleza
del bosque y del poderoso
rugido de la tormenta,
los ecos de las bocinas
de caza y las descompuestas
voces de los caballeros
que subían por la cresta
del alto Osuna, buscando
a su rey y señor.—Mientras
llegó la noche, cubriendo
de opacas sombras la tierra.
 
 
               III
         Froiluva.
 
¿No escucháis ese quejido
que por la oscura neblina
va insereno,
y cuyo débil sonido
con su estrépito domina
ronco trueno?
¿Será la voz lastimera
que en los pensiles se agita
misteriosa, -l33-
cuando gentil jardinera,
para adornarse, les quita
bella rosa?
¿Será el lúgubre gemido
que ruiseñor inocente
da a los cielos,
si halla presos en el nido,
por gavilán inclemente,
sus polluelos?
¿Será el ¡ay¡ desesperado
que fervorosa doncella
triste lanza,
cuando al buscar a su amado
contra una tumba se estrella
su esperanza?
¡Callad!.... Ese triste acento
a los celestes alcores
raudo suba
¡Que Dios escuche el lamento,
los ayes desgarradores
de Froiliuva!
¿Qué fue de las ilusiones
que por su mente vagaban
amorosas,
y con mentidas visiones
larga dicha le pintaban
engañosas?....
¡Desparecieron!.... Cual hoja
que a seca rama adherida
se estremece.
¡Callad!.... Ese triste acento
a los celestes alcores
raudo suba.
¡Que Dios escuche el lamento,
los ayes desgarradores
de Froiliuva!
¿Qué fue de las ilusiones
que por su mente vagaban
amorosas,
y con mentidas visiones
larga dicha le pintaban
engañosas?....
¡Desparecieron!.... Cual hoja
que a seca rama adherida
se estremece,
desparece
¡Llora, infeliz!.... ¡Un gemido
tu seno apenado ahogue
doloroso,
y por el aire mecido,
cual genio del llanto, bogue
sin reposo!
Ayer tu boca bebía
los amorosos alientos
de su boca,
y hoy, al declinar el día,
sus labios ya macilentos
sólo toca.
¡Llora, infeliz! ¡Que tu anhelo
a los divinos alcores
raudo suba!
¡Llora, sí!....—¡Que escuche el cielo
los ayes desgarradores
de Froiliuva! — l34-
Entre tanto, en el ocaso
rayaba nublado el sol,
y la traidora tormenta
su hinchado seno rasgó.
En vano los palaciegos,
movidos a compasión,
varias veces intentaron
apaciguar el dolor -135-
de Froiliuva.—Si una dueña
maldiciente se atrevió
a lanzar envenenadas
saetas contra el honor
del prójimo; si una niña,
de fresca y sonora voz,
al son de morisca guzla
trova de amores cantó;
si algún atrevido paje,
de libre imaginación,
las cuitas y los secretos
de hermosas damas contó
la pobre reina, abismada
en su profunda aflicción,
a todos, con triste acento:
—¡Dejadme!—les contestó.
Pegada a la celosía
del más alto mirador
del palacio, sus miradas
tendía, con expresión
de angustia y pena, al través
del llanto, hacia el espesor
del bosque.—Varios peones
y jinetes descubrió
a lo lejos, destacándose
sobre el negro pabellón
de la noche, a la insegura
luz del rayo brillador
que a veces iluminaba
el espacio; ¡mas no vio
que alguno hacia el regio alcázar
dirigiera su trotón! -136-
¡Ninguno era don Favilal
¡Ninguno su esposo, no!....
Si fuese ¿por qué apenado
tuviera su corazón?
En su carrera avanzaba
la triste noche veloz,
cuando súbito en la cima
del bosque se apareció
la luz de varias antorchas,
cuyo pálido fulgor
se quebraba en los arneses
de cien hidalgos que en pos
venían, encaminándose
todos a la real mansión.
Ahogando entre la esperanza
los ayes de su dolor,
mirólos la hermosa reina
con férvida agitación,
y—¡él es!—convulsiva dijo,
de gozo, dicha y amor:
—¡él es!—la tierna Froiliuva
marchándose repitió.
Poco después, del alcázar
ante el gótico portón,
pequeña y lucida hueste
silenciosa apareció;
y, abriéndose la poterna
del solitario torreón, -137-
 una forma blanquecina
por los umbrales cruzó.
—¡Favila!—dijo al momento
así la anhelante voz
de Froiliuva, quien corría
de un bridón a otro bridón,
reconociendo a las gentes,
de las teas al fulgor.
—¡Favila!—con voz más fuerte
la pobre esposa gritó
¡Ay! ¡Ninguno respondía
á su doliente clamor!
¡Ninguno era su Favila!
¡Ninguno su esposo, no!
Si fuese ¿por qué angustiado
latiera su corazón?
—¿Dónde estás, Favila mío?
¿No respondes a mi voz?
¿Dónde estás, que no te veo?
;No ves que Froiliuva soy?
¡Por piedad!.... Oye mis voces....
Mira mi aleve dolor
Ven, Favila, que te llama
tu esposa del corazón —
Así decía la mísera,
buscándole alrededor
Y solo oía al par suyo -138-
lamentos de compasión
y sollozos comprimidos,
y llanto desolador
—Reina y señora.
Un hidalgo
de esta manera exclamó,
guardando tras la celada
su dolorida expresión.
—¿Qué?
—No busquéis
—¿No ha venido?
—Atrás un paso quedó.
—¡Cobardes! ¿Le abandonasteis?
Dadme un corcel ¡allá voy!....
—¡Señora!
—¡Busco a mi esposo!
¡Apartad! ¡Cobardes sois!....
—Pero oíd
—¡Qué!
—Enfermo...
—¡Cielos!
¡Qué me grita el corazón!
Decídmelo todo ¡todo!
¿Favila?....
—¡Murió!
—¡Murió!.... -139-
 
      Conclusión
 
Al poco tiempo, en Canicas[11]
 dos túmulos se elevaban,
que los astures miraban
con pueril curiosidad.
«Aquí don Favila yace»
sobre el primero decía,
y en el otro se leía:
«¡Descanse Froiliuva en paz!»

 

FUENTE

 

Martínez de Velasco, Eusebio, “La muerte de Don Favila”, Ecos de gloria: leyendas y tradiciones históricas en verso y prosa, [S.l.] [s.n.]1880.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

NOTAS

[1] Hoy  Cangas de Onís, corte de los primeros reyes de Asturias. (Nota del autor)

[2] Vestiglos: Monstruos.

[3] Poterna: En las fortificaciones, puerta menor que cualquiera de las principales, y mayor que un portillo, que da al foso o al extremo de una rampa. (Diccionario de la lengua española, RAE)

[4] Froiluva:  Muchos historiadores dan equivocado el nombre de esta señora, el cual está bien claro, por cierto, en la inscripción votiva de la iglesia de Santa Cruz, fundada por el mismo Favila (Nota del autor)

[5] Mora: demora.

[6] Llamase también Olicio, y es uno de los lugares más agrestes del Principado. (Nota del autor)

[7] El autor del Cronicón Salmanticense disculpa a Favila, diciendo: propter paucitateni temporis, Historke dignum nihil fecit.—Flórez, España Sagrada, tomo VIII. (Nota del autor)

[8] Guadelete, el lugar donde fue vencido el rey Rodrigo; Auseva y Covadonga fueron otras importantes batallas en las que participó el rey Pelayo.

[9] Trotón: caballo brioso.

[10] «Era la caza la pasión favorita de este príncipe, y entregado a esta diversión pereció un día, desgarrado por un oso que había tenido la imprudencia de irritar. J—Lafuente, Historia de España, parte II, tit. i, cap. III. Los piadosos habitantes del valle del Sella colocaron una cruz de madera en el sitio donde murió Favila, y en el siglo XVI existía aún, pues Ambrosio de Morales dice: «así está señalado en ella el lugar de. muy antiguo, con una cruz.»—Crónica, tom. 111, lib. XIII, pág. 15. En la actualidad no existe. (Nota del autor)

[11] Ambos jóvenes esposos fueron sepultados en la iglesia de Santa Cruz. Por cierto que en la inscripción votiva del templo se lee: et fámulas Favila sic condidit—cum Froiliuva conjuge, ac suorum prolium pignora nata —discúrreme era DCCLXXVII.t No está, pues, en lo cierto el P. Mariana, cuando afirma que Favila y Froiliuva no tuvieron hijos. En 1867, la iglesia de Santa Cruz de Cangas estaba convertida— vergüenza es decirlo—en establo.—Castor de Caunedo, Álbum de un viaje por Asturias, etc. (Nota del autor)