DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Leyendas, cuentos y poesías, E. Martínez (sucesor de Escribano), 1876 - pp.74-114

Acontecimientos
Retrato mágico
Personajes
Miguel de Cantillana, Rita, Baltasar Raya, el diablo
Enlaces
Cortés, Narciso Alonso. "Narciso Serra." Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo 27 (1930): 225-258.
Fernández Bremón, José. "Don Narciso Serra." Cánovas del Castillo, Autores dramáticos contemporáneos I: 347-363.
Gies, David T. "La generación de 1850: Narciso Serra, Luis de Eguílaz y Luis Mariano de Larra." el teatro en la españa del siglo XiX (1996): 364-394.

LOCALIZACIÓN

CANTILLANA

Valoración Media: / 5

  BALTASAR RAYA.LEYENDA. (1)

I
 
Hay en Sevilla, cerca de Triana,
un prado fertilísimo, que orla
un riachuelo, cuyas limpias aguas
al Guadalquivir bajan presurosas.
Todo allí es bello; las olmedas verdes,
reposo brindan con su grata sombra,
mientras suspira el viento enamorado,
débil moviendo la inquietas hojas.
Allí la flor del sol abre su cáliz
y satisfecha porque el sol la dora,
sólo le cierra cuando ya la noche
todo lo envuelve con su doble son.
Eternamente allí se escucha el canto
del dulce ruiseñor y de la alondra,
y el arroyuelo presuroso corre
besando plantas que ligero moja,
Y el sol, el claro sol, sus rayos vierte
y con su luz purísima colora
el paraíso aquel, que paraíso
puede llamarse cuando el sol asoma
nada del prado aquel turba el silencio,
tan solo el agua que entre guijas brota
se escucha débilmente, o el arrullo
con que suspira enamorada tórtola (pp.75-76)
Y allí, cabe una peña, junto a un sauce
su robusta raíz un poste apoya
y dice este lugar está bendito,
una tablilla en escritura tosca.
Y una tumba hay ahí, modesta y pobre
y en medio al campo solitario
la losa y un sarcófago sencillo solo
Rita, nada más dice la losa.
Un hombre y hombre joven todavía
cuida las frescas flores que la adornan
e inmóvil contemplando aquella tumba
se la pasan las horas y las horas (p.76)
Más ¿quién es esa Rita? ¡Ay! pobre Rita,
os la voy a contar, triste es su historia;
y vosotros, conjunto de verdura,
de savia y de vigor, de luz y aroma,
campos de la risueña Andalucía,
nunca os apartaréis de mi memoria,
no quiera Dios que sin volver a veros
 resuene para mí la última hora.

              II.

 
En Sevilla y en Triana,
por lo noble del solar,
es venerado sin par
don Miguel de Cantillana.
Veinticuatro y caballero
de muy alta jerarquía,
todo él respira hidalguía
y es en nobleza el primero;
y tiene tanta riqueza,
que supera muchas veces
a su nobleza, con creces,
aunque es tanta su nobleza.
Y como hoy de Cantillana
es el santo (San Miguel)
diz que piensa tirar él
la casa por la ventana.
En efecto, hay un convite
en sus salones, abiertos
para más de cien cubiertos,
sin darle el gasto un ardite[1].
Y hay mucho ruido y tropel
y alegría extraordinaria,
porque es cosa necesaria
festejar a San Miguel.
Y hay música de mil modos
y bailes en el terrado[2]
y, menos el festejado,
allí se divierten todos.
Porque un tormento cruel,
una indescriptible pena
honda y oculta, envenena
el alma de don Miguel.
Al fin y al cabo se van todos,
dejémoslos ir; y él, que salió a despedir
 las gentes  hasta el zaguán, para ir
 a la habitación
donde rezaba o dormía,
precisamente tenía
que atravesar un salón
que adornan ricas pinturas
de los pinceles maestros
de los pintores más diestros,
con trazados y molduras
y sedería;
y después de todo esto,
un retablo con San Miguel
y el diablo a sus angélicos pies.
Es hermosa la figura
del Arcángel San Miguel,
al paso que de Luzbel
miedo causa la escultura.
De tamaño natural,
parece que ambos a dos
están, por orden de Dios,
fijos en su pedestal.
Vivos parece que están,
y parece que nos miran,
que se mueven y respiran
el Arcángel y Satán.
Y ya cerca de la sala
en donde el retablo está,
el triste don Miguel va
sintiendo su suerte mala.
Siente el pobre caballero,
para su mucha riqueza
y su muy rancia nobleza,
no tener un heredero.
Y es natural que se aflija
don Miguel, porque ya cuenta
cerca de años sesenta
y ni un hijo ni una hija;
y aunque lleva a su mujer
más de veinte años, quizás
como es ya viejo y va a más,
no los espera tener.
Pero sintió con asombro,
cuando meditando estaba,
alguien que se le acercaba
y le tocaba en el hombro.
Volvióse, y era Luzbel;
se asustó, pero llamando
a su valor, siguió hablando
y dijo mirando a él:
— ¿Eres el diablo?
— Sí, el diablo.
— ¿Pero eres tú mismo?
—Yo, yo mismo.
— ¿Cómo es que no te encuentras
 en el retablo?
— ¿Qué santo es hoy?
— San Miguel; es mi santo.
— Hoy sube al cielo el ángel,
 tendiendo el vuelo, a tomar
órdenes del Eterno Padre,
 y a mí se me deja a discreción
dentro de una habitación,
y por eso estoy aquí;
 te he sentido suspirar
y te he llamado,
porque yo tus penas calmaré
si me las quieres contar. -¿Tú?
— Eres un buen patrón
y te tengo cierto afecto,
aunque tienes el defecto
de ser un poco gruñón.
Volvió los ojos atrás
el buen anciano, miró
al retablo y encontró
la peana nada más.
Chocábale el abandono
de las figuras que había,
pero no lo comprendía;
al fin dijo en triste tono:
— ¡Mis penas! Sólo Dios puede
aliviarlas.
— O Satán.
— No en vano los años van.
— Pues, dime, ¿qué te sucede?
— Que yo, aquel cuya riqueza
a los más ricos excede
y es tanta que sólo puede
compararse a su nobleza,
tendré que distribuir
mis haciendas a dos manos
entre parientes lejanos
y criados de bien servir.
Que yo triste, que perdí
mi pobre hermano en la cuna,
veo por mala fortuna
morir mi nobleza en mí.
Que no tengo un heredero
a quien dar, por buen camino,
tanto rancio pergamino
y tanto y tan buen dinero.
Que voy de la muerte en pos
y no dejo quien se aflija,
y ni un hijo ni una hija
para encomendarme a Dios.
Y siento, y esto es lo cierto,
tras de vivir muchos años,
dejar mi caudal a extraños
y ver mi apellido muerto.
— ¿Y eso causa tu pesar?
— Me entristece hasta el exceso.
Creo me mate.
— Pues eso es fácil de remediar.
Tendremos un hijo...
— ¡Cómo tendremos!
¡Bah! No te espantes,
no quiero tu mujer;
antes necesitamos aplomo
al decidir la cuestión
y ser igual la partida.
Yo te daré fuerza y vida
para tener sucesión,
y tendrás un hijo.
— ¿Es cierto, es cierto?
— De positivo:
tú le disfrutarás vivo
y yo le gozaré muerto.
— ¿Si él se salva?...
— Es cuenta suya
más mucho tiene que hacer
contra todo mi poder
para que mi obra
destruya. ¿Te conviene el trato?
—Sí; ¿si él reza y se salva?
— Estás tú libre; ¿qué quieres más?
— Nada.
— Pues descansa en mí.
Y sujetándole bien,
ligero el genio del mal,
una línea trasversal
le trazó de sien a sien.
Sintió en la frente un dolor
infinito el buen anciano,
y levantando la mano
casi ciego de furor,
fue a él diciendo:
— Satanás,
aunque cien veces lo fueras,
te he de escarmentar de veras
para no tocarme más.
— Así te quiero yo ver,
animoso y esforzado.
— ¿Qué me dices?
— Que te he dado la juventud
y el poder. Veo que te sobra brío
para sufrir un ultraje.
— Sí, gracias a mi coraje.
— Y gracias al dedo mío.
Anda a buscar tu mujer
y anuncie tu regocijo
que en breve tendrás un hijo;
y no tienes que temer
que muera niño; jamás
ha consentido la suerte
que arrebatase la muerte
la parte de Satanás.
Tú ya has ganado el albur[3];
pero ya, si no me engaño,
viene el Ángel, ¡otro año
de mala postura! Agur[4].
Dióle a Miguel un vahído,
que le dejo como loco
largo rato; poco a poco
fue recobrando el sentido.
Lo primero, al despertar,
que hizo, fue ver el retablo,
y vio a San Miguel y el diablo,
cada cual en su lugar.
A punto estuvo el anciano
por aclarar el enredo
tocando, más le dio miedo
y tuvo quieta la mano.
Por fin a otra habitación
dirigió veloz el pie,
porque, sin saber por qué
le infunde miedo el salón.
Y recordando el encuentro
que ha tenido con Luzbel,
se encuentra el buen don Miguel
como fuera de su centro.
Siente una crisis mental
y siente una duda horrible,
y compara lo posible
con lo sobrenatural.
Y por mucho que buscó,
de cierto no ha descubierto
si ha sido el encuentro cierto
o ha sido que lo soñó. - 86-
 
               III.
Y van y vienen las gentes
en bullicioso tropel,
y todo es fiestas y música
y danza y broma y placer.
Gracias a Dios, que ya tiene
heredero don Miguel,
pues, tras una mala noche,
a eso del amanecer,
le dio su mujer un niño
hermoso como un clavel,
blanco, rubio, colorado,
rebosando robustez.
No tiene más que un defecto,
si es que defecto esto es;
una raya colorada
le cruza de sien á sien.
Y en vano quieren quitársela
sin arrancarle la piel;
por lo demás, el muchacho
vive y se cría muy bien,
y el día de su bautizo
fue lo que hubo que ver.
Pusiéronle Baltasar,
que es el nombre de un rey,
y al cabo quien es tan rico
majestad ha de tener.
Su tierna madre le adora
y está muy feliz con él;
su padre le quiere mucho,
pero se nota también
que tiene algunos momentos
en que no le da placer,
sobre todo cuando mira
la raya encarnada,
que le hace
llevarse a la frente
las dos manos a la vez.
Y le rechaza de sí
y no le ve como es,
sino con una figura
horrible, y le dice que
es hijo del mismo diablo,
y se arrepiente después,
y dice que es hijo suyo
y que es su único bien:
en fin, chocheces de viejo;
él padece de chochez.
No puede ver el retablo
del bendito San Miguel,
sin estremecerse, y dice
que el diablo, que está a sus pies,
es un diablo en carne viva
y se está riendo de él.
Quiere romperle en pedazos,
pero le falta poder,
o quemarle, reducirle
a cenizas, eso es;
mas, quemar al diablo, pase,
pero a San Miguel también...
¿Qué hará? ¿Qué no hará?
Abre un nicho
en mitad de la pared,
coloca el retablo dentro,
tapiándolo después bien,
y ni San Miguel ni el diablo
volvieron a parecer,
y según está de humor,
está cuando a su hijo ve,
o rechazándole fiero,
o extasiándose con él.
 
 
 
 

[1] Ardite: moneda de poco valor que hubo en Castilla. (DRAE)
[2] Terrado: cubierta de un edificio
[3] Albur: Contingencia o azar a que se fía el resultado de alguna empresa. (DRAE)
[4] Agur: expresión antigua que se utilizaba para despedirse.