DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Leyendas salmantinas. Salamanca: Imprenta de Francisco Núñez Izquierdo, 1890, pp.61-66.

Acontecimientos
Castigo de la frivolidad
Personajes
Blas, el zapatero; Antonio Carbajal y Venegas.
Enlaces
Dorado, Bernardo. Historia de la ciudad de Salamanca. Imp. del Adelante, 1863.p.79.
Falcón, Modesto. Salamanca artística y monumental o descripción de sus principales monumentos. Establecimiento tipográfico de Telesforo de Oliva, 1847.p.37
Quadrado, José María. Salamanca, Avila y Segovia. L. Tasso, 1865.p.157.

LOCALIZACIÓN

CALLE MAZAS

Valoración Media: / 5

Una anguila y un seminario

 

El año 1630 al 1650 vivía en la calle de las Mazas, un zapatero remendón, que era el solaz del barrio por su desenfado, su despreocupación y su alegría constante.

Su boca siempre abierta para decir gracias,  chascarrillos y coplas, y sus manos en constante movimiento para pespuntear los zapatos, o clavar tapas y tacones, o sacudir contra el guijarro la dura suela.

El tío Blas trabajaba de sol a sol y velaba las más de las noches; pero los lunes ¡ay! los lunes cerraba a cal y canto el portal, y agarrando la guitarra y la cesta donde su buena mujer, la tía Geroma, había colocado la víspera comída —62—y bebida en abundancia, salíase para La Aldehuela, el Prado Rico, el Soto Muñiz, o la Huerta de Otea para no regresar a su casa hasta bien entrada la noche.

La pobre mujer de Blas traíale casi siempre del brazo, y a duras penas lo empujaba hasta la cama; tal era el estado lastimoso en que ponían al zapatero las más de las veces aquellos festines semanales, rociados con el alcohólico  vino toresano o el clarete de Cepeda.

Seguían a Blas en sus expediciones las mozuelas del barrio, pues era de rúbrica que tras la merienda se armara baile y animada zambra que sólo deshacía el sol al trasponer los calvos tesos[1] del Montalbo.

Blas, a veces en su entusiasmo, erguíase con la vihuela[2], y cuando era mayor el ruido, el desentono y la gresca, bailaba también como una peonza, sin abandonar el instrumento, que rasgaba sin cesar a través de violentas vueltas, alocados brincos y grotescas contorsiones.

Parecía como que el mosto fermentaba de nuevo al llegar a la templada cuba del vientre del zapatero Blas.

Pasado el lunes con su noche, el cofrade de San Crispín recobraba su amor al trabajo, su asiduidad y constancia en el oficio, que no perdía hasta la siguiente semana

Aunque remendón el tío Blas, no dejaba de tener utilidades. Sus manos eran máquinas para zurcir y remendar, para clavetear en toda forma y poner contrafuertes y seguras tapas, y para disculpar con piezas las bocas que el uso abría —64— de continuo en los zapatos, borceguíes y chinelas de sus parroquianos; pero con sus festines de los lunes, el tío Blas vivía al día, sin ahorros y sin fondos para hacer frente a una enfermedad o a una contrariedad desgraciada.

 Él lo decía gráficamente muchas veces entre zumbón y melancólico:

Tacón cosido, tacón comido.

Su mujer le reprendía de continuo su falta de previsión y le excitaba a dejar las expediciones al campo y las comilonas; pero Blas era impenitente. Al llegar el lunes, arrojaba a un lado tirapié[3] y lesnas[4], piedra, cabos y cerote[5], y volviendo con amor los ojos hacia la cesta y la guitarra, salíase por las afueras cantando coplas y dando más saltos que una cabra. ¡Qué le hemos de hacer! decía algunas veces la tía Geroma a las vecinas, sus amigas, ¡es el vicio de mi Blas! Él trabaja, me quiere; pero es tan antojadizo para comer los lunes, que lo mejor del Corrillo ha de ser para él.

Muchas mañanas el remendón, reconociendo su pecado, solía cantar al son del martillo con que estrujaba la suela:

 
Es un tormento, y no chico
haber nacido uno pobre
teniendo boca de rico.

 

Llegó, al fin, el Lunes de Aguas[6], y Blas quiso festejar ese lunes máximo del año en Salamanca o sea con una merienda que aventajase en mérito a las demás; de modo que muy de mañana se fue al Corrillo y pasó revista a todo lo que allí había.

Desde luego llamó su atención una hermosa anguila, por la que pedían la friolera de sesenta reales; contemplábanla juntamente con el remendón el señor Carbajal y Vargas, regidor perpetuo del Ayuntamiento y otro acaudalado caballero de Salamanca; mas ninguno de ellos se atrevía a cerrar trato, ante el precio algún tanto subido de aquel pescado. Colocada la anguila en un gran capacho, aún azotaba las mimbres con su cola, y aún abría afanosamente la boca, ansiosa del frescor perdido de las aguas. Su dorso verdoso hacía cambiantes hermosos, herido por el sol, y al tratar de revolverse perezosamente en el cesto, su nevado vientre producía en los ojos de Blas extraña impresión y vivo anhelo.

¡Qué seducción era para él la idea de ver aquella preciosa pieza enroscada en la cazuela, entre el gustoso mojo[7] verdoso aderezado por las hábiles manos de la tía Geroma! ¡Qué movimiento de pasmo no iba a causar entre el corro de artesanos que cerca da él merendasen en el Prado Rico o en la Alamedilla la tarde bulliciosa y alegre del tradicional Lunes de Aguas!

El zapatero hizo un súbito movimiento como de decisión firme, sacó de pronto los sesenta reales del bolsillo, los entregó al pescantín[8], y agarró entre sus manos, ennegrecidas por el betún, la hermosa anguila. Los caballeros miráronse —66— sobrecogidos y confusos ante aquella inesperada compra.

—¿Pero cómo os atrevéis, exclamó Carbajal, a hacer ese despilfarro? ¿Y si os da mañana una enfermedad?

— ¡Ah!, replicó el remendón, para esos casos señor don Antonio, está el Santo Hospital. El doctor Carbajal calló ante la respuesta del cofrade de San Crispín[9], mas no la echó en saco roto.

Célibe y sin familia, había hecho testamento, hacía largos años, dejando todos sus bienes al Hospital.

Lo revocó aquel mismo día, fundando el Seminario que llevó después su nombre, prohibiendo en los estatutos la entrada a los hijos de zapatero.

Carbajal llevó, sin duda, demasiado lejos la consecuencia de la compra de la anguila, y generalizó a todo un gremio las singulares cualidades del tío Blas; pero ¡cuántos huérfanos desvalidos, de zapateros sobrios y prudentes, habrán purgado las locuras, y ¡los arrojos e imprudencias del alegre remendón de la calle de las Mazas!

Así es en la mayor parte de los hombres la experiencia: un caso práctico que generalizan sin reparo.

Así es en la mayoría de las clases pobres la vida: gozar un día, sin reparar ni medir las consecuencias de la imprevisión v del desorden.

FUENTE

Antonio Gª Maceira, Leyendas salmantinas. Salamanca : Imprenta de Francisco Núñez Izquierdo, 1890, pp.61-66.

NOTAS


[1] Teso: colina baja que tiene alguna extensión llana en la cima. (DRAE)

[2] Vihuela: instrumento musical de cuerda, pulsado con arco o con plectro. (DRAE)

[3] Tirapié:  correa unida por sus extremos que los zapateros pasan por el pie y la rodilla para tener sujeto el zapato con su horma al coserlo. (DRAE)

[4] Lesna: lezna. Instrumento que se compone de un hierro con punta muy fina y un mango de madera, que usan los zapateros y otros artesanos para agujerear, coser y pespuntar. (DRAE)

[5] Cerote: mezcla de pez y cera, o de pez y aceite, que usan los zapateros para encerar los hilos con que cosen el calzado. (DRAE)

[6] Lunes de aguas:  lunes de Pascua. El día en que se regularizaba de nuevo la apertura de las mancebías, prohibida durante  la Cuaresma  (Cr. Lorenzo Pinar, Francisco Javier, Fiesta religiosa y ocio en Salamanca en el siglo XVII: (1600-1650), Salamanca, Universidad 2010:  p.75)

[7] Mojo: salsa.

[8] Pescantín: pescadero.

[9] Cofrade de San Crispín. patrono de los zapateros.