DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Semanario pintoresco español,Año IX, 11/8/1844, pp. 254-55; 18/8/1844, pp. 259-60.

Acontecimientos
Personajes
Barberos (el minal y el que se burla),Móstolo y su mujer
Enlaces

LOCALIZACIÓN

MADRID

Valoración Media: / 5

 

UN BÁRBARO Y UN BARBERO

 

Episodio histórico extractado de los Anales de las barberías de Madrid.

 

Cuentan las crónicas (y nuestros lectores lo habrán oído contar mil veces), que había en Madrid un barbero algo rechoncho, coloradote y ancho de espaldas, que sabía tocar rondeñas[1] con muchísima gracia, y tenía tanta cháchara[2] y una parla[3] tal, que la gente se iba a su tienda como por encantamiento. Con todo llegaron a observar algunos, que entraban muchos y no volvían a salir, y que por lo común eran pájaros gordos..., es decir, de carnes, que aquí no se habla de turrón. Es el caso, que el barbero con toda su gracia y su buena pinta era un matasanos[4] examinado y robado, y se entretenía como quien no dice nada en afeitar de veras a la gente: para ello luego que tenía a uno medio rapado, le cogía por las narices, y sin decir oste ni moste[5] le embestía con una buena a parado[6], por debajo de la nuez, dejándole tan bien parado, que no le volvía a doler diente ni muela.

Daba en seguida una patada en el suelo, abríase una trampa, y el pobre afeitado bajaba por escotillón, como en comedia de tramoya, convertido en efigie de S. Dionisio, o de cualquier otro Santo decapitado. Recibíanle en la bodega los precisos operarios de aquella plaza, que eran dos extremeños, los cuales ejecutaban con el difunto metamorfosis desconocidas de Ovidio, y que solo debieron ser algún tanto conocidas por Homero, el cual tuvo la humorada de comparar la Reina Hécuba a una morcilla.

Llegose por fin a sospechar algo, al ver las frecuentes desapariciones de gente gorda: principiaron a observar los vecinos y a olfatear las viejas, y al fin vino a descubrirlo todo un perro, que por los hechos debió ser pariente del de Montargis. Habiendo entrado este con su amo en la barbería y observando la fiesta que le hacia el bárbaro barbero, se abalanzó contra él, y a las primeras de cambio le llevó media pantorrilla y volvió por la que dejaba. El barbero principió a bailar el pelado[7], y apenas podía defenderse con la navaja. Al ruido de la gresca[8] acudieron los vecinos, y el matachín[9] apenas tuvo tiempo para abrir la trampa y ocultar a su víctima. A las reiteradas preguntas de los vecinos, respondió con evasivas, y echando la culpa al perro, que le había hecho toda aquella sangre a mordiscos. No se dieron por muy satisfechos, mucho más confrontando las encontradas relaciones del barbero, cuya turbación crecía por instantes, y observando la porfía[10] del perro, que no cesaba de aullar a la puerta, por más que, el barbero le arrojaba desde la reja toda el agua hirviendo que tenía en sus pucheros. Temiendo por fin ser cogido infraganti[11] trató de huir, a tiempo que llegó un alguacil a quien habían avisado, el cual pasando a reconocer la bodega encontró a los dos adláteres[12] con la masa entre las manos.

Por abreviar la narración diremos, que habiéndoles ajustado la cuenta en casa de la tía, y saliendo alcanzados de razones, la sala del crimen tuvo a bien enviarlos a los tres a pasear vía recta por la calle de Toledo adelante, caballeros en tres sendos pollinos, hasta llegar a la plazuela de la Cebada, donde hicieron un poco de ejercicio en el columpio, y quedaron en seguida por espacio de tres horas en el mismo sitio, tomando baños de viento.

 

II.

Yo no salgo garante de la verdad de este suceso, y probablemente no habrá sobre ello documento alguno ni aun en el archivo de Simancas, pero lo que no admite duda, es, que la tradición está vigente, y que algo de ello habrá sucedido a ser cierto aquel refrán, «que la mentira siempre es hija de algo, sin ser hidalga.»

También lo oyó contar asimismo Asensio Móstolo vecino de Daganzo, (no se sabe si de arriba o de abajo), alias el tío Pan de boda, y fue tal el horror que le causó la simple narración de aquel suceso, que estuvo a pique[13] de hacer voto de no afeitarse jamás. Por desgracia suya tenía que venir al día siguiente a la Corte a vender una carga de pan, y enterarse del estado en que se hallaba un pleito, que llevaba en apelación; pero acosado con el terrible efecto que le había causado la narración de los crímenes del asesino rapista[14], descuidó el ponerse en manos del barbero de su lugar. Salió pues de allá al amanecer y llegó a Madrid a cosa de las nueve alborotando sus calles y plazuelas desde el momento en que entró, con el anuncio de su pan de boda[15] (de donde le había venido su mote) rimándolo de cuando en cuando en esta forma.

 

Pan. pan…, de sacristán

de pico, de pico.... ¡qué rico!

 

Pero en aquel día no llamaban ya su atención las cortinillas vergonzantes, las celosías ambiguas, los chicheos[16], ni las llamadas misteriosas, porque en todo el camino apenas había dejado de pensar en el lance del barbero, y hubiera dado el mejor pan de su esportón[17], por saber el paraje que había servido de teatro a las barberiles hazañas, y rezar allí un Padrenuestro por las almas de los chorizificados[18].

Al pasar por una calle con dirección a la de la Montera, observó a un lado de la puerta una especie de escudo triangular, en el cual había unas letras, que leyó Móstolo con mucho trabajo y que contrastadas con la fe de erratas decían: se corta y riza el pelo a 2 rs., rizado solo 2 reales.

Dentro del portal se veía una mano negra apuntando a otras letras que decían: «En el piso principal está la barbería». Erizáronsele los cabellos con aquellas palabras, y ya se preparaba a dejar aquel sitio entonando su pan de boda, cuando por un movimiento de curiosidad alzó la cabeza y vio en el piso principal un hombre a quien estaban cortando el pelo. En aquel momento dio el peluquero dos patadas en el suelo: asustose Móstolo y alargando el pescuezo, desencajados sus ojos y trabada de terror su lengua esperaba por momentos ver hundirse al incauto parroquiano, cuando se abrió la puerta y entró un muchacho meneando unos hierros que traía en la mano. Aplicolos el barbero a la cabeza del prójimo pelado, de la cual se levantó una espesa humareda, con honores de chamusquina. Conociendo entonces Móstolo su error, dijo en sus adentros: «¡he aquí en lo que se parecen estos Usías[19] a los borregos de mi lugar, que después de esquilados los marcan en caliente!»

III.

Luego que hubo despachado el vecino de Daganzo su mercancía y aviado[20] su compañero de viaje (el jumento), salió hacia casa del abogado con no poco sentimiento de ver sus barbas tan pronunciadas, o tan borrascosas, como dijo Cervantes de las de Sancho Panza. Consideraba al mismo tiempo cuan fea cosa era presentarse ante un letrado con la cara espigada, y aún estuvo tentado por sentarse en la esquina del Buen Suceso, y poner sus barbas en manos de algún rapista ambulante, a no haberle parecido demasiado prosaico aquel sencillo aparato. Siguió pues adelante batallando en su interior sobre el medio más oportuno y las precauciones regulares con que deberla admitir la intervención barberil, cuando de pronto descubrió unas puertas vidrieras, y en el latido que le dio el corazón conoció luego que aquello era una barbería. No se engañó, pues al punto descubrió dos bacías[21] colgadas sobre la puerta, signo evidente de ser una oficina da rapis. Pero lo que más llamó su atención fueron dos enormes avechuchos con cuerpo de águila, orejas de zorra y una larguísima cola enroscada en forma de arabesco, dejando en duda la familia a que pertenecía, que probablemente no se la descifrara el mismo Cuvíer. Atónito los contemplaba Móstolo calculando que aquellos debieran ser por lo menos los esqueletos de la araña de S. Jorge y del lagarto de S. Ginés, afirmándose más y más en su horror a las barberías, al ver los horribles emblemas que colocaban sobre sus puertas.

Dominado de aquella impresión terrorífica, y sospechando que quizá aquel hubiera sido el teatro de otras barberiles hazañas en el ramo de salchichería, exaltose su imaginación, y tomando cuerpo y movimiento a su vista las cosas inanimadas se le figuró ver dos dragones espantosos, que le miraban con ojos amenazadores, enroscando su cola en mil complicadas contorsiones, y vomitando fuego por los ojos y la boca. Fascinado y aturdido apenas podía moverse, cual si permaneciera enclavado en aquel sitio, hasta que le sacó de aquel estado de enajenamiento un estupendo codazo, que le dio un transeúnte para que desembarazase el paso. Entonces desvanecido repentinamente aquel aturdimiento momentáneo, conoció que los monstruos eran dos tablas pintadas figurando unos grifos[22], de cuyos picos pendían las bacías, y que las llamas no eran otra cosa que el reflejo del sol en ellas.

Avergonzado y corrido a vista de su infundado terror, apretó los dientes de coraje, y entrando en cuentas consigo mismo, dijo en su interior: «¡Es posible que Asensio Móstolo vecino de Daganzo haya de tener miedo a un barbero! ¡yo que me cargo un costal de trigo sin hacer empuje, y salto por encima de mi mula sin tocar pelo; yo que puse el tiro de barra en Argete[23], cuando las funciones del Cristo, tengo ahora de huir de una barbería!...» y por un movimiento rápido e impremeditado se lanzó hacia la puerta, dominado por un arrebato febril y decidido a no presentarse con barbas ante su abogado. En aquel momento hubiera arrollado un regimiento de guardias walonas, que hubiera querido estorbarle el paso: tal suele suceder a veces que un arrebato de valor, un exceso de curiosidad, y un sentimiento de amor propio ofendido lanzan al hombre en los peligros mismos, que trataba de evitar.

Al llegar Móstolo a la barbería, empujó la vidriera que estaba entreabierta, y con ademan resuelto se encaró con el barbero echando por delante su acostumbrada salutación:

Ave María purismo.

—Sin pecao concebía[24].

— A ver si me da su mercé[25] un rape[26]. Y al decir esto se pasaba la mano por la barba acompañando las palabras con los ademanes. El barbero tomó una silla y la colocó de golpe en medio de la habitación, la cual estaba enladrillada como al punto observó Móstolo con no poca satisfacción suya. Con todo, el ruido que hizo la silla retumbó en su interior, haciendo vacilar algún tanto su resolución, pero reuniendo sus fuerzas, continuó su diálogo con el barbero, diciéndole:

—¿Tendría su mercé inconveniente en afeitar a la puerta de la calle?

—¡Vaya una petición rara!

—Es que en mi pueblo me afeito siempre a la puerta.

—Pues amigo, en Madrid está prohibido.

—Pues hoy mismo vi yo afeitar en la puerta del Sol.

—Oiga ¿pues qué cree el patán[27], que está hablando con algún aprendiz pela-gatos[28]? Vea el rótulo que hay encima de la puerta.

—No puedo leer el rótulo, porque me ofende lo negro.

—Pues sepa que está hablando con Don Ñuño Rasura, cirujano comadrón, para servir a V.

— A mi Colasa... que yo no lo uso.

Durante el diálogo el barbero sin cuidarse de las interpelaciones de Móstolo, le embistió con toballa[29] y bacía, colocándole una y otra en las regiones yugulares, vulgo gaznate. La humedad del agua, que tiraba a fría, calmó algún tanto la efervescencia del vecino de Daganzo, y dio lugar a que volviese a saltear su imaginación la funesta idea de la salchicha, casualmente en el momento en que sentía el contacto de la navaja: al punto principió a dar diente con diente, como los muchachos de su lugar, cuando hacían la mosca, golpeteando sus mandíbulas.

—¿Qué tiene, buen hombre?, le dijo el barbero, que está temblando como un azogado[30].

—Nada... solo que... tengo miedo que corte...

—La conversación, ¡y no será extraño que corte algo más, si no se sosiega!

Y diciendo y haciendo continuó desmontando aquel matorral. El barbero tenía que alzar a cada paso la navaja por no desollarlo como a S. Bartolomé, mas a pesar de todo su cuidado no pudo menos de hacerle dos o tres chirlos[31], que como es de suponer aumentaron el miedo de Móstolo. Apercibiéndose el barbero de la enfermedad del parroquiano, determinó curarle de espanto.

—Usted, buen hombre, dijo a Móstolo, debe ser de buena sangre.

—Sí señor, soy de raza de hidalgos, aunque he venido a menos.

—No digo eso, sino que debe tener la sangre muy dulce: ¿ha observado V. si le acuden mucho las pulgas?

Esta frase concluyo de dar al traste[32] con el poco valor que restaba a Móstolo, el cual aterrado y casi exánime[33], principió a decir en sus adentros el acto de contrición. Las fuerzas le abandonaban por instantes, sus piernas se negaban a la fuga, y aquel valor frenético con que se había lanzado al peligro acababa de disiparse. Para mayor desconsuelo entreoía en medio de su vértigo las terribles palabras del barbero, que le hablaba de chorizos y jamones, y de un navajón que tenía para descañonar[34].

Llegó por fin el momento crítico en que el barbero cogió por las narices a su parroquiano. Acordose este de que el barbero de marras aprovechaba aquella ocasión para pegar el tajo a sus víctimas, y levantándose con violencia lanzó un terrible alarido. El barbero desprevenido para aquel lance y asustado a la vez, le pega sin querer una cuchillada, hacia donde la dio S. Pedro. Entonces Móstolo convencido de que la terrible operación ha principiado, da una coz a la silla y se lanza impetuosamente a la calle con el paño puesto, y un lado de la cara lleno aún de jabón, y en pos de él sale el barbero con navaja en ristre gritando ladrón, ladrón. A las voces acuden las gentes y detienen al fugitivo, el cual medio exánime y abandonado de todas sus fuerzas, cae al suelo sin sentido.

Pesaroso el barbero de su pesada broma, corre por sus lancetas[35], y a beneficio de una sangría y de varios alfilerazos vuelve en sí el desgraciado Móstolo, cuya primera acción al recobrar sus sentidos fue echarse mano a la cabeza, dudando que estuviera aún en su lugar.

De resultas de este lance, permaneció mucho tiempo el tío Pan de boda atacado de una monomanía, persuadiéndose que vivía sin cabeza y negándose enteramente a dejarse rasurar. A fuerza de instancias logró su mujer convencerle de que se dejase espigar la cara con unas tijeras, cuya operación ejecutó ella misma hasta su muerte, después de la cual Móstolo tomó la determinación de meterse capuchino, a trueque de no dejarse manosear las barbas.

 

[1] Palo flamenco propio y característico de Ronda, algo parecido al del fandango, con que se cantan coplas de cuatro versos octosílabos.

[2] Abundancia de palabras inútiles.

[3] Labia: verbosidad persuasiva y gracia en el hablar.

[4] Curandero o mal médico.

[5] Sin pedir licencia, sin hablar palabra, sin despegar los labios.

[6] Quedarse el toro parado y con la cabeza alta cuando recibe la estocada.

[7] Moverse para que el perro no siguiera mordiéndole.

[8] Bulla, algazara.

[9] Payaso, bufón, que danza parodiando las danzas guerreras de la antigüedad.

[10] Obstinación, tenacidad.

[11] En el mismo momento en que se está cometiendo el delito o realizando una acción censurable

[12] Persona subordinada a otra de la que parece inseparable.

[13] Cerca de, a riesgo de, a punto de.

[14] Barbero (persona que tiene por oficio afeitar).

[15] Conjunto de los regalos, agasajos, parabienes, diversiones y alegrías de los recién casados

[16] Siseo: acción de sisear (emitir repetidamente el sonido inarticulado de s y ch, por lo común para manifestar desaprobación o desagrado, o para pedir silencio)-

[17] Capacho de esparto que se usaba para vendimiar.

[18] Convertidos en chorizos.

[19] Vuestra señoría.

[20] Apañado, arreglado.

[21] Vasija cóncava, por lo común con una escotadura semicircular en el borde, usada por los barberos para remojar la barba.

 

 

 

[22] Animal fabuloso, de medio cuerpo arriba águila, y de medio abajo león.

[23] Algete (Madrid).

[24] Sin pecado concebida.

[25] Merced.

[26] Afeitado, rasura o corte de la barba hecho deprisa y sin cuidado.

[27] Aldeano o rústico.

[28] Pelagatos: persona insignificante o mediocre, sin posición social o económica.

[29] Toalla.

[30] Contraer la enfermedad producida por la absorción de los vapores de azogue, cuyo síntoma más visible es un temblor continuado

[31] Herida prolongada en la cara, como la que hace la cuchillada.

[32] Destruirlo, echarlo a perder, malbaratarlo.

[33] Sumamente debilitado, sin aliento, desmayado.

[34] Pasar la navaja pelo arriba, para cortar más de raíz las barbas, después del primer rape.

[35] Instrumento provisto de una hoja de acero de corte muy delgado por ambos lados y punta agudísima, que sirve para sangrar abriendo una cisura en la vena y para abrir tumores y otras cosas.