DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Revista de España.  2º Año, n.º 9, 7/1869, pp. 251-274.

Acontecimientos
Personajes
El labriego Pascual Rodrigo, su mujer, su hijo Juan, Miguel de Cervantes, los frailes mercedarios
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LOCALIZACIÓN

COMUNIDAD DE MADRID

Valoración Media: / 5

Los padres de la Merced

Leyenda del siglo XVI, por D. A. Hurtado

 

No haya más, hijos; ea, desechad la tristeza,
que Dios que lo ve lo remediará.
FRANCISCO SANTOS. (Día y noche de Madrid, Discurso IL)
 
I.
En la antigua Morería,
barrio en Madrid conocido,
hay una calle llamada
la calle del Alamillo.
Tuvo origen este nombre,
hará cosa de tres siglos,
en un árbol medio enteco[1],
que a la ventura nacido,
en el confín de la calle
brillaba ufano y altivo,
con presunciones de grande
y realidades de chico.
 
 
Columpio eterno del aire,
columpio eterno de nidos,
murmurador de gorjeos
y fingidor de suspiros,
era el álamo el encanto,
el rico vergel florido
en que se estaban mirando
de la calle los vecinos.
Más cuidadoso que todos,
quizás por más entendido,
era un honrado labriego
llamado Pascual Rodrigo,
arrendador de unas tierras
en la parte allá del rio.
Trabajador como nadie,
y como ninguno activo,
madrugaba con el alba
iba a misa a San Francisco
tornaba alegre a su casa,
tomaba un torrezno[2] frito;
y encomendando a su esposa
el cuidado de sus hijos,
por la puente Segoviana
bajaba al campo tranquilo,
ensordeciendo los aires
con su canto peregrino.
Era su gloria el trabajo,
su delicia el ejercicio,
sembrar y coger sus mieses
todo su encanto y hechizo.
Así en perpetua fatiga
tras el arado o el trillo,
sin miedo alguno al invierno,
sin miedo alguno al estío,
iba Pascual acopiando
tantas cosechas de trigo,
que llenas, al fin, sus trojes[3],
y repletos sus bolsillos,
logró adquirir en su calle
fama y honores de rico.
Ver su casa daba gozo
que era su mayor aliño,
en la despensa perniles[4],
y en las techumbres racimos.
Su bodega era un asombro
sus vinos.... ¡vaya unos vinos!...
¡Mil lenguas de ellos se hacían[5]
los amantes de lo tinto! —
¿De aceites? — ¡Nada se diga!
¿Y frutas secas? —¡Sin tino!
¿Quesos? —¡Una maravilla!
¿Orzas[6] de miel? —¡Un prodigio!
En fin, era la tal casa,
por su rústico atavió,
una bucólica en ciernes,
o el resumen de un idilio.
Pues era tal su fragancia,
tal su olor, que, en paz sea dicho,
antes de llegar a ella
se aspiraban con ahínco
los penetrantes aromas
que exhalaban confundidos,
el clavo, el ajo, el poleo,
el romero y el tomillo.
En esta dulce vivienda
que aun envidiara Virgilio,
pasaba alegre sus horas
el buen Pascual los domingos.
Vestíase muy temprano
un traje modesto y limpio:
almorzaba, iba a la Iglesia,
rezaba en ella contrito,
y tornando al mediodía
a su apacible recinto,
rodeado de su prole,
ante una mesa de pino
sobre la cual campeaba
un mantel como el armiño,
apuraba esos placeres
inefables e infinitos
que solo aprecian los buenos
cuando se dan al retiro.
Iba al sermón por la tarde,
tornaba a casa a las cinco,
limpiaba el álamo un poco
para purgarlo de vicios,
y tomando luego parte
en la danza y regocijo
con que al son de un panderete
bailaban chicas y chicos,
daba rienda al alborozo
de su espíritu sencillo,
hasta que el bronce en las torres
con religioso tañido
señalaba el fin del día
y de la noche el principio.
Que entonces Pascual, su esposa,
su familia, los vecinos,
después de rezar la Salve,
un Credo o dos, y el Bendito,
acogiéndose a sus casas
como las aves al nido,
iban dejando desiertos
callejones y escondrijos,
hasta que cesando a poco
toda luz, todo ruido,
silencio y sombras llenaban
la inmensidad del vacío,
borrándose entre lo vago,
lo impalpable y lo infinito,
con toda la Morería
la calle del Alamillo.
 
II.
 
Y en esta dicha ideal
corrió el tiempo siempre igual
años tras años en pos,
Dios ayudando a Pascual,
Pascual bendiciendo a Dios.
Alma tierna y cariñosa
libre de afanes prolijos,
no pensaba en otra cosa
que en adorar a su esposa
y en adorar a sus hijos.
Mas como yo no sé quién
ha dicho, en son de desdén,
que en esta vida de engaños,
no hay mal tan largo, ni bien
que llegue a durar cien años;
el caso fue que Pascual
que en paz y feliz vivía
en este mundo mortal,
sintió del dolor un día
el aguijón infernal.
Y causa de este dolor
fue que el muchacho mayor,
ganoso de empresas grandes,
tomó un día con valor
plaza en los Tercios de Flandes.
Pascual ahogó su disgusto
que viendo el materno susto,
con asomos de valiente,
dijo entre grave y riente:
—¡Qué vaya a la guerra es justo!
No todos los que allí van
pierden la vida en campaña,
pues do[7] las toman, las dan:
¿Quién sabe si un día a España
tornará de capitán?  —
Con santa resignación
su esposa oyó esta razón
mas harto bien comprendía,
que el pobre Pascual tenía
destrozado el corazón.
Y no queriendo aumentar
tan vivo y rudo pesar
con su intenso padecer,
hizo cuanto pudo hacer
por no romper a llorar.
Y así muda y pensativa
entre dos penas cautiva,
la triste a la par temblaba
por el hijo que se iba,
por el padre que quedaba.
Mas fue inútil su rebozo[8],
que al dar un abrazo al mozo
cuando partió a sus campañas,
vendiola al fin un sollozo
que arrancó de sus entrañas.
Que sin poder resistir
ni poderse contener,
gritó al mirarle salir:
¡Ojos que te ven partir!
¿Cuándo te verán volver?
A tan tierna exclamación,
Pascual, que se reprimía,
lloró con honda aflicción;
¿Qué hacer? ¡si el pobre tenía
destrozado el corazón!
Con ansia ruda y cruel
gritó al infantil tropel
que le acariciaba en vano:
—¡Hijos, se fue vuestro hermano,
rogad al cielo por él!
Va a la guerra y solo va,
mirad si es justa mi queja:
¡Dios sabe si volverá!...
Ave que su nido deja,
¿cuándo al nido tornará?...
Oyó al paso este clamor
y aquesta[9] aflicción sin tasa
un padre predicador,
y entrose al punto en la casa
en el nombre del Señor.
—¿Qué causa aquí duelo tal?
el buen Mercenario dijo:
y contestole Pascual:
— ¡Ay, padre! causa mi mal
el haber perdido un hijo.
—¿Murió?
—Como si muriera,
en voz triste y lastimera
repuso Pascual con saña:
¡Maldiga Dios la bandera
que me lo lleva de España!...
—¿Va por fuerza o vocación?
—Por fuerza no, padre mío,
gritó Pascual con pasión,
lo empuja su corazón
que es indomable su brío.
—Pues siendo así, buen hermano,
repuso humilde el anciano
¿por qué su marcha reprueba?
¿No ve que Dios así prueba
su firmeza de cristiano?
Dé tregua a tal sentimiento,
y tome su ley por guía:
¿Quién de Dios sabe el intento?
No tendrá en su gloria asiento
aquel que en Dios no confía.
—¡Ay Padre mío!... ¿no ve
mi amargura y desconsuelo?
Si muere en Flandes, ¿qué haré?...
—Resignarse, orar con fe,
¿no hay otra vida en el cielo?
Al cielo los justos van
ese es el término fijo
de aquellos que a Dios se dan,
con la misma fe que Abraham
cuando le ofreció su hijo.
Si pues con igual anhelo
de sus promesas en pos,
a Dios ofrece su duelo,
asiento tendrá en el cielo
en la presencia de Dios.
Cedió en su pena tirana
Pascual a tales consejos;
mas viendo una forma humana
perderse lejos, muy lejos,
por la puente Segoviana,
ensanchando el corazón
y dando un suspiro, dijo,
con santa resignación:
—Ay padre, allá va mi hijo,
dadle vuestra bendición.
Y siguiendo el buen anciano
la dirección de la mano
que le trazaba Rodrigo,
hizo el signo del cristiano
y dijo: «¡Yo te bendigo!»
Con lo cual el buen Pascual
creyó ya libre de mal
al que ansiando empresas grandes,
iba en alarde marcial
a las campañas de Flandes.
 
III.
Y así pasaron los días,
y así pasaron los meses,
Pascual, su esposa y los chicos
rezando por el ausente.
Muchas noches, cuando a solas,
y en meditación solemne,
marido y mujer se hallaban
cara a cara y frente a frente,
oyendo el ronco bramido
de los aires de diciembre,
a una voz se preguntaban
mirándose mutuamente:
—¿Qué hará el rapaz esta noche?
—¿Qué rincón le dará albergue?
—¿Se acordará de nosotros?
—¿Cuándo pensará en volverse?
Pascual callaba: su esposa
lanzaba un suspiro tenue,
y atizando los tizones
dejaba escapar a veces
dos lágrimas fugitivas,
aún más que la lumbre ardientes.
Ya en el lecho, procuraban
los dos engañarse siempre;
pues callados y en vigilia,
sin respirar ni moverse,
pensando en la dura guerra
y en sus sangrientos reveses,
pasaban horas tras horas
en agitación perenne,
hasta que al cabo un sollozo,
vago, comprimido y débil,
daba ocasión y motivo
a que los dos se dijesen:
—Mujer ¿aún no te has dormido?
—Pascual ¿qué es eso? ¿No duermes?
Y así pasaban los días,
y así pasaban los meses,
y así pasaron los años
uno, dos, tres, hasta siete.
y en este tiempo, mudose
del pobre Pascual la suerte;
secaronse sus olivas
con los hielos y las nieves
el calor y las sequías
dieron en matar sus mieses;
vendió con pena y con daño
el trigo, el vino, el aceite;
perdió cuatro o cinco mulas
en poco más de dos meses;
y de tal modo arreciaron
contratiempos y accidentes,
que las holguras de antaño
fueron al cabo estrecheces.
Con tanta y tanta desdicha,
¿qué rectitud no se tuerce?
¿qué esperanza no se cansa?
¿qué entereza no se vence?
Trocose Pascual de afable
en huraño y casi agreste;
bajaba al campo en silencio,
subía de él tristemente,
iba al templo, oraba mucho
con el afán del que pierde;
mas viendo siempre fallidas
sus esperanzas y preces,
tornaba a su hogar sombrío
pasando angustias de muerte,
hasta que al cabo irritado
como aquel que nada tiene,
murmuraba en son blasfemo
estas frases entre dientes:
«¿Existe Dios, o no existe?
¡Cuentan que es justo y clemente!
Si me ve, ¿no ve mis penas?
¿Por qué en mi ayuda no viene?
Dicen que está en todas partes,
yo le llamo y no me atiende:
si no existe, ¿qué es la vida?
si existe, ¿qué Dios es este?
Y entraba Pascual en casa
desfallecido e inerte,
con las sombras de la duda
marcadas sobre la frente.
Solo alguna vez que otra
entraba en su hogar alegre;
y era cuando en San Felipe,
confundido entre las gentes,
después de oír las bravatas[10]
de un capitán o un alférez
recién llegado de Flandes
en guisa de matasiete,
a preguntar por su hijo
se acercaba humildemente,
y escuchaba esta respuesta
burlona, arrogante y breve:
—«¿Juan Rodrigo?... ¡Voto al diablo!
¡No hay soldado más valiente!
Un Bernardo ha sido en Nantes,
y un nuevo Cid en Amberes. —
Y el buen Pascual, sospechando
que era su muchacho un héroe,
iba a su casa risueño
pensando llegar a verle
ceñida la sien altiva
de militares laureles,
y eclipsando hasta las glorias
de Pizarros y Corteses.
 
IV.
Mas cuando el diablo hace voto
de aniquilar a un cristiano,
no hay quien le vaya a la mano
ni quien ponga al Diablo coto.
Fiero y constante enemigo
de todo el que en Dios confía,
tomó a empeño y a porfía[11]
vencer a Pascual Rodrigo.
Y en este intento infernal,
juzgando leves los dados
que en poco más de seis años
apuraron su caudal,
dio en incitarlo a pedir
a lucro[12] trigo y dinero,
que es el medio más certero
de llegar a no vivir.
Pues ya de tiempos antaños
hay un refrán que sustenta,
que aquel que vive sin cuenta
se muere de desengaños.
Y tanto fue y tan sin tasa
lo que el buen Pascual pidió,
que por pagar se quedó
sin clavos casi en su casa.
Y para duelo mayor
y para más agonía,
le llamó a la suya un día
de su terrazgo el señor.
Y velando su codicia
entreverada y añeja,
sopló a Pascual esta queja
con ribetes de justicia.
—Pascual, el tiempo va mal,
sé que la causa no es tuya:
¿mas qué quieres que yo arguya
de tu insolvencia, Pascual?
Tu dura estrechez concibo,
pero por más que la sienta,
esa, Pascual, no es mi cuenta
cuando de tus tierras vivo.
Si tú das en no pagar,
y yo en perdonar por Dios,
juzgo, Pascual, que a los dos
el diablo nos va a llevar.
Reflexiona el caso bien
y sálvese al menos uno:
ya que aquí se pierda alguno,
resígnate tú, y amén.
Así nos quitamos guerras
y pleitos que dan quebranto:
págame Pascual al canto[13],
o deja libres mis tierras.
Pues no las puedes labrar,
y hay quien las quiere al momento,
rescinde el arrendamiento
Lo atrasado te perdono;
¿puedo hacer más? Yo colijo
que ni un padre por su hijo
hiciera más en tu abono.
Tú eres sobrado sagaz
y harto entiendes mi argumento;
con que así, basta de cuento,
deja las tierras, y en paz.
Callose el arrendador
atento a Pascual mirando,
y dijo el pobre llorando:
—Nada replico, señor,
la razón de vuesarced[15],
grabada en el alma llevo;
es tan justa que le debo
por ella mucha merced[16].
Pero en mis males prolijos,
aún con sus tierras podía,
dar el pan de cada día
a mi mujer y a mis hijos.
Mas ya desde hoy no sé
cómo remediar mí duelo
¡tan duro es conmigo el cielo
que ni aún en Dios tengo fe!
Y sin velar sus enojos
ni a su dolor poner tasa,
salió Pascual de la casa
hechos dos ríos sus ojos.
Acertó a verle pasar
ya por su calle un amigo
y al ser de su afán testigo
le dijo sin vacilar:
—Valor, Pascual, considera,
que hay otras penas más graves.
—¿Qué quieres decir?
—¿No sabes
el lance de la galera[17]?
—¿Qué galera?
—La del Sol,
que rumbo a Cádiz traía,
presa frente a Berbería,
cerca de un puerto español,
tras un combate cruel
por lo largo y lo sangriento,
fue vencida y al momento
su gente llevada a Argel.
—Bien ¿y qué?
—¡Por Cristo vivo!
¡Yo, al mirar tus agonías,
entendí que ya sabias
que está tu rapaz cautivo!
—¿Mi Juan?
—Tu Juan: el primero
que viene escrito en la lista,
leyola un covachuelista[18]
hoy mismo en el mentidero[19].
—¿Y eso es cierto?
—¡Voto a bríos[20]!
¿Soy hombre yo de mentira?
—No, clamó Pascual con ira,
mas si eso es cierto, no hay Dios.
Y loco y desatentado
y con la mirada incierta,
corrió a casa, abrió la puerta,
entró y cayó desmayado.
 
V.
Y al estrépito espantoso
que Pascual al entrar hizo,
salieron sobresaltados
su pobre esposa y sus hijos.
Y al verle de aquella suerte
se armó tal gresca y ruido,
que a poco estaba la casa
atestada de vecinos.
Unos un Doctor pedían,
otros socorro y auxilio,
las viejas agua y vinagre,
que es el eterno específico
con que el vulgo acude siempre
a remediar los vahídos.
La esposa rasgaba el aire
con sus penas y suspiros;
los chicos desesperados
daban voces y alaridos;
hablaban los concurrentes
a la vez y a un tiempo mismo;
y tal confusión había,
tal run run, tal laberinto,
que al son de aquel alboroto
y al rumor de aquellos gritos,
no hubo perro en todo el barrio
que no lanzase un aullido.
Pascual, al fin, dio señales,
como pudo, de estar vivo;
quejose de su desdicha,
renegó contra su sino,
murmuró de cielo y tierra
cuanto supo y cuanto quiso;
y al notar la concurrencia
que sus ayes doloridos
eran vivas peticiones
y apremios contra el bolsillo,
lentamente fue dejando
yermo y solitario el sitio,
murmurando al retirarse
aquel axioma latino:
Caritas bene ordenata
incipit per se metipsum.
Que en todos tiempos y edades
igual el prójimo ha sido
pronto a asediar a quien pena
en dar consejos muy listo;
pero al tocarse al dinero
o al pedir un sacrificio,
su caridad es de nieve
y su corazón de risco.
Quedose Pascual a solas
frente a frente a su destino
sin asomos de remedio
y sin vislumbres de alivio,
¿Qué hacer? Su esposa lloraba;
pan demandaban los chicos,
y él, en verdad, no tenia
ni a quien, prestado, pedirlo.
Cautivo estaba el ausente,
y juzgándole en peligro,
gotas de sangre sus ojos
derramaban hilo a hilo.
En vano su tierna esposa
probó a calmar su delirio
trayéndole a la memoria
la pasión de Jesucristo;
Pascual, sordo a sus palabras,
y a todo consuelo esquivo,
replicaba a cada frase:
—No hay Dios, no hay Dios, yo lo digo,
no hay más vida que esta vida
ni mayor bien que ser rico.
Si yo fuera rico ahora,
pan tuvieran nuestros hijos,
libre mi cautivo fuera
y yo estuviera tranquilo.
No hay otro Dios que el dinero,
y si hay otro, ¿quién le ha visto?...
¿Por qué no alivia mis penas
si es su poder infinito?
Yo he esperado en sus promesas,
yo en su justicia he creído,
yo he cumplido sus preceptos
como un esclavo sumiso.
Mas ¿qué he logrado con esto?
Con esto ¿qué he conseguido?
¿No he dado pan al hambriento
y posada al peregrino?
¿No he hecho el bien a todas horas?
¿y en todos tiempos, no he sido
con la justicia obediente,
con el pobre compasivo?
¿Por qué, pues, si Dios nos mira
desde su elevado empíreo[21],
en vez de otorgarme premios,
me otorga solo castigos?
Si existe, debe ser bueno,
sin bondad no lo concibo,
mas pues su bondad no toco,
no existe Dios, yo lo afirmo.
Llegó en esto un Mercenario
al portal de aquel recinto,
y exclamó: —¿Quién da limosna
para redimir cautivos?
Levantose de su asiento
Pascual a esta voz sombrío,
y mirando a todas partes
como un hombre sin juicio,
murmuró al cabo de un rato
en tono rudo y altivo:
—Perdone, padre, en buena hora, 
y mire, por San Francisco,
si allá en el convento queda
de bazofia[22] algún resquicio
para entretener el hambre
de una mujer y tres chicos;
pues de tal manera el cielo
se está gozando conmigo,
que a estar el cielo más bajo,
os juro y os certifico
que en el cielo entrara a saco
como en Roma Carlos Quinto.
—¡Blasfema, hermano! ¿Está loco?
—Razón me sobra, por Cristo,
pues de tal modo me trata,
que me canso de sufrirlo.
—¿Tantos favores le debe?...
—Decid penas, padre mío,
que el cielo me da en agravios
los favores que le pido.
—¡Probarle quiere!
—¿Probarme?
Por Dios que me tiene frito,
que son tan duras las pruebas,
que ya me sacan de juicio.
Cuanto ganó mi trabajo
en poco tiempo he perdido:
hoy me han quitado las tierras
que labraba junto al río;
un hijo que estaba en Flandes
vive en poder de argelinos;
hambre tengo y pan me falta,
me faltan ropas y abrigos;
mirad cuál llora mi esposa,
mirad cuál lloran mis hijos;
¿dónde está Dios que no escucha
mis preces y mis gemidos?
—Alma sin fe, sella el labio,
repuso el padre mendigo;
privaciones más supremas
sufrió el buen Job, y tranquilo
supo esperar resignado
del cielo el favor divino.
Dios no abandona al que sufre:
¿quién no acata sus juicios?
su mano pródiga y santa
por algo aquí me ha traído.
Tome esa cédula[23], hermano,
vaya al convento el domingo,
y muéstrela al tesorero
que le dará algún auxilio.
Que coja la esposa el manto,
venga al convento ahora mismo,
y para acallar el hambre
traerá el sustento preciso.
y orad, creed; quien cree y ora
a su Dios tendrá propicio;
¡más le valiera al que duda
la luz del sol no haber visto!
¡Él os guarde! Yo en su nombre
os abrazo y os bendigo:
su gracia os dé en esta vida,
y al morir, el paraíso.
Y echándose la capucha
y cubriéndose el cerquillo[24],
salió a la calle; siguiole
la esposa del buen Rodrigo,
en tanto mudo y lloroso
y acariciando a sus chicos
quedose Pascual en casa
lanzando sordos suspiros.
 
VI.
 
Y al cabo miró volver
muy gozosa a su mujer
cargada con dos cenachos[25],
llevando para comer
hasta henchir a los muchachos.
Y era la abundancia tal,
que, apagada al fin la gana
y el hambre descomunal,
aún quedole al buen Pascual
para más de una semana.
Fuese el domingo al convento,
vio al tesorero al momento.
y algo entre los dos habría,
cuando tornó al medio día
rebosando de contento.
—¿Qué causa tanto placer?
le preguntó su mujer
al quedar solos dos.
—¡Ay mujer! ¿Cuál puede ser?
repuso Pascual, ¡que hay Dios!
¿Quién sino Dios justiciero
que reparte el bien sin tasa,
trajo en este derrotero
a aquel padre limosnero
que pidió limosna en casa?
Por él hoy término dan
nuestros pesares prolijos
y nuestro incesante afán;
pues desde hoy tienen pan
para comer nuestros hijos.
Y para más complemento
de su gracia singular,
con caritativo intento
tierras me arrienda el convento
para que pueda labrar.
Y para comprar ganados,
me adelanta sin fianza
ni intereses descontados,
sobre seiscientos ducados
para empezar mi labranza.
Y aún hay más; porque después,
con ese ardiente interés
que es en los padres tan vivo,
me han dicho que antes de un mes
estará en casa el cautivo.
—¿Quién? ¿Nuestro Juan?
—Por supuesto
y no habiendo ya pretexto
para quejarnos los dos,
¿no he de alegrarme si en esto
se ve la mano de Dios?
—Sí, con gozo angelical
dijo la esposa leal,
llorosas ambas mejillas;
esa es su mano, Pascual,
dale gracias de rodillas.
Eleva a Dios tu oración,
y envíale el corazón
para purgar tu pecado;
¡tanto de Dios has dudado
que no mereces perdón!
¿No ves lo que yo decía?
Espera, Pascual, confía;
Dios es padre soberano;
con su bienhechora mano
da sustento a cuanto cría.
¿Cómo te ha de abandonar,
cuando con amor suave,
Él que está en todo lugar,
cuida en el cielo del ave,
cuida del pez en la mar?
¿No ves hoy su protección
¿No ves cómo te ha escuchado?
Pues reza y haz oración,
que quien, como tú, ha dudado,
no es digno de su perdón.
Y a esta voz dulce y riente,
voz de paz y de consuelo,
cayó Pascual reverente;
y alzando la vista al cielo,
y a Dios teniendo en la mente,
henchido de santo amor
gritó lleno de dolor
y ferviente frenesí:
—Señor, yo dudé de ti,
perdón te pido, señor.
 
VII.
 
Y a juzgar por los efectos
y por el cambio de suerte,
Dios debió acoger benigno
del buen Rodrigo las preces.
Gozoso volvió al trabajo,
tornó a cuidar de sus mieses.
y fue de nuevo su vida
tan tranquila como alegre.
Por las noches, cuando a solas,
y en meditación solemne
marido y mujer se hallaban
cara a cara y frente a frente,
oyendo estrellarse el aire
de su hogar en las paredes,
a una voz se preguntaban
con esperanza ferviente:
—¿Llegará el rapaz mañana?
—¿Qué rincón le dará albergue?
—¡Cuánto el pobre habrá pasado!
—¡Gracias a Dios que ya vuelve!
Y ambos callaban; la madre
lanzaba un suspiro tenue,
y atizando los tizones
dejaba escapar a veces,
dos lágrimas de alegría
aún más que la lumbre ardientes.
Ya en el lecho, procuraban
los dos engañarse siempre,
pues callados y en vigilia
sin respirar ni moverse,
pasaban horas tras horas
con agitación perenne,
hasta que el menor ruido,
de un golpe callado y leve,
daba sobrado motivo
a que los dos se dijesen:
—Pascual, ¿oíste ?... ¡Han llamado!...
—Mujer, no han llamado, duerme.
Y así pasaron los días,
y así pasaron los meses,
los padres siempre aguardando
y sin llegar el ausente.
De tanto esperar en vano
Pascual llegó a tener fiebre:
iba a pedir al convento
nuevas en son impaciente,
y el guardián cariñoso
a sus preguntas agreste,
siempre contestaba humilde;
—Tenga fe, hermano, y espere,
que en Dios y en la Virgen fio
que no ha de tardar en verle.
Pero pasaban los días
sin que el muchacho volviese,
y Pascual desesperado
cayó en el lecho doliente.
Y a tal grado llegó el pobre
a los seis días o siete,
que tomando sus desmayos
por correos de la muerte,
dijo el Doctor: —Es preciso
que este enfermo se confiese,
que tal vez remedie el cielo
lo que la ciencia no puede.
Y a este récipe[26] supremo
preludio casi de un réquiem,
fuese a buscar al convento
el pan del alma celeste.
Llegó el padre limosnero
a confesar al paciente
y al ver a Pascual le dijo
en son del que se sorprende.
—¿Día es este de estar malo?
Avive el alma y despierte,
que acaso en estos momentos
el chico por Madrid entre.
—¿Qué reza, Padre? ¿me engaña?
dijo Pascual con voz débil.
—Engañar... ¿qué es engañarle?
Ensanche el pecho y aliente,
que por las nuevas que ha habido
de Cartagena, se infiere
que el padre comisionado
que le rescató de infieles,
hoy llegará a nuestra casa
si los cálculos no mienten.
Tierra tomó el treinta y uno,
el dos salió, y hoy es nueve;
si no ha llegado a estas horas
debe de llegar en breve.
—Ay padre, exclamó el enfermo,
deje que su mano bese,
que con las nuevas que escucho
el alma al cuerpo me vuelve.
Mensajero de venturas
y embajador de mercedes,
con vos ha entrado en mi casa
la gracia del cielo siempre.
Dios bendiga vuestra regla,
Dios el vivo afecto premie
de esos ángeles humanos
y serafines terrestres,
que desdeñando grandezas
y aplausos del mundo, tienen
para el que llora consuelos,
avisos para el que duerme,
esperanzas para el pobre,
promesas para el que teme,
libertad para el cautivo,
venturas para el creyente,
para el que nace sonrisas
y rezos para el que muere
y una lágrima amorosa
clara, pura y trasparente,
vino a caer en la mano
de aquel varón santo y fuerte,
a tiempo que un alboroto
de albricias[27] y parabienes
en la puerta de la calle
levantó un turbión de gentes,
saludando a Juan Rodrigo
que entró en el paterno albergue,
lleno de gozo y temblando
desde la planta a las sienes.
 
VIII.
 
Lanzó la madre un gemido
que dominó el alboroto
al ver a su Juan querido,
lacio, miserable y roto,
y por el pesar curtido.
Cansado, falto de aliento,
los ojos sin alegría,
escuálido y macilento,
el pobre Juan parecía
la estatua del sufrimiento.
Y al verle su madre así,
maldiciendo a Belcebú,
exclamó con frenesí:
—Hijo del alma, ¿tú aquí?
¡Si no me pareces tú!
Y sintiendo Juan que un lazo
al cuello el gozo le hacía,
se fue al maternal regazo,
y al dar un estreche abrazo
dijo: —Yo soy, madre mía.
Y tras esta aclamación,
siguió un rato de expansión,
de embeleso y regocijo,
en que unieron madre e hijo
corazón a corazón
—A tiempo el cielo te envía,
repuso al cabo la madre
sollozando de alegría;
ven, a abrazar a tu padre
que lucha con la agonía.
Postrado está de inquietud
y aquejado de tu ausencia;
Dios por su excelsa virtud
le dará con tu presencia
el consuelo y la salud.
—Si tal, exclamó Pascual,
apareciendo al umbral
de la estancia en que yacía;
Dios con tu vuelta me envía
su bendición paternal.
Ahora no importa morir,
añadió con gran placer,
pues puedo alegre decir:
—¡Ojos que te vieron ir,
al cabo te ven volver!
Y satisfecho y ufano
y encarnadas las mejillas
por su gozo soberano,
Pascual alargó una mano
que Juan besó de rodillas.
Y saliendo el fraile en pos,
al ver libres a los dos
de tantos duelos prolijos,
exclamó: —Ya lo veis, hijos;
¿Quién puede negar que hay Dios?
 
 
IX.
Alzóse Juan a este acento
y dijo con sentimiento:
—¡Ay padre!... Dejo en Argel
a alguno que en tal momento
a dudar empieza de él.
—¿Quién es?
—Un pobre cautivo
a quien el bien le es esquivo.
—¿Soldado?
—Y bravo soldado:
ved si le estaré obligado
cuando por su esfuerzo vivo.
En un combate naval
lidió con esfuerzo tal
y tan soberano aliento,
que fue en el lance un portento
y honra de un Tercio real.
Dentro de un esquife[28] estrecho
lidió como buen cristiano,
hasta que roto y maltrecho,
cayó traspasado el pecho
y hecha trizas[29] una mano.
—¿Premiole el Rey?
—No señor,
exclamó Juan con calor:
y sepa, añadió con saña,
que hoy no se premia en España
la virtud, sino el favor.
—No murmure, hermano, y siga,
que no está bien que maldiga.
—Pues bien, perdone, y prosigo:
su suerte siempre enemiga
le trujo[30] a España conmigo.
—¿Cautivo cayó con él?
—Conmigo preso quedó
por un pirata cruel
que en traílla[31] nos ató,
y con ambos dio en Argel.
Y tanto le oprime allí
su dueño Dali-Mami
por su ingenio y su bravura,
que al despedirse de mi
me dijo con amargura:
—Adiós, Juan, salud y prez[32];
y si tu fortuna medra,
acuérdate alguna vez
de que este infame Arráez
mata a Cervantes Saavedra.
—¿Su nombre?
—Miguel se llama
y es tan audaz y tan hombre,
que, a triunfar en cierta trama,
juzgo que fuera su nombre
la fatiga de la fama.
—¿Es pobre?
—Más que un mendigo.
—¿Tiene familia?
—Un hermano
que en Flandes sirvió conmigo.
—¿Pobre también?
—Cual mi amigo.
—¿Padre tiene?
—Muy anciano.
—¿No hay quién pida su rescate?
No, padre. Y piensa el amate
que es muy rico el tal Miguel:
padre, sacadlo de Argel
antes que el dolor le mate.
—Escúchete el Cielo. Amén.
—¡Ay padre! yo fio en vos.
—En Dios, que dispensa el bien.
—Vos lo dispensáis también:
hacedlo, y que os premie Dios.
 
CONCLUSIÓN
 
Tres siglos han trascurrido
después de tales sucesos:
mucho desde aquellos días
han cambiado los tiempos.
El pobre no tiene arrimo.
quien llora, no halla consuelo;
al que se muere de penas,
se le da tierra, y laus Deo.
La esperanza del que sufre
camina por un desierto,
sin sombra que la cobije,
sin aire que la dé aliento.
Aquel alamillo enano
que de Pascual fue embeleso,
arrancado fue hace poco
sin pizca de miramientos.
Los nietos del buen Rodrigo
han desdeñado el recuerdo
de aquel arbolillo humilde
que fue encanto de su abuelo.
En buena hora, a nuevos siglos
cosas nuevas y usos nuevos:
hoy quien no tiene lo ayuna,
o bien se chupa los dedos.
¿Para qué diablos servían
los frailes y los conventos?
Hay quien dice que en la tierra
eran de Dios mensajeros.
¡Locura insigne! La tierra
se pasa muy bien sin ellos,
Cada cual vive a sus anchas
libre de chismes y enredos,
sin cuentos de sacristía,
sin sermones ni embelecos,
¿Qué importa que el pobre rabie?
¡Si se desespera, bueno!
Bien se está San Pedro en Roma;
con que a vivir y gocemos,
que ya nos dicen los sabios
que ni existe Dios, ni hay Cielo.
 
A. HURTADO.
 
2 de julio 1869.
 
(1) Es muy posible que los espíritus fuertes consideren esta leyenda como una aspiración neo-católica, quizá como un deseo de que se restablezcan las comunidades religiosas. —¿Quién sabe lo que podrán decir los espíritus fuertes?— Para anticiparme a sus juicios equivocados o arbitrarios creo oportuno exponer cuatro palabras. —Al escribir este cuadro, no he procurado darme cuenta de la razón o de la sinrazón, de la conveniencia o inconveniencia, de la peor o mejor manera con que fueron suprimidas las órdenes monásticas entre nosotros. No teniendo en cuenta para nada los errores que pudieran cometer en el orden político, he tenido presente solo el vacío que su desaparición ha venido a producir en el orden social. —Bajo este punto de vista, considero funesta su desaparición absoluta. Ni la caridad oficial, ni la caridad artificiosa, dan iguales resultados a los que da la caridad que se ejerce en el nombre de Dios. —Rota esa barrera, y no sustituida por una institución análoga, el pobre y el rico se hallan hoy frente a frente, y creo que estamos en vísperas de una funestísima batalla. (Nota del Autor)
Edición: Ana Mª Gómez-Elegido Centeno
NOTAS

[1] Enfermizo, débil, flaco.
[2] Pedazo de tocino frito o para freír.
[3] Espacio limitado por tabiques, para guardar frutos y especialmente cereales.
[4] Anca y muslo del cerdo.
[5] Alabarlo encarecidamente.
[6] Vasija vidriada de barro, alta y sin asas, que sirve por lo común para guardar conservas.
[7] Donde.
[8] Simulación, ocultación.
[9] Esta.
[10] Amenaza proferida con arrogancia para intimidar a alguien.
[11] Con emulación y competencia.
[12] A crédito.
[13] Inmediata y efectivamente.
[14] Para expresar el deseo de olvido de agravios y restablecimiento del trato amistoso.
[15] Vuestra merced.
[16] Gracias.
[17] Embarcación de vela y remo, la más larga de quilla y que calaba menos agua entre las de vela latina.
[18] Empleado de una de las covachuelas (oficinas públicas).
[19] Lugar donde se reúne la gente para conversar o comentar noticias.
[20] Voto a Dios
[21] Cielo, paraíso.
[22] Mezcla de sobras o desechos de comida.
[23] Documento oficial en que se acredita o se notifica algo.
[24] Círculo de cabello que queda después de rapar la parte superior e inferior de la cabeza, como se estilaba en algunas órdenes religiosas masculinas.
[25] Espuerta de esparto o palma, con una o dos asas, que sirve para llevar carne, pescado, hortalizas, frutas o cosas semejantes.
[26] Desazón, disgusto o mala noticia que se da a alguien.
[27]Júbilo.
[28] Barco pequeño que se lleva en el navío para saltar a tierra y para otros usos.
[29] Destruir completamente, hacer pedazos menudos algo.
[30] Trajo.
[31] Cuerda o correa con que se lleva al perro atado a las cacerías, para soltarlo a su tiempo.
[32] Honor, estima o consideración que se adquiere o gana con una acción gloriosa.