DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

De Madrid a Panticosa: viaje pintoresco a los pueblos históricos, monumentos y sitios legendarios del Alto Aragón, Madrid, Imprenta de M. Minuesa de los Ríos, 1878, pp. 35-41

Acontecimientos
Muerte del general Sertorio
Personajes
Sertorio, su rival Perpenna, Celia, la hija de este
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LOCALIZACIÓN

HUESCA

Valoración Media: / 5

[Sertorio]

Celia, la hermosa Celia, acababa de sentarse a la sombra de un corpulento álamo, en las márgenes del cercano Flúmen.

La tristeza que se leía en sus rasgados ojos, el profundo abatimiento de su persona y la melancolía que inspiraba su pálida tez, eran cosas impropias de sus veinte abriles. Sus dedos de rosa habían abandonado la lira con que cantó sus amores, y enjugaba de vez en cuando el frío sudor que humedecía su frente.

Era 74 años antes de que tuviera cumplimiento la palabra empeñada por Jehová y transmitida por Moisés: 74 años antes de tener efecto la redención del género humano por el divino Mártir del Gólgota.

La tarde tenía un carácter sombrío. El viento silbaba siniestramente entre las frondosas copas de los árboles, arrebataba sus hojas y rizaba las verdosas aguas del río. Negras y borrascosas nubes encapotaban el cielo; y los pintorescos cerros[1] , y las gigantescas colinas, y los parduscos [2] campos de la llanura habían adquirido aquel tinte lúgubre que precede a una tempestad deshecha.

Celia la bella, profundamente embebida en sus pensamientos, ni había notado la súbita aparición en aquellas riberas de un guerrero envuelto en su manto romano. Él, sí, fijó en la joven su mirada, y, al reconocerla, pareció estremecerse de sorpresa.—p.36—

—¡Celia! exclamó.

—¡Perpena! gritó ella con cierto terror, al divisarle. ¡Padre mío!

Y aquellas dos almas quedaron anonadadas, a pesar suyo, al hallarse frente a frente.

—Ya ha llegado la hora, dijo el guerrero, repuesto de su sorpresa y clavando una profunda y escudriñadora mirada en su hija. Sé que has sorprendido mi secreto: no importa; yo te lo diré todo. Mis sueños de ambición van a realizarse en esta noche tempestuosa. Mañana, mañana, desvanecida la tormenta, seré el dictador[3]  de la gran Osca, y la Iberia entera obedecerá en breve mis leyes.

—¡Padre mío! Domínate de una vez, y esfuérzate por desechar un pensamiento que las furias infernales mantienen tenazmente en tu cerebro.

—Mi gloria tuya será, sin que haya en todas estas tierras quien resista al menor de tus caprichos, porque eres hija mía…

—¡Silencio! Calla, desgraciado: me destrozan el alma tus palabras.

—Callaré, sí; ahogaré mis rencores, ahogaré mi ambición, fingiré una sonrisa hipócrita hasta el instante terrible en que la fatalidad empuje mi brazo… ¿Puedo yo mirar impasible la aureola que, a costa de mi valor y de mi sangre, ha tratado de ceñir a su frente Sertorio? Escucha, Celia. Sertorio, el prófugo[4] de Italia, el proscrito[5], como nosotros, de Sila, vio a un pueblo capaz de pelear denodadamente por su independencia; vio a un pueblo libre, decidido a sacudir el yugo romano con el mismo heroísmo con que antes había resistido al yugo cartaginés, y ha pretendido —p. 37— hacer de Osca la rival del Capitolio. Orgulloso, aquí ha constituido un Senado, aquí ha abierto escuelas, proporcionando maestros en las ciencias griegas y latinas a sus expensas, y concediéndoles el honor de vestir la toga pretexta [6]. Y necios iberos, de cuya fidelidad él siempre duda, le entregan sus hijos, preciosos rehenes que él sabría sacrificar en caso dado a su propia venganza… Victorioso en la Lusitania, victorioso en la Libia, y ciñéndose siempre nuevos laureles, ya en batallas navales, ya en tierra firme, hora es de que ceda su puesto a un campeón que también es digno de los favores de Marte. He bebido en mi cuna el orgullo de Roma, mi poderosa patria, y ¿no he de poder ser yo tan afortunado como esos caudillos, esos aventureros que se alzan poderosos sobre la ruina de los pueblos? Sí, hermosa Celia, es preciso que mis angustias acaben. La sangre correrá envuelta entre negros crespones, en esta noche terrible abortada por el Averno. Sertorio morirá; y mañana, al lucir la aurora, seré aclamado imperator [7] por las legiones, los seviros[8]  ofrecerán sacrificios en mi honor, los duumviros [9] coronas y el Senado sus votos y felicitaciones … Así lo han decretado los dioses.

—¡Oh, y qué mala consejera es la ambición! exclamó la joven, con el rostro anegado en llanto. Dices que quieres hacerme feliz, y me destrozas el alma. Mira, Perpena: si abandoné las orillas del Tíber y la gran ciudad, fue sin otro deseo que el de seguir a un padre en sus desgracias. Orgullosa y feliz hoy con tus proezas, me sobra con verte capitán distinguido y considerado, horrorizándome la idea de que tu frente esté ceñida —p. 38— con un laurel tinto en la generosa sangre de mi querido jefe.

—Los hados [10](han decretado mi suerte y la de Sertorio, y ni los dioses del Olimpo son ya capaces de revocar el destino: ¿qué han de conseguir tus lágrimas?

—Nada, lo sé; pero … ¡mi amor es omnipotente!

—¡Tu amor! ¿A quién amas?

—Amo a Sertorio.

—¡Miserable! No te mato, porque he jurado partir ante todo el corazón de aquel infame.

—Ni la hija faltará a sus deberes, ni tampoco la amante.

—Te abandono a la desesperación que te has buscado.

Y el implacable Perpena volvió la espalda a la desconsolada y bella joven.

En aquel momento el huracán silbó con más furia, se estremecieron los árboles seculares [11], y las turbias aguas del Flúmen prolongaron su lúgubre gemido.

—No, no sucederá; antes mi muerte, dijo la joven, erguida la frente y como si desvaneciera un mal sueño.

Entre tanto, Perpena había desaparecido entre las fantásticas sombras de la espesa vegetación que cubría las márgenes del río.

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        Brillante estaba aquella noche el palacio de Sertorio. Nunca Osca había presenciado tan magnífico banquete. Sertorio, entre luces y flores, en medio de capitanes y damas, celebraba una —p. 39— victoria, victoria fingida por el ambicioso Perpena.

        Sin embargo, la frente de Sertorio no estaba serena: aquellas negras cejas fruncidas ocultaban un tenaz pensamiento. Y es que, cuando sus legiones fueron por primera vez derrotadas por el viejo general Metello, creyó haber visto eclipsarse su estrella [12]; no buscó ya las inspiraciones de la diosa Diana; descuidó las caricias de una cierva querida que el vulgo tenía por un ser misterioso, y no dio crédito a los obligados pronósticos de gloria pronunciados por arúspices[13]  y falsos augures[14].

        Pero Sertorio quería recobrar la perdida calma entre el bullicio de un festín, y pretendía recordar días más felices, celebrando la victoria que se le anunciaba.

        Circulaban ya los humeantes manjares y las ánforas del delicioso vino de las costas iberas, y un vate [15] de Mantua, cuna poco después del inmortal Virgilio, cantaba himnos en honor de los dioses y del gran Sertorio.

        Allí solo el traidor Perpena guardaba una sombría reserva; solo Perpena se abstenía de las exquisitas viandas y de las bebidas con que únicamente humedecía de vez en cuando sus labios.

        De improviso abrióse la puerta de la sala del festín, y apareció Celia, cubierta con un negro manto, misteriosa como una vestal[16] animada del sagrado fuego del Oráculo.

        Perpena se puso lívido[17] , y la admiración se pintó en el rostro de Sertorio.

        —¿Quién eres? preguntó a la joven con supersticioso acento el que presidía el festín. —p. 40—

        Celia descubrió su bellísimo rostro: estaba pálida como la muerte, y resuelta como una mártir.

        Sertorio dio un grito de admiración y sorpresa, enamorado de la hermosura de Celia.

        —Mensajera soy del amor, ¡oh, gran Sertorio! y escucha las palabras del dios que me inspira, dijo ella con sibilítico [18] acento. Has de ser víctima de una traición, y el golpe fatal ha de descargar sobre ti esta misma noche. No puedo pronunciar el nombre del que intenta arrebatarte la corona de laurel con que ciñes tu frente; pero el Olimpo te manda estar en guardia.

        Celia se retiraba.

        —¡Traición! murmuró Sertorio, levantándose aterrado. Detenedla, y que se explique. ¿Quién es mi rival?

        —¡Yo! dijo Perpena, con los ojos inyectados.

        —¡Miserable! morirás.

        —¡Ya es tardía tu sentencia! exclamó Perpena, arrojándose sobre Sertorio como un rayo lanzado por Júpiter.

        Y sacó un puñal humeante del pecho de su jefe.

        Volvióse en busca de Celia; pero la joven, después de lanzar un grito de desesperación horrible, había desaparecido.

        Y entre todos aquellos guerreros, embriagados por los vapores del festín, ni una espada se levantó para vengar la sangre del hijo de Narsio.

        Refiérese que un voraz incendio destruyó aquella terrible noche el palacio de Sertorio. —p. 41—

        Un desencadenado huracán hizo más horroroso aquel siniestro.

        Allí perecieron las famosas escuelas sertorianas; aquellas escuelas que constituían la más brillante gloria de su fundador; aquellas escuelas que tanto habían prosperado, llenos siempre de noble emulación tanto los alumnos como los distinguidos profesores. Aquella noche pereció el más firme baluarte opuesto a la dominación romana.

        Y dicen que, entre las llamas del incendio, divisóse largo tiempo la aérea sombra de la hermosa Celia con una tea encendida en la mano.

        Tal vez fue ella la autora del incendio; tal vez, no queriendo ser cómplice del crimen, no quiso tampoco sobrevivir a la muerte de su amado Sertorio ni a la deshonra de su padre Perpena.

 

Edición: Rosario Álvarez Rubio

 

[1] cerros: montes abruptos

[2] parduscos: parduzcos, de color pardo

[3] dictador: magistrado supremo que asumía todo el poder por decisión de los cónsules en tiempos de peligro

[4] prófugo: huido de la justicia o de la autoridad

[5] proscrito: desterrado por causas políticas, con su vida en peligro de muerte y a cambio de recompensa

[6] toga pretexta:  manto de los ciudadanos romanos, con una orla púrpura, que llevaban los niños y los magistrados

[7] imperator: supremos poder militar en el ejército o en tierras conquistadas

[8] seviros: jefes de las seis decurias de la clase social de los caballeros romanos

[9] duumviros: los representantes de los distintos cuerpos políticos romanos

[10] hados: destino, predestinación

[11] seculares: con siglos de antigüedad

[12] estrella: destino

[13] arúspices: sacerdotes romanos que vaticinaban el futuro examinando las vísceras de animales sacrificados a los dioses

[14] augures: sacerdotes romanos que vaticinaban el futuro escuchando el canto de las aves y observando su vuelo y su manera de comer

[15] vate: poeta

[16] vestal: virgen consagrada al culto de Vesta, la diosa romana de hogar y del estado

[17] lívido: amoratado por los efectos de la impresión como se de un golpe se tratara

[18] sibilítico: profético o enigmático