DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Madrid: Imprenta de Don Bernabé Fernández, Barco 6, bajo, 1860.

Acontecimientos
Personajes
Eliodoro, Laura, el rey, el padre de Laura, criados del rey y de la dama, la Virgen
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LOCALIZACIÓN

ESPAÑA

Valoración Media: / 5

LA HIGUERA DE VILLAVERDE

LEYENDA TRADICIONAL

POR

LA SEÑORA Dña. FAUSTINA SÁEZ DE MELGAR.

 

I.     EL PRIMER DÍA DE MAYO.

 

Era de mayo la primera mañana

el sol en el oriente sonreía,

tiñendo el cielo de amaranto[1] y grana

su purpurada lumbre aparecía.

Cabe alto cerro en apartado valle,

un castillo feudal alzase erguido,

sigue, lector, esa florida calle,

y serás a su parque conducido.

Sentirás el murmurio[2] placentero

del Tajo, que entre sauces se dilata,

de un hermoso laurel se alza altanero

y su alta copa en el cristal retrata.

Y contemplando la corriente undosa[3],

bajo las ramas del laurel se ve,

una niña gentil, pura y hermosa

de talle esbelto y diminuto pie.

Rubio el cabello y en flotantes rizos,

leve le agita juguetona el aura,

mostrando al par los mágicos hechizos

del cuello y hombros de la bella LAURA.

A su lado verás joven y altivo,

un caballero de marcial figura,

de noble faz y de carácter vivo,

de apuesta y calladísima hermosura.

Ambos manifestaban su contento,

conmovido su pecho dulcemente;

hablan de su cercano casamiento,

al armonioso son de la corriente.

 

ELIODORO

¿Cómo tan pronto, alma mía,

te encuentro ya en la rivera?

 

LAURA

¿Quién duerme en la primavera?

Cuando el alba aparecía

amorosa y placentera,

dejé el lecho, amado mío,

y en pos de mis ilusiones,

vine a contemplar del río,

bajo este laurel sombrío,

las varias ondulaciones.

Lleno el pecho de tu amor,

de felicidad el alma,

no hay otro goce mejor,

que ese argentado[4] rumor

que semeja nuestra calma.

 

ELIODORO

¡Oh!... ¿Tan inmensa ventura

te ocasionó mi pasión?

¿No sientes nunca tristura[5]?

 

LAURA

¡Oh! ¡Jamás, cuando me augura

mil dichas mi corazón!

¡Soy tan feliz! Nada temo:

entusiasta y amorosa,

sé adorarte con extremo,

y espero del Ser Supremo,

que en breve me hará tu esposa.

Y en este valle tranquilo

sin cuidado viviremos,

a las riveras[6] vendremos,

y entre flores, un asilo

felices levantaremos.

 

ELIODORO

¡Oh!, calla, mi corazón,

saltar quiere en mil pedazos,

y me ahoga la emoción.

 

LAURA

¿Qué dices? Los dulces lazos,

¿no estrechará tu pasión?

¿estás triste? ¿no me amas?

¿te ha ofendido mi contento?

No acrecientes mi tormento,

¿por qué lágrimas derramas,

cuando tan feliz me siento?

 

ELIODORO.

Calma tu afán, Laura mía

nada temas: ¡te amo tanto!...

 

LAURA

Pero sufres…

 

ELIODORO.

De alegría

brota a mis ojos el llanto

y sueña mi fantasía,

fingiéndome una quimera,

hija de amor solamente.

 

LAURA

Mira ya el sol en oriente,

que plácido reverbera

en ese cristal luciente.

Oye los cánticos suaves,

Que entonan llenas de amor

en la floresta las aves,

los silbos del viento graves,

y el trino del ruiseñor.

Mas ¿suspiras?

 

ELIODORO

¡Qué bobada!

soy tan feliz a tu lado,

que mi pecho enajenado

si suspira, Laura amada,

será a fuer[7]de enamorado!

 

LAURA

¿No me engañas?

 

ELIODORO

¡Engañarte!

deja, Laura, esa porfía[8]

no cabe en el alma mía

más sentimiento que amarte

con inmensa idolatría.

Y traer al pensamiento

aquel día de placer

en que el azul firmamento

teñido de rosicler[9]

oyó nuestro juramento.

 

LAURA

¡Testigo fue este laurel!

 

ELIODORO

¡Dulce recuerdo de gloria

siempre fijo en la memoria

puro, amantísimo y fiel,

lo cual dicha transitoria!

Los dos amantes siguieron

su grata conversación;

raudas[10] las horas huyeron

y en los pliegues se perdieron

del rebramarte aquilón[11].

 

II. EL DESPOSORIO

 

No dudo, amigo lector,

tu curiosidad notoria,

saber querrás de mi historia

los personajes quién son.

Sígueme, pues, y no temas,

que en alas del pensamiento

llegarás en un momento

a un magnífico salón,

del conde de Villaverde,

en el antiguo castillo,

de un altar grave y sencillo

se eleva en el centro de él.

Cómodos y anchos sillones,

le adornan, y artesonados,

y tapices encantados de lujoso brocatel[12].

En dorados candelabros,

lucen inmensas bujías

y mágicas armonías

elévense por doquier[13].

Debajo de los balcones

los sonoros instrumentos

alzan divinos acentos,

que dan al alma placer.

Multitud de bellas niñas,

y apuestísimos galanes,

descansan en los divanes,

o del altar en redor[14].

Acompañando a un anciano

de rostro grave y severo,

llega un joven caballero

vestido con gran primor.

Padre de Laura el primero,

de alta estatura y erguida,

lleva con gracia ceñida

la insignia de general.

El joven que le acompaña

de dulce y noble semblante,

es un soldado arrogante,

de gentileza marcial.

Es alférez y vizconde,

primo de Laura y esposo,

pues ya el vínculo amoroso,

va el sacerdote a estrechar.

Ved a la novia adornada,

cual sol entre mil celajes[15],

de raso blanco y encajes.

y corona de azahar

Risueño y puro el semblante,

húmedos los bellos ojos,

miradla puesta de hinojos[16]

en el centro del salón.

Eliodoro está a su lado

y reciben dulcemente

del sacerdote elocuente

la sagrada bendición.

¡Ya son esposos! Acogen

con fe los amantes lazos,

y con ellos los abrazos

del anciano general.

En torno suyo, solícitos,

se agrupan los convidados,

a los recién desposados,

dando el parabién cordial.

Pasan a otra galería

y se agitan tumultuosos,

a los ecos armoniosos,

de la orquesta y el festín.

Todo es broma y algazara

en los dorados salones,

movimiento y confusiones,

en la casa y el jardín.

Ríen, danzan y se alegran

las niñas encantadoras,

y raudas pasan las horas,

para nunca más volver.

Cuando aparece en oriente

la aurora con faz serena,

ven alejarse con pena,

noche de tanto placer.

Cambian ósculos las niñas

y saludos los galanes

y en briosos alazanes

prepáranse a cabalgar.

Repiten los parabienes,

a los jóvenes esposos,

y se alejan presurosos,

fatigados de danzar.

Todo en silencio en el castillo queda,

solo se escucha, murmurando amor,

tímida el aura misteriosa y leda[17]

y el trino del canoro ruiseñor.

 

 

III. LA PLEGARIA

 

La brisa del otoño

leve murmura,

y se pierde su acento

en la espesura.

Cantan los pajarillos

tímidamente,

y el murmullo del río

dulce se siente.

Todo es en el castillo

calma y quietud,

que allí tienen asilo

amor y virtud.

Apenas reverberan

los rayos del sol,

tiñendo la pradera

de luz y arrebol[18].

Cuando salen gozosos

ambos amantes

el parque atravesando

en dos instantes.

Adiós, dice Eliodoro,

a su esposa fiel,

espérame esta tarde

bajo este laurel.

Adiós, esposo mío,

aquí esperaré,

rogando a la Virgen

te traiga con bien.

Alejase el caballero,

y Laura triste quedó;

no se apartó del sendero

hasta que el potro ligero

en el monte se perdió.

¡Triste de mí!, se decía,

¿por qué gimo? ¿por qué lloro?

he perdido mi alegría,

y solo se aleja un día

del castillo mi Eliodoro!

Sola, en este valle umbroso,

mi padre ausente también,

¡no sé por qué doloroso

un presentimiento odioso

siento rodar por mi sien!

¿Y ha de turbar mi contento

una idea tan pueril?

Calla, calla, pensamiento

y no venga el sufrimiento

a ajar mi faz juvenil.

¡Madre de Dios amorosa!

¡Virgen mía del amor!

¡dame tu amparo piadoso,

y que mi vida dichosa,

se deslice sin dolor!

Si es mi estrella, madre amada,

que yo pase en este suelo

una vida desdichada,

lo sufriré resignada

si me esperas en el cielo.

En ti fundo mi esperanza,

madre de mi corazón,

todo tu ruego lo alcanza,

sacro puerto de bonanza,

tesoro de inspiración.

Dejo tu imagen bendita,

colgada en este laurel,

queda con su cifra escrita:

será la sagrada ermita

do[19] venga a rogar por él.

Por mi esposo Virgen mía,

hoy te ruego con fervor;

y espero que en este día

vuelva lleno de alegría,

a los brazos de mi amor.

¡La suplica postrimera

te eleva mi fe sencilla,

haz que en mi hora postrera

pueda mirar lisonjera,

reina, tu suprema silla!

Después de orar con devoción la hermosa,

alejase dejando en el laurel,

llena de fe sencilla y religiosa

la imagen de María pura y fiel.

 

IV. LA CACERÍA REAL.

 

No lejos de la morada

de Laura, hay un sitio real:

la corte está de jornada

en la situación actual.

El rey joven caballero

gallardo e impetuoso,

lanzase a un potro ligero

que tasca[20] el freno orgulloso.

Y de sus nobles seguido

se aleja con gallardía

cruzando el monte al ruido

de la profusa jauría.

Ni un solo momento cesa,

alegre y lleno de afán;

sigue la pista a una presa

a galope en su alazán.

Quédense atrás sus monteros

y con ímpetu bravío

le siguen sus caballeros

hasta la orilla del río.

Allí perdieron su huella,

y confusos se miraban;

¿do fue el rey? ¡fatal estrella!

absortos se preguntaban.

Vuelven el monte a cruzar,

nuevas pesquisas haciendo;

en tanto vamos siguiendo,

lector, tú y yo ese olivar.

Del rey sigamos el paso,

mientras le buscan los otros,

enterémonos nosotros

de la verdad de este caso.

Vedle atravesar violento

por tierras y por vallados,

llegar veloz como el viento

a unos valles dilatados.

Cruzarlos en su extensión

costeando una rivera,

fatigado el corazón

por la agitada carrera.

Por la vereda adelante

su desbocado corcel siguiendo,

fue jadeante a caer ante un laurel.

Un grito ahogado salió

de una boca femenil,

y el monarca se encontró

con una niña gentil.

Que acudiendo presurosa

fue a recibirle en sus brazos,

mas retrocede medrosa[21]

esquivando sus abrazos.

¿Por qué te asustas, querida?

la dice el rey con afán,

llega y cúrame esta herida,

que, aunque leve, en mi caída

me ha causado mi alazán.

 

LAURA

Acudí a vos engañada, 

creyéndoos mi esposo amado,

mas no por desengañada

temáis que huya acobardada

sin prestaros mi cuidado.

 

REY

¡Me acordaré mientras viva,

hermosa, de tu desdén,

y si tu repulsa esquiva

la voluntad me cautiva

tus beneficios también!

 

LAURA

Dejaos de galantería:

cumplí, señor, mi deber.

Venid, la morada mía

os ofrece en este día

descanso sino placer.

 

REY

¡Gracias, niña, solo anhelo

merecer tu dulce amor,

eres faro de consuelo

ángel hermoso del cielo

cercado de resplandor!

 

LAURA

Si pagáis mi caridad

con tan negra ingratitud,

dejadme en mi soledad.

 

REY

Antes, niña, tu bondad

pagará mi gratitud.

Pues te amo con frenesí

con pasión pura y sincera,

que siento crecer en mí

desde el punto que te vi,

de amor una inmensa hoguera.

Te amo, niña encantadora,

ángel de pura ilusión,

y espero que seductora

antes de la nueva aurora

me rindas tu corazón.

Laura, aturdida, no sabe

comprender el caso odioso,

pero le dice muy grave:

 

LAURA

De mi corazón la llave,

solo la tiene mi esposo.

A él solamente adoro,

y por nada en este mundo

consentiré su desdoro;

id, y al vizconde Eliodoro

decid vuestro amor profundo.

Que yo de leal me precio

y a vuestro descaro audaz,

respondo con el desprecio.

¡Idos, caballero necio, no interrumpáis mi solaz[22]!

Fríamente desdeñosa,

saluda al rey y se aleja,

entra en el parque afanosa,

y con ira impetuosa

dejó cerrada la reja.

¡Vive Dios!, el rey exclama,

con iracundo coraje,

¡necio la ingrata me llama!

¡venganza mi orgullo clama

no he de sufrir tal ultraje!

¡Nunca! ¡Ceda a mi venganza,

ha de ser mío su amor:

todo mi poder la alcanza,

realícese mi esperanza

aunque ella pierda su honor!

Se interna por los senderos

y a pocos pasos que dio,

sus nobles y caballeros,

y sus gallardos monteros

en la rivera[23] encontró.

 

V. BONDAD DE REY

 

Algunos meses después:

¡Oh! ¿qué tienes, Laura mía?,

el vizconde le decía

a su esposa con amor.

¿Qué tienes tú, le responde,

que de mi lado te alejas,

y ni contemplar me dejas

las huellas de tu dolor?

¡Estás pálido, turbado

tú siempre alegre, animoso,

hoy sombrío y caviloso,

huyes de la confusión!

¿Acaso, Eliodoro mío,

te asusta tu pensamiento?

¿Quizá algún presentimiento

oprime tu corazón?

¡Oh! Días hace que lucho

con esa inmensa tristeza,

y esa carta de su alteza

me pronostica algún mal.

Un favor tan repentino,

en verdad, Laura, me admira,

y a mi corazón inspira

no sé qué augurio fatal...

El conde aquí se dirige...

venid, venid, padre mío,

pues también, a vos confío,

que os habrá de sorprender.

—¿Qué hay?, les dijo llegando,

el noble conde a su lado.

—Este aviso inesperado

que os voy señor a leer.

Dice así: «Amigo vizconde,

hoy el rey nuestro señor,

te concede su favor

y también al señor conde.

Juzgando no es generoso

a sus valientes dejar

en la inercia y el reposo

habiendo que conquistar,

un ejército aguerrido

preparase en sus cuarteles,

y para batir infieles

a los dos os ha elegido.

Por valientes y leales

y de noble corazón

os nombra los generales

del formidable escuadrón»

Absortos reverenciaban

de su rey la voluntad:

y a comprender no acertaban

aquel rasgo de bondad.

De la corte desterrado

el conde de Villaverde,

pronto la memoria pierde

el rey cuando le ha llamado.

Siempre bizarro[24] y leal

sirvió al rey contra los moros:

tierras le ganó y tesoros

el gallardo general.

Pero murió, y su heredero

con el cetro no adquirió

aquel carácter guerrero

que a su padre distinguió.

Ni se acuerda de la guerra,

cercado de aduladores,

y de su corte destierra

sus más nobles servidores.

Busca el osado ejercicio

de la caza, por manía:

si recibe un beneficio

le olvida en el mismo día.

Inconstante y caprichoso,

soberbio, altivo y audaz

su corazón rencoroso

de nada grande es capaz.

Ley ni razón respetaba,

en su capricho nefando;

tal era el rey que empuñaba

el cetro de San Fernando.

 

VI. SEPARACION.

 

¡Cuán breves son las dichas de la vida!

Laura exclamaba en su penar febril,

injusta ley que manda su partida

aunque yo muera de dolor aquí.

La gloria es antes que su dulce esposa

es un desdoro la tranquila paz

«guerra» grita la patria belicosa,

no hay que adormirse en seductor solaz,

«Vibre sangrienta la gloriosa espada,

el ocio inerme a la nobleza daña,

de nuestra fe la enseña venerada

doquier ostente nuestra libre España.

«españoles, venid, la guerra os llama

el pendón de Castilla enarbolemos,

o triunfar o morir, férvida[25] exclama,

cayado por espada trocaremos.

La voz doquier unánime resuena:

los guerreros aprestan con denuedo[26],

de entusiasmo febril el alma llena,

las cortantes espadas de Toledo.

El cielo os lleve en paz, padre y esposo,

mi corazón despedazado queda,

pero lleno de aliento generoso

para veros marchar, aunque yo muera.

Vuestro valor no enerve mi memoria,

noble española soy, me sobra brío

confúndanselos ecos de victoria

con el ardiente adiós del labio mío.

Abandonada quedo, sin amparo;

pero la santa fe, mi pecho guía,

y sabré conservar mi nombre caro

digno de mi elevada jerarquía,

¡Partid, partid, donde el honor os llama!

Vuestro valor al universo asombre,

y que repita la tronante fama,

de polo a polo vuestro ilustre nombre.

De varonil espíritu animada Laura,

les ciñe el casco y la armadura

y a su pecho suspende inmaculada de María

la imagen dulce, pura.

«¡Adiós!», les dice su animoso acento,

fiad en esa virgen seductora,

en la batalla prestaros aliento

siendo vuestra constante protectora.»

Parten, al son del belicoso estruendo, 

les siguen sus vasallos numerosos;

el sonoro clarín el aire hiriendo suena,

y vuelan los brutos generosos.

Laura con sus doncellas y criados

los ve alejarse con profunda pena,

el polvo desparece en los nublados

y aún flota su pañuelo en una almena.

 

VII. TEMPESTAD.

 

Cargado el cielo de vapores rojos,

sofocante la atmósfera y pesada,

anuncia con enojos

a la tierra que gime atribulada,

una gran tempestad que estalla airada.

Brilla doquier la sulfurosa lumbre,

sordo rebrama el trueno,

de avecillas la inmensa muchedumbre

bajan despavoridas de la cumbre,

y se refugian en el valle ameno. 

Medrosas huyen de la sombra oscura

que nubla el azulado firmamento;

mas ¡ay! que la espesura

no sabrá conservar su vida pura

si el huracán estalla violento.

Vedle ya recorrer la selva umbría,

flores y plantas bellas arrancando

los árboles tronchando,

y en su potente cólera bravía

rasgar las nubes con furor nefando.

Brotan sobre la tierra mil raudales,

anéguense los valles, los sembrados,

y corren desbordados,

aumentando del rio los caudales

por los hermosos bosques dilatados.

De su anchuroso cauce sale el rio,

hasta bañar los muros del castillo,

su inmenso poderío extiendes,

llevando a su albedrio

el pobre hogar del labrador sencillo.

¡Ah! ¡perdonad! El alma fatigada

no puede describir tantos horrores,

la siento quebrantada:

vamos de nuestra Laura a la morada

a contemplar, quizá, nuevos dolores.

Mas... ella sale. Despejase el cielo,

y ostenta un sol que entre celajes brilla,

y con ardiente celo, llena de devoción y fe sencilla,

a buscar Laura va, dulce consuelo.

Apresurada a la rivera, en tanto

la hermosa llega con afán cruel,

y con hondo quebranto,

busca anegada en angustioso llanto

la imagen de María en el laurel.

Pero un grito exhaló ronco y doliente,

del Tajo al ver las aguas caudalosas,

que con furia imponente arrastran

el laurel rápidamente

por cima de sus ondas espumosas.

Extiéndanse las aguas por doquiera,

y la joven huyendo amedrentada,

temerosa y ligera,

sube a un risco y contempla enajenada,

la imagen de María en una higuera

Aquel sagrado rostro que lloraba

creyéndole en las aguas sumergido,

con afán contemplaba,

y su amoroso labio le besaba,

de hinojos en el risco bendecido.

 

VIII. HOSPITALIDAD

 

Ya está la tarde serena,

fresca, apacible y hermosa

solo de crespón[27] y rosa

las nubes vuelan doquier.

Apareciendo en el éter

cual tenue y flotante espuma,

blanco armiño, leve pluma

y purpúreo rosicler.

Laura la puerta del parque

atraviesa lentamente,

llevando impresa en su frente

el pasmo y la admiración.

Recordando con delicia

la trasladación sufrida

aquella efigie querida

que adora su corazón.

Profundamente abismada

en su propio pensamiento,

no pudo ver cómo atento

un caballero llegó,

Al gran patio del castillo,

y como altivo y airoso,

de su corcel generoso

con soltura desmontó.

A un criado le pregunta:

¿la señora Vizcondesa?

Vedla, respondió, atraviesa

lentamente ese cancel.

—Vengo, la dijo, buscando

la luz de vuestra hermosura.

—¿Y a qué debo la ventura

de veros, conde de Ariel?

—A la tempestad pasada

la debéis, y no os asombre,

que vengo del rey en nombre,

buscando hospitalidad.

—¡Oh! ¿qué decís? Id al punto

y venga el rey a su casa.

—Miradle ya, que traspasa

el parque con ansiedad,

de sus monteros seguido

y sus bravos caballeros,

que llegan por mil senderos

su venida a prevenir.

—Caballero acompañadme,

que mis deberes no ignoro,

y en nombre de mi Eliodoro,

voy al rey a recibir.

¿Cuál de tantos caballeros,

es su alteza?

—El de la banda

—¡Dios mío!

¡Si ya en la orilla del río

su rostro he visto otra vez!

Pero qué importa, lleguemos,

él es rey y caballero,

y de su nobleza espero

solo hazañas de gran prez[28].

 

IX. LA CARTA

 

Todo es ruido y confusiones

en los patios del castillo,

y sus lujosos salones

se ostentan con nuevo brillo.

De damasco tapizado

en un cómodo sillón,

hallase el rey abismado,

en honda meditación.

¿Qué haré?, se dice, es tan bella,

como altiva y orgullosa,

siguiendo vine su huella,

a esta rivera arenosa.

Por su amor mi pecho siente

vago deseo, infinito,

y al mirarla indiferente

mi cólera precipito.

Mas yo la haré comprender,

hablándola sin rodeos

mi absoluto parecer,

mis imperiosos deseos.

Esto diciendo, levantase airado

con duro gesto y con marcial talante,

deja el salón y llegase a un criado

pidiendo que le anuncie en el instante.

Introdúcele al punto a un aposento,

do[29] se halla nuestra Laura entristecida,

saluda al rey con tembloso acento,

por el dolor y la emoción herida.

—Perdonadme, señor, si el alma mía,

recibiros no puede cual debiera,

si al corazón le falta su alegría

y es para mí la dicha una quimera.

—¿Estás triste? Cuán pálida te veo,

el rey la respondió galantemente,

saber la causa del pesar deseo,

que ha sentido tu pecho cruelmente.

—Ved, señor esta carta de mi esposo,

que ha poco preséntame un mensajero,

leed, comprenderéis lo doloroso

de este pesar que disfrazaros quiero.

Dice así: «Nada temas, Laura amada,

si llego a sucumbir en esta tierra,

que es muy bella la muerte rodeada

del belicoso estruendo de la guerra.

¡Nada temas, mi bien! Estoy herido,

y si muero en el campo de batalla,

se perderá mi postrimer gemido

con los ecos que lance la metralla.

Seré feliz, y moriré tranquilo,

que mi patria y tu amor fueron mi gloria,

si al penetrar en mi postrer asilo

escúchanse los gritos de victoria.

Adiós, mi esposa, adiós; alza tu frente, 

de grandeza ejemplar haciendo alarde,

lata tu corazón noble y valiente

y el mísero dolor no te acobarde.

Consérvame tu amor y aleja el duelo,

que la sagrada fe mi pecho guía,

y seremos felices en el cielo,

bajo el augusto solio[30] de María.»

Admirado y suspenso el rey quedó,

al ver en Eliodoro tal grandeza,

y el dolor de la joven respetó

dejándola abismada en su tristeza.

 

X. DESPEDIDA

 

¡En marcha mis caballeros!,

exclama el rey con afán,

mi jauría y mis monteros

y mi gallardo alazán.

Todos van a prevenir

sus armas y sus bridones,

y atravesando salones,

el rey se fue a despedir

de Laura, que reclinada,

en un cómodo sillón

no le sintió, dominada

por su profunda aflicción.

Tiene pálido el semblante,

llenos de llanto los ojos,

y oprimido el pecho amante

por tan crueles enojos.

Negra túnica ceñida

a su gallarda cintura,

hace resaltar erguida

su esbeltísima figura.

Dispensadme, Laura hermosa,

la dice el rey con agrado,

si mi presencia enojosa

tu distracción ha turbado.

Se repuso con presteza

Laura de su turbación,

y le dijo: Vuestra alteza

sabe mi enorme aflicción.

Perdí la dicha y la calma,

y siempre llena de duelo

y de congojas el alma,

no hallará paz ni consuelo.

 

REY

¿Siendo tan joven, tan bella,

y perdida la esperanza?

 

LAURA

Para siempre.

 

REY

Aún tu estrella

te sonríe en lontananza,

y lucirá placentera.

 

LAURA

¡Ah!, señor, densa y oscura

la miro.

 

REY

Vana quimera,

cuando a tu vista fulgura.

Tu amarás con fe profunda.

 

LAURA

Solo a la Virgen María,

en su dulce amor se funda

mi consuelo y mi alegría.

 

REY

Y si un hombre te adorara

con frenesí sin igual

¿qué hicieras?

 

LAURA

Le despreciara,

su cariño terrenal

 

REY

¿Y si ofreciera a tus pies

gloria, riquezas y honores?

 

LAURA

Ni el fausto ni el interés

conquistarán mis favores.

 

 REY

¿Y si ese hombre fuera un rey

que demandara tu amor?

 

LAURA

Si era su capricho ley,

moriría de dolor.

 

 REY

¿Sin amarle?

 

LAURA

Ni un momento

 

REY

Mira que es muy poderoso,

su corazón violento,

su carácter orgulloso.

 

LAURA

Nada en el mundo me arredra,

su cólera desafío;

venga, pues, el pecho mío,

se convierte en dura piedra y

de sus iras me río.

 

REY

Si quiero, tu rica en llanto

a mi placer tornaré,

tu orgullo doblegaré,

y serás el dulce encanto

de mi solitaria fe.

Con tu soberbia altanera

no irrites, niña, al león,

es muy grande su pasión,

y el peligro considera,

de herirle en el corazón.

 

LAURA

Guarde allá el Rey sus favores

para su alcázar real,

do viles aduladores, se disputan los honores

de su cariño venal[31].

Guarde allá ese real aprecio,

para impuras cortesanas,

que yo el corazón desprecio,

que tiene en tan poco precio

las matronas castellanas.

 

REY

¡Vive Dios!, que he de rendir

a mis plantas tu altiveza,

¡de rodillas!

 

LAURA

Mi cabeza

podéis cortar, no abatir

de mi orgullo la fiereza.

Ni súplicas ni rigor

Vencer sabrán mi desdén,

murió en la guerra mi amor,

y mi corazón señor,

murió para amar también.

Yo niego mis afecciones

de lealtad, haciendo alarde;

no mancharé mis blasones:

Mandad vuestros escuadrones

a prenderme, y Dios os guarde.

Solo quedó el monarca, y abismado

de su arrogancia y brusca despedida,

quiso en pos de su huella arrebatado

seguir, pero no hallando la salida,

se detuvo y marchosa apresurado

a emprender al momento su partida.

Poco después, perdiese en los senderos

del monte, con sus bravos caballeros.

 

XI. LA HIGUERA

 

Es la hora misteriosa,

cuando la brisa murmura,

y se escucha en la espesura

el canto del ruiseñor.

Cuando el alba se presenta

por las puertas del oriente

en su carro refulgente

cercado de resplandor.

Suena el murmullo del río

que en el espacio se pierde,

y el risco de Villaverde,

triste y solitario está.

Cubierto de peñascales,

no brota una flor siquiera,

solo una frondosa higuera,

sombra apacible le da.

Brilla en el último cerro

entre nubes de topacio,

tornasolando al espacio,

apenas nacientes el sol.

Su pálida luz templada

reciben con alborozo

las aves, llenas de gozo

y el amante girasol.

Sacude naturaleza

su letárgico beleño[32],

la luz crece, mengua el sueño

y empieza la animación.

Solo el castillo de Laura,

está triste y silencioso

no en letargo perezoso,

sumido en honda aflicción.

Bajan el puente, aparecen

en el parque los criados,

pensativos y enlutados

descolorida la faz.

Uno de mirada torva,

parque y jardín atraviesa,

al campo se va de priesa[33]

resuelto el paso y audaz.

En la espesura del valle,

le aguardan dos caballeros,

que por distintos senderos

se alejan al llegar él.

Y vuelven en el momento

de otros cuatro acompañados

de pastores disfrazados

cada uno con su corcel.

—¿Dices que vendrá, mancebo,

a pasear tu señora?

con voz fuerte, atronadora,

uno de ellos preguntó,

—He prometido entregarle

hoy mismo a su señoría,

y cumpliré mi porfía,

el criado contestó.

—Sea, pues, fio en tu oferta,

cuenta con mi recompensa

si hoy me vengo de la ofensa

que me hizo Laura, sufrir.

—No tardará diez minutos

que a visitar esa higuera

suele temprano venir.

Mas hela ya, pues distingo

un bulto negro a lo lejos

que del sol a los reflejos

miro en el valle internar.

Vosotros seguid, señores,

ese sendero adelante,

y os halláis en un instante

en su improvisado altar.

 

XII. APARICIÓN.

 

La hermosa Laura del peligro ajena

que amaga su virtud y su persona,

al risco llega a distraer su pena,

y a poner en su altar una corona.

Magnífica y pomposa está la higuera,

coronada de gotas de rocío,

del rubio Apolo un rayo reverbera

en su ramaje místico y sombrío.

De la sagrada Virgen el retrato,

de escasa magnitud y gran belleza,

oculta nuestra Laura con recato

del elevado tronco en la corteza.

Bellas guirnaldas, perfumadas flores,

constantemente con amor coloca,

y de la sacra virgen los favores,

con santa fe, su corazón invoca.

Vedla ¡cuán bella orando enajenada,

pálida y triste demandar consuelo,

dirigiendo sublime una mirada

de inmensa devoción, fija en el cielo!

Súbitamente con audacia impía

rodean su esbeltísima figura,

y espantada gritó: «Virgen María

protege mi inocencia santa y pura.»

A tan sublime invocación, resuenan

célicas[34] armonías, la luz brilla,

y los raptores de temor se llenan

en la tierra postrando una rodilla.

Atónitos admiran el portento,

que a su vista realizase asombrada,

ven descender con suave movimiento

a la madre de Dios inmaculada.

En un trono de nubes y topacio,

rodeada de arcángeles divinos,

cuajado de perfumes el espacio

do se elevan sonidos argentinos.

Con majestad suprema y dulce encanto

su pie fijó en la higuera bendecida,

enajenada Laura asió su manto,

y exánime cayó, falta de vida.

 

EPÍLOGO.

Medio siglo después, una mañana

del nebuloso enero,

en el feudal castillo desmontaba

un anciano viajero.

Con breve voz que su sonido pierde,

le preguntó a un criado:

—¿Me podéis enseñar de Villaverde

el risco venerado?

—Allí voy, buen anciano, en el momento,

seguid tras de mi huella

y admiraréis el sin igual portento

de nuestra virgen bella.

El jardín atravesaron

y dejando el parque atrás,

a una eminencia[35] llegaron,

do no hay una flor jamás.

Es un terreno calizo,

cercado de peñascales

con pobre musgo pajizo

y yerbas medicinales.

Extensa tierra domina

desde su altura eminente,

y bajo su planta inclina

raudo el Tajo su corriente.

No está ya cual otro día

el risco tan solitario;

que hoy de la Virgen María,

adórnale un santuario.

A él se dirigen devotos

los dos graves personajes,

donde sus fervientes votos

rinden con sus homenajes.

—¿Quién duerme en esa mortuoria

losa?, decid, buen amigo.

—Una santa, cuya historia

presencié como testigo;

la última descendiente

del conde de Villaverde.

¿La conocisteis?

—La mente con mil recuerdos se pierde.

Estuve aquí disfrazado con el rey, cuando cruel

quiso robarla.

—¡Malvado!,

ved ahí su retrato fiel.

—¡Oh! referidme el suceso,

yo seguí al rey con presteza

hasta su fin.

—Según eso

¿murió?

—Perdió la cabeza.

—Oíd. Aquel mismo día

en que murió mi señora,

su noble padre volvía

de una guerra asoladora.

Loco de inmenso dolor

al verse solo en el mundo

aquí vino en su rigor

su duelo a exhalar profundo.

Para la imagen hermosa,

con devoción infinita,

construir hizo esta ermita

do con sus hijos reposa.

La memoria no se pierde

de su fe, y aunque os asombre,

la virgen de Villaverde

de mi señor lleva el nombre.

Con fervor el anciano criado

en la tierra postrase contrito,

y el viajero dejó apresurado

tristemente el santuario bendito.

Fuerte suma dejó en el cepillo,

y tomando su altivo alazán[36],

perdió al punto de vista el castillo

al silbido del recio huracán.

 

 

FUENTE

 

Sáez de Melgar,  Faustina.  La higuera de Villaverde. Madrid: Imprenta de Don Bernabé Fernández, Barco 6, bajo, 1860.

Edición Ana María Gómez-Elegido Centeno.

 

[1] Amaranto:  de color carmesí como la flor de este árbol.

[2] Murmurio: murmullo.

[3] Undosa: que se mueve haciendo olas.

[4] Argentado: plateado

[5] Tristura: tristeza

[6] Sic. Por “ribera”.

[7] Fuer: a fuerza.

[8] Porfía:  discusión tenaz, intento con mucha obstinación.

[9] Rosicler: Dicho de un color: Rosa claro y suave, semejante al de la aurora.

[10] Rauda: veloz

[11] Aquilón:  viento del norte.

[12] Brocatel: 1. m. Tejido de cáñamo y seda, a modo de damasco, que se emplea en muebles y colgadura. (Diccionario de la Lengua Española, RAE)

[13] Por doquier: por todas partes

[14] En redor: alrededor

[15] Celaje: 1. m. Aspecto que presenta el cielo cuando hay nubes tenues y de varios matices (Diccionario de la Lengua Española, RAE)

[16] De hinojos: de rodillas

[17] Leda: alegre

[18] Arrebol: 1. m. poét. Color rojo, especialmente el de las nubes iluminadas por los rayos del sol o el del rostro. (Diccionario de la Lengua Española, RAE)

[19] Do: donde

[20] Tasca: frena

[21] Medrosa: atemorizada

[22] Solaz: descanso

[23] Sic. Por “ribera”

[24] Bizarro: valiente.

[25] Férvida: hirviente

[26] Denuedo. Con esfuerzo

[27] Crespón: 1. m. Gasa en que la urdimbre está más retorcida que la trama.  (Diccionario de la Lengua Española, RAE)

[28] Prez: honra

[29] Do: donde

[30] Solio:  trono

[31] Venal: voluble, que se cambia con facilidad

[32] Beleño: planta narcótica.

[33] Priesa: prisa

[34] Célicas: celestes.

[35] Eminencia: altura

[36] Alazán: caballo árabe