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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Flores y abejas: revista festiva semanal: Guadajalara, año V, núm. 220, 13 noviembre, 1898.p.1.

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TENDILLA

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Convento de la Salceda

En un monte de la Alcarria y sobre la linde que separa los términos de las villas de Tendilla y Peñalver, hubo un convento de frailes franciscanos, célebre en otro tiempo y del que hoy sólo se ven ruinas, que nos recuerdan una antigua leyenda, conservada a través de algunos siglos por una constante tradición.

La leyenda en resumen es la siguiente:

Dos caballeros de la Orden de San Juan[1], montados en briosos corceles, cruzaban las asperezas de los montes de la parte de la Alcarria antes citada, dedicados a la caza; y al llegar al valle Celia, entretenidos en su cinegética[2] diversión y sin advertirlo, les sobrevino la noche.

Entonces estalló una tempestad con todo su furor; se asustaron los caballeros, y los caballos, desbocados, se salieron del camino, metiéndose por la espesa arboleda que cubría el monte y en que abundaban los sauces.

 Parados por fin los caballos en una ladera, rogaron los caballeros a la Madre de Jesús que les sacase con bien de lance tan apurado; y al punto vieron con regocijo y asombro, entre las ramas de un frondoso sauce, una pequeña imagen de la Virgen María rodeada de un resplandor, que, desterrando la oscuridad de la noche, iluminaba sus cercanías.

 Los caballeros se desmontaron de los caballos, y, sin miedo ya a la tormenta, que cesó casi instantáneamente, y con fervor y gratitud del alma, se postraron ante aquella imagen que milagrosamente se les aparecía para salvarles de tan gran peligro.

Entonces ofrecieron a la Santísima Virgen levantar a su costa en aquel mismo monte en que se había dignado aparecérseles, un templo en el cual fuese venerada la santa imagen, que por haber aparecido en un sauce o salce[3] comenzó a llamarse Nuestra Señora de la Salceda.

La promesa fue fielmente cumplida. No consta el año en que se construyó la iglesia, pero debió ser después de la aparición de la Virgen de la Salceda; aparición que algunos autores aseguran ocurrida en el siglo XI, fundándose para ello en el hecho siguiente:

En el año 1566 hubo necesidad de profundizar los cimientos de una de las paredes de la iglesia para darla más seguridad, encontrándose en el fondo de una de las zanjas que abrieron, una medalla de plata sobredorada en que estaba esculpida una imagen de la Virgen sobre un altar, y de rodillas y en actitud de fervorosa devoción dos caballeros que por las cruces qué ostentaban en sus vestidos eran indudablemente de la Orden de San Juan.

Su traje, muy distinto del que éstos usaban en la época de la aparición de la medalla, les hacía parecer más bien obispos que caballeros, por las mucetas[4] y manteletes[5] con que estaban adornados y sobre los que se veía la cruz de San Juan: deduciéndose de aquí, no solo la antigüedad de la medalla, que indudablemente la mandaron acuñar los dos favorecidos caballeros y colocarla en los cimientos de aquel templo como imperecedero testimonio de su gratitud y devoción, sino que aquellos debieron ser de los primeros caballeros de su Orden, fundada en 1099 por Godofredo de Bullón.

 Aquella iglesia se convirtió después en convento, cuando el venerable Fr. Pedro de Villacreces, buscando un sitio oportuno para llevar a cabo la reforma de la Orden de San Francisco, que se había alejado del primitivo espíritu fervoroso de su fundador, se fijó en la amena soledad en que se veneraba la imagen de la Virgen de la Salceda, cuyo territorio e iglesia pertenecía a los Caballeros de la Orden de San Juan.

A la sombra, pues, de la Virgen de la Salceda, ensanchando su iglesia y construyendo junto a ella algunas celdas, levantó el venerable Fr. Pedro de Villacreces el convento donde se formaron hombres que con sus doctrinas y virtudes ilustraron la Iglesia y dieron grande e imperecedera gloria a la nación española, entre los cuales son dignos de mención el P. Villacreces, su fundador, que tuvo por discípulos a San Pedro Regalado, y a los beatos Fr. Francisco Pedro de Santiago y Fr. Pedro de Salinas (sic)[6], y que, tan do docto como penitente, fue una de las lumbreras del Concilio de Constanza, celebrado en 1414 para destruir el terrible cisma que entonces afligía a la Iglesia.

Cuando los Reyes Católicos conquistaron a Granada en 2 de enero de 1492, nombraron para aquella ciudad un arzobispo, que lo fue Fr. Hernando de Talavera, a la sazón obispó de Ávila y confesor de la Reina doña Isabel la Católica. Quedó por consiguiente vacante el cargo de confesor de la Reina, y consultado sobre este punto el Cardenal Mendoza, desde luego designó a Fr. Francisco Jiménez de Cisneros, el cual, según unos historiadores, tomó el hábito de religioso del convento de la Salceda, y, según otros, en el de San Juan de los Reyes, de Toledo.

Sea de esto lo que fuere, no cabe duda alguna que estuvo en el Convento de la Salceda, como lo prueba, además de otras razones que omitimos, una lápida[7] que se encontró inmediata a este convento al abrirse la carretera que va desde Guadalajara a Albaladejito, en cuya lápida se lee la inscripción siguiente:

Esta es la choza del padre Francisco Jiménez de Cisneros, guardián que fue de esta casa, año 1491.

 Se cuenta de este gran franciscano que reconviniéndole en los últimos años de su vida una persona de que habiendo hecho tantas y tan grandes obras en España, como la Universidad de Alcalá, colegios, hospitales, etc., hubiese andado tan corto con la -Salceda, no haciendo en ella obra memorable en señal de reconocimiento; a lo que contestó Cisneros:  «No tengo hacienda para restituir una astilla que por mi causa se quite a aquella santa casa», con lo que dio a entender el respeto que le inspiraba tan célebre santuario, al cual no se atrevía a tocar ni aun para mejorarle.

 Del convento de la Salceda salió también Fr. Pedro González de Mendoza, obispo de Sigüenza, el cual, para dar testimonio de su devoción a la Virgen de la Salceda, en cuyo convento pasó su juventud, hizo labrar un magnífico retablo que sirviese de altar mayor, poniendo en él un sauce en memoria del en que se apareció la Virgen a los dos Caballeros de la Orden de San Juan. Estableció además en el citado convento una rica biblioteca, de la cual, por cierto, sólo pasaron a la Biblioteca provincial de Guadalajara diez y seis volúmenes.

 Y si antes de terminar este articulejo hubiera de decir algo de las maravillosas misericordias obradas por la Madre de Dios en su tan venerada imagen de la Salceda, sólo diría que ellas sostenían viva, vivísima y acrecentaban hasta el delirio, si me es permitida la frase, la piedad y la fe de los hijos de la Alcarria, cuya honradez y santas costumbres llegó a ser proverbial y bien notoria, y hasta de apartadas regiones acudían constantemente fervorosos devotos de la Virgen de la Salceda, pertenecientes a todas las clases y jerarquías sociales, que venían a visitarla y a ofrecerla, con el homenaje personal de su devoción y de su amor, valiosos e indubitables testimonios de profunda gratitud. No es, pues, de extrañar que hasta los príncipes y los mismos reyes, no se desdeñasen de visitar el humilde y solitario convento de la Salceda, y rindiesen su majestad  su grandeza ante la venerada y milagrosa Imagen, como lo hizo Felipe III en 1604 con toda su corte, y Fernando VII que la visitó repetidas veces cuando iba a buscar alivio para sus dolores en las aguas de Sacedón, donde fundó la Isabela en honor de su segunda esposa Doña Isabel de Braganza.

 Y sin embargo, este santuario, no ha mucho tan visitado y tan célebre, ha desaparecido y sólo quedan de él olvidadas ruinas...

¡Tan grande es la inestabilidad de las cosas humanas! Pero la Salceda, ya por haber sido como el trono desde el cual la Santa Madre de Dios ha otorgado a manos llenas innumerables consuelos y misericordias, y sostenido viva y edificante a través de muchos siglos la fe de los hijos de esta región española, ya por haber formado en su seno a uno de los hombres de Estado más esclarecidos de nuestra patria, debería estar, no tan olvidada, sino honrada por todos y visitada por grandes y pequeños, aunque no fuera más que para recordar con fruición y con gozo las virtudes y las grandezas que han brotado entre nosotros en épocas de mayor fe, y para inspirarse en elevados pensamientos al contemplar aquellas solitarias ruinas, de las cuales surgen siempre, pero especialmente en la actualidad, sublimes enseñanzas para la restauración de nuestras costumbres cívicas y cristianas, que todos lloramos como perdidas, y para la regeneración y engrandecimiento de nuestra infortunada patria, hoy tan humillada, porque, huyendo de los esplendores de la fe, se ha apartado de sus  verdaderos caminos de grandeza y de vida.

 La luz de la Salceda que alumbraba a la Alcarria, se apagó al soplo helado de la indiferencia religiosa; por eso la Alcarria no es hoy lo que fue un día en el orden de las ideas y de las costumbres sociales y cristianas. Vuelva España a no avergonzarse, a gloriarse y a dejarse guiar por la luz que trajo Jesucristo al mundo, única civilizadora, y España se levantará por fin de su postración regenerada y potente, reverdecerán sus glorias y volverá a ser como en otros tiempos, grande, considerada y temida.

 Pedro SÁNCHEZ VIEJO. Soria, 30 de octubre de 1898. —

 

Edición: Pilar Vega Rodríguez

FUENTE:

Flores y abejas: revista festiva semanal: Guadajalara, año V, núm. 220, 13 noviembre, 1898.p.1.

 

NOTAS

 


[1]Orden militar y hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta; orden de caballeros que profesan votos religiosos y cuya vocación era la reconquista de los lugares santos y el auxilio hospitalario. Fue reconocida por el papa Pascual III en el año 1113.

 [2] Cinegética diversión: esto es, la caza.

[3]Salce: Del lat. salix, -icis. (Diccionario de la lengua española, RAE)

[4] Muceta: vestidura que cubre el pecho y la espalda, y que, abotonada por delante, usan como señal de su dignidad los prelados, doctores, licenciados y ciertos eclesiásticos. (Diccionario de la lengua española, RAE)

[5] Mantelete: 1. m. Vestidura con dos aberturas para sacar los brazos, que llevan los obispos y prelados encima del roquete, y llega un palmo más abajo de las rodillas.  2. m. Heráld. Adorno del escudo de armas, que representa el pedazo de tela o de malla que, bajando desde lo alto del casco, protegía el cuello y parte de la espalda del caballero (Diccionario de la lengua española, RAE)

[6] Es un error, se refiere a Fr. Lope de Salinas.

[7] Esta lápida se guardó en el Museo provincial de Guadalajara hasta el mes de Abril de 1868 que, en  virtud de la Real orden circular de 6 de noviembre de 1867, se remitió al Museo Arqueológico Nacional. (Nota del autor)