DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

El nuevo ateneo: revista científica, literaria, artística, de intereses y noticias locales y generales: (Toledo) año I, época, 2º, núm. 14,  5 de octubre 1879. p.1.

Acontecimientos
Amores trágicos
Personajes
Blanca y Ramiro Garcés, Gualtero Marigni
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LOCALIZACIÓN

ESTELLA

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Doña Blanca Garcés

(Leyenda)

 

I.

Reinaba en Navarra la Casa de Champaña, en la persona de Teobaldo o Hisbaldo, cuya corona pasó en 1270 a manos de su hermano D. Enrique, por no haber dejado sucesión aquel Rey.

De funestas consecuencias fue para Navarra la muerte de D. Enrique, acaecida cuatro años después. No habiendo dejado más que una niña llamada Doña Juana, los Reyes de Aragón y Castilla creyeron llegado el momento oportuno de hacer triunfar sus ambiciosas miras, puestas hacía tiempo en Navarra. Con este fin, trataron ambos de apoderarse de Doña Juana, al mismo tiempo que el de Castilla ponía cerco a Viana. En tanto Navarra se había levantado en armas y una de sus facciones quería a todo trance casar a Doña Juana con el Infante de Aragón.

Mientras esto acontecía la Reina madre había huido con Doña Juana a Francia y pedido protección a aquel Monarca, quien envió a España un ejército en auxilio de los que defendían a la Reina, sometiendo con él las facciones aliadas do Castilla.

Verificóse después en 1284 el matrimonio de Doña Juana con el primogénito de Francia, Felipe el Hermoso, quedando unidas las dos Coronas a la muerte de aquel Rey.

En 1305 fue coronado en Navarra, con todas las formalidades del fuero Luis X, conocido en la historia por Luis Hutin o Hutin I.[1]

 

II

 

Reinaba pues en Francia y Navarra Luis X, y gobernaba  Estella en nombre del Rey un noble llamado Gualtero  Marigni[2].

A su llegada a la ciudad, prendóse de Doña Blanca Garcés, dama ilustre y de sin igual y gentil hermosura. Galanteábala el gobernador sin obtener siquiera de ella la más ligera muestra de remota esperanza. Redoblaba no obstante cada vez más el infortunado amante sus obsequios y galanterías. Disponía espléndidos saraos en los que la hermosura de Blanca era admirada de todos; pero ni los elegantes saraos, ni los lujosos torneos y demás fiestas que Gualtero ordenaba, como tampoco las sentidas y apasionadas trovas que cantaba al pie de sus balcones en noches apacibles, hicieron cambiar la actitud nada halagüeña para G-ualtero, en que Blanca se habla encerrado. Creyérase más bien que el porfiado amante iba perdiendo cada día más terreno, y que sus galanterías y atenciones aumentaban, no ya los desdenes de la dama, sino su indiferencia.

No otra cosa podía suceder amando como Blanca amaba con toda la lealtad de un joven y apasionado corazón, al bizarro caballero y denodado paladín Ramiro Garcés, primo suyo.

Súpolo Gualtero, cuyo natural altivo no podía sufrir verse pospuesto, y meditó a sus solas un plan de venganza horrible.

 

III

Llamó un día a Ramiro Garcés y confióle la delicadísima y honrosa misión de llevar al Rey de Francia unos pliegos reservados.

Dispuso Ramiro su viaje, y fuese a despedir de Blanca, de cuyos labios oyó una vez más los repetidos juramentos y protestas de amor, partiendo poco después seguido de su escudero de su confianza.

Seguía el caballero sin tropiezo alguno su viaje, cuando al internarse en las asperezas de los Pirineos vióse bruscamente acometido y rodeado por una docena de bandidos con los cuales sostuvo un rudo y singular combate.

Indecisa mostróse en los primeros momentos la victoria, pero habiendo perecido en la refriega su fiel criado, cayó Ramiro en poder de los forajidos, quienes después de vendarle —381— los ojos, le condujeron a un oscuro calabozo de una fortaleza aislada.

IV.

 

Trascurrió así algún tiempo sin que Blanca recibiera nuevas de Ramiro; y su impaciencia, que iba creciendo cada día más había llegado a ser superior a sus fuerzas, por lo que la enamorada doncella buscaba frecuentemente en la oración lenitivo[3] para sus males.

En este estado las cosas, embargada en los temores que inspira la ausencia, se hallaba una noche Blanca en el fondo de su rico camarín, cuando la sorprendió la visita del (gobernador, con el pretexto de darle las fidedignas noticias que de su amante había recibido. Así se lo manifestó en tono irónico Gualtero, depositando en sus manos un pergamino enrollado del que pendía un sello de plomo en donde estaban grabadas las armas limadas de un sombrero episcopal. Apresuróse Blanca a leer su contenido, pero su desesperación creció de punto, al ver que estaba escrito en un idioma desconocido para ella.

Al saber más tarde que era una certificación expedida en forma por el arzobispo de París de los desposorios de Ramiro Garcés con la heredera de una de las más opulentas casas de Francia, manifestó la infortunada Blanca a sus más cercanos parientes su firme resolución de abrazar la vida monástica.

 

V.

 

Pocos meses después tenía lugar en el monasterio de San Benito la ceremonia de la entrada de Blanca en el claustro, con una pompa y magnificencia jamás vistas ni usadas.

No esperaba al parecer el despiadado Gualtero que sus ingeniosos ardides le dieran aquel resultado, y no satisfecho aún con el golpe de muerte descargado en el noble corazón de Blanca, preparóle otro no menos digno de su perfidia.

Encontrábase una noche la infortunada novicia rezando en su celda, cuando vio penetrar en ella dos enmascarados, quienes después de taparle los ojos con un lienzo, metiéronla en una litera y la llevaron al castillo donde hacía algún tiempo que incomunicado gemías amante.

Vivian de este modo los dos amantes sin saber el uno del otro. Entre tanto Gualtero seguía visitando con frecuencia a su prisionera, sin que su liviana pasión consiguiera la menor probabilidad de triunfo, cuando un día al separarse de ella estalló una tempestad que descargó un rayo en el torreón que defendía la puerta principal, derribando dos almenas e incendiando el castillo.

Disponíase el Gobernador a salir de él en el momento mismo en que una enorme viga desprendida le hirió de muerte; dando sus órdenes antes de expirar para que fuesen puestos en libertad los amantes.

 

VI.

No quiso Blanca romper los santos votos que aunque no formalizados exteriormente, había ya pronunciado en su corazón, y se consagró al servicio de Dios.

Ramiro por su parte, trocó su brillante armadura de caballero por el tosco sayal de ermitaño yendo en peregrinación a Jerusalén, de donde no volvió, habiéndose fijado — al decir de la tradición — en el hueco de una roca del monte Carmelo.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

FUENTE

José María Corantí.  “Blanca Garcés. Leyenda”,  en El nuevo ateneo: revista científica, literaria, artística, de intereses y noticias locales y generales: (Toledo) año I, época, 2º, núm. 14,  5 de octubre 1879. p.1.

 

NOTAS

[1] Por su sobrenombre Luis el Obstinado (francés: Louis le Hutin)

[2] Nombela, Julio, Crónica de la provincia de Navarra  (1868, p. 106)

[3]  Lenitivo:  medicina, en sentido figurado, aliento  y consuelo.