DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Crónica de la provincia de Navarra, Rubio, Grilo y Vitturi, 1868, p. 96-99.

Acontecimientos
Batalla
Personajes
Roldán, Carlomagno, Turpín
Enlaces

Amades, Joan. "Leyendas de Roldán." Annals de l'Institut d'Estudis Gironins, 1953, vol. 8, p. 5-28 (1953).

Arteta, Antonio Ubieto. "La derrota de Carlomagno y la" Chanson de Roland"." Hispania 23.89 (1963): 3.

Pedrosa, José Manuel. "Roldán en las leyendas ibéricas y occidentales." Garoza: revista de la Sociedad Española de Estudios Literarios de Cultura Popular 1 (2001): 165-190.

LOCALIZACIÓN

ORREAGA / RONCESVALLES

Valoración Media: / 5

El prado de Roldán

El pueblo de Roncesvalles y la colegiata forman un grupo bellísimo, el sitio donde -según la tradición- luchó el prefecto de la marca de la Bretaña, se llama en el país el Prado de Roldán, y es una risueña vega; bajo los árboles está la fuente a donde llegó el paladín sediento, herido, sucumbiendo sin poder acercar a sus labios aquel hermoso manantial; donde perecieron los guerreros de Carlo-Magno hay una alfombra de mullido césped, y las por mí soñadas abruptas rocas son montes pintorescos poblados de frondosos árboles, bajo los cuales el cencerro de las vacas habla de paz: nada hay allí que recuerde la guerra.

Declaro que en mi vida no ha recreado tanto mis ojos, no ha hablado nada tanto a mi imaginación como el paisaje de Roncesvalles.
Dominándolo aparece el monte Altabiscar[1].
Los que me acompañaban tuvieron la bondad de decirme en vascuence, traduciéndolo al castellano, el famoso canto de guerra que se conoce con el nombre de Altavizaren Cantua.
Es todo un poema, y al fijar los ojos en el monte parece que asoman en su cumbre el famoso Etcheco jaunac y el mancebo que cuentan los soldados.
Este canto, que más parece una balada, es la epopeya de Roncesvalles.
Sentados en el banco de los canónigos, que consiste en un largo tronco de árbol apoyado en dos hayas que proyectan una apacible sombra, traduje el canto, y voy a permitirme reproducir la traducción para ver si puedo poner a mis lectores en situación de visitar conmigo lo más notable de Roncesvalles.
He aquí, pues, uno de los cantos heroicos más célebres de los antiguos vascones:
 
 
           I
Rompe el silencio
de las montañas
do [2]el Euscalduna
vive feliz
grito de guerra
que el aire hiende,  —97—
voz que acompaña
ronco clarín.
Etcheco jaunac[3]
Turba su sueño,
sale a su puerta,
presta atención;
— ¿Quién va? pregunta,
¿Qué es lo que quieren?
Y solo escucha
sordo rumor.
Su noble perro
la oreja aguza,
hiergue[4] la frente
con ansiedad,
y de Altabíscar
sube a la cumbre
y el aire atruena
con su ladrar.
Por el sendero
donde Ibañeta
es hoy el símbolo
de una oración,
de peña en peña
de valle en valle,
valiente ejército
llega veloz.
Se oye el crujido
de la armadura,
de los caballos
de oye el trotar,
y hasta los pasos
de los peones
que por las breñas
cruzando van.
Pero los nuestros
no se estremecen;
El cuerno suena
como el clarín;
Etcheco jaunac
Su flecha afila...
¿Quién por la patria
no ha de morir?
 
           II.
 
Ya vienen, ya vienen,
mirad cuántas lanzas
y cuántas banderas
de vario color;
El sol con sus rayos
esmalta las cotas,
agita las plumas
el fiero Aquilón[5].
— ¿Son muchos?... Mancebo,
avanza a la cumbre,
mira a esos soldados
y cuéntalos bien.
—Uno, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete, ocho,
nueve... doce, trece,
quince, diez y seis,
veinte... Mil... Quién puede
contar tantos hombres.
La vista se ofusca
inútil afán...
—Unámonos todos
¿No hay armas? Las rocas
al brazo membrudo
las armas darán.
Venid a las cumbres
de nuestras montañas,
desde ellas las rocas
lanzad con furor,
que caigan sobre ellos,
que sirvan de losas
do escriban los siglos
su negra traición.
¿Qué buscan, qué quieren
los hombres del Norte?
¿Pretenden acaso
robarnos la paz?
¿Ignoran qué quieren
decir las montañas?
Pues son la defensa
que a un pueblo Dios da.
 
             III
Las peñas se derrumban,
oíd su sordo ruido,
sucumben los guerreros,
su fúnebre gemido
en el espacio piérdese...
¡La lucha causa horror!
La sangre corre a mares,
los fuertes huesos crujen;
los que aún no han perecido
ardiendo en rabia rugen,
y con el clarín mézclase
horrísono estertor.
 
                  IV.
 
Huid, huid los que aun sentís el alma
palpitar en el pecho,
huye, gran Carlo-Magno, no contemples
tu ejército deshecho.
Cubra tu frente la encarnada capa,
que no vean tus ojos,
del valiente Roldán en mar de sangre
en mísero despojos.
¿De qué ha servido su pesada maza?
¿De qué su ardiente brío?
No hay contra quien su hogar defiende airado
humano poderío.
 
            V
 
Ahora, euscaldunas,
dejad las rocas,
y a los que huyen
prestos seguid.
Bajad al llano,
lanzad las flechas,
de los cobardes
la espalda herid.
 
 
           VI.
 
¡Huyen! ¡Huyen!
¿Qué ha sido de las lanzas?
¿Dónde están sus magníficas banderas?
 Ya no brillan sus armas, ya las cotas
tintas en sangre rayos no reflejan:
 Sube mancebo a la empinada cumbre,
¡Sube otra vez, los enemigos cuenta!
— «Veinte... diez y ocho... quince... doce... nueve.
Seis... cuatro, tres, dos... uno no más queda...
¡Ya no queda ninguno! Han sucumbido.
¡Gracias, Dios mío, la victoria es nuestra!
 ¡Oh! noble Etcheco jaunac, retirarte
puedes ya con tu perro a la vivienda,
 donde los tiernos brazos de una esposa,
 de amantes hijos, tu llegada esperan.
Guarda el cuerno de caza que ha extendido
de monte en monte el grito de la guerra;
seca el sudor que por tu frente corre;—98—
limpia y esconde la acerada flecha;
duerme tranquilo y no tu sueño turben
los gritos de las aves agoreras
cuando en la oscura y solitaria noche
bajen al valle a devorar su presa.»
 
Este canto, cuyo autor es desconocido, y que remontan los que de él hablan al siglo XI, da una idea del espíritu que animaba a los antiguos vascones, de sus costumbres, de su valor.

La Cruz de los Peregrinos está a un tiro de fusil de Roncesvalles.

Es una cruz de piedra toscamente labrada. Al mostrármela, tomó uno de mis ilustrados cicerones la voz de la tradición, y me dijo:

—Cuenta que un día, hace ya muchos siglos, vinieron unos cuantos franceses de la frontera en romería, y después de comer y beber grandemente, uno de ellos se abalanzó a la cruz, exclamando: «Voy a hacerla pedazos.» Así lo hizo en efecto, pero al desplomarse con ella cayó muerto.

Hoy se ven las huellas de la restauración en la cruz; las piedras de zócalo son nuevas y las de los brazos están cubiertas con una capa de yeso.

Desde el paraje en donde está la cruz se ve perfectamente el grupo de casas que forman a Roncesvalles.

Mis lectores han leído la historia de Roncesvalles, y por lo tanto les hará gracia esta brillante página de los anales de la antigua Vasconia.

Mucho se ha discutido sobre el origen de la orden y de la colegiata de Roncesvalles. Lo que me parece más probable es que Carlo-Magno, al volver al campo de batalla y al ver los restos de sus soldados, pensó en darles sepultura fundando la capilla de Sancti Spíritus que aún existe y encierra, además de los canónigos, las cenizas de los que sucumbieron en la famosa derrota.

Al lado de esta pequeña iglesia se halla la de Santiago, que permanece siempre cerrada y nada tiene de notable.

No entraré en pormenores acerca de la fundación de la orden militar y monástica de Roncesvalles; sabido es que su primer objeto fue defender la fe y prestar los beneficios de la caridad a los peregrinos que desde toda Europa acudían a Compostela a adorar el sepulcro de Santiago.

A este efecto había en Ibañeta un gran edificio que llegó a hospedar 2.000 personas. Hoy solo queda una pequeña ermita en la que no hace mucho había un ermitaño en la estación de las nieves, y desde allí tocaba una campana para que el extraviado caminante pudiera acudir a aquel refugio.

Posteriormente se erigió la colegiata, se restauró, y hoy, sin ser un edificio notable, es sin embargo digno de ser visitado. El prestigio de su pasado da cierto aspecto de solemnidad a su modesto presente.

El señor prior, con su acostumbrada amabilidad, nos llevó a ver el templo y nos mostró las preciosas reliquias que hay en un relicario a la derecha del altar mayor, frente al sepulcro, en donde se ven arrodilladas sobre almohadones las estatuas de piedra de D. Sancho el Fuerte y de su esposa doña Clemencia, fundadores del templo.

Una de las famosas cadenas de las Navas adorna este sepulcro.

Entre los objetos que se guardan en el relicario, hay un cuadro llamado el Ajedrez, con preciosos esmaltes, y en los huecos reliquias. Créese que fue regalado al templo por Carlo-Magno. También hay arquitas de oro y plata bellísimamente cinceladas, y otras muchas preciosidades.

En el altar mayor está Nuestra Señora de Roncesvalles, de madera, pero revestida de plata, sentada en una silla de plata también, y con peana del mismo metal.

Su rostro es el tipo de la belleza vasco-navarra.

En el siglo XVII se conservaban en la colegiata dos bocinas de marfil. Atribuían una de ellas a Roldán y la otra a Oliveros; la primera tenía cinco palmos de longitud y la segunda tres.

También poseía esta real casa el pontifical del arzobispo Turpin, que cayó en poder de los vascones; el báculo pastoral con un magnífico remate de marfil, dos cálices, dos patenas, dos vinajeras de piedra verde con adornos de plata de esmerada labor e incrustaciones de piedras preciosas.

Poseía asimismo dos mitras con pedrería, semejantes en todo a las que se conservan en Reims y pertenecieron al mismo prelado.

Todas estas joyas han desaparecido, y hoy solo enseñan al viajero dos mazas y un borceguí de terciopelo.

Aquellas dicen que fueron de Roldán, y si las manejaba tenía un gran brazo; este se adjudica al arzobispo Turpin.

Podemos, gracias a este zapato, saber los puntos[6] que calzaba su eminencia, y asegurar que caminaba sobre ancha y sólida base.

Estos objetos son los únicos restos de la batalla que se conservan en la colegiata, pero hay en ellos otras preciosidades, dignas todas de particular mención.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

FUENTE

Nombela, Julio. Crónica de la provincia de Navarra, Rubio, Grilo y Vitturi, 1868, p. 96-99.

 

 

[1] Monte Altobiscar - Astobizkar

[2] Donde.

[3] El señor de la casa, el jefe de la familia. NAVAEBA. (Nota del autor)

[4] Yergue.

[5] Aquilón: el viento  procedente del norte. (Diccionario de la lengua española, RAE)

[6] Puntos: medida del zapato. 12. m. Medida longitudinal, duodécima parte de la línea. (Diccionario de la lengua española, RAE).