DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

 Semanario Pintoresco Español, 21 de diciembre 1856, vol. 21-22, pp. 405-406.

Acontecimientos
Amores desgraciados
Personajes
D. Nuño, doña Matilde, sus padres respectivos, su hijo, pastores y poblaciones de los alrededores de Córdoba
Enlaces

LOCALIZACIÓN

CÓRDOBA

Valoración Media: / 5

El monte del ermitaño

Tradición popular

 

      Era una hermosa noche de julio del año 1530. La plateada luna esparcía sus luminosos rayos sobre la antigua ciudad de Córdoba, cuyas estrechas calles yacían sumergidas en sepulcral silencio, que solo de vez en cuando solía ser turbado por el lúgubre graznido de la lechuza o por los acompasados pasos de la ronda que desde el toque de queda recorría las solitarias calles de la capital. El reloj de la Inquisición dio pausadamente doce campanadas: dos individuos colocados ante la fachada de cierta casa principal, situada en el barrio llamado hoy Alcázar viejo, que a juzgar por el traje que vestían demostraban ser escuderos, entablaron la siguiente conversación:

        -Yo apostaría, Antón (dijo en más alto de ellos, de tez morena, mostacho y ojos negros y voz algo ronca), que nuestro señorito D. Nuño ama a Doña Matilde ciegamente y que su determinación no tiene mala tendencia.

       - Por San Bruno, Martín, repuso el interpelado, que no conoces el mundo, ¿crees tú que D. Nuño ama a Doña Matilde cómo dice? …basta que ciña espada y calce espuela de oro para que su pasión …

       - Vaya, vaya, interrumpió Martín queriendo revestir sus palabras de cierta autoridad, D. Nuño obra siempre con hidalguía, y pensamiento villano nunca abrigará su corazón: es aunque joven persona de juicio, y en fin el tiempo será testigo; pero sabes Antón, que me estoy durmiendo y deseo que llegue cuanto antes.

       -Pues ya poco ha de tardar, porque el tío Pero tenía orden suya de ensillar el kolkan antes de las doce, —dijo con voz de violín el que parecía más viejo de los dos interlocutores que era de baja estatura, abdomen prominente, ojos microscópicos y nariz afilada.

        -¡Mira, allí viene!

        -¡Es verdad!

        -¿Y trae al trote el caballo?

       - Podría no, cuando todo el mundo está ahora en siete sueños y por las calles no transita un alma.

        A poco de concluir Antón estas palabras llegó D. Nuño que apeándose de su brioso corcel dijo con arrogancia:

-Os aseguro, buenos escuderos, que antes de media hora estaré con mi dama a los pies de un sacerdote.

       - ¡Envidio la suerte de vuesa merced! exclamó Antón con tono de sacristán.

       - ¿La razón?

        -Porque no encuentro en el mundo dama como Doña Matilde.

       - Calle, calle, el viejo Maladín, y a lo que vamos, vamos, ¿tenéis ya preparada la escala?

        -Sí, señor, aquí está, contestaron los dos.

       - Pues échala al instante, dijo dirigiéndose a Martín, y tú, Antón, ten mientras tanto las riendas del caballo.

        Acto continuo una escala de gruesos cordeles de cáñamo pendía de una tapia de cuatro varas de altura y que caía al jardín de la casa de Matilde. Por ella trepó precipitadamente el temerario D. Nuño y solo un minuto tardó en hallarse sentado bajo la verde yedra y madreselva, que formaban entrelazadas el cielo de un cenador en el centro de aquel poético vergel. No bien hubo llegado a este delicioso paraje, cuando una sombra blanca, con pasos mesurados y además majestuoso se acercaba hacia él.

        -¡Nuño!

        -¡Matilde!

        He aquí las únicas frases que se oyeron en aquel instante. Nuño en prueba de su amor puso en contacto sus labios con el nacarado cutis de la mano de Matilde, la cual sobresaltada, no acertaba a pronunciar una palabra: su corazón alterado latía fuertemente.

        -No, no temas, vida de mi vida (exclamó Nuño también algo conmovido), que dentro de pocos momentos estaremos fuera de la ciudad. —p. 406—

       - ¿Me amas? preguntó la bella virgen con tono que parecía haber salido del fondo de su corazón.

      -  ¿Dudas acaso de mis innumerables juramentos de amor eterno? repuso Nuño con ademán en extremo caballeresco.

        Concluidas estas sentimentales frases se dirigieron ambos amantes hacia la escala que primero Matilde y después Nuño recorrieron velozmente.

        Este último habiendo colocado a su dama en la delantera del caballo de la mejor manera que pudo, dijo a sus escuderos, “marchaos a casa, y cuando mi padre os pregunte por mi decidle que he salido para Portugal con mi novia Matilde”. Concluidas estas palabras metió espuelas al caballo.

        Pocos momentos después la puerta de Almodóvar giró sobre sus goznes y se oyó echar su férreo y pesado cerrojo. Acababa de salir por ella un caballo negro llevando velozmente dos personas.

        Los escuderos cabizbajos y sin hablar palabra por temor de ser oídos, se dirigieron a su casa y se entregaron al sueño. Eran las doce y media de la noche.

 

II

 

        Excusado sería decir que al siguiente día, el pueblo cordobés se hallaba sumamente preocupado con el hecho que acabo de describir. Cada cual formaba, según su modo de ver, los comentarios que le parecía.

        Unos afirmaban que no habiendo querido los padres de Matilde casarla con D. Nuño por tenerla destinada al claustro en el que debía entrar muy en breve, había sido robada por su amante por casarse con ella. Así opinaban las personas más relacionadas con la familia de Matilde por ser sabedoras de estos pormenores. Y a la verdad, querido lector, que no fue otra la causa, si es cierto lo que se lee en un roído pergamino de aquella época donde se halla escrito este verídico hecho.

        Otros decían que el motivo de semejante atentado había sido el querer satisfacer su deseo, y que pronto se vería a D. Nuño pasear por la ciudad. Pero así hablaban malas lenguas que juzgaban sin ningunos antecedentes más que su capricho.

        No faltó vieja ochentona que afirmase haber visto por un pequeño ventanuco que caía al jardín de Matilde, un zángano descolgarse por las tapias, el cual volando por los aires se la había llevado hacia la huerta del Rey.

        Otra vieja vecina contradecía el aserto de la anterior, y sostenía haber visto con sus propios ojos a un apuesto caballero llevarse a la señorita en un alado caballo.

        Finalmente un pobre viejo, lleno de preocupaciones, afirmaba con bastante calma que los dos amantes debieron estar sin duda en relación con el demonio, porque a media noche oyó junto a la puerta del Almodóvar ruido de cadenas y cerrojos y como abrirse y cerrarse las puertas del infierno.

        Pero cesando en la reseña de los infinitos comentarios que en aquel día se formaran, en obsequio a la brevedad diré, que le padre de D. Nuño, persona de alta posición y de edad avanzada, sabida la mala acción de su hijo no pudo sobrevivir a tamaño disgusto; y una fiebre maligna cortó en breves días el hilo de la vida de tan respetable señor; el cual in articulo mortis le desheredó por mal hijo dejando todos sus bienes y hacienda a su primogénito, que a la sazón se hallaba en la guerra que el Rey Carlos V hacía a Francisco I.

        Los padres de Matilde cayeron en una enajenación mental que se agravaba cada día; y llegó a su colmo cuando después de haber buscado por todos los medios posibles el paradero de su hija no se logró dar con él. Ambos esposos cayeron en un grave delirio que vino a poner fin al número de sus días antes de cumplir el año.

        Pero concluyamos esta puntual narración, viendo la muerte que cupo a los jóvenes amantes que en el número anterior dejamos fuera de la ciudad.

 

III

 

        Nuño y Matilde siguieron su camino, y al romper el alba llegaron al sitio do debían aposentarse. Este era un fértil valle a la falda de un elevadísimo monte casi inaccesible. Apeáronse del caballo y entraron en una ruinosa iglesia a pedir a su respetable párroco la bendición conyugal.

        A los pocos días se levantaba en la llanura una pequeña choza con su cruz encima, oculta por los espesos y altos matorrales que la cercaban.

        De frutas, yerbas y semillas silvestres debieron alimentarse aquellos tiernos esposos, pues jamás se acercaron a las puertas de los inmediatos caseríos en demanda de alimento.

        Escritos de aquel tiempo afirman que a los nueve meses dio a luz Matilde un precioso niño, el cual murió a los pocos momentos de nacer, y que su desconsolada madre expiró muy luego no pudiendo sobrellevar la pérdida del fruto de sus entrañas.

        Desde entonces parece que un pastor llamado Alonso que llevaba al anochecer su ganado a un cristalino arroyuelo a la orilla del erguido monte, oía grandes lamentos, lo que puso en conocimiento de todos los campesinos. Era D. Nuño que postrado de rodillas sobre la tumba de Matilde y de su hijo solía pasar las noches enteras en oración expiando de este modo su delito … lloraba amargamente y pedía a Dios, a su hijo, y a Matilde perdón de sus pecados…

        Dicen, en fin, los autores que D. Nuño sobrevivió a su esposa en aquellas soledad cerca de cuarenta años, teniendo una vida eremítica y de verdadero arrepentimiento. Que durante este tiempo los habitantes de aquella feraz comarca cesaban en sus faenas campestres desde que se ponía el solo, porque en aquella hora comenzaban a oír los lúgubres gemidos; que en medio de la noche descendía una sombra fantástica de la cúspide del monte a la cristalina fuente que nacía en su falda; y por último, que al cabo de dicho tiempo cesaron de oír los fatídicos lamentos y de ver la tétrica fantasma; por cuyo motivo apellidaron aquel sitio el Monte del Ermitaño, y aun hoy después de más de tres siglos, conserva todavía el mismo nombre.

        El Monte del Ermitaño se halla situado en medio de Sierra Morena, como a cuatro leguas de Córdoba, en la parte del Noroeste.

 

Abril de 1856.

Juan de Dios MONTESINOS Y NEYRA.

 

 

Edición: María José Alonso Seoane