DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

PARDO Y SASTRÓN, Salvador (1883), Apuntes históricos de Valdealgorfa. Su templo y sus cofradías. Bilbao.

Acontecimientos
Villardel encuentra una espléndida espada en vez de la suya que había dejado por unos pocos minutos. Mata gracias a ella a un dragón pero es envenenado por la sangre de la bestia. La espada es dada al rey, Jaime I.
Personajes
Villardel; un dragón; un mendigo
Enlaces

LOCALIZACIÓN

VALDEALGORFA

Valoración Media: / 5

La espada de Villardell (siglo XIII – Valdealgorfa)

Durante toda la Edad Media, fue muy corriente y ciertamente popular la creencia en la existencia de mágicas espadas o dotadas de maravillosos poderes, forjadas las unas bajo una determinada combinación y conjunción de planetas o constelaciones, mientras que las otras debían sus virtudes especiales a algún hecho de carácter más o menos portentoso acaecido en torno a ellas o a quienes las blandían en sus manos.

No es de extrañar, por lo tanto, el extraordinario relato de lo acaecido un buen día a un tal Villardell, quien se encontró al salir de su casa con un anciano mendigo que, como tantos otros, le pidió limosna, hecho absolutamente normal. Compadecido Villardell de aquel pordiosero, depositó su espada en el quicio de la puerta y subió a las habitaciones superiores de la casa a buscar algo de comida con que socorrer al indigente.

Cuando bajó, apenas transcurridos unos instantes, en lugar de su arma vulgar encontró otra de gran hermosura, circunstancia que le dejó entre incrédulo y maravillado. No obstante, la tomó entre sus manos y fue a probarla en el tronco de árbol cercano que, al primer golpe, quedó partido por el  medio como si fuera una frágil rama.

Rápidamente pensó que se trataba de una señal especial o de un don de Dios para librar a la comarca del terrible dragón que desde hacía algún tiempo la asolaba. Así es que, ciertamente envalentonado por todo lo sucedido, corrió a su encuentro y logró darle muerte de un seco y certero mandoble, pero algunas gotas de sangre de la fiera le salpicaron en la mano y el valiente Villardell, sin que nadie pudiera hacer nada por él, murió en el acto.

Naturalmente, una espada como la de Villardell, que con sus mágicos poderes garantizaba el éxito a quien la manejara, sólo podía estar en manos de un rey, y a ella aludiría Jaime I el Conquistador, en 1274. Y sabido es, asimismo, cómo fue a parar posteriormente a Pedro III quien, a su vez, se la dejó en herencia a su hijo, Alfonso III el Liberal.

Editado por Christelle Schreiber – Di Cesare