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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Tradiciones de Ávila, Madrid: [s.n.], 1888 (Miguel Romero, impresor) pp.41-51.

Acontecimientos
Personajes
Aixa Galiana, Nalvillos, Jezmín-Yahía
Enlaces

LOCALIZACIÓN

ÁVILA

Valoración Media: / 5

La historia general de España refiere minuciosamente la cordial amistad y relaciones íntimas que Alfonso VI mantuvo con Al Mamum, penúltimo rey moro de Toledo, así como las distinciones que éste dispensó en su palacio al desterrado rey de León, hasta el punto de poner a sus órdenes una escolta de muslines[1] escogidos, que le acompañase, cuando volvía a hacerse cargo de sus Estados y del reino de Castilla, después de la muerte de su hermano  Sancho el Fuerte,  ante los muros de Zamora. —42—­­­­­

Alfonso VI correspondió, por su parte, a tan noble y generosa conducta, guardándole, entre otras atenciones, la de esperar su muerte para emprender la conquista de Toledo, y la de tomar a su cargo la educación y cuidado de la joven Aixa Galiana, , hija, o sobrina, según otros cronistas, del mismo Al-Mamum.

 Corría el año de 1091: ya estaban levantados los lienzos meridional y oriental de la muralla de Ávila, y los cristianos y moros esclavos, que se ocupaban en la colocación de los andamios para cerrar el resto de la ciudad, dejaron sus trabajos con grandes muestras de contento, para figurar en el cortejo de una doncella mora, de elevada cuna y de singular hermosura, que el rey Don Alfonso ponía bajo la tutela y amparo de sus hijos Doña Urraca y Don Raimundo de Borgoña.

Esta joven había sido conducida desde Toledo por Femando de Lago[2], que con cincuenta jinetes cristianos y treinta musulmanes formaba su guardia, y encargó al conde, por orden del rey, que cuidase de la dama mora e  hiciese que la señora —43—Infanta la tuviese amor, ca en facerlo tal le faría mucho placer.

En efecto; los Condes dispusieron su alojamiento, la prodigaron todo género de atenciones y la llevaron consigo a Galicia donde, después de manifestar la joven deseos de convertirse al cristianismo y de ser bautizada tomando el nombre de Urraca, trataron de su matrimonio con Nalvillos Blázquez, hijo menor de Jimena Blázquez,[3] primer gobernador de Ávila, el cual había alcanzado fama de guerrero en las campañas contra los moros fronterizos; y aunque tenía dada palabra de casamiento a Arias Galindo, ilustre dama de la nobleza de Zamora, se había enamorado perdidamente de Aixa-Galiana.

Los Condes pusieron en conocimiento del Rey los deseos de Nalvillos, y a pesar de que D. Alfonso había proyectado casar a su protegida con Jezmín-Yahía Alcab Dibile, pariente también de Al-Mamum, y a quien había dado muchas tierras en Talavera, quiso complacer al cristiano, e impidió que Jezmín-Yahía fuera a Galicia en busca —44 — de su prometida, la cual correspondía tiernamente y en secreto a sus amores.

Indignado Jezmín, juró matar a Nalvillos y apoderarse de Aixa-Galiana; pero fuera que temiese perder la protección de Alfonso VI, o que no contase con fuerzas bastantes para hacer frente a los cristianos de Ávila, tuvo especial cuidado en ocultar su despecho, y se mostró resignado a la voluntad del Rey.

Bautizada la mora con toda pompa y solemnidad, se verificó el enlace bajo el auspicio de los Condes, no sin que los padres de Nalvillos dejasen notar su pesadumbre, tanto por verse sonrojados ante el compromiso que habían contraído con los Galindos de Zamora, como por la prevención con que se miraba por la nobleza la mezcla de sangre con los mahometanos.

En tanto que se ajustaban las bodas de Arias Galindo con Blasco Jimeno, proyectadas para reparar el desaire que su hermano Nalvillos había hecho a los Galindos, Nalvillos pasó a Talavera con objeto de arreglar las haciendas de su esposa, muchas de —45—las cuales vendió el rico moro Jezmín; éste le hospedó en su palacio, prodigándole todo género de obsequios, y ofreciéndole el apoyo de su persona y de todos sus bienes, como si jamás con él hubiera tenido resentimiento alguno.  

Nalvillos, al despedirse de su huésped, correspondió a tanta deferencia invitándole a las bodas de su hermano, que dentro de breves días habían de celebrarse en la ciudad de Ávila.

Los cronistas se complacen en describir con vivos colores los festejos con que se solemnizaron las bodas; ponderan las corridas de toros, fiestas de muy antiguo conocidas en Ávila; encomian las divisas y los motes[4] de los caballeros que tomaron parte en los torneos, detallados hasta en sus más pequeños perfiles, y se fijan con especialidad en la justa sostenida entre Jezmín-Yahía y Nalvillos, que fue la causa ocasional de la tragedia, que hemos de presenciar en el palacio de Jezmín, en Talavera.

La fortuna, la habilidad o el empuje hicieron que Nalvillos arrancase de la silla a su contrario, y esto fue la señal para que —46— los cristianos moviesen gran algazara, celebrando el triunfo del caudillo avilés[5], y de que Aixa-Galiana, no pudiendo reprimir un grito de terror, pusiese al descubierto la pasión que, desde sus primeros años, había concebido por Jezmín.

Desde aquel momento habría sido en vano querer ocultar la tristeza que se apoderaba de su alma; la soledad era su compañera, los recuerdos de Jezmín y la remota esperanza de estar algún día a su lado, impedían que cayese en la desesperación, y las lágrimas eran su único consuelo.

El amor de Nalvillos iba creciendo al paso que aumentaban los desdenes de la mora, y el amante esposo empleaba cuantos medios estaban a su alcance para disipar la tupida niebla que empañaba las singulares gracias de Aixa-Galiana.

Al norte de la ciudad había comprado para ella una espaciosa granja y levantado un suntuoso palacio, en cuyos bellísimos jardines, perfumados baños al estilo oriental y deliciosas cascadas, la naturaleza y el arte, en admirable consorcio, habían colocado —47— todas sus perfecciones, convirtiendo a la que hoy se llama dehesa de Palazuelos, en una quinta de recreo cuyos aromas, pájaros y flores, cautivaban los sentidos y hacían olvidar los sufrimientos y sinsabores de la vida.

Ni las comodidades, ni el cariño de Nalvillos, ni la gloria del guerrero, que se cubre de laureles doquiera dirige sus pendones bastaron para distraer a la bella dama; antes, por el contrario, atizaban la hoguera que en su corazón había encendido el arrogante Jezmín, con quien mantenía secretas inteligencias, recibiéndole en su cámara mientras Nalvillos peleaba en la frontera.

En esto, muere Alfonso VI; los moros, envalentonados con el triunfo que alcanzaron en Uclés y con la protección de los almorávides, extendían sus algaradas[6] por tierras de Toledo; llegaban hasta las murallas de Ávila, y los de Talavera, insurreccionados, eligieron por jefe a Jezmín-Yahía, a quien las leyendas dan el título de Rey.

Había llegado, pues, el caso de que el furtivo amante de Aixa-Galiana cumpliese el juramento de dar muerte a Nalvillos y apoderarse de su esposa.

Y cuando Jimena Blasco, la heroína en cuyo corazón Dios había puesto gran osadía, “ca non semejaba fembra salvo fuerte caudillo”, preparaba la estratagema que había de librar a Ávila del numeroso ejército de Abdallá-Alhacen, el mismo que años atrás había perdido a Cuenca, Jezmín Yahía con unos pocos servidores se adelantó hasta Palazuelos; al abrigo de la obscuridad penetró en el palacio, y la infame Aixa-Galiana, que había despreciado la ternura de Nalvillos y había mancillado el lecho conyugal, huyó con su amante, soñando con las delicias de una nueva vida, que le ofrecía, entre otras cosas, la halagüeña perspectiva de verse en breve tiempo aclamada reina de Toledo.

Nalvillos volvió, como siempre, triunfante de los muslimes, y corrió a su palacio para ofrecer a su adorada esposa los trofeos gloriosamente conquistados: allí recibió la triste nueva de que Aixa-Galiana había abandonado la quinta en compañía de Jezmín, y sin tregua ni descanso procedió en su busca; aprestó su mesnada[7], traspasó las sierras, y con aquel hambriento rebaño de lobos cayó sobre Talavera, que estaba desprevenida; penetró en el palacio de Jezmín, donde halló a la infiel esposa en brazos de su amante, les echó en cara su infamia, y ambos cayeron al golpe de su daga sin que pensaran siquiera defenderse. El palacio fue arrasado y el vengado adalid[8] regresó a la ciudad para encargarse al poco tiempo del gobierno de la plaza.

Más poética es, y más analogías guarda con las caballerescas costumbres de la época, la versión consignada en el manuscrito de 1517, recogida probablemente de los viejos romances, o inventada, como tantas otras leyendas de la época.

Era frecuente, y nuestra historia presenta muchos ejemplos, que los reyes y los próceres se disfrazasen de personas de humilde condición social, para penetrar en las casas cuyos secretos querían sorprender, ya que importaran a la marcha de los asuntos políticos, o se relacionasen con la vida íntima de los cortesanos. —50—

Usando de este mismo ardid, la tradición nos presenta a Nalvillos vestido de campesino, vendiendo hierba por las calles de Talavera; llegando a las puertas del palacio de Jezmín y avanzando intrépido hasta la regia estancia, donde encontró a su esposa, muellemente recostada en magnífico diván.

Cuánta fue su sorpresa al reconocer a Nalvillos, lo demostró, al querer huir despavorida de su presencia; Nalvillos la detuvo, cogiéndola del brazo, y la habló, diciendo:

—Estoy persuadido del riesgo que corro, al traspasar en este traje los umbrales del palacio de mi rival; pero no me arredra. Vengo a hacerte saber que ahora, como cuando crecías en el palacio de la Infanta, permanezco cautivo de tus gracias; más frenético que nunca mi corazón te anhela; mis brazos, tan fuertes en la lucha, te esperan amorosos. Perdono tus extravíos y te encarezco vuelvas a tu hermosa quinta de Palazuelos—

Apenas había terminado, llegó Jezmín, muy sorprendido de hallar en su propia —51— casa a su antiguo huésped, y celebrando que la casualidad le ofreciese la ocasión de cumplir en todas sus partes el juramento que hizo cuando su protector, Alfonso VI, le prohibió ir a Galicia para casarse con Galiana.

Habló la mora, y resuelta a no salir de Talavera, puso al esposo bajo la acción del amante.

Jezmín llamó a sus criados, les ordenó cargasen de cadenas al atrevido cristiano, y condujéronle a los calabozos, donde le fue comunicada la sentencia, que le condenaba a morir en una hoguera.

Todo estaba preparado para la consumación del sacrificio; momentos antes de que la víctima fuera inmolada, pidió, como última gracia, le dejasen tocar una bocina, que siempre llevaba al cuello, y ciertamente, los verdugos se habrían arrepentido de semejante concesión, si los sucesos que ocurrieron inmediatamente después, les hubieran dejado espacio para ello.

Al toque de la bocina acudieron los servidores de Nalvillos, que estaban apostados en las inmediaciones del palacio y esperaban —52—la señal para lanzarse a la defensa de su señor; sorprendieron y desarmaron la guardia  de Jezmín, cortaron las cadenas que aprisionaban a su jefe, esparcieron la desolación y la muerte por toda la ciudad, y la hoguera dispuesta para recibir a Nalvillos, trocóse en ara[9], donde los adúlteros expiaron su delito y se purificó la honra del esposo ultrajado, del ofendido paladín avilés, cuya fama de guerrero pasó a aquellas altivas y belicosas generaciones, que dejaron su carácter perfectamente dibujado en el antiquísimo adagio:

Se llamará Avilés en esta tierra, el que más hábil es para la guerra.

 

Picatoste, Valentín Tradiciones de Ávila, Madrid: [s.n.], 1888 (Miguel Romero, impresor) pp.41-51.

 

 

[1] Muslín: musulmán.

[2] En Luis Ariz, Historia de las grandezas de la ciudad de Auila, II parte, p. 14, Luys Martinez Grande, 1607 Luys Martinez Grande, 1607.

[3] Hija de Gimeno Blasco y casada con Fernando López Trillo.Gobernó la ciudad mientras su marido estaba en el campo de batalla.

[4] Lema o mote que se expresa unas veces en términos sucintos, otras por algunas figuras, y otras por ambos modos.

[5] Avilés: abulense, de Ávila. Es voz antigua.

[6] Algaradas: incursiones a caballo con gran tumulto.

[7]Mesnada: Compañía de gente de armas que antiguamente servía bajo el mando del rey o de un ricohombre o caballero principal. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[8] Adalid: guía y cabeza, o individuo muy señalado de algún partido, grupo o escuela o de un movimiento en defensa de algo (Diccionario de la Lengua española, RAE)

[9] Ara: altar