DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

VALVERDE Y PERALES Francisco : Leyendas y tradiciones. Toledo. Córdoba. Granada., Toledo, Imprenta y librería de la viuda e hijos de J. Peláez, 1900, 210p. ; pp. 34-60.

Acontecimientos
Personajes
Abderamán, Hasán, Osmán, Zoraida
Enlaces

LOCALIZACIÓN

TOLEDO

Valoración Media: / 5

El Castillo de Guadalerza

 

Del décimo primer siglo

mediaba el último tercio;

reinaba en Toledo Yáhia,

y en los castillos fronteros

de su reino, que batían

las armas de Alfonso sexto,

destacó jefes bizarros

en bravas lides expertos,

nobles, prudentes, altivos,

de belicoso denuedo,

que en cien batallas probaron

el buen temple de sus pechos.

Entre las negras montañas

que al sur del morisco reino

cierran el paso al extraño

se oculta un valle risueño,

y guardando la garganta

que á su llanura da acceso

se alzaba una fortaleza

cuya defensa y gobierno

por el Rey Yáhia tenia

un bizarro caballero,

de noble sangre nacido,

joven, gallardo y apuesto,

tan bien quisto de los grandes

como querido del pueblo,

y de las moras más bellas

estimado por discreto.

Era su nombre Abenámar;

quien en sus años más tiernos

vio sucumbir á su padre

en un combate sangriento,

y descender al sepulcro,

herida del dolor luego,

á su buena y dulce madre,

quedando en el mundo liuérfano

con un hermano, aún más niño,

Hasán nombrado, por bello.

A los lazos de la sangre

unió la desgracia en ellos

nuevos lazos que estrecharon

comunes gustos y el tiempo.

Jamás Hasán y Abenámar

vivir ausentes pudieron;

que en la guerra y en las paces

eran un alma y dos cuerpos.

Aquel era del castillo

lugarteniente primero,

compartiendo con su hermano

la vigilancia y el riesgo

que los tiempos demandaban

de aquellos duros guerreros.

Ningún temor presentían;

nada turbaba su sueño;

que unidos por tales lazos

eran los peligros menos.

Así dichosos vivían,

así los años corrieron,

sin que una nube empanara

la pureza de su afecto. 

 

 

 

                 II

La tarde en calma declina;

el sol corriendo á Occidente

traspone por la colina,

y alegre cruza el ambiente

la parlera golondrina.

Pasó Mayo con sus flores;

vino el otoño templado;

dando sus frutos mejores:

en los huertos, el granado,

y la vid, en los alcores.

De gala viste el castillo;

leyendas y tradiciones

flámulas y gullardetes

prestan á sus torres brillo,

y del abierto rastrillo

surgen apuestos jinetes.

Lucen en brutos pujantes

bordadas sillas brillantes

con petrales y caireles;

rojos llevan los turbantes

y blancos los alquiceles.

Poniente el sol reverbera

en la dorada estribera;

brillan los frenos de plata,

y desciende la ladera

la lucida cabalgata.

Camina el primero Hasán,

y en diez nevados corceles,

de vivo y noble ademán,

siguiendo sus huellas van

diez arrogantes donceles.

En correcta formación

marcha luego el escuadrón

que Abenámar rige y guia,

cuando otra hueste venía

en opuesta dirección.

Mueve el caballo lozano

de sus donceles seguido

Hasán, galopando el llano,

hasta ponerse cercano

del grupo desconocido.

Y al mirarse frente á frente

de los que van á su encuentro

sintió nublarse su mente

salírsele latente

el corazón de su centro.

Y es, que bajo de un turbante

de blancura deslumbrante

se le mostró, de improviso,

el hechicero semblante

de una hurí del paraíso.

Flor que en los ricos pensiles

del Betis creció dichosa,

es en sus tiernos abriles

cáliz que puro rebosa

en encantos juveniles.

Tez de nieve, dulces ojos

azules, claros y bellos,

labios delgados y rojos,

blondos y largos cabellos

que al mismo sol dan enojos.

¡Quién que la dulzura viera

de su apacible mirada

sospechara ni creyera

que un alma de fuego hubiera

en aquel cuerpo de hada!

Es hija de Aben-Kadía,

noble que en Andalucía

es Alcaide de una fuerza,

y por esposa la envía

al señor de Guadalerza.

Hasán turbado la mira,

ella se acerca á su lado,

enamorada suspira,

le llama su bien amado

y el pobre joven delira.

Abenámar llega en esto

y del suceso advertido,

á su pesar, frunció el gesto,

pero se repuso presto

pues todo un error ha sido.

Zoraida, la linda mora,

que nunca á Abenámar viera,

conoce su engaño ahora

y se acerca seductora

al esposo que la espera.

Y aunque veló su intención

los afectos que sentía

llevó la equivocación,

á su cara la alegría

y el luto á su corazón.

Burlándose de su error,

al lado de su señor,

al castillo va la hermosa,

donde no la hará dichosa

de Abenámar el amor.

Y en pos de los dos esposos

los dos amigos cortejos

van unidos y vistosos

para celebrar, gozosos,

los preparados festejos.

Ya, de la pasada escena

repuesto Hasán marcha en calma

con faz alegre y serena,

llevando oculta su pena

en lo profundo del alma.

Las bodas se celebraron

con inusitado brillo;

todos alegres gozaron;

sólo tristes se miraron

dos almas en el castillo.

La grata fiesta acabó;

el cortejo andaluz luego

contento se despidió

y el castillo recobró

su misterioso sosiego.

 

                 III

Es el amor magnético fluido

que el alma humana por los ojos bebe,

la embarga, y lleva su ponzoña aleve

al corazón, que se le rinde herido.

Fórmase en él su predilecto nido;

la sangre inflama que el latido

mueve é inunda todo el ser, que deja en breve,

á sus bárbaras leyes sometido.

Ni yugo sufre, ni razón consiente,

ni el temor le detiene, ni hay abismo

que no salve, con fe siempre creciente.

Encerrado én su pérfido egoísmo,

sólo espera curar el mal que siente

en la insana pasión del amor mismo.

 

                 IV

Sintió de ese mal extraño

Hasán la ingrata dolencia

y se propuso en la ausencia

hallar remedio á su daño.

Se fué á la guerra y buscó

en los combates la muerte,

pero, piadosa la suerte

su existencia respetó.

Pasó el tiempo y no pasaba

la dolencia que sentía

porque el mal de quien huía

consigo mismo llevaba;

siendo tal su aberración q

ue, ya despierto ó soñando,

estaba siempre mirando

la causa de su pasión,

Y, al fin, juzgando locura

que la experiencia desmiente,

al amor que el alma siente

buscar en la ausencia cura;

sintió sus penas crecer

y de la lucha vencido,

como vuelve el ave al nido

pensó al castillo volver.

Allí, se dijo, extasiado

mientras escucho su acento,

si muero de sentimiento

podré morir á su lado.

Luego, resuelto, tomó

en su caballo el camino

y esclavo de su destino

al Guadalerza marchó.

Seis meses han transcurrido

desde que Hasán lo dejara,

y por coincidencia rara

en ese tiempo ha sufrido

Zoraida mal tan cruel,

que por extraña manera

se han trocado en flor de cera

sus mejillas de clavel.

Una nostalgia sombría

dejó su pecho sin calma

y tendió un velo en su alma

de triste melancolía.

No hallaba en su enfermedad

alivio, paz ni reposo,

y alejada de su esposo

buscaba la soledad.

Unicamente olvidaba

aquel doloroso afán

cuando del ausente Hasán

alguna nueva escuchaba.

Y Abenámar que notó

aquel extraño cuidado,

con el pecho destrozado

amargos celos sintió;

y entre prudente y confuso

acordó disimular

su desdicha, y á esperar

los sucesos se dispuso.

Así las cosas, un día

de Marzo, triste y lluvioso,

cuando con rostro medroso

el sol su luz escondía,

al Gruadalerza llegó

un bien armado guerrero

que con acento altanero

á la poterna llamó.

Era Hasán, y al conocerle

sus antiguos servidores

por patios y corredores

todos salieron á verle.

Oyó Zoraida gozosa

la nueva de la llegada

y á un ajimez asomada

le saludó cariñosa.

Y cuando fué del suceso

Abenámar avisado,

se sorprendió, contrariado

del imprevisto regreso.

Pero, prudente, ocultó

el enojo que sentía,

buscó á Hasán, fingió alegría

y en sus brazos le estrechó.

A Zoraida se reunieron;

y en el castillo después

¡cuántos afectos los tres

ocultaron y fingieron!

Que en mentida confianza

moraban bajo su techo

con la borrasca en el pecho

y en el rostro la bonanza.

 

                        V

Fué recobrando de Zoraida hermosa

la tez de nieve y rosa

sus antiguos colores y alegría;

de Hasán al corazón volvió la calma;

sólo creció en el alma

de Abenámar la duda que sentía.

Ya dormido soñara ya despierto,

por el contorno incierto

de un horrible fantasma perseguido

ciego y celoso se creyó burlado,

por su hermano engañado

y por la esposa que adoró vendido.

Trocóse su carácter apacible

en brusco é irascible;

velaron sombras su semblante adusto ;

vió en Hasán un rival siempre en acecho

y herido del despecho

trató á Zoraida con rigor injusto.

Ella, infeliz, esposa sin ventura,

devoró la amargura

que el contrario destino le ofreciera,

viendo crecer el fuego miserable

de aquel amor culpable

que en hora infausta por Hasán sintiera.

Ya del trato del joven separada

en su cuarto encerrada

por orden de Abeuámar residía,

hiriendo el aire con lamentos vanos,

mientras los dos hermanos

se odiaban con más fuerza cada día.

Tanto como Abenámar indiscreto,

falto Hasán de respeto,

con altiva fiereza se miraban,

que si el uno de amor enloquecía,

el otro se moría

de los celos que el alma le abrasaban.

Aumentaba de Hasán el sufrimiento,

más que el propio tormento,

la prisión de Zoraida, y atrevido,

queriendo poner fin á sus afanes,

iba tejiendo planes

que burlaba la astucia del marido.

Cansado al fin, sin freno ni cordura,

no hallando en su locura

medio de hablar ni ver á la que amaba,

al píe del ajimez donde vivía,

una noche sombría

dulce guzla pulsó y asi cantaba.

 

                VI

Bellísima castellana

en cuya frente lozana

se refleja la mañana

con su más preciado albor;

oye los cantos de amores

con que llora tus rigores

al pie de tus miradores

un rendido trovador.

Abre ya tu celosía

y escucha la guzla mía

que hará con dulce armonía

tu pecho de amor latir;

óyeme ninfa hechicera,

esbelta y gentil palmera,

cuya rubia cabellera

envidia el oro de Ofir.

Salga á calmar mi querella

de tus ojos la luz bella,

que no hay un sol ni una estrella

que compita con su luz;

hurí de labio riente,

hija del Betis luciente,

rica perla del oriente,

maga del suelo andaluz.

Pluguiera no conocerte

cuando al dolor de no verte

aún puede añadir la suerte

otro tormento mayor;

si al fin de mi amante empeño

ha de gozar otro dueño

las venturas con que sueño,

el morir fuera mejor.

 

VII

Llevó pausado el viento

las suavísimas ondas de armonía

que arrancaba del músico instrumento

la mano que lo hería,

y huyó, cruzando la región vacia,

del tierno trovador el dulce acento.

Reinó el silencio luego

y en solemne reposo sumergido

el castillo quedó; letal sosiego

sepultaba la vida en hondo olvido

y nadie sospechara

que hubiera un ser entre sus negros muros

que de amorosas trovas se cuidara.

Mas, allá en los obscuros

huecos de un ajimez, blanca figura

fantástico contorno dibujaba,

dejando percibir, mal reprimidos,

sollozos de amargura,

que la canción, del pecho le arrancaba.

Y de una enhiesta almena

en la sombra velado, verse pudo,

dominando la escena,

un rostro torvo, descompuesto y mudo

que en largo acecho con afán seguía

cuanto al pie de la torre sucedía.

En los ángulos huecos

del solitario patio resonaron

los misteriosos ecos

de los pasos de Hasán, que se alejaba,

del ajimez las puertas se cerraron

y el hombre que espiaba

en las altas almenas escondido,

un profundo gemido

ronco, cual grito de salvaje fiera,

arrancó de su pecho cavernoso

y se hundió, silencioso,

en la entrada de lóbrega escalera.

Pasó breve la noche,

y apenas en Oriente la mañana

tímida abrió su pudoroso broche

de rosicler y grana,

cuando una trompa de marciales sones,

por expreso mandato del caudillo,

á la plaza desierta del castillo

llamó de la mesnada los peones.

Muy pronto congregados

se vieron descender por la pendiente,

de Abenámar regidos y guiados,

y no bien la corriente

atravesaron del cercano rio

se detuvieron en el verde llano,

junto á una fuente que entre lirios brota,

y allí, con hábil mano,

un alarife delineó el cimiento

de una casa de bellas proporciones

cuyas robustas tapias y machones

en breve alzaron, con oculto intento.

Cuando vió concluido

su proyecto Abenámar, más humano,

dió un instante sus penas al olvido,

á la nueva mansión llamó á su hermano

y allí, á solas, le dijo conmovido:

—Sólo el recuerdo santo

de la mujer piadosa

que amante y casta nos llevó en su seno,

pudo en mi pecho tanto

que á mi pasión celosa

sedienta de tu sangre puso freno.

Aún eras débil niño

cuando en el duro trance de la muerte

te estrecharon sus brazos con cariño,

y angustiada, temiendo por tu suerte,

volvió á mi su semblante moribundo

y, con voz que apagaba la agonia,

me dijo: «Ya en el mundo

huérfano y sólo queda, tú, su guía,

faltando yo, serás y su consuelo;

mi tierno Hasán á tu cuidado fío;

ampáralo, hijo mío,

y te dará su bendición el cielo.»

Cumplí fiel, y á tu vida

desde entonces mi amor he consagrado;

tu conciencia, de cómo me has pagado,

respuesta, acaso, te dará cumplida.

Por nuestra santa madre te perdono

el daño que me has hecho;

de hoy más, ahogado quedará en mi pecho

de mis amargos celos el encono.

Pero, nunca profanes

mi perturbado hogar con tu presencia

ni provoquen mis iras tus desmanes;

aquí tu residencia

tendrás lejos de mi, sin atreverte,

ya te impulse el amor ó ya el hastío,

á indagar los problemas de mi suerte,

y piensa bien que encontrarás la muerte

si cruzas la corriente de ese río.—

Inmóvil y turbado

quedóse Hasán, sin proferir respuesta;

y al recobrar su natural estado,

vió la grave figura del caudillo

alejarse, subir la agreste cuesta

y entrar por la poterna del castillo.

 

                  VIII

Creció en Hasán el tormento

de aquel amor infinito

cuando en su conciencia el grito

se alzó del remordimiento.

Presa de extrañas visiones

en su retiro vivía

entregado noche y día

á tristes meditaciones.

Pasaba el tiempo, y sus penas

sólo se calmaban cuando

se extasiaba contemplando

del castillo las almenas;

que á través de su locura

en ellas, soñaba ver

el rostro de una mujer

de celestial bermosura.

La noche le sorprendía

en tan penosa ansiedad

y en su negra obscuridad

cual sudario le envolvía.

No alcanzó poder bastante

al tiempo la ausencia unida

para restañar la herida

de aquel corazón amante.

Y al fin, llorando su suerte,

sintió de la vida tedio,

sin hallar otro remedio

á sus males que la muerte.

Logró, mientras tanto, el alma

de Abenámar olvidar

sus celos, y halló en su hogar

si no la dicha, la calma.

Y en su condición mudable

pensaba tan diferente,

que ya juagaba inocente

á la que creyó culpable.

Halló Zoraída piedad

en el ofendido esposo

que le otorgó generoso

la perdida libertad;

dando con esto ocasión

al amor, que estaba alerta,

á penetrar por la puerta

que abriera la compasión.

Hábil mujer, esgrimía

sus gracias más seductoras

en cuyas redes traidoras

preso Abenámar vivía.

Nada en ella revelaba

de amor oculto el tormento

y él á su lado contento

del peligro se olvidaba.

Nunca, la bella, tomó

de Hasán el nombre en los labios

y el esposo sus agravios

á perdonar se inclinó.

Juzgó que sacar debía

á su hermano del destierro

en que purgando su yerro

un año pasado había;

pero, del mal conjurado

temió la vuelta, y dudó,

á tiempo que recibió

del Rey un pliego cerrado.

Yáhia, con frases que el miedo

dictó, —venid, le decía:

todo su poder envía

Castilla contra Toledo.

Corred, que en bélico apresto

arde la ciudad, ganosa

de abatir la enseña odiosa

del ingrato Alfonso sexto.

— Sintió Abenámar hervir

la sangre en sus venas, fiero,

tomó sus armas ligero

y se dispuso á partir.

Llamó á Osmán, viejo soldado.

y así le dijo: —En mi ausencia,

de tu valor y prudencia

todo lo dejo fiado.

Guarda el castillo, vigila

á Hasán y á Zoraida cela;

de sus pasos, siempre en vela,

Argos será tu pupila.

Adiós; Y ten la certeza

que si la fe que te abona

torpe ó infiel me traiciona,

responderá tu cabeza.

 

IX

Partió el noble Capitán

y á sus razones perplejo

y aturdido quedó Osmán,

porque el cariño de Hasán

era la dicha del viejo.

Le vió nacer, y á su lado

huérfano luego creció,

de dulces goces privado,

y el fiel y rudo soldado

cual tierno padre le amó.

A su cariñoso celo

debió Hasán en su mansión

muchas horas de consuelo,

que disipaban el duelo

de su triste corazón.

Siempre disculpar sabía

los más absurdos errores

en que el joven incurría,

y de Abenámar tenía

por injustos los rigores.

Fué la imprevista mudanza

rayo de dulce esperanza,

para el corazón de Hasán,

que vió trocarse su afán

en aurora de bonanza.

Pintó con vivos colores

á Osmán su infeliz historia;

le ponderó sus dolores,

é invocó de sus mayores

la respetada memoria.

Aumentaba la violencia

de aquella pasión vehemente

del buen Osmán la imprudencia,

llevando á Hasán, con frecuencia,

nuevas de Zoraida ausente.

El mismo llegó á olvidar

el peligro que corría,

y el joven pudo apreciar

que al seducirle, tenia

poco camino que andar.

Discreta y artificiosa

fué, mientras tanto, la hermosa,

explotando con cautela

la sencillez candorosa

de su viejo centinela.

Débil con Zoraida y blando

con Hasán, fué su indiscreta

conducta, tal fruto dando,

que concluyó tolerando

una entrevista secreta.

Llegó la noche esperada

y Hasán, con paso seguro,

buscó, por senda excusada,

cierto postigo del muro

que al castillo daba entrada.

Abrió, temblando, la puerta;

en el patio silencioso

penetró, con planta incierta,

subiendo, al fín, cauteloso,

una escalera desierta.

Transcurrió, breve, un instante,

cuando, por el lado opuesto,

en un potro jadeante,

trepaba el agrio recuesto

un caballero arrogante.

Al pie del muro llegó

con el potro de la brida

y al centinela llamó,

que á una seña convenida

la entrada le franqueó.

El mismo Abenámar era

que al entregarle el bridón

le dijo, calla y espera;

tomando sin dilación

la entrada de la escalera.

Sufrió, cuando estuvo ausente,

tan pavorosos desvelos,

que en su perturbada mente

siempre llevaba presente

el fantasma de sus celos.

Faltóle calma y aliento

para sufrir el tormento

de aquel bárbaro martirio

y en alas de su delirio

se ausentó del campamento.

Quiso por sus ojos ver

si la hechicera mujer

que con el alma quería,

sumisa estaba al deber

ó perjura le vendía,

Nadie vió por las calladas

estancias cruzar su sombra,

ni en las bóvedas cerradas

dejó resonar la alfombra

el eco de sus pisadas.

Exploraba precavido

en las tinieblas medrosas,

cuando percibió su oído

un vago rumor perdido

de palabras misteriosas.

Creyó que á sus pies faltaba

la tierra cuando avanzaba

mudo, páüdo y absorto,

con paso trémulo y corto

á donde el rumor sonaba.

De un aposento la puerta

traspasó, y á los distintos

 rayos de una luz despierta,

sus ojos en sangre tintos

vieron su desdicha cierta.

Rugió como tigre fiero;

en su mano poderosa

febril empuñó el acero,

y al corazón de la esposa

dirigió golpe certero.

Hasán, con noble osadía,

detuvo el brazo á su hermano,

mientras turbada, sin guía,

la infeliz Zoraída huía

presa de delirio insano.

Subió la estrecha escalera

de una torre, siempre viendo,

en fantástica quimera,

detrás, sus pasos siguiendo,

al marido que vendiera.

A las almenas llegó

y cuando cerca miró

aquel fantasma celoso,

saltó de la torre al foso

donde la muerte encontró.

Cuando huyó la infeliz mora,

Hasán, con valor sereno,

le dijo á su hermano: —Ahora

hunde la punta en mi seno

de tu espada vengadora.

Si sed de sangre te aqueja,

en mí venga tus agravios,

que si tu mano me deja

sin vida, no habrá en mis labios

ni un suspiro ni una queja.

— Para saciar la sed mia,

Abenámar respondía,

hay poca sangre en tus venas;

larga será tu agonia

como son grandes mis penas.—

Llamó la guardia y severo

llevó al aturdido mozo

á su mansión prisionero,

asegurando primero á Osmán

en un calabozo.

Luego, por experta mano

y con aviesa intención,

hizo grabar, inhumano,

una fúnebre inscripción

con el nombre de su hermano.

Llevóle á Hasán, diligente,

la escrita piedra, y le dijo:

— Aunque tu amor no consiente

en que estés aquí, de fijo,

que estarás eternamente.—

Salió, dejando cerrada

la puerta, y á la mesnada

ordenó con imperioso

acento, que sin reposo

fuera la casa enterrada.

Cumplióse con tal porfía

aquel feroz sacrificio

que cuando el sol se ponía

sólo un cerro se veía

donde estuvo el edificio.

Luego en la cumbre se vió

también un suplicio alzado

y en él su culpa expió

el buen Osmán, que expiró

inhumanamente ahorcado.

Mudo silencio y tristura

en las gentes del castillo

extendió la noche obscura,

mientras tomaba el caudillo

su caballo y armadura.

Partió sin más compañía

y á la luz del nuevo día

vió, desde un monte cercano,

que ya á Toledo ceñía

el ejército cristiano.

Falto de seso y cordura

entrar quiso por la fuerte

línea, y halló en su locura,

en una lanza la muerte

y en el Tajo sepultura.

Editado por Christelle Schreiber-Di Cesare