DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

VALVERDE Y PERALES Francisco : Leyendas y tradiciones. Toledo. Córdoba. Granada., Toledo, Imprenta y librería de la viuda e hijos de J. Peláez, 1900, 210p. ; pp. 15-20.

Acontecimientos
Personajes
Rafael, su esposa Elvira, su aprendiz, el Abad de San Martín
Enlaces

LOCALIZACIÓN

TOLEDO

Valoración Media: / 5

Rafael de León

 

—De aquí la verás mejor;

contempla con qué primor

ese manto peregrino

se plega al cuerpo divino

de la Virgen del Amor.

Mira qué soplo de vida

por toda su faz ríela:

cuando la vi concluida,

el alma á sus pies rendida

exclamé; Maris Stella.

Mas, ¿cómo tal perfección

mi mano diera á su talla,

esposa del corazón,

sin la dulce inspiración

que mi cincel en ti halla?

— Asi en su taller un día

á su esposa le decía

un escultor toledano

mientras le mostraba ufano

una imagen de María.

Y ella, que el realismo amaba,

y aquel prodigio del arte

á comprender no llegaba ,

disimulando, fijaba

los ojos en otra parte.

Sin cuidarse, al parecer,

— de los que cerca tenia

trabajaba en el taller

un mancebo, que atraía

la atención de la mujer;

sevillana sensual

que encontraba preferible

á la belleza ideal,

la material y tangible

de la existencia real.

Mientras el marido hablaba,

ella, que de su presencia

apenas si se cuidaba,

con el mancebo cambiaba

miradas de inteligencia.

Y tan clara la intención

y tanta la obstinación

fué del extraño mirar,

que al fin llegó á despertar

las sospechas de León.

Celos, cual lava candente,

en su pecho sintió arder,

y de vengarse impaciente,

se retiró del taller

pretextando caso urgente.

Estuvo oculto un instante;

volvió de improviso luego

y pudo ver, lo bastante

para cortar, de ira ciego,

la existencia del amante.

Salvó la esposa la vida

con alas que le dió el miedo,

y el desdichado homicida h

uyó solo de Toledo

á tierra desconocida.

Fué corriendo disfrazado

varias provincias, y al fin,

le admitió, como donado,

el Abad de San Martín,

de Valdeiglesias nombrado.

 

                     II

Tras tanto y tan grave apuro.

en el recinto abacial,

bajo el humilde sayal,

se vió e!escultor seguro.

El tiempo, la penitencia,

el trabajo y la oración

devolvieron á León

la calma de la conciencia.

Concedió perdón y olvido

á la esposa delincuente

y lloró sinceramente

su crimen, arrepentido.

Luego de su triste historia

hizo al Abad largo cuento,

y dejar quiso al convento

de su gratitud memoria.

Pidió preciosas maderas

y manejando el cincel

volvió á cruzar Rafael

las artísticas esferas.

Pronto la noble abadía

absorta pudo admirar

un primoroso ejemplar

de soberbia sillería.

Años tras años pasaban

y ya del rico tesoro

para completar el coro

pocas sillas le faltaban,

cuando el Abad, cierto día,

de Toledo le contó,

tal nueva, que le llenó

de mortal melancolía.

Le dijo cómo su esposa

andaba por la ciudad

la pública caridad

implorando vergonzosa,

y añadió: —Pues que sincero

perdón la otorgaste ayer

socorrerla es tu deber;

toma permiso y dinero.

Corre allá; pero á ninguno

has de descubrir quién eres;

que, al cumplir ciertos deberes,

el callar es oportuno.

— Volvió á su pueblo querido,

del Abad siguió el consejo,

y aquel fraile, pobre y viejo,

de nadie fué conocido.

Buscó á su esposa, y mentira

creyó, que penas y años

produjeran tantos daños

en el rostro de su Elvira.

Darse á conocer pensó,

mas, triunfó de su flaqueza:

la socorrió con largueza

y á San Martin se volvió.

Triste, mudo y abatido,

el alma envuelta en misterio,

reanudó en el monasterio

el trabajo interrumpido.

Y tanto y con ardor tal

al cincel movió su brazo,

que en un brevísimo plazo

sólo la silla abacial

faltaba para el completo,

cuando el Abad, nuevamente,

llenó de sombras su mente

con otro triste secreto.

—Toledo llora afligida

por una peste infecciosa,

le dijo, y sé que tu esposa

está de la peste herida;

tu deber alli te llama.

— El buen artista corrió

á Toledo, y encontró

postrada á su Elvira en cama,

abandonada de todos;

lo que alli pasó se ignora,

mas, según se cuenta ahora,

se comentó dé mil modos,

y no sin malicia, el hecho

de hallarse dos apestados,

fraile y mujer, abrazados,

muertos sobre un mismo lecho.

Y en la ciudad toledana

nadie en ellos supo ver,

ni al escultor del taller,

ni á la bella sevillana.

 

Editado por Christelle Schreiber-Di Cesare