DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

MORALEDA Y ESTEBAN Juan: Leyendas históricas de Toledo, Toledo, Imprenta, Librería y Encuadernación de Menor Hermanos, 1897, 68 p. : pp. 4-7.

Acontecimientos
Personajes
Dos enamorados, un francés y una afrancesada
Enlaces
Foto San Miguel el alto. De Malopez 21 - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0,

LOCALIZACIÓN

TOLEDO

Valoración Media: / 5

La Fuente misteriosa

I

Dice antiguo refrán castellano que para el ladrón no hay casa fuerte, pero le contradice otro de aquéllos asegurando que el ladrón siempre es cobarde: hecho positivo que corrobora –manifestando la impresionabilidad y debilidad humana- aquel otro vulgarizado dicho que afirma que no hay p. ni ladrón que no tenga devoción.

Ciertamente: aun el racional más perverso y de notoria mala sangre –como expresivamente dice el vulgo cuando con ínfulas de viejo docto califica – aun el así apoderado, suele siempre tener sus ribetes y algo más de pusilánime y crédulo de lo sobrenatural, disimulando con habilidad extrema y punible cinismo sus caídas, valiéndose para ello de cuantas marrullerías dispone su imaginación.

Una leyenda toledana, sencilla, pero interesante al propio tiempo, lo demuestra, si demostración puede exigirse de lo que afirmamos.

II.

Corría el mes de enero de 1809.

La provincia de Toledo era el teatro de la gloriosa guerra de la Independencia.

La capital, sin ejército y sin armas, sufría los oprobios más injustificados, las degradantes infamias exclusivas de razas inciviles, los desmanes más asquerosos que incesantes cometían los dominadores, hasta el punto de tomar alojamiento libérrimo a fortiori, y aún más, como dice la efeméride de un diario de aquella fecha: unos días no se dejaba entrar en la ciudad: otros no se dejaba salir sin pasaporte ridículo y muy difícil de obtener: otros ni salir ni entrar:otros ni aun de paseo.

Tal conducta motivó la natural antipatía entre ciudadanos e invasores, y la protesta de aquéllos no se hizo esperar, surgiendo de los pechos cual avasalladora corriente por débil cerca contenida.

El barrio de San Miguel, el Lavapiés toledano, fue el primero que, burlándose de los hercúleos bonapartistas, comenzó a lanzar contra aquéllos las bombas de su odio, bombas que, si bien no herían sus pesados cuerpos ni sus flamantes fornituras, lastimaban su valor probado en cien combates; por esto, lo que al principio escucharon impasibles, y hasta con irónica sonrisa, llegó después a sacarles de quicio; pues del barrio de los templarios se difundió pronto por toda la ciudad la canción que para ellos era cual acerado acicate que avivara su despecho. Oirla y perder la calma todo era uno. Era su más intolerable pesadilla.

«Viva San Miguel el Alto
Con su corona de plata:
Vale más un migueleño
Que todos los de la plaza.»

Por cantar la precedente copla, hubo más de una colisión en calles y encrucijadas.

Prosigamos.

III.

En la falda oriental de los escarpados cerros en que asienta el memorable castillo de San Servando, en anchurosa plazuela, convertida en paseo por el año de 1775, y cuyos álamos negros el tiempo ha engrosado; junto a la caudalosa y monumental fuente de Cabrahigo, al oscilante resplandor de luz de sucio farolejo, divisó, curioso paisano, un grupo de dos personas al terminar el crepúsculo de la tarde, en una de las de citado mes.

Era una enamorada pareja: un dragón imperial y una tontuela afrancesada, que entre coloquios recíprocos sin número, haciendo de aquel sitio provisional cenador, sentados sobre el suelo, deglutían con premura reparadores manjares y sendos tragos de alcohólica bebida.

Como quien hizo la ley hizo la trampa, y como la madre nunca pierde, según enseñan ciertísimos refranes, sin duda alguna, el voluptuoso francés o había burlado las disposiciones de sus jefes –pecado fácil de perdonar entre ellos– o previa licencia verbal se le había otorgado paso franco por el puente Alcántara para dirigirse a celebrar tan galana entrevista en el primitivo paseo toledano: el Paseo de la Rosa.

Entrada la noche, y un tanto alucinados ya los cerebros de los alegres libertinos por las excitaciones transtornadoras del nieto de la cepa, sintiéndose molestados por sutil vientecillo, propio de la estación, determinaron refugiarse detrás del grueso depósito de agua de la fuente mencionada, con la sana intención de dormir allí la mona.

El curioso paisano observaba inmóvil desde seguro escondrijo de próxima venta.

El viento fue paulatinamente arreciando, y su roce con cerros, troncos, venta y fuente, unas veces producía rugidos, otras silbaba, o bien de cuando en cuando imitaba quejas y suspiros.

Los caños de la corpulenta fuente dejaban salir agua a borbotones, agua que, batido por el viento, chapoteaba en la superficie del líquido depositado en el pilón, simulando burlona charla de botijondo bufón, violenta, atropellada unos instantes, monótona y aburridora otros, que en lugar de divertir á sus señores, les causara enojos, trayendo a su memoria recuerdos infaustos.

La algarabía que ocasionaban adunados viento y agua, pareció a los extravagantes enamorados, ecos de fantásticas apariciones, repitiendo sin tregua a sus oídos aquel canto desesperante

«Vale más un migueleño
Que todos los de la plaza;»

Y aun cuando de la fuente trataron luego de alejarse, el aire se encargó de repetirlos a su lado, hasta infundirles miedo y hacerles tornar a la ciudad, avanzando por entregas y dando reptidos empellones.

 

IV

Refieron ambos con estoico cinismo, cuando de amoríos se conversaba, la aventura acaecida junto a la fuente en la, para ellos, memorable noche, y repitieron las giras nocturnas a la rotunda, acompañados de púberes desordenadas y rubicundos militares, siendo todos testigos de las burlonas frases que parecía modular el surtidor del monumental depósito, cuyo efecto les impresionó vivamente; encargándose los circunstantes de popularizar tamañas alucinaciones que originaron el sobrenombre que por largo tiempo llevó la primera obra de Toledo en su género, La Fuente Misteriosa.

 

V

La afrancesada jovencilla de la leyenda, terminada la horrible y gloriosa lucha, perdidamente enamorada del paisano que la reveló haber observado su conducta desde la Venta, a causa de los remordimientos perdió la razón, y su manía perenne era La Fuente misteriosa.


Editado por Christelle Schreiber-Di Cesare