DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

 Semanario Pintoresco Español, 1836, n.2 abril, pp. 21-22.

Acontecimientos
La estratagema de un franciscano salva a Mateo Bergante de la condenación, después de su pacto con el diablo, pero queda confinado en su casa como un duende
Personajes
Mateo Bergante, el diablo.
Enlaces
Jaén

Randolph, D. A. (1966). Eugenio de Ochoa y el romanticismo español.

LOCALIZACIÓN

TORRE DEL CAMPO

Valoración Media: / 5

Un caso raro

Érase que se era…. Pero empecemos de otro modo. Había, aún no hace muchos años, en el reino de Jaén una soberbia casa de campo que ni podía llamarse castillo ni mucho menos granja: era un término medio entre estas dos cosas. Es el cuento, que en aquella casa de campo -22- no habitaba alma viviente, porque sucedía en ella un fenómeno sumamente particular que a todos tenía aterrados y confundidos. Entraba uno de noche en la tal casa con una vela apagada, y al punto se encendía ella sola; entraba otro con una vela encendida e inmediatamente se apagaba; —y eso que no faltaba un vidrio en las ventanas, ni había rendijas en las puertas por donde pudiese colarse el viento, ni causa alguna en fin, al menos aparente, a que pudiera atribuirse aquella particularidad.

Pero a pesar de todo, no hay más sino que así sucedía, y que a nadie se le alcanzaba el por qué, de modo que la maldita casa del duende era el bú [1]de todas aquellas cercanías.  Repetían la misma experiencia los doctos y los incrédulos, y siempre resultaba la misma diablura; la vela apagada se encendía, y la vela encendida se apagaba...

¿Ustedes no saben por qué acontecía esta incongruencia? Pues yo se lo voy a decir.

Vivía en Jaén, allá en tiempo del rey que rabió, un tal Mateo Bergante,[2] pero tan bergante él que no había otro mayor en los cuatro reinos de Andalucía. Este Mateo Bergante era pues un hijo de buena familia, y de las más acomodadas del pueblo; un diablo como hasta de veinte años, buen mozo, valentón, y de aquellos que a los doce de su edad hacen novillos, a los quince trasnochan y a los diez y ocho emigran de su casa paterna.

Mateo se emancipó a los diez y siete, porque para todo era precoz el muchacho, y se fue a probar fortuna por esos mundos de Dios.

Durante algún tiempo no le fue mal; como era bien plantado y nada corto de genio, las señoras mujeres le tomaron bajo su protección inmediata, y como él decía, ¡allí me las den todas! y tenía razón. Luego él, como era tan malo naturalmente, si se le presentaba alguna ocasión de apropiarse lo ajeno contra la voluntad de su dueño, no la desperdiciaba; y sabido es que este es un medio muy expedito para no carecer de lo absolutamente necesario.

Pues no era esto lo peor; si algún caminante se encontraba al caer el crepúsculo de la tarde en algún despoblado con Mateo Bergante, sacaba el infeliz su rosario y encomendaba su alma a Dios en voz baja, pálido y desencajado, porque había oído decir a personas fidedignas, que aquel hombre así respetaba la vida como la hacienda ajena.

Pues ¿y lo que hacía en la iglesia? En la iglesia, ¡tal era su perversidad! casi nunca se le veía, y aun entonces, mientras los demás rezaban y se daban golpes de pecho, él hurtaba con disimulo los vasos sagrados en las capillas, interrumpía al predicador, soltaba una carcajada en medio de la misa, y cometía todo linaje de irreverencias.

Un día en que cometió un delito muy escandaloso, de poco le valieron sus artimañas; prendió le la justicia, y fue condenado a muerte.

El fraile dominico que debía prepararle a bien morir era un santo varón, y que había leído muchos libros en latín y en otras lenguas; y tanto hizo, y tanto se afanó, que Mateo Bergante empezó seriamente a arrepentirse y a temer la muerte, no tanto por ella misma, como por lo que vendría detrás. Viéndole en tan buenas disposiciones, dejóle solo el fraile para que meditara sobre la muerte y llorase sus pecados.

Pero apenas Mateo Bergante se quedó solo, cuando empezó a pensar en cosas livianas, y a olvidar todo lo que le había dicho el fraile; sin embargo, aun sentía alguna vez impulsos de arrepentimiento, y ya estaba para ser bueno, ya pensaba en lo bien que le había ido siendo malo; pero él, para colmo de iniquidad, vacilaba entre el vicio y la virtud, y aun se inclinaba más al primero. En esto se abrió el calabozo y entró ¿Quién dirán ustedes que entró? El mismo Satanás en persona. ¡Traía un olor de azufre!  — ¡Dios nos libre! —

Clarito; el diablo, temiendo que se le escapase aquella alma pecadora, trató de asegurársela de antemano, y como los malos pronto se entienden, al cabo de un cuarto de hora quedó hecho y firmado con sangre del brazo izquierdo de ambos, un contrato entre Mateo Bergante y el enemigo. Obligábamos por él las dos altas partes contratantes; la segunda a satisfacer todos los deseos de la primera, cualesquiera que fuesen, durante dos años; y la primera  entregar su alma al diablo sin resistencia, cumplido esto plazo.

Así separó Satanás del camino del Cielo a un alma medio contrita, y que hubiera podido salvarse...¡¡¡Qué pícaro!!!

Escribir todas las bellaquerías y enormidades que hizo Mateo Bergante en estos dos años, fuera escribir la historia del hombre malo, y así las pasaremos por alto. Pero al acabarse el plazo, le entró un miedo terrible a las calderas de Pedro Botero, y se retiró a una casa de campo que había hecho construir en su provincia, porque aunque libertino y desalmado por demás, siempre le tiraba un poco el amor de la patria como a todo hijo de vecino. En aquella casa, pues, la misma que aún no hace mucho tiempo se llamaba del duende, vivía Mateo Bergante con un padre francisco a quien había tomado en su compañía para que le desasnase en punto a moral, y una buena mujer, que Gertrudis se llamaba, a cuyo cargo estaban la cocina y la bodega. A esto se reducía toda su servidumbre, y cierto que no se podía abusar menos de la protección del señor diablo.

Sucedió que una noche, mientras estaban cenando y discurriendo Mateo y el padre, subió Gertrudis de la bodega toda trémula y despavorida diciendo que había visto entre dos cubas de aguardiente a un hombre con cuernos y rabo que precisamente debía ser el diablo, y que se reía y decía que tenía que hablar cuatro palabras al señor Mateo Bergante.

¡Pobre Mateo Bergante! sacó su calendario  echó la cuenta, y vio que se había cumplido el plazo; pero como era valiente, hizo de tripas corazón, contó su cuita al fraile, apuró la copa que tenía en la mano y echó a andar.

—Para las ocasiones son los amigos, dijo el religioso; déjame coger mi breviario por lo que pueda suceder y voy contigo.

Hízolo así, cogió la vela que ardía sobre la mesa, cubrió su luz con la mano izquierda, y se dirigieron juntos a la bodega, — el fraile delante, Mateo detrás. —

—¿Quién va? ¿quién eres?

 — ¡Venga Mateo Bergante! dijo el diablo.

-Escucha, dijo el padre, conozco las condiciones del contrato y vengo a pedirte un favor. Estamos allá arriba cenando como unos paganos, con que déjanos acabar; apenas se consuma esta vela, Mateo Bergante jura que te entregará su alma.

—Consiento, dijo el diablo.

Al oír estas palabras, dio un soplo a la vela el fraile, la envolvió en su rosario, y echó a correr seguido de Bergante. El pobre diablo se quedó con medio palmo de narices; lanzó un grito lastimero y se hundió en los infiernos rabo entre piernas, furioso y corrido[3] de verse burlado cual otro chino.[4]

Mateo Bergante guardó la vela como un tesoro y murió de puro viejo, llorado por sus amigos, y sobre todo por los franciscanos a quienes amaba en extremo. Llamó su alma a las puertas del cielo, pero no quiso abrirle san Pedro porque realmente no lo merecía; mas, como según lo tratado no pertenecía al diablo hasta que se consumiese luz vela, volvió el alma a su casa a vigilar sobre el precioso talismán que le libertaba de los infiernos.

— Satanás, como es tan pillo, enciende todas las velas que halla en la casa; pero, lo que decía el otro, a un gitano  un soldado; si Satanás las enciende, Mateo Bergante que se halla muy bien en este pícaro mundo va y las apaga, y colorín colorado, mi cuento se ha acabao.

FUENTE: Eugenio de Ochoa “Un caso raro”,  Semanario Pintoresco Español, 1836, n.2 abril, pp. 21-2.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.

 

[1] Bú: 1. interj. coloq. U. para asustar a los niños aludiendo a un fantasma o ser imaginario. Hacer el bu. 1. loc. verb. Asustar, amedrentar. (Diccionario de la lengua española, DRAE).

[2] El apellido es en realidad un calificativo. Bergante es la persona pícara y sinvergüenza. (Diccionario de la lengua española, DRAE).

[3] Corrido: 2. adj. Avergonzado, confundido. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[4] Burlado como un chino: engañar a alguien como a un chino. 1. loc. verb. Aprovecharse de su credulidad. (Diccionario de la lengua española, RAE).