El Duende del Albaicín.
LEYENDA GRANADINA.
 
I.
Noche de diciembre oscura,
la atmósfera encapotada
horrible tormenta ancla, 
ya el relámpago fulgura; 
en las calles de Granada.
 
De la tiniebla el capuz [1] 
más se acrece y avecina, 
y el viento apaga la luz
que alumbra a Cristo en la cruz,
en el nicho de la esquina.
 
La soledad es completa,
no hay quien al trueno responda;
solo en la aguda veleta 
chilla la lechuza inquieta, 
y da el quién vive la ronda.
 
Lluvia pertinaz y helada 
con eco medroso suena, 
y no hay ventana entornada, 
ni puerta en que no esté echada, 
el cerrojo y la cadena.
 
Sin duda el genio del mal 
sus alas tienden al confín, 
y ante su influjo letal,
invade miedo cerval 
el barrio del Albaicín. -124
 
Tal espanto se recela 
que al pecho más fuerte pasma. 
No obstante, al sonar la Vela, 
de una oculta callejuela
 sale medrosa fantasma.
 
Es de tan rara estatura 
que crece o se encoge a un punto, 
y parece en su factura, 
ser de un vivo la figura 
en el cuerpo de un difunto.
 
De otro mundo usa despojos;
por cara, una calavera, 
y del hueco de sus ojos
salen resplandores rojos
cual los que cruzan la esfera.
 
Marcha con paso atrevido,
sin vacilación ni errores, 
y creyendo no es seguido,
a un portón se ha dirigido
junto a la calle de Oídores. 
 
Por su dintel penetró 
ligero como un venablo;
fuerte trueno retumbó,
e ignoro si le ayudó
arte de hombre o de diablo.
 
Con todo, no hay que dudar
que media humana asechanza
pues no está solo el lugar
y aún se llegan a escuchar
juramentos de venganza. -125-
 
 
II.
Cuando acomete el amor 
a quien ya las canas peina,
es forzoso conocer 
que es arriesgada la empresa.
 
D. Fadrique de Guevara,
hidalgo de nobles prendas, 
con Lucía de Aguilar 
hace dos meses se uniera.
 
Él once lustros mantiene, 
ella quince primaveras, 
él soldado arisco y rudo,
ella una rosa entreabierta.
 
Conveniencias de la dote, 
que son malas conveniencias, 
a la niña hacen esposa, 
y a triste palacio llevan.
 
Su escasa luna de miel
no libaron las abejas, 
que la esconde receloso
como hace el lobo a su presa.
 
Más de su cargo el honor
a D. Fadrique le ordena, 
que marche de capitán 
a hacer en Flandes la guerra.
 
Y Lucía queda sola 
con una joven sirvienta,
y un regañón escudero 
nuevo Argos de la belleza.-126-
 
III.
Es una regla sabida 
que para lucir primores, 
bien necesitan las flores 
sol y luz, que las den vida.
 
Y es también verdad probada 
que es la mujer una flor, 
que si no la alienta amor 
se vuelve planta agostada.
 
Ante esa necesidad
no faltan nunca Don Juanes 
que juzgan estos desmanes 
como obras de caridad.
 
Y abundando en la creencia,
yo, que la verdad estimo,
diré que hay por medio un primo;
saquen, pues, la consecuencia.
 
Ser mozo, bravo y galán,
son condiciones ufanas: 
¡que contraste con las canas 
del ausente capitán!
 
Ante el marido la habló
cual pariente solo un día
y desde entonces Lucía 
en otro mundo soñó.
 
Aumentando su inquietud 
ver que por extrañas artes,
encontraba en todas partes
peligros a su virtud.
 
No hay quien a tanto resista;
¡siempre el guardador es ciego! -127-
aunque hay cegueras que luego 
aclaran mucho la vista.
 
Fuese a la guerra; ¿qué hacer? 
pájaro que deja el nido 
se expone a verle perdido, 
si tarda mucho en volver.
 
Y el más sencillo comprende 
en el caso que refiero,
por qué cela el escudero,
por qué hay en la calle duende.
 
IV.
De su disfraz espantoso 
el joven ya se despoja, 
y a la estancia se dirige 
donde le espera la hermosa.
 
Está muy triste, sus ojos
al verlo llegar entorna,
y con sus rubios cabellos
un velo a su rostro forma.
 
Luis una escala recoge,
que al férreo balcón apoya 
y radiante de ilusión
ante sus plantas se postra.
 
Despide a la confidente, 
y cuando sus manos tocan 
con acento apasionado
dice D. Luis de Mendoza:
 
No temas, la tempestad 
más favorece que estorba; 
si afuera ruge el infierno, 
al lado tuyo es mi gloria.
 
Arriesgas por mí tu vida,
yo la mía por tu honra, -128-
que para llegar aquí
con este traje de mofa,
al nivel del salteador
mis blasones se colocan. 
 
Puede regresar tu esposo; 
mañana a la misma hora, 
me cumplirás la promesa, 
huyendo a tierras remotas.
 
Abrió sus ojos la niña 
dejando que el llanto corra, 
la ropilla del doncel 
abrasa al par que la moja.
 
Consuelos la da afanoso
que ella sin desdenes toma; 
la lámpara se amortigua, 
y va creciendo la sombra.
 
Al huracán le responde 
ruido de labios que chocan; 
quién sabe si allí hay más fuego,
que en el firmamento brota.
 
                     _________
 
Cual todo pasa en el mundo 
así dos horas corrieron;
Luis por el balcón se baja
y el disfraz ciñe a su cuerpo.
 
Más del postigo al salir,
pues va con su dicha ciego, 
no descubre que le acechan 
y que unas manos de hierro
le sujetan por la espalda 
y otras le oprimen el cuello.
 
Con la punta de un puñal
siente traspasan su pecho;  -129-
la defensa no es posible,
tan solo exclama: “Soy muerto”.
 
El asesino y los suyos
vuelven de la casa adentro,
mientras atranca el portón
 silencioso el escudero.
 
 
VI.
De pardas nubes velada 
ya mensajera del día,
la aurora se aparecía 
allá por Sierra Nevada.
 
De la casa en los jardines
de ira y de frío temblando, 
hay seis hombres esperando
para otros siniestros fines.
 
Pues se mira con horror 
la noche al romper su velo
un cadáver en el suelo 
y un fantasma a su alrededor.
 
Tocan el Ave-María
 en el cercano convento,
y el duende, con paso lento, 
sube y despierta a Lucía.
 
Alegrada al escuchar 
quien a su estancia golpea, 
sin cuidar de lo que sea,
 abre las puertas en par,
Y al ver el fantasma fiero
lanza un grito de sorpresa,
mientras él la tiene presa 
con unos nervios de acero.
 
-No abrigues, dice, esperanza;
perdiste tu fe y mi honra;  -130-
la noche vio mi deshonra, 
la luz mire  mi venganza.
 
 
VII.
Como tigre enfurecido, 
como repugnante hiena, 
así el fantasma la coge
y a los jardines la lleva.
Sobre el cadáver de Luis
la arroja con tal violencia, 
que la viva con el muerto
ahora sin querer se besan.
Carcajada incomprensible,
risa convulsa y frenética 
deja escuchar, y sus brazos
al muerto joven rodea.
enfurecido el fantasma 
su disfraz al suelo echa.
Seis hombres con antifaces
a su alrededor se aprestan.
También su rostro tapado 
está con roja careta, 
que con lo rojo del traje 
el tinte de sangre aumenta.
Da un pergamino al anciano, 
y este las llaves le entrega, 
y van comitiva triste 
por las calles aún desiertas,
donde se pierden sus huellas. -131-
 
 
VIII.
Cuando la justicia vino, 
que la llamó el escudero, 
el triste cuadro presencian 
que impone horror y respeto.
Lucía se ha vuelto loca; 
tal lo demuestra su aspecto, 
y el joven tiene el puñal
atravesado en el seno.
 
Ordena el alcalde al punto,
después de hablar con el viejo, 
que a la Inquisición 
se lleve el fantástico trofeo;
el cadáver à la fosa, 
y Lucía por encierro 
tenga a su razón perdida 
sus nupciales aposentos.
 
 
IX.
 
Cuando el vulgo que principió
la tragedia a conocer,
ser obra de Lucifer
unánime aseguró.
 
Solo una vecina anciana,
de esta opinión en despique[3], 
jura pasó D. Fadrique 
a caballo esa mañana.
Y vio, aunque con poca luz,
de bultos media docena, 
y que eran almas en pena,
 por lo que puso la cruz.
Y otra que la echa de lince
no vacila en afirmar, -132-
que el duende siempre ha de andar
donde hay muchachas de a quince.
Son historias del amor; 
de fijo que no hay mujer 
que no quisiera tener
¡un duende en su tocador!
Corre el tiempo, la locura
su poca razón apaga, 
y la joven vive y vaga
sin consuelo y sin ventura.
De su belleza el tesoro
 pierde en tan ruda tarea, 
y hasta la nieve blanquea
 en sus cabellos de oro.
Y parece en el desvelo 
de sus noches de terror, 
a la imagen del dolor
que pide subir al cielo.
Volvió, o hizo que volvía
D. Fadrique de la guerra, 
y con su aspecto que aterra
se presentó ante Lucía.
--Asesino, murmuró, 
goza, que ya estás vengado;
y como lirio tronchado
 muerta en sus brazos quedó.
De tan horrible aventura
solo guarda la memoria, 
que hubo un fraile en la Victoria[4]
preso también de locura.
Y por aquellos confines
aún el populacho entiende, -133-
que sigue saliendo el duende
a vagar por los jardines. 
Ello es que la tradición
de la historia haciendo gala,
con este nombre señala
al antiguo caserón. 
 
 
 
FUENTE:  Afán de Ribera, Antonio Joaquín. Cosas de Granada: leyendas y cuadros de antiguas y modernas costumbres; La Lealtad, 1889, pp. 123-133.
 
Pilar Vega Rodríguez
 
 
[1] Capuz: 3. m. Vestidura larga y holgada, con capucha y una cola que arrastraba, que se ponía encima de la ropa, y servía en los lutos. (Diccionario de la lengua española, RAE).
 
[2]  O Arco de Los Almendros, en la parte más alta del Albaicín.
 
[3] .Satisfacción que se toma de una ofensa o desprecio que se ha recibido y cuya memoria se conservaba con rencor. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[4] El convento de frailes mínimos de San Francisco de Paula, fundado en 1509 y terminado en 1518 en el solar de unas antiguas fincas nazaríes. Estaba en la cuesta de la Victoria. Además de guardar las sepulturas de importantes granadinos, era un hermoso ejemplo del arte mudéjar. Tras la desamortización en 1836 quedó deshabitado; más tarde fue utilizado como cuartel, y en 1842 demolido.