DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Historia, tradiciones y leyendas de las imágenes de la Virgen, Impr. y Litografía de D. Juan José Martínez,1861, pp. 286-293.

Acontecimientos
Milagro
Personajes
Don García, rey de Navarra
Enlaces
Monasterio de Santa María la Real de Nájera

LOCALIZACIÓN

NÁJERA

Valoración Media: / 5

Virgen de Nájera

 

Era el día 5 del mes de setiembre del año de 1050.

El antiguo castillo era el palacio del rey de Navarra, D. García, a quien la historia ha llamado el de Nájera, por haber nacido en aquella ciudad, haber hecho de ella su corte y constante residencia y haberla embellecido con grandes edificios y suntuosos templos.

Había heredado el trono de Navarra de su padre Don Sancho el Grande, el que para vengar la muerte alevosa que los Velas habían dado al conde Don García de Castilla en el año 1021 había entrado por aquellas tierras, y extinguida con su muerte la línea masculina de la ilustre prosapia de Fernán-González, se había apoderado de aquel condado como marido de la tataranieta de aquel príncipe.

A su muerte dividió sus reinos, dando a su primogénito D. García, el de Navarra; a su hijo D. Fernando el condado de Castilla, de que muy luego fue el primer rey, y a Ramiro, su hijo natural, le cedió el condado de Aragón; y por último, a Gonzalo, otro de sus hijos, el señorío de Sobrar ve y Ribagorza.

 Esta famosa partición de reinos, hecha por D. Sancho, el mayor de Navarra, entre sus hijos a su muerte en 1035, después de un reinado de sesenta y cinco años, el más largo que se había visto hasta entonces, no satisfizo a su hijo primogé-287 —nito D. García, a quien devoraba la  ambición y que aguardaba una ocasión para recobrar los reinos de  que le había privado el amor de su -padre a sus hermanos. Ocupábase en tanto en embellecer su capital y en el ejercicio de la caza.

En aquel día el argentino sonido de las campanas llamaba a los templos a los habitantes de Nájera, para celebrar el nacimiento de la Madre bendita del Salvador del mundo. En una de las torres del castillo el rey D. García se paseaba a pasos lentos,  contemplando la escena que desarrollaba a su vista la hermosa llanura y los lejanos montes dorados por los primeros rayos del sol. Al pie del castillo, y cerca del puente levadizo, muchos pajes contenían las traíllas de los perros o tenían del diestro caballos soberbiamente enjaezados, porque aquella mañana el rey con algunos de los ricos-hombres iba a ir a caza, su placer favorito.

Después de haber oído misa en su capilla  con su esposa la reina Doña Estefanía, antes de marchar a caza bajó del castillo, se lanzó ligero sobre su corcel, la comitiva siguió su ejemplo: se abrió la poterna y la alegre caravana salió al campo. En pocos instantes pasaron los cazadores la llanura, desaparecieron tras la nube de polvo que levantaban los caballos y se perdió en lontananza el sonido de las trompas.— 258 —

Despertado de su pacifico sueño se levantó un venado de su lecho de musgo y sacudió el rocío de la mañana depositado en su luciente piel. Alzó al cielo sus negros y brillantes ojos como para dar gracias al Señor de la naturaleza del descanso que le había concedido. Regocijóse al verse solo y seguro, olfateando el rayo del sol y paciendo los tiernos tallos de la yerba: después habiendo bebido en un cercano arroyuelo, se lanzó por el bosque  jugueteando. De repente lanzó un agudo valido, la brisa que agita las hojas de los álamos blancos y de los arces le trae un sonido desconocido: arroja en torno de sí inquietas miradas, olfatea la tierra, endereza las orejas, da algunos pasos, se detiene de nuevo. Sin duda el pobre animal tiene el presentimiento del peligro que le amenaza.

Muy pronto son más claros y perceptibles los rumores; los sonidos de las trompas y los ladridos de los perros resuenan a la vez en el fondo del valle, y los ecos de distancia en distancia repiten las alegres voces de los cazadores. El venado ha oído toda aquella gritería, que va a morir en las profundidades del bosque; brinca sobre las peñas al oír sus implacables enemigos. Ya han  descubierto su pista, sueltan los perros, divídense en grupos los cazadores y corren en diferentes direcciones.

Don García se estremece de alegría y recorre con  — 259 — su comitiva el bosque.

Sin que ningún obstáculo detenga la encarnizada jauría. El venado huye sobre los peñascos y en los barrancos, cubiertos de sudor sus lomos, de blanca espuma su boca, inflamados sus ojos. El sonido de las trompas, el ladrido de los perros, el relincho de los caballos en confusa mezcla aumentan su terror. Agobiado de fatiga, sin aliento, vuelve a tomar el camino del valle, saltando por encima de las agudas peñas, desapareciendo entre los matorrales y las grietas de la montaña. Llega a las orillas de un torrente, pero los cazadores han adivinado su resolución. Una multitud de perros va a alcanzarlo. El noble animal hace un esfuerzo desesperado, sacude su cabeza adornada como la cimera de un casco, y se lanza en el torrente para huir con seguridad en la opuesta orilla.

En aquel momento decisivo se redobla el furor de los lebreles, precipitándose en el agua en persecución del pobre fugitivo. Lucha a la vez el venado contra la corriente que amenaza arrastrarle y contra el encarnizamiento de los cazadores. Llega a la opuesta orilla, y allí están ya los cazadores gozosos de que el venado no pueda escaparse. ¡Vana alegría! su presa huye todavía. El venado llega al monte; los perros le alcanzan y le atacan, resiste con valor; muchos de sus adversarios vuelan por el aire y el -260-suelo cubiertos con su sangre, combate da tiempo para llegar a los cazadores.

Próximo ya D. García, apresta su venablo para atravesar la res; pero el venado hace un nuevo esfuerzo; toda su fatiga ha desaparecido; se desembaraza de los perros que le sujetan; da un enorme salto, y sin sentir sus heridas penetra en los barrancos erizados de matorrales. Allí le sigue el rey y los señores de la comitiva. De repente los caballos se paran, cual si tuviesen el presentimiento de algún peligro; los perros mismos tan avezados en su persecución se sienten acometidos de un súbito terror y rehúsan marchar adelante. El venado se había refugiado en la boca de una cueva: el animal se había salvado. Había buscado un asilo en aquella caverna.

Ni los amenazadores abismos, ni los peñascos apilados unos sobre otros, bastaron a detener al rey D. García; él, sus cortesanos y  monteros echaron pie atierra y se precipitaron en tumulto, rivalizando en celeridad y ardor. Fueron desmontando con los cuchillos de monte la espesura y seguidos de los perros, trepando con no poca dificultad hasta llegar a la boca de la cueva.

Allí un extraño espectáculo se ofreció a los ojos del rey. D. García y su comitiva. La cueva, que debía de ser oscura por no tener más luz - 291 — que la que penetraba por su estrecha abertura, se hallaba llena de una brillante claridad. Allí había un altar de piedra, y sobre él una imagen de la Virgen Santísima con su divino Hijo en los brazos, y a los pies se hallaba como arrodillado el venado, que huyendo de la persecución del rey le había servido de guía, para que llegase a aquel altar, a aquella gruta. También encontraron allí una campana de mediano peso.

Postróse el rey ante aquella milagrosa imagen cercada de divinos resplandores, y la adoró con toda su comitiva. La dio las gracias por haberse dignado elegirle para ser el primer testigo de tan milagroso hallazgo, quedando muy alegre de que- apareciese en su corte de Nájera aquella imagen, que por lo menos había permanecido ignorada en aquella caverna por mas de tres siglos, pues debió allí ser ocultada, como tantas otras, por los cristianos en el infausto año de 714, en que fue destruida la monarquía de los godos y los árabes victoriosos se derramaron por toda la España, excepto por los montes de Cantabria, desde donde Dios en su misericordia debía de hacer bajar la libertad y la salvación de la oprimida patria.

Salió de allí el rey D. García sumamente gozoso con el milagroso hallazgo de la Santa Virgen, y se propuso alzarla allí mismo un suntuoso templo, que, conteniendo la misteriosa— 292 — cueva, fuese a los futuros siglos un monumento de aquel prodigio y un perpetuo testimonio de su religiosa piedad y devoción a la Reina de los ángeles.

Lo consultó todo con su esposa la reina Doña Estefanía, mujer de altas virtudes cristianas, e hicieron voto solemne de erigir sobre la cueva de la milagrosa aparición un magnífico monasterio de la esclarecida religión de San Benito, donde se tributasen perpetuas alabanzas a la milagrosa imagen y sirviese de  enterramiento para sus cuerpos y los descendientes en su corona. Ofreció levantar al lado del templo un vasto y magnífico edificio, que sirviese de cómoda hospedería a los peregrinos que acudiesen a visitar el nuevo santuario.

No fue un voto verbal el que hicieron los reyes de Navarra. Se obligaron a su cumplimiento por un instrumento público en el año de 1052, y en él consignaron su promesa, y en el mismo instrumento afianzaron con pródiga liberalidad los medios de llevarlo a cabo. Hicieron tan solemne este acto, que convidó el rey D. García para su otorgamiento a sus hermanos el rey de Castilla y de León D. Fernando I; a D. Ramiro, rey de Aragón y Sobrarbe, y a Don Ramón, conde de Barcelona, su cuñado, hermano de su mujer Doña Estefanía, los que confirmaron estas donaciones en medio de grandes — 293 — fiestas que con este motivo se dieron en de Nájera.

Tal fue el origen del real monasterio de Nuestra Señora la Real de Nájera, que enriqueció el rey D. García con la donación de muchas villas y posesiones. En el mismo documento de donación, se ve una original pintura; al lado derecho está el rey D. García retratado en ademan de extender un pergamino hacia una Iglesia, y en el izquierdo la reina Doña Estefanía con el rostro vuelto a un templo y dos dísticos latinos, uno al pie de cada retrato, cuya traducción es:

Con su palabra García

Y Estefanía su esposa,

Alzaron para María

Fábrica tan portentosa.

 

José Muñoz Maldonado, Historia, tradiciones y leyendas de las imágenes de la Virgen, Impr. y Litografía de D. Juan José Martínez,1861, pp. 286-293.