DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Ecos de Gloria, 1880, [S.l.] [s.n.] Madrid Estab. Tip. de M. Minuesa de los Ríos, pág- 184-201.

Acontecimientos
Caso de honor
Personajes
Bermudo II
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LOCALIZACIÓN

MIERES

Valoración Media: / 5

VELASQUITA LA VILLANA (LEYENDA HISTÓRICA)
 
I. QUE DEBIERA SER INTRODUCCIÓN
 
Corría el año de gracia
de novecientos ochenta
y tres—poco más o menos,
si es exacta nuestra cuenta.
 
El fiero Almanzor reinaba
en Córdoba, la agarena,[1]
dos años hacía apenas
que de Asturias y León
ceñía la insignia regia
 
Si corría noble sangre
de cien héroes por sus venas,
si sombrearon su cuna -156-
los laureles de cien guerras
¿quién duda que el rey tenía
según las crónicas cuentan,
mucha altivez y bravura,
mucha hidalguía y nobleza?
 
Pero también el monarca,
al lado de tales prendas,
como hombre mortal tenía
sus lunares y flaquezas.
 
El buen rey, siempre acosado
por fastidiosa dolencia,
y no hallando, en las boticas
de aquellos tiempos, recetas
para aliviar sus dolores
y consolarse en sus penas,
donde menos se pensaba
dióse a buscarlas tal priesa,
que perdió a menudo el seso
por lo que muchos…. ¡por ellas!
 
Dicen las historias.—Roncos
los añafiles[3] de guerra
sonaban ya en los linderos
de la castellana tierra,
y abandonando el monarca
don Bermudo la defensa[4]
de León a don Guillén
de González,—cuyas tropas ….. [5]-157
no pasaban de mil bravos
leoneses, dos banderas
de Galicia y unos pocos
asturianos, gente fiera
y leal, y arrojada, pero
que representaba apenas
una vigésima parte
de la hueste cordobesa—
marchó el buen rey, con algunos
cortesanos, y la regia
insignia, y cien ballesteros,
entre interminable hilera
de monjas, curas y frailes,
con reliquias, cruz enhiesta,
incensarios y blandones[6],
nada menos que a la iglesia
de San Salvador de Oviedo
(memoria del rey don Fruela),
para orar ante el sepulcro
del Rey Casto, a la manera[7]  
de popular peregrino
que cumple una penitencia,
por mover a Dios (decía)
con oraciones más tiernas, -158-
e izar el pendón sagrado
de Covadonga y Auseba»
 
Y estorbólo el diablo.—A Mieres
llegó el peregrino apenas,
cuando un audaz cortesano
de esta suerte le interpela:
 
—Señor ¡he visto una chica!
—¿Linda?
—Como una azucena.
—¿Y pura?
—Como un arcángel.
—¿Joven?
—Quince primaveras.
—¿Buena moza?
—¡Ya lo creo!
—¿Es noble?
—Villana a secas.
—¿Llámase, pues?
—Velasquita.
—¿A dónde mora?
—Aquí cerca.
—Por buen bocado la tienes
—¡Buen bocado es la pechera[8]!
—¡Ampáreme Dios!.... ¡La gota!...
—No está lejos la receta.
—¿Y si las gentes murmuran?
—¿Y si otro agarra la presa?
—¿Y si los días se pasan
y avanza el Califa mientras?
—Más si olvidáis el remedio
y los dolores arrecian -159-
 
Me convences, Fernán-Díaz:
esa chica es brava pesca.
Ténganse las procesiones,
y al diablo todo por ella.
 
Desde entonces, al monarca
se le agravó la dolencia
y en Mieres fijó los reales[9]
para tomar las recetas.
 
Y se olvidó de los curas
y de funciones de iglesia,
y de cirios y reliquias,
y de preces lastimeras;
viniendo a perder el seso,
no obstante sus bellas prendas
y el bordón de peregrino,
por lo que muchos, ¡por ellas!
 
Entretanto, por Castilla
resonaba la tormenta
¡Ay de Bermudo el Gotoso
si se aduerme en la indolencia![10]  -160-
 
 II. CUYAS PALABRAS ENCANTAN.
 
Es una noche de otoño
callada, pura y serena,
sin nubes en el espacio,
sin rumores en la tierra.
 
Levántanse sobre el mundo
la luna y miles de estrellas
de luz esplendente, límpidos
faros que la Providencia
colocó en el firmamento,
cuyas azules y etéreas
gasas ricos pabellones
y cortinajes semejan,
bordados, cual regio manto,
de brillantes y de perlas.
 
Hacia la villa de Mieres,
por una torcida senda,
dirigen dos encubiertos
caballeros la carrera
de sus corceles; y en anchas
y oscuras capas envueltas
sus formas, y sus facciones
guardadas tras la visera
de férreo yelmo, dos sombras
de amedrentadora esencia,
al través de la penumbra,
los negros bultos semejan. -161-
Los arranques impetuosos
de sus trotones[11] refrenan,
que con gentil gallardía
rebotan y se impacientan;
y estos, de nevada espuma
tiñendo el peto y las riendas,
y bajo el herrado casco
desenterrando centellas,
ya van por angosto valle,
ya por alto risco trepan,
ya cruzan secos arroyos,
ya en llano caracolean.
 
A lo lejos una casa
se descubre, de apariencia
pobre, oculta entre el follaje
de silenciosa arboleda:
de tímida tortolilla
la blanca imagen presenta,
en bello jardín de amores
¡dormida sobre azucenas!
 
Y, al distinguirla, el jinete
que lleva la delantera
se vuelve sobre su asiento
y al otro así le interpela:
 
—Fernán-Díaz, ¿la morada
de Velasquita es aquella?
—Cabal, señor.
 
El llamado
respetuoso le contesta. -162-
 
Y presuroso el primero
su bravo corcel sujeta,
le atusa la crin, se inclina
sobre el alto arzón[12], se apea,
y arroja a su compañero
con gran altivez las riendas,
a la par que le dirige
razones iguales a estas:
 
—«Sabéis ya que en esa casa
ventilar debo una cuenta:
testigos no me hacen falta
con que esperad a que vuelva.
Si alguno va, y os conoce,
sin deteneros la seña;
más si lo ignora, y pregunta
¡cuidado y guardad la lengua!
Ea, adiós, y no dormirse,
¡que en ello os va la cabeza!»
 
Y dejando al infelice
Fernán con la boca abierta
de puro miedo, el hidalgo
se perdió tras la arboleda.
 
. . . . . . . . .
 
Entre las toscas paredes
de aquella humilde vivienda,
dos labradores pasaban
su trabajosa existencia. -163-
 
Él nombrábase Mantello
y Olalla nombrábase ella,
y ambos en edad ¡guales
e iguales en genios eran.
 
Matrimonio venturoso,
a pesar de su pobreza,
sin títulos ni blasones
de encopetada ascendencia,
nunca del desdén quejóse
de la fortuna ligera
que con ceñudos enojos
miróle la vida entera.
 
Mas no se hallaba una viuda,
ni desmayada doncella,
ni huérfano desvalido,
ni lisiado de la guerra,
si acaso se aparecían
en el umbral de su puerta,
a quien consuelos no diese,
o edificantes sentencias,
o abrigo en sus pobres lares,
o cariñosa asistencia.
 
Mas no solos: una niña,
de quince abriles apenas,
las privaciones y angustias
partía de su pobreza.
ídolo de los esposos,
y arcángel de su existencia,
desde sus años pueriles -164-
alzábase la pechera
como el viento casquivana,
como los necios soberbia,
como las aves alegre,
pero como nadie, bella.
 
Como nadie; que envidiara
su blanca tez la azucena;
el coral, sus labios rojos;
su dentadura, las perlas;
su airoso talle, los lirios,
y el sol naciente, sus trenzas.
 
Siempre que al umbral salía
de su escondida vivienda,
los nobles y los pecheros
parábanse a conocerla;
siempre que entraba, buscando
sermón o misa, en la iglesia,
los hombres, al fin, perdían
sermón y misa por ella;
siempre que daba la mano
en giraldillas y fiestas[13],
los mozos, ante el concejo,
la aclamaban por su reina.
 
Y sin quererlo, inspirando
con su extremada belleza,
a los mancebos ternura,
y a los decrépitos quejas, -165-
y celos a las casadas,
y envidias a las solteras,
y admiración a los niños, -
y sentimiento a las viejas,
era la hermosa villana
de Asturias la mejor perla.
 
Y con tal hija, felices
en medio de su pobreza,
pasaban los dos ancianos
su trabajosa existencia.
 
En retirado aposento
de su morada sencilla,
que alumbra una lamparilla
con pálida claridad,
medio escondida entre el hueco
de una rústica ventana
está la linda villana
sentada en la oscuridad.
 
Apoya sobre una mano
su picaresco semblante,
con otra el velo flotante
sostiene de su brial,[14]
y, acaso a molesto sueño
o a dulce ilusión rendida,
reclínase adormecida
sobre campestre sitial.
 
Al verla así, sobre el pecho
su bella barba apoyada -166-
y su brillante mirada
velando también al par,
diríase que la niña,
fingiendo la soñolencia,
la imagen de la indolencia
se gozaba en retratar.
 
Delante de ella, en racimos
que enlazan gruesas ligas,
de amarillentas espigas
se ve ordenado montón,
que con destreza sus dedos
menudamente enriestraron [15]
y en torno las colocaron
del reducido salón.
 
Súbito la errante brisa,
que afuera gime liviana,
por la entreabierta ventana
penetra en fugaz desliz,
y, entre los pliegues flexibles,
de su aromático aliento,
desconocido un acento
—¿Velasquita?—apenas diz.
 
A cuya voz la villana
su inmóvil postura deja,
alzándose hasta la reja
con altanero desdén;
y al par que tiende la vista -167-
por la sombría espesura,
con voz argentina y pura
tímida interroga:—¿Quién?
 
Y aun corría su eco débil
en las ráfagas del viento,
cuando un hidalgo, al momento,
miró Velasquita allí;
y ella asomada a la reja
y él delante de la casa,
los dos, con prudencia escasa,
diálogo hicieron así:
 
—¿Qué quiere el galán aquí?
—Hablar con la hermosa dama.
—¡Franco sois! ¿Cómo se llama?
—Don Bermudo.
—¿A secas?
—Sí.
—¡Por mi fe, que no es de ley
nombre tan estrafalario!
¿Con el don?
—Es necesario.
—¿Tan noble?
—Deudo del rey.
—¡Jesús! ¿Qué loco abandono
os conduce a una villana?
—¡Tente! La hermosura allana
hasta las gradas del trono.
—¿Lisonjero?
—Enamorado.
—¡Pláceme vuestra razón!
¿Sois de Asturias?
—De León -168-
y aquí, por verte, he llegado.
—¡Chist!... Más bajo
—¿Cómo?
—Es tarde,
y este silencio no auxilia.
—¿Qué temes?
—Que mi familia
nos oiga, y sospechas guarde.
—¿Te persigue?
—Mucho.
—¿Mucho?
—¡Ni a sol ni a sombra me deja!
Si una vez salgo a la reja,
detrás pisadas escucho.
—¡Pobre niña!
—Y ¿saber puedo
adonde echáis vuestra planta?
—Hacia la Cámara Santa
de San Salvador de Oviedo [16].
—¿Por capricho?
—En romería.
—¡Devoto sois, don Bermudo!
—Un clérigo carrilludo,
por mis pecados, me envía:
allá me manda el buen cura,
a guisa de penitencia,
porque a un villano, en pendencia,
despaché a la sepultura.
¡Qué risa!
—Mas, si un secreto
quieres oír ¡de interés!
—Con mucho gusto: hablad pues.
—Pero
—¿Y bien?
—Salvo el respeto
que tú, niña, te mereces,
di: ¿con precaución no escasa,
entrar no puedo en tu casa?
—¡Deteneos!
—¿Te enfureces?
—¡Insensata es vuestra mira!
¿Sabéis quién soy yo, señor?
—Un ángel ¡ángel de amor
que sólo pureza inspira!
—¡Así me gusta! Hablad, pues.
—Aquí, en retiro profundo,
jamás la dicha del mundo
ni tú comprendes, ni ves.
Di: si un joven, seductor,
rico, bravo y de nobleza,
prendado de tu belleza
te jurase eterno amor;
y de tu rostro algún día
el ruin tocado arrancase,
y en su lugar te adornase
con sedas y pedrería;
y a Oviedo te condujera
vestida de ricas galas,
para que en doradas salas
tu gracia resplandeciera;
y allí bizarros torneos -170-
se hiciesen por ti, y hazañas,
por ti sortijas y cañas,[17]
festines y galanteos;
por ti funciones ruidosas
los próceres celebrasen,
y en ellas te proclamasen
la reina de las hermosas
—¡Callad, callad!
—¿Qué dirías
si ese joven seductor
eso te diese y su amor?
Dime, niña: ¿le amarías?
—¿Podrá ser cierto?
—Lo juro.
—Pero ese hombre ¿dónde está?
¿conocéisle vos?
—Quizá.
—¡Sacadme, por Dios, de apuro!
Yo no le conozco...
—¿No?
¿Si le vieses?
—Le amaría.
—¿Mucho?
—¡Mucho!
—¡Vida mía!
Pues ámame, que soy yo.
Y el galán que las paredes,
mientras decía, escalaba,
cuando esta frase acababa
sobre la reja se halló;
y, alzándose de repente,
en la pálida mejilla
de la pechera sencilla.....
sonoro beso estampó.
—¿Conque vos sois, don Bermudo?
—¿Y oyes tú mi amante lloro?
—¡Virgen María!.... ¡Os adoro!
—¿Me seguirás?
—¡Ah! No dudo.
—¡Bien haya, hermosa, tu amor
que por mi dicha se afana!
¿Cuándo, pues?
—Venid mañana,
venid sin ningún temor.
—Al caer la tarde te espero.
—No faltaré, no, a la cita.
—¡Adiós, gentil Velasquita!
—¡Adiós, gentil caballero!
Cerróse en breve la reja
y huyó la rendida amante,
y el encubierto al instante
montó a caballo, y se fue.
—Diz que mientras galopaba
decia así por lo bajo:
—«Esto es hecho: sin trabajo
»¡buena receta encontré!
 
Desapareció.—La puerta
se abría en aquel momento,
y en el pequeño aposento -172-
Olalla trémula entró;
quien, al hallar de la reja
las maderas entornadas,
con voces descompasadas,
de esta suerte prorrumpió:
—¿Qué es esto, niña? ¿Qué miras?
—¡Ah!.. Yo... nada. Aquí... señora...
—¿Con quién hablas a tal hora?
—Si no hablaba
—¡Más mentiras!
¿Qué besabas?
—Esta cruz
que tengo en el cuello puesta.
—¡Ya!.... ¡me gusta la respuesta!
A ver, acerca esa luz
¡Pronto, pronto!
—¡Qué manía!
Lo digo yo, y es bastante
—¿Me replicas?
—Al instante,
pero
—¿Me traes la bujía?
—Madre, si nada ha pasado
—¡Silencio!.... Lo dicho, dicho.
—Tomad ¡Jesús, qué capricho!;
¡Ay!
—¡Infeliz!
-Se ha apagado
Iba ya a coger Olalla
la sedienta lamparilla,
cuando la joven ¡sencilla!
dejóla al suelo caer.
Y aunque la opaca arboleda
miró al fulgor de la luna
la pobre madre, ninguna
sombra humana pudo ver. -173-
 
Eso te probará, lector querido,
que el mundo siempre ha sido
y siempre habrá de ser, año tras año,
lo mismo que es hogaño.
 
Siempre el señor dinero,
favorito sin par de las bellezas,
será el gran caballero
que asedia, y acomete, y avasalla,
las más altas y esquivas fortalezas.
sin riesgo ni batalla.
 
Y habrá siempre deslices,
aunque nunca prescriban los deberes;
y padres o maridos infelices
que, tocante a sus hijas o mujeres,
no verán más allá de sus narices.
Y yo, lector, me fundo
en esta conclusión irrefutable:
achaques son del mundo,
y, como ves, el mundo es invariable
 
III
 
EL HONOR DE UN VILLANO
 
¡Cuán grato es de la vida
cruzar el ciclo breve,
sin mancha deshonrosa
que amengüe su valor,
y, ante la necia hablilla
del vulgo ruin y aleve,
mostrar siempre en el rostro
la marca del honor!
 
¡Cuán grato es del sepulcro
llegar a los confines,
sin que el pasado traiga
al corazón pesar,
y en el umbral oscuro
de eternidad sin fines,
a Dios, con el aliento,
la honra pura dar!
 
¡Ay, sí, de quien temiendo
del mundo los engaños,
el lustre de sus lares
atento custodió,
y limpio y sin mancilla
guardóle muchos años
y acaso en breve instante
manchado ya le vio!
 
Ay, sí, de quien sus horas
contando ya cercanas,
dirige hacia la tumba
desfallecido pie,
y en lecho de agonía
al reclinar sus canas,
teñidas con la mengua
del deshonor las ve!
 
Guardaba el buen Mantello,
cual oro entre dobleces,
en sus modestos lares
la prenda de su amor,
y aunque olvidó por ella
mundanas brillanteces,
cuando apartó los ojos
hallóla sin honor!
 
«¿Acaso—murmuraba—
librar no puedo mi honra
de la procaz licencia
de un noble seductor,
y ruin y envilecido,
lamiendo mi deshonra,
besar debo de hinojos
su pie profanador?
 
»¿Acaso nada vale
la humillación de un hombre,
y soportarla es fuerza
de ignominiosa ley?
¿Acaso es menos digna
la fama de su nombre -176-
que el timbre o la corona
del prócer o del rey?
 
«¡Jamás! Si escarnecido
Mantello sufre y gime,
y lleva en sus espaldas
el sello del baldón,
ante los sacros ojos
de Dios, Verdad sublime,
el prócer y el pechero
son nada ¡iguales son!
 
»Mas, ¡ay!.... en vano elevo
quejosa la voz mía
Justicia demandando
me arrastraré a sus pies,
y del vapor y ruido
de licenciosa orgía,
¡mi tímido lamento
se perderá al través!»
 
¡Ay, sí, de quien sus horas
contando ya cercanas,
camina hacia la tumba
con vacilante pie,
y en lecho de agonía
al reclinar sus canas,
teñidas con la mengua
del deshonor las ve!
 
¡Ay, sí, del buen Mantello
que alegre custodiaba,
en sus modestos lares,
la prenda de su amor;
y pura y sin mancilla
risueño la juzgaba,
y un día, el desdichado,
hallóla sin honor!
 
A los pocos días, juntos
a la puerta de una casa,
varios vecinos de Mieres
de esta guisa platicaban:
—¿Nada sabe, tío Nuño?
—Dígamelo, tía Sancha.
—¿Conocéis a Velasquita?
—Doncella más resalada
no recoge los alientos
en el país de las Xanas[18].
—¡Habráse visto!
—Y ¿qué es ello?
—Pues qué ha de ser ¡que se casa!
—¡Por mi lebrel, que le envidio
al novio tan buena caza!....
— ¡Miren el tío Nuño!
—Es cierto.
¡Qué bella es la tal muchacha!
Cuando en sus ojos azules
se sorprende una mirada
y su boquita menuda
dulce sonrisa retrata
¡ay, comadre!.... yo me tiemblo,
y los ojos se me bailan,
y el corazón me golpea,
y la boca se me hace agua
—¡Jesús, qué malo el tío Nuño!
—Pase por broma, tía Sancha.
Pero ¿con quién?
—¡Ahí está ello!
Discurrid tres horas largas.
—¿Yo? ¡Si siempre de razones
mi cabeza estuvo calva!
¿Con Juancho el labriego?
—¡Claro!
Pues eso solo faltaba:
que los fríos y calores
curtiesen su linda cara
No es villano.
—¿Con un noble?
—¡Y de alcurnia encopetada!
Más que los Solís y Pinos,
más que Bernaldos y Omañas
Pero
—Aquí viene Santiago,
corredor de los mancebos
y espía de las rapazas.[19]
—Dios guarde.
—Santiago, diga:
¿Velasquita no se casa?
—No hay tal cosa.
—Sí, repito.
—Yo repito que no hay nada.
—¡Cosa como ella!
—Dejadle.
¡Sea de Rey su palabra! -179-
 
—Escuchad: ha pocas noches,
cuando yo volvía a casa,
topé con dos caballeros,
ocultos en anchas capas,
que el paso de sus corceles
hacia las huertas guiaban.
«¡Canastos!» dije yo al verlos:
«¿Hay gato encerrado, o gata?
»A estas horas ¿quién lo duda?
«lance de amor o de espadas.»
Y, como astuta serpiente,
librándome a sus miradas,
ya acurrucado en un árbol,
ya a la sombra de una mata,
observé que un caballero
se dirigía a la casa
de Velasquita. Se acerca,
taimado silbido lanza,
óyense dos cerraduras,
entreábrese una ventana
y, a través de los barrotes,
distingo una forma blanca,
con amoroso abandono
sobre el dintel apoyada
—¿La Velasquita?
—Ella misma.
Arroja al punto una escala,
cógela el mozo en el aire,
la afirma, sube, entra y ¡nada!
Pintáronse en las paredes
dos sombras que se abrazaban,
y, entre el rumor del espacio,
creo que oí estas palabras: -180-
— «¡Dios os guarde, don Bermudo!»
—«¡Bendita seas, mi amada!»
Y luego la hermosa niña
cerró astuta la ventana,
las rendijas se apagaron
y a oscuras quedó la casa.
—¡Jesús! Si es cosa de cuento
—¡Si parecía una santa
que, a pesar de quince abriles,
no había roto una paja!
—¡Quién lo creyera, tío Nuño!
—¡Quién lo pensara, tía Sancha!
—¡Yo me hago cruces! Me acuerdo
de haberla visto en su casa
con aquel aire sencillo
y humilde de mojigata
¡Jesús! ¡Jesús!
—Pues, señores,
no hay que fiarse en las santas.
Y, a más ver.
—Pero, Santiago,
diga quién es él.
—¡Caramba!
¿Así, sin más ni más?.... ¡hombre!
No es cosa de andar con chanzas
¡Punto en boca! ¡Hay de por medio
una persona de alcázar!
Si se dicen los pecados,
los pecadores se callan.
Es..... ¡cazador que lo entiende
para apresar tales garzas!
—¡Pues no es ella mala trucha,
cuando se enreda en tal malla! -181-
¡Quién lo creyera, tío Nuño!
—¿Quién lo pensara, tía Sancha?
 
Mientras que de este modo peregrino
el malicioso vulgo murmuraba,
un labriego infeliz se presentaba
ante el ayo del rey, señor del Pino [20]
 
Era el tal un optimate asturiano,
hidalgo y caballero;
y aunque achacoso anciano
que al fin de la existencia caminaba,
aún el fuego en sus ojos chispeaba
del triunfador guerrero
que añadiera a su escudo sin mancilla
lauros cien en las guerras de Castilla.
 
Y el buen conde, ofendido
al contemplar del moro la insolencia,
bramaba de coraje,
mirando a don Bermudo adormecido,
con mengua del honor de su linaje,
en brazos del placer, y en la indolencia.
 
Víctima de cruel desasosiego
el viejo conde a la sazón se hallaba
leyendo un largo pliego.
«¡Socorrednos!»—un bravo así exclamaba.
«Talando a sangre y fuego
«las tierras de León y de Castilla
«el mahometano ejército se acerca
«Si Bermudo el Gotoso no acaudilla
»sus tropas a la lid, o débil huye,
»el califa Almanzor la corte cerca
»y la asalta, la arruina y la destruye
«¡Socorrednos!.... Diezmados mis leones
«por el hambre, las rotas y las penas,
"transidos de pavor los corazones
«y arrasadas o abiertas las almenas,
«no hay fuerza que se oponga
«del terrible caudillo a las legiones
«¡Corred, que jura izar en Covadonga
«sobre la cruz de Asturias sus pendones!» [21] -183-
 
Leyó el hidalgo conde silencioso
la misiva fatal, y en el instante
de llanto doloroso
apareció regado su semblante;
pero estrujando el pliego
y ahogando los enojos,
miró con turbios ojos
el semblante apenado del labriego,
y, con rápida voz y lastimera,
interrogóle al par de esta manera:
 
—¿Quién sois? ¿A qué venís?.... Hablad.
—De Mieres
soy; me nombran, señor, Mantello Peres,
y me presento a vos con la esperanza
de conseguir justicia y aún venganza.
—Dárosla juro yo, si está en mi mano
Decid.
—¡Al cielo plegue[22]
que a vuestro oído llegue
el quejumbroso acento de un villano!
Mi gratitud
—Seguid
—No de aquí lejos
a solitario albergue reducidos,
y siempre en las faenas
del hogar o del campo entretenidos,
mi esposa Olalla y yo, débiles viejos,
morábamos, señor, libres de penas[23].  -184-
 
Guardaba en mis alcores[24]
con vigilante aliño
una prenda de amor: ¡hija querida
que el cielo concediera a mi cariño,
para dar un alivio a mis dolores!
Objeto de mi idólatra ternura
y arcángel bienhechor de mi existencia,
¡si lo supieseis vos!.... era tan pura
que un ángel parecía de inocencia
—¿Murió quizás?
—¡Dios mío!.... vive!....
—¿Entonces...
—Aleve un caballero
mis canas mancilló con la deshonra
Vive, sí, la hija mía, vive empero
permitidme llorar ¡vive sin honra!
—¡Infeliz!
—¡Oh! ¡Justicia!.... Yo la imploro
de rodillas ¡a vuestros pies postrado! -185-
Muévaos a piedad el triste lloro
de un anciano y un padre deshonrado
¡Justicia contra el rico y caballero,
un infeliz pechero
os pide en su deshonra!....
¡Que no la pida en vano,
señor porque un villano,
si ejecutorias[25] no, también tiene honra!....
—Cálmate, noble anciano:
yo mismo vengaré tan vil ultraje.
¿Quién es el seductor?
—De alto linaje.
—¿De Asturias?
—De León
—¿Y va....?
—Camino
de la Cámara Santa
—¿Vino....?
—Vino
con las tropas del rey
—¡Cielos!.... ¡Su nombre!
—Pero…
—¿Qué te detiene?
—Que os asombre.
—¡Asombrarme un aleve nunca pudo!
¡Su nombre!
—Don Bermudo.
—¡Ira de Dios!....
 
Cual rayo
que despedaza el árbol altanero,
cayó en el corazón del regio ayo
el nombre del nocturno caballero. -186-
 
Y, arrojando centellas su mirada,
el buen conde del Pino
volvióse hacia una mesa repentino,
calóse el casco, se ciñó la espada,
ocultó en su escarcela el pergamino
y díjole al atónito vasallo:
—¡Seguidme, y ¡a caballo!
 
IV
 
QUE EMPIEZA DULCE, Y CONCLUYE AMARGO.
 
Tendiendo va ya la noche
su lóbrega caperuza
por los riscos y jardines
de montañas y llanuras;
pero, cercada de estrellas
y envuelta en diáfana bruma,
por el azulado espacio
boga la argentina luna.
 
Y, al través de la neblina,
un hidalgo se vislumbra
que hacia la mansión de Olalla
su bravo alazán empuja.
 
Y si se para la vista
en sus ostentosas plumas,
en su tabardo de grana
y en su plateada montura,
sin discursos ni razones -187-
el más imbécil preludia,
que tan rico caballero
caballero es de alta alcurnia.
 
Dirige al fogoso bruto
con tal destreza y cordura,
por los fosos y breñales
de aquella azarosa ruta,
que ni en los llanos galopa,
ni en las montañas recula,
ni se enreda con los brezos,
ni de las rocas se asusta;
y a trote corto avanzando
por vereda tan inculta,
salva el alazán peñascos,
valles, montes y llanuras.
 
Más bien pronto la vivienda
de Velasquita columbra
el caballero, alumbrada
por el fulgor de la luna:
y refrena su caballo,
se apea, a un árbol le anuda,
se resguarda misterioso
bajo un castaño, y modula
quizá conocida seña,
con voz taimada y aguda.
 
Y al poco rato se advierte
que cruje la cerradura
de una ventana, se entreabren
las dos maderas, por cuyas
anchas grietas y rendijas -188-
la luz brota, y se dibuja
en el alféizar, sentada
con abandono y dulzura,
la forma de una villana
de las montañas de Asturias.
 
Y se oyen estas palabras,
entre las sombras nocturnas,
a guisa de quien espera
y apasionado saluda:
 
—¡Guárdete el cielo, amor mío!
—Venís más tarde que nunca
—¿Cuándo es tarde si te veo?
—¡Ay!.... Más bajo
—¿Pues?
—¡Si escuchan
mis padres!
—¿Eh? ¡que me empalen
si hoy no cenan con las brujas!
—¡Jesús!
—No temas: arroja
la escala, su cabo anuda
y verás cómo te olvidas
de esas quimeras absurdas.
Y al poco tiempo, una escala
sobre el muro se columpia,
que en las gruesas maderas
la incauta niña asegura;
y por ella el caballero
trepando, cual sierpe astuta
que acecha a las avecillas -189-
tras de las flores oculta,
presto a la ventana sube,
pisa los umbrales, cruza
por ellos, entra en la sala,
la reja entorna y ¡a oscuras!
 
Distinguese a Velasquita,
alegre, radiante y bella,
en apartado recinto
de su rústica vivienda.
 
Por bajo de nívea toca
salen sus doradas trenzas,
que a través de la garganta
graciosamente se enredan;
de suaves tintas bañadas
las sienes, puras y frescas,
que imitan por la blancura
del nácar la trasparencia;
naciendo con la alegría
en sus pupilas inquietas,
cual diamantinos quilates,
más que lágrimas, dos perlas;
estaba la hermosa niña
como nunca alegre y bella,
del galante don Bermudo
oyendo amorosas quejas.
 
Ceñíale el caballero
su talle con mano trémula, -190-
y giraba sus miradas,
de amor y deseo llenas,
desde un hechizo a otro hechizo,
de esta perfección a aquella,
de primorosos contornos
a líneas vagas y esbeltas,
cual pintor que, arrebatado
por ilusión halagüeña,
en su ardiente fantasía
mágicas obras contempla.
 
Y al ver que gozoso llanto
los tiernos párpados sueltan
de la niña, con un beso
roba las líquidas perlas,
y de su ardiente suspiro
bebe la sabrosa esencia,
y en sus animados ojos
sorprende miradas tiernas,
cual si estuviera excitado
por ilusión hechicera
que el demonio del deleite
en su memoria presenta.
 
Y díjole entre sonrisas
al caballero la hermosa:
—¿Marcharemos, sí?
—Al instante:
cuando aparezca la aurora,
en mi litera, amor mío -191-
de Oviedo el camino tomas.
—¿De Oviedo?
—Justo: Almanzor
hacia la corte galopa,
y acaso en estos momentos
bajo sus muros se aloja.
—¡Ay! ¿Y vos?
—Hoy te acompaño,
pero mañana me roba
a tus caricias la patria
—¿Y así me dejáis tan sola?
¡Ay, Dios mío!
—No te asustes:
previenes más dulces horas,
con oraciones de arcángel
pidiendo a Dios la victoria.
—¡Vanos ruegos!
—Siendo tuyos
¿quién habrá que no los oiga?
—¿Volveréis?
—Pronto, y no envidies
a la reina su corona,
si en el combate cercano
triunfar de Almanzor se logra.
—¿Es verdad?
—¡Dulce esperanza!
Volveré con la victoria,
en busca de tu cariño.
—¡Ay, señor!.... ¿y si os le roban? -192-
—Pues tornaré más amante
si tú lo quieres, hermosa,
buscando el amor ardiente
del ángel que me enamora.
 
—¿Le buscareis?
—¡Vaya!
—¿Dónde?
—En tus ojos.
—¿Qué se logra?
—En tu frente.
—Ahí no le guardo.
—¿En tus sonrisas?
—¿Qué importan?
—¿En tus labios?
—¡Vaya un dulce!
—¿En tus alientos?
—¡Gran cosa!
—¿Si lo hallaré, prenda mía?
—Buscadlo, que aquí se aloja.
—Pues yo me doy por vencido.
—Pues yo me lo guardo sola.
—¿Serás tan cruel, ingrata?
—Serélo, y razón me sobra.
—¿Por qué? -
—Porque el buen amante
lo halla pronto, y sin zozobra.
—Espera, que ya presumo
de haberlo encontrado, hermosa:
en tus brazos….
Y la niña
en los del galán se arroja…..
-------------
 
Súbito en aquel instante
retumban cien voces sordas,
y al par se escucha un silbido
que alígero el aire corta;
y óyense los breves pasos
de corceles que galopan,
y el metálico chirrido
de armaduras que se rozan. -193-
 
Y de repente, en la casa
resuena aldabada ronca,
y adviértese el sordo ruido
de puertas que se desploman,
y estruendo, y algarabía,
y pasos, y voces próximas
de cien hombres que por fuerza
la casa atrevidos toman.
 
Y todo fue en un minuto,
en un momento no ahogan
los sorprendidos amantes
ni un ¡ay! siquiera en la boca.
 
—¡Piedad, don Bermudo!
Díjole
al caballero la hermosa,
ante el peligro cobrando
fuerzas; y con voz furiosa
grita él, cubriéndose el rostro
y empuñando la tizona:
 
—¡Alienta!.... ¡De esos malvados
beberé la sangre toda!
—¡Sangre aquí!
—¿Sangre de viles?.. -194-
 
¡Hasta la última gota! —
—¡Piedad!
—¡Ay si en los umbrales
sus plantas aleves tocan!
—¿Oís?
—¡Alienta!
—Ese quicio
tiembla, cruje se desploma
¡Ay!
—¡Atrás, bandidos!
—¡Plaza
a la justicia y la honra!....
Exclama el conde del Pino
con voz que la rabia ahoga,
alzándose en los escombros
de puerta y paredes rotas.
 
Y detrás se ve a Mantello
y Olalla, su pobre esposa,
con lágrimas en los ojos
y en el corazón zozobras,
que, presintiendo una escena
de violencia y deshonra,
maldicen al caballero
y por la hija suya lloran.
 
Y entran después los soldados
en tropel, la sala angosta
inundan y de los jóvenes
enamorados se mofan;
y entre ellos va Fernán-Díaz,
atado con fuertes sogas, -195-
pálido, sin voz ni aliento,
manchado con sangre propia.
 
Mas don Bermudo, valiente,
—cual tigre que, perseguido
por quebraduras angostas,
vuélvese a los cazadores
y a ruda lid les provoca,—
mientras sostiene en sus brazos
a la desmayada hermosa,
dirige al conde del Pino
su mirada y su tizona,
y, demostrando en su acento
fiero que la saña arrostra
de todos, con estas frases,
aunque exaltado, razona:
 
—¡Teneos ante el dolor,
o temed la saña mía!
¿Quién sois vos?
—¡Soy la hidalguía
en defensa del honor!
—Mal la hidalguía se afana
si en el amor no hay deshonra.....
¡Atrás!
—¿Quién insulta la honra?
¡El mismo que la profana!
—¡Víbora, ese labio ten,
o le arranco con tu lengua!
—¡Arrancadle antes que mengua
consienta en mi honor también!
¡Sois preso!....
—¡Audacia mentida! -196-
¿Quién soy yo sabéis acaso?
—¿Qué me importa?
—¡Dad un paso,
y respondéis con la vida!
—¡Sois preso!
—¿A vos?
—¡A la ley!
—¿Qué ley me obliga jamás?
—¡A él, soldados!
—¡Atrás!
¡Plaza al rey!
—¡El rey!
- ¡¡El rey!!
 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Poco después, galopaban
de Mieres por el camino,
el rey y el conde del Pino
y sus soldados en pos.
Mas Velasquita, que en brazos
del buen Mantello quedaba,
así llorando exclamaba:
«¡Adiós, amor mío, adiós!....»
 
V
 
QUE DEBIERA SER EPÍLOGO.
 
¡Todo en el tiempo se cambia!
¡Todo se muda y trastorna!
Donde hoy hallamos placeres
dolores mañana brotan
Pedimos tal vez al mundo…. -197-
su dulce y mentida copa,
y en los labios …. ¡cuántas veces
se emponzoña!
 
¡Cuántas veces, sí, miramos
galana flor en la aurora,
a los besos de las auras
inclinando su corola!
Y al desvanecerse el día
dañinos hálitos soplan,
y la débil florecilla
¡cae sin hojas! …..
 
¡Cuántas, sí, con dulces sueños
el corazón se ilusiona,
y en éxtasis delicioso
nuestros sentidos se arroban!
Y acaso luego en la mente
tristes presagios se agolpan,
que eternidad de dolores
nos pregonan …….
 
¡Infeliz que acariciado
por sueños de amor y gloria,
que, como el humo en los aires,
a lo mejor se evaporan,
eterna dicha esperabas
y esa dicha te abandona,
como visión que se huye
vaporosa!
Desgraciada Velasquita,
más aún que ayer dichosa. -198 -
que miras como se truecan
tus delicias en congojas;
si en el amor esperabas
y ese amor ¡ay! te abandona
¿qué ya te resta en el mundo?
¡Llora, llora!....
 
Diz que apenas se escondieron
el rey y el conde en su tienda,
los dos reñida contienda
por largo espacio tuvieron,
 
Y ujieres y centinelas,
que en la antesala servían,
ante las voces que oían
callaban sus cantinelas,
 
Sin que el más leve murmullo
soltasen los habladores,
para atrapar pormenores
de tal riña y tal barullo.
 
Por eso crónicas viejas
dicen que siempre en palacio
hay ojos en el espacio
y en las paredes, orejas.
 
Mas nada oyeron quizá
por más que atentos seguían,
y admirados se decían:
«¿Qué será? ¿Qué no será?....» -199-
 
Bien pronto el ayo arrogante
salió del regio aposento,
mostrando gozo y contento
en su arrugado semblante,
 
Y, al atravesar veloz
por las turbas asombradas,
sin detener sus pisadas,
dijo con áspera voz:
«Si avanza la hueste mora,
¡soldados, Dios con nosotros!
 
Aprestad armas y potros,
y a Castilla con la aurora.»
 
Y cuando la luz del día,
a la mañana siguiente,
de púrpura refulgente
los horizontes bañó,
un jinete castellano,
armado y con faz cubierta,
en el umbral de la puerta
de Velasquita paró.
 
Reconocióla, acercóse
sin apearse el jinete,
y con férreo guantelete
lanzó el pesado aldabón:
aún los ecos repetía
del golpe el aire lejano,
cuando Mantello, el villano,
abría el ancho portón. -200-
 
«¡En nombre del rey!—le dijo
el hidalgo desde luego:
—«Tomad, Mantello, este pliego,
»enhorabuena, y adiós.»
 
Saludó, picó la espuela,
partió el corcel desbocado,
y a su aposento, admirado,
volvióse el villano en pos.
 
Con vacilante mirada
y con mano temblorosa,
al par de su hija y esposa,
rompió la misiva allí,
y halló noble ejecutoria
en letra del rey escrita,
y una carta a Velasquita
que en suma decía así:
 
«Perdóname, prenda mía:
»si hoy te abandona el que te ama,
»a los combates le llama
de caballero la ley;
más si una tumba de gloria
»no rompe estos dulces lazos,
espérale, que a tus brazos
«volverá amoroso—el rey.»
 
Y diz que el franco Mantello,
presa de angustias mortales,
rasgó los títulos reales
con ademan de furor, -201-
 
y, clavando en Velasquita
su centellante mirada,
díjole con voz airada:
«Honores, sí; ¡nunca honor!» [26] .
 
 

[1] Agarena: mora

[2] Bermudo II de León.

[3] Añafiles: trompeta morisca que se utilizaba en la guerra.

[4] Era hijo de Ordoño III, y subió al trono, por muerte de Ramiro III, en el año 982. Falleció en Villabuena del Vierzo[Bierzo]en 999 y su sepulcro existe aún en León. (Nota del autor).

[5] Histórico.—Don Bermudo se recepit Ovetum, dice el cronista Lucas de Tuy, y  la defensa de la ciudad quedó encomendada al valeroso conde gallego don Guillén de González. (Nota del autor).

[6] « el monarca leonés se resolvió a abandonar su apetecida capital, y a refugiarse a Oviedo, llevando consigo las alhajas de las iglesias, las reliquias de los santos, los restos mortales de los reyes sus mayores, etc.»—Lafuente, Historia de España, part. II, lib. I, cap. XVIII. (Nota del autor). El blandón es un cirio grande.

[7] Fue fundada la capilla del Re-Casto por Alfonso 11, y dedicada a la Virgen de las Batallas.—Allí están los enterramientos del monarca fundador, de Fruela I, Bermudo I (el Diácono), Ordoño I, Alfonso III (el Magno), García I, y otros. (Nota del autor).

[8] Pechera: contribuyente, que paga el impuesto de pecho.

[9] Reales: el lugar de asentamiento de la comitiva real.

[10] El Silense, al tratar de este rey, dice: «Mortuo Ranimiro, Veremundus, Ordonii filias ingressus est Legionem, et accepit regnum pacifica Vir satis prudens, dilexit misericordiam et justitiam, et reprobare malum studuit et eligere bommit  Por el contrario, el obispo-cronista Pelayo de Oviedo, dice asi: «Proefatus autem princeps (Veremundus) indiscretus et tyrannus fuit per omnia.... igitur propter pecata memoran principis, etc. (Nota del autor).

[11] Trotón: caballo.

[12] Arzón: Parte delantera o trasera que une los dos brazos longitudinales del fuste de una silla de montar. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[13] Giraldilla: animado baile popular en Asturias, tan antiguo como la renombrada danza prima. (Nota del autor).

[14] Brial: Vestido de seda o tela rica que usaban las mujeres. (Diccionario de la lengua española, RAE)

[15] Enriestrar: significa en dialecto bable el acto de enlazar las espigas formando racimos, para exponerlas a la influencia del sal. (Nota del autor).

[16] Cámara Santa de San Salvador de Oviedo.  La Cámara Santa de la catedral de Oviedo es una cripta románica, del siglo IX, donde se guardan las reliquias que posee la iglesia.—Era, durante la Edad Media, lugar de peregrinación tan famoso como el sepulcro de Santiago. (Nota del autor).

[17] Sortijas y cañas: juego que se celebraba en las fiestas medievales y consistía en arrebatar una sortija de hierro colgada en lo alto, enganchándola con la lanza, mientras se corría a caballo.

[18] Xana, hada, como se dice en Asturias.

[19] Muchachas.

[20]  El conde Ordóñez del Pino, ayo que fue de los hijos de Ordoño III, era el favorito de Bermudo el Gotoso. Los antiguos cronistas le llaman «varón sabio y prudente» y «guerrero  esforzado.» (Nota del autor).

[21] «Eran ya los bellos días de la primavera de 984, cuando Almanzor, estrechado el cerco, hizo jugar incesantemente todas las máquinas contra los muros y puertas de León El conde  Guillermo González, enfermo y postrado, hízose conducir en silla de manos desde el lecho en que yacía a la parte más amenazada del muro, y donde el peligro era mayor. Desde allí  alentaba a los bravos leoneses a que defendieran con brío su ciudad, sus haciendas, sus vidas y las de sus hijos y mujeres. Irritado Almanzor, fue el primero que penetró dentro de la ciudad, con la bandera en una mano y el alfanje en otra: siguiéronlo multitud de sarracenos: el intrépido, el brioso, el imperturbable Guillermo pereció en su puesto al golpe de la cimitarra de Almanzor A la mañana siguiente comenzó el saqueo y degüello general, de que no se libraron ni ancianos, ni mujeres, ni niños: jamás en dos siglos y medio de guerras, desde que había dado principio la restauración, había sufrido ningún pueblo cristiano tragedia igual.—Lafuente, Historia de España, etc. Véase el Cronicón de Lucas de Tuy, en España Sagrada, tom. XIII, p. 89, y la Historia de la dominación de los árabes, por J. A. Conde, cap. 97. (Nota del autor).

[22] Agrade.

[23] «Praedictus autera Princeps (Bermudo II) ex una rustica faemina, nomine Velasquita, filia Mantelli et Ulallae, de Meres, juxta montem  Contianam, genuit infantissam, nomine Christinam.»—Así se expresa el obispo cronista Pelayo de Oviedo.  

Ambrosio de Morales traduce de este modo: «Tuvo este rey otra hija, llamada la infanta doña Cristina, y fue su madre una labradora, por nombre Velasquita, como su primera mujer, y fue hija de Mantello y de Belalla, del lugar de Mieres, etc.—Crónica, tom. llI, pan. III, p . a 7 3 . Dicha infanta Cristina no fue la hija legítima de Bermudo II, que casó andando el tiempo con el infante Ordoño, tronco de la ilustre familia de los Condes de Carrión, sino otra infanta Cristina que, habiéndose consagrado a Dios, fundó el monasterio de Cornellana, en el cual fue la primera abadesa.

El sabio Flórez, en sus Reinas Católicas, dice que Bermudo II tuvo sucesión de otras dos  mujeres, hermanas, a quienes el piadoso historiador llama amigas. «Noticias son todas estas (dice el Sr. La fuente) que dan luz no escasa sobre las costumbres y la moralidad de aquellos tiempos.» (Nota del autor).

[24] Colinas, o collados, es decir, casa que está en lo alto.

[25]  Título o diploma en que consta legalmente la nobleza o hidalguía de una persona o familia. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[26] Algunos historiadores suponen que Bermudo, el Gotoso, para vengar la destrucción de León, Astorga, Santiago, Zamora y otras muchas plazas de su reino, que no supo defender contra aquel rayo de la guerra que se llamaba entre los árabes Mohammed ben Abdallah ben Abi Ahmer, el Moaferí, y que nuestras crónicas denominan Almanzor, el Victorioso, organizó la alianza de los príncipes cristianos y concurrió con sus soldados a la célebre batalla de Calatañazor, donde fue derrotado y herido mortalmente aquel caudillo agareno.

Pero lo cierto es que Bermudo II falleció en 999, y la batalla de Calatañazor no se dio hasta los primeros días de Agosto del año 1002. (Nota del autor).