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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Semanario pintoresco español. Año VII, nª 34 21 /8/1842 pp.. 271-272 y  28/8/1842, n.º 35, pp. 278-280.

Acontecimientos
Ejército de damas
Personajes
Conde Don Vela, Alfonso V, María de Vaca
Enlaces
Dueñas

LOCALIZACIÓN

DUEÑAS

Valoración Media: / 5

 

DOÑA MARIA VACA o el plazo de las veinte lunas

 
CANTO PRIMERO.-
 
Grande poder y noble señorío
Castilla junta con cristiano anhelo,
sobre la margen del undoso río
que fértil riega el toledano suelo,
porque perezca el agareno impío
que a España trajo por azote el ciclo,
cuando Rodrigo, al musulmán que odiaba,
le dio su trono por la hermosa Cava.
 
Con el francés y el ítalo esforzado
y el alemán y aragonés denuedo,
el sexto Alfonso, de su empresa honrado,
el muro asedia de la imperial Toledo;
su numeroso ejército afamado
las huertas tala, montes y viñedo,
y a fuego y sangre las campiñas pone,
porque a tomarla en breve se dispone.  -221-
Pero no falla quien atento vela,
y a un lado y otro cuidadoso viene,
buscando a un noble conde que Don Vela[1]
llama Guipuzcoa, do su estado tiene.
 
Nadie le encuentra, y mucho se recela
por el favor y liga que mantiene
con sus parientes, grandes poderosos
allá en Pancorbo, muchos y briosos.
 
— «¿Qué hará (preguntan) nuestro rey cristiano?,
por una muerte que sin causa hiciera,
le castigó en el suelo castellano
donde su noble alcurnia se venera:
que es gran señor por rico y cortesano,
y por las villas que la unión le diera
de  una su esposa, en Burgos celebrada,
y en parentesco con el Cid ligada.
 
« ¿Qué hará? (prosiguen) ¿si murió? ¿si acaso
oculto está en Guipúzcoa por cobarde?
 
— ¡Yo sé, señores, la verdad del caso,
(dijo un guerrero en presuntuoso alarde)
dadme de Toro o de Rioja un vaso
de vino tinto que la lengua se arde,
y a explicaciones claras reducido,
os diré el caso cierto y sucedido.
 
« El conde Vela es poderoso y bravo,
Doña María Vaca es muy hermosa,
y que viniera de Guipúzcoa alabo,
si noble es él, buscando tal esposa;
mas lo que yo de comprender no acabo
es cómo, altivo, herida peligrosa
dio a un hombre rico y principal un día,
que grande deudo con el rey tenía.
 
«Alfonso sexto, que justicia ordena
en sus estados con balanza justa,
cuando a su oído el desacato suena,
con razonable causa se disgusta;
y le castiga, en merecida pena,
a que ni en guerra ni en palenque[2] a justa,
en veinte lunas su armadura ponga,
ni a sus vasallos a la lid disponga.
 
«Y a que si el moro en insolente brío
llega a turbar la paz de sus estados,
y le invadiere el noble señorío
de sus antiguos pueblos heredados,
sufra con calma el popular desvío
viendo sus altos timbres [3]usurpados,
sin oponerse al moro y su fiereza
hasta quedar sumido en la pobreza.»
— «¡Já! ¡Já! ¡Já! ¡Ja! (prorrumpen) ¡qué locura!,...
¿Y él lo hace así, responde, Méndez-Recio?—
— «Así (siguió) la corte lo asegura,
y su nobleza de obediente aprecio,
que no es noble, es villano, el que procura
burlar la ley por poderoso o necio;
y más gana perdiendo sus estados
que con tenerlos contra el rey alzados»
 
— «Sí, mas el rey en tal suceso pierde
lo que al conde Don Vela perjudica.» —
dijo el señor de Amposta y Campo-verde,
que atento estaba a lo que Recio explica.
 
— «¿Veamos?»—«La conciencia me remuerde
si error muy grave (prosiguió) no implica;
pues cuanto invada el bárbaro en su encono,
perderá el rey de su cristiano trono.» —
 
—«No perderá.» «¿Y si coge a sus vasallos,
y en sus mazmorras hondas los sepulta?»
— «¿Procurará el monarca rescatallos» —
— « ¿Y si los mata con venganza oculta ?» —
— «No matará, que el rey sabe guardallos,
y sitiando a Toledo, dificulta
con el poder y reinos que acaudilla,
todo rebato [4]al moro por Castilla.
 
«Solo ha querido que su conde vea
con gran despecho y envidiosos ojos,
mientras en sus villas triste se pasea
solo y sin armas, los pendones rojos
de ricos-hombres que en Toledo emplea,
y han de partir del moro los despojos;
pues con desvelo mirará en su tierra
sea triunfo suyo la emprendida guerra.
 
“Harto castigo, como rey prudente,
juzga tenerle en sus estados preso,
y si como noble, paga de obediente
le da a su rey, por lo que fue travieso.
 
Así, en Castilla, esposo reverente,
con dulce abrazo y cariñoso beso,
de su María Vaca enamorado,
olvida a veces el combate ansiado» —
 
Esto dijeron a la orilla undosa
del fértil Tajo, en un corrillo puestos
varios guerreros, en la lid dudosa
del duro asalto a combatir dispuestos;
cuando, de pronto, por la vega hermosa
dieron señal los avanzados puestos,
que repitió la real trompetería
con confusión de estruendo y gritería.
 
— «¡Al arma! ¡Al arma!»— en descompuestas voces
sonó en el campo al despuntar la aurora;
Y los cristianos ármanse veloces,
y al muro asoma la atalaya mora;
cuando a Sancho Martínez de Armendoces
vieron entrar al pabellón do mora
el rey Alfonso, con sus deudos godos,
los más ilustres de sus finos lodos.
 
- «¿Qué hará? ¿Qué fué? ¿do vino? ¿quién acierta?»-
prorrumpen todos al mirar el caso.
 
Y en tanto dice el centinela alerta,
y abren los jefes por las turbas paso,
para llegar del rey hasta la puerta
por si peligra su persona acaso.
 
Nadie se entiende, todos van y escuchan,
y entre proyectos y esperanzas luchan.
Quién el ariete, quien la dura peña,
quién la saeta y el cortante acero,
casco y escudo en preparar se empeña
para el asalto y el combate fiero;
quien saca al campo la cristiana enseña
sobre el bridón[5] de Córdoba ligero,
quién la trompeta o el lanzón o el dardo,
sobre el corcel de Nájera gallardo.
 
En tanto, dentro de la real morada,
pasa una escena misteriosa y grave,
libre a la multitud amontonada,
que cuanto más pregunta menos sabe:
escena oculta que quedó guardada
para que aquí, cual mereció, se alabe,
porque se enlaza al singular suceso
de mi heroína y de mi conde preso.
 
Sobre su estrado, en rica sedería,
y terciopelos y almohadones de oro,
formaba Alfonso, al asomar el día,
grandes proyectos por vencer al moro.
 
Cuando lo anuncian que en entrar porfía
un su vasallo que llegó de Toro,
a quien el campo que al pasar le aclama,
Sancho Martínez de Armendoces llama.
 
— «Que entre; (dice el monarca) libre quiero
hablar y a solas con el buen vasallo,
que algún desastre de Castilla espero,
y he de tratar con tiempo de estorballo.»
 
Ya al pabellón el noble caballero
entró bajando de su fiel caballo,
y ante su rey, cual suele su linaje,
rodilla en tierra préstale homenaje.
 
— «Señor, (le dice) faldeando el Duero
de Badajoz el bárbaro insolente,
toda Castilla, en ímpetu altanero,
va a conquistar si no dobláis mi gente.
Valladolid sucumbirá, lo espero,
y el moro Olit se vengará inclemente
de los que el valle, que en cobrar se afana,
dieron gozosos a la ley cristiana.
 
—«Y el conde Vela (dijo el rey) ¿qué piensa
mientras el moro la Castilla invade?» —
 
— «En sus dominios, de su pena intensa
habla a su esposa, y la humildad persuade
a sus vasallos, y al eterno inciensa
en los altares, porque aún se apiade,
y acabe el plazo que en cumplir porfía» —
 
Pesóle al rey lo que mandado había;
su gran peligro en el presente caso,-272-
Más reportóse y meditando cuerdo
su gran peligro en el presente caso
le dijo al fin. — «Martínez, mucho pierdo
en dar tan solo de Toledo un paso,
por rescatar con diligente acuerdo
lo que me roban en Castilla acaso;
más es preciso que dos mil ballestas
marchen al Duero a combatir dispuestas.
«Un jefe experto y noble personaje
con mil caballos a añadir me obligo,
que mandará también el peonaje
de ballesteros que saldrá contigo:
es muy soberbio en armas, y en linaje
es más que tú, y escucha lo que digo,
que no le trates como a igual, prudente
sigue su voz, y acátale obediente.
 
«¡A Dios! y espera desde aquí a dos horas
para tomar al punto tu camino,
sin que descubran las espías moras
el encubierto fin a que os destino;
no habrá atambor[6] ni músicas sonoras,
que en tal peligro fuera desatino;
y el jefe aquel tan entendido y grave
lo que conviene a mi servicio sabe.» —
 
Cesó el monarca, y Sancho de Armendoces
siguió a un arquero que le dio por guía
a otra tienda cercana en do las voces
del campamento militar oía;
y así sus pasos rápidos, veloces,
de tienda en tienda a encaminar volvía,
hasta que, al fin de hilera dilatada,
llegó a una casa entre arboleda alzada.
 
— «Este es el sitio donde Alfonso pone
(dijo el arquero) a los recién llegados;
quede con Dios, y mire que propone
mientras reúno a todos los soldados
que trae de Toro, como el rey dispone,
y los coloco entre estos arbolados,
para después con diligente modo
cumplir su encargo como cumplo todo.»
 
Fuese el arquero, y Armendoces duda
cuando recuerda lo que el rey le dijo.
— «Con los caballos que me da de ayuda
(pensó) y ballestas venceré de fijo,
como ese jefe con valor acuda,
y elija el campo que en Castilla elijo
para quitar el moro en esta guerra
todo el botín que atesoro en mi tierra.
 
«Mas ¿quién es él? ¿qué jefe o personaje
es más que yo en Castilla señalado ?
¿Yo, que a veces ni al rey doy vasallaje,
y tengo al conde Vela por cuñado,
y traigo de Favila[7] mi linaje,
y estoy al de Aragón emparentado,
y por mis cuatro abuelos hoy heredo
feudo en Pancorbo, en Nájera y Olmedo
 
«Por Dios que el riesgo de Castilla toda
templa el enojo que mi orgullo enciende,
y que solo por esto se acomoda
mi voluntad a lo que el rey pretende:
que no se diga que mi sangre goda
por revoltosa a la prudencia ofende
y que no sufro, con afrenta mía,
en bien de todos superior ni guía»
 
Calló Armendoces y en mullido lecho
fue a descansar del áspero camino,
que sin pararse el más pequeño trecho
de su frontera hasta Toledo vino,
y el noble mozo, aunque a los lances hecho,
rendido está; y con frutas que previno
y la vianda que del rey le viene,
recobra el sueño, y su vigor mantiene.
 
Alfonso, en tanto, y un anciano grave
de los Ansúrez, que en aquella era
fueron ilustres mucho, cual se sabe,
y escrito en letras de oro se venera,
dentro en su tienda, muy pausada y suave
plática entablan, que copiar quisiera,
porque si el caso en suma no es errado,
quede aquí del suceso fiel traslado.
 
-«Ansúrez, sois de mi amistad y deudo,
y honrado estáis en mi familia toda;
os doy dos villas de mi hermana en feudo,
y a un hijo vuestro heredaré a su boda,
y os pagaré lo que en mi atraso adeudo
con mi moneda real, si os acomoda
un gran secreto sepultar prudente
que importa a Dios y a la cristiana gente.»
 
— «Señor (llorando por entrambos[8] ojos)
dijo el anciano ante su rey postrado
cuantos trofeos traje por despojos,
vuestro palacio real han adornado;
y los jaqueles9] de mi escudo rojos
testigos son de mi valor sobrado,
y de que villas y honras de batallas,
con vuestro padre las partí al ganallas.
 
«Mandadme pues, que la obediencia mía»
con lealtad que en Burgos fue jurada,
noble y prudente en sepultar porfía
vuestro secreto de su encargo honrada,
¡Feliz mi casa, en tan solemne día,
con tal honor por siempre acrisolada!
¡Felice yo, que, anciano y sin aliento,
fuerza y valor para serviros siento!
«Mis ascendientes todos han vertido
la última gota de su sangre goda,
y yo, a vuestro servicio encanecido,
pronto estaré para verterla toda,
para romper mi timbre esclarecido
quedándome villano, y si acomoda
para olvidar al hijo, al heredero,
de todos en el mundo el que más quiero.»
 
— «Basta, Ansúrez, sí, basta: fiel has sido
sostén del trono en ocasiones varias,
y el rey moro de Oporto envanecido
por parte igual nos concedía parias[10];
por tu virtud y autoridad querido,
vences las disensiones temerarias
de ricos-hombres, que en Castilla alzados
al trono insultan, entre sí ligados.
«De tus virtudes necesito ahora
y la experiencia que la edad le presta,
porque contengas la intención traidora,
y la malicia a revolver dispuesta,
y los ataques de la gente mora
que ya rendida a negociar se apresta,
mientras me ausento con alguna gente
a un grave caso de peligro urgente.
«Voy a Castilla, el moro me la invade
como aluvión rompiendo inesperado;
y tú, en tanto, al ejército persuade
que aquí quedé como antes encerrado:
cuando a tu  gusto y tu conciencia agrade,
de sello y firma real autorizado,
mandas y ordenas, de mí mismo modo,
cuanto presumas conveniente a todo.—
«Tú, mi alimento por algunos días
recogerás, sin permitir entrada
a mis parientes, ni aun a mis espías,
ni servidumbre de mi real morada:
hasta en tu propia sombra desconfías,
que, si se sabe, la ciudad cercada
se alentará, y los nuestros aturdidos
sin verme aquí se juzgarán vendidos.
«¡Mandé  al Vela, por su error pasado,
que en veinte lunas desarmado fuera,
sin levantar ejército en su estado
aunque le invada el moro la frontera:
ya lo mandé, y  a fe que me ha pesado,
que con su esposa gran refuerzo diera,
más aunque el riesgo y su baldón me aflige,
no he olvidar lo que monarca dije.
«¡A Dios, a Dios! armado cual me miras,
con el disfraz que cumple a lo que ordeno,
he de torcer las agarenas miras
al recobrar por palmos mi terreno.»
 
— «Buen rey, valor con tu valor inspiras
al noble anciano de inquietudes lleno.» —
- « ¡A Dios! ya cruza mi pendón el río,
¡Mi reino todo a tu prudencia fío!» — 278
 
(Continuará)
 
CANTO SEGUNDO
 
Luchando van junto al  Pisuerga, armados
el rey Alfonso y Sancho de Armendoces,
de briosos jinetes amparados
y ballesteros en correr veloces:
todos los pueblos miran saqueados,
con daño mucho y lágrimas y voces
de sus vecinos, que huyen  a los riscos,
juntos cristianos viejos y moriscos.
Toda Castilla saqueada ha sido,
muy poco espacio se libró de afrenta,
y el moro Olit se venga enardecido
del territorio que perdido cuenta.
Y el rey pensó— «¿del conde, que habrá sido
en la pasada confusión cruenta?
¿Se huyó, sin duda, de ignominia lleno,
para cumplir como vasallo bueno?
«Pobre señor, honrando mi decoro,
por obediencia mía no se bate,
y tal vez viendo al ambicioso moro
dejó sus tierras, y esquivó el combate;
lágrimas muchas por su afrenta lloro,
y la ignominia que sufrió me abate;
mas yo soy rey, y autorizar es fuerza
lo que mandé, sin que piedad lo tuerza.»
 
Cubierto siempre, se ocultó a la vista
de sus soldados, que quién es ignoran;
y aunque en Toledo les pasó revista,
y sus brillantes armas enamoran,
y hacen pensar que nadie se resista
al fino temple y lujo que atesoran,
y aunque presumen su nobleza cierta,
nadie su nombre y calidad acierta.
Solo un arquero de su guardia sabe
que es el monarca de Castilla amado,
y su orden cumple reservada y grave
cuando conviene, como buen soldado.
 
El rey, en tanto, evita que recabe
Sancho de Armendoces, cuando está a su lado,
la voz que finge, y el disfraz y el modo
con que se concilia y se dispone todo.
Valladolid corrieron, y en seguida
a Cabezón dejaron a la espalda,
viendo confusa tropa repartida
que, del Pisuerga en la arenosa falda,
dormía acaso, hollando su extendida
variada alfombra de tomillo y gualda,
y al avanzar turbantes distinguieron,
y que eran moros y caballos vieron.
 
-«Moros y muchos, Armendoces dijo,
son los que montan a caballo armados;
dejadme el mando, y este punto elijo
para vencerlos si me dais soldados.» —
 
— «Que sois novato capitán colijo
(le dijo el rey) en lances apurados.
Si conocierais quién yo soy, por viejo
Tal vez guardareis el gentil  consejo.» —
 
Corrióse mucho el infanzón, y estuvo
a punto ya de desnudar su espada:
 
— «Errado (dijo) Don Alfonso anduvo
dando a tal hombre el mando en la jornada,
que harta razón en este día tuvo
mi fuerte diestra, a su venganza armada
para romper su casco en dura prueba,
y ver el rostro que encubierto lleva
 
«¿Quién es? ¿quién es?  ¡Por Dios que ya se acaba
con su arrogancia mi prudencia y modo
y otro en mi caso!... —«De ocultarse acaba
(dijo con calma el rey) tras un recodo
la gente mora que juzgué muy brava,
y a que observéis su intento me acomodo.
Idla siguiendo, Sancho de Armendoces,
mas cerca a mí, porque escuchéis mis voces.» —
 
Bajo su casco en bullidor tumulto
la sangre a Sancho en las mejillas brota,
que al ver tal calma y meditado insulto
del encubierto jefe, se alborota.—
 
— «¿Quién es? (exclama) que su rostro oculto
conserva siempre, y tan brillante cota
y tal arreo lleva y tal ropilla,
y tal bridón, que es único en Castilla?
 
Mas en el punto les salió al encuentro
un aldeano que azaroso huía,
y los contó que, cerca, de un encuentro
el espantoso batallar se oía,
que una villa cercada desde dentro
la voz del rey Alfonso mantenía,
mientras los moros, dominando un alto,
muros y torres toman al asalto.
 
— «Vamos allá, librémosla de robos
si es que es posible (dijo el rey valiente),
mas ¿quién la manda ?» «De Durango Cobos
vino ha tres días (prosiguió)  con gente;
mas, el caudillo principal, dos lobos
lleva en su escudo de oro reluciente
y al derredor una orla colorada,
con amarillas aspas matizada»—.
 
— «Él es, él es, el conde ¡oh desacato!
¡oh lucha incierta que me agobia dora!
Yo no quisiera parecer ingrato
al castigarle ¡oh, Dios! que al fin procura
en tal peligro armado de rebato,
librar al reino de su mancha.
 
¡Y si lo salvo, mi sentencia dada,
por débil rey se quedará olvidada!
 
«Mas ¿qué he de hacer? corramos a salvarlos,
que yo el primero a perecer me obligo,
antes que sin socorro abandonarlos,
después que fui de su valor testigo.
 
El conde Vela supo levantarlos,
y premio a un tiempo le daré y castigo,
premio que en pago a su valor le abono,
castigo justo por rebelde al trono.»-
 
Ya en llamaradas la oprimida villa
con combustibles se derrumba y arde,
cuando del sexto Alfonso de Castilla
llegó la gente en belicoso alarde.
 
Y en tanto, dentro, el jefe que acaudilla
la población, sin que refuerzo aguarde,
sale cantando en himnos por la puerta,
con sus soldados su victoria cierta.
 
Cual espantoso inmenso torbellino,
que el horizonte en ráfagas colora,
con encendida nube y remolino
do impensada borrasca asoladora,
que robles mil entre el nogal y el pino
del alto monte arranca atronadora,
con polvo y piedra y rayos afilados,
por el infernal estrépito lanzados:
así el caudillo con su escudo y lanza,
del encerrado ejército seguido,
con sed de sangre y gritos de venganza,
con estruendoso choque y alarido,
contra el soberbio moro se abalanza
entre el clamor y bélico estampido,
y hombres y brutos, invencible fiera ,
derrumba, arrastra y hiende en la carrera.
 
¡Qué airado está! ¿Quién su valor detiene?
¿Quién se le opone, temerario o loco,
cuando el incendio que agitando viene
arde y chispea en el abierto foco?
 
Asoladora mortandad previene,
que es a su afrenta desagravio poco,
y al duro choque del marcial estruendo,
destruye, airado y vengador rompiendo. -279-
Ceden al fin los moros divididos
y huyen cobardes por la hermosa vega
donde el Arlanza y Arlanzón unidos
buscan las aguas que el Pisuerga allega.
 
— «¡Día de gloria!!  (a todos reunidos
les dice el jefe) de Toledo llega
nuevo refuerzo corto aunque brillante.
 
¡¡Viva Castilla, que venció al turbante!!»—
 
Los moros, muchos prisioneros quedan,
y otros del río en la corriente ahogados,
sin que salvarles los esfuerzos puedan
que hacen a veces entre sí enlazados;
otros, heridos, del castillo ruedan
donde tuvieron su pendón armados;
pocos se salvan que a la fin perdidos
no vengan juntos a quedar rendidos.
 
¡Oh que algazara y gritería! el suelo
se asorda y tiembla en impensado modo;
y el rey Alfonso en incesante anhelo,
cubierto siempre lo contempla todo.
 
— Llegó el momento (dijo) ¡oh santo cielo!
en que castigo y premios acomodo.
 
¡Llegó el momento en que monarca honrado
sea de todos en mi reino amado!
 
«Id, Armendoces, id; y al conde Vela
que el duro  alcance sigue valeroso,
decidle habéis que acaso no recela
que ofende al rey soberbio y revoltoso:
decidle habéis que mi persona vela
para que rinda cuentas presuroso
de aquel castigo de las veinte lunas,
porque aún le quedan que cumplir algunas.»— .
 
— ¡Cómo! (Armendoces, de furor bramando
 dijo al rey que desconoce ciego)
¿Pensáis tener autoridad y mando
sobre D. Vela y sobre mí? ¡Lo niego!
¿Quién sois? ¿Quién sois por vuestra casa? ¿Y cuándo,
si sois señor de estado y palaciego
vistéis al  conde, por valor o cuna,
menos que vos en ocasión alguna?»—
 
— Calle el vasallo que insolente mucho
rompió respetos que guardar no sabe,
(le dijo el rey) y sepa que le escucho
con grande enojo; y no impedí que acabe,
por ser quien es; y entre el recuerdo lucho
le que salvó mi vida en lance grave
 
Para no darle muerte.» -
 
- «¿Vos?» - - «¡Sí!» - - «¡Oh rabia!»-
— «¡Calle la lengua que a su rey agravia!» —
 
...— « ¡Cielo !! (Armendoces que a su rey se humilla
dijo mirando su castigo cierto;
 
y el rey—«yo soy Alfonso de Castilla
que os da perdón (le dijo descubierto)
y aunque el tono que usáis me maravilla,
que es en defensa de un cuñado advierto
para no castigaros, cual debiera,
por tal soberbia y bárbara manera.
 
«Mas pues el plan que imaginé en Toledo
ya desbaratasteis hoy por imprudente,
y ya encubrirme y disculpar no puedo
al proceder del conde irreverente
pues que monarca de Castilla quedo
desde este instante, admirará mi gente
que no se ultraja al trono sin venganza
en la justicia que mi reino alcanza.
 
«Varmos al punto; que del conde armado
he de asolar las vastas posesiones:
no ha de quedar dominio en su condado
que no sufra mis duras condiciones;
no ha de  quedar caudillo ni soldado
que no escarnezca y rompa sus blasones:
¡No veinte lunas, veinte primaveras
ha de servir sin mando en mis fronteras»!—
 
Airado el rey, la cólera y despecho
muestra en el rostro que el furor enciende;
en vano el noble combatido pecho
calmar su justa indignación pretende.
 
Y, lentamente, en dilatado trecho
la nueva corre, y sin cesar se extiende
que es el rey, y llega a hasta la villa,
y sale luego y cunde por Castilla
 
—«¡El rey! ¡el rey Alfonso el poderoso
¡vino a salvarnos!» —(gritan por la vega)
y en revuelto concurso estrepitoso
el pueblo todo a recibirle llega.
 
Camina el rey, y grave y silencioso,
coge las llaves que la villa entrega;
y en orden marcha, y sigue, y con despacio,
entra en la plaza, y llega hasta palacio.
 
 Mas por el frente en escuadrón y armados
cruzando el pueblo en rápida carrera,
llegan cuarenta nobles bien montados
que al punto forman en vistosa hilera.
 
Con escarceo y vueltas de costados,
al rey suspenden, que saber quisiera
quién es el jefe que les manda experto
con ricas armas y antifaz cubierto.
 
Pero ¡ay! que advierte en su lujoso escudo
dos lobos pictos [11]sobre campo de oro,
que bien le muestran con lenguaje mudo
al conde Vela, vencedor del moro.
 
— ¡Él es, él es! (prorrumpe) ¿por qué dudo,
y al son del  parche [12]y pífano[13] sonoro
no pido cuenta de las veinte lunas,
que no cumplió, porque me debe algunas?
«Sancho Armendoces, que tu deudo al punto
deje el bridón en que cabalga airoso,
y venga a mí que airado le pregunto:
¿qué cuenta da del plazo rigoroso
que le otorgué, vengando del difunto
la muerte injusta que le dio alevoso?
 
Dile que venga, y alce la visera
al rey Alfonso el sexto que le espera.» —
 
— «Aquí estoy ya; (bajando el caballero
de su bridón, a su monarca dijo)
mas advertid, Alfonso el justiciero,
que al conde Vela mancilláis, de fijo
sin prueba clara y modo valedero:
y el desagravio en el momento exijo.
 
Le exijo-, sí, monarca castellano,
vasallo yo y no más, vos soberano.
«El conde Vela, desarmado y triste,
guarda su afrenta y se consume y llora,
y enfermo, huyendo siempre, no resiste
al deshonor que su virtud desdora;
y en tanto ¿vos, cuya justicia existo
desde el Pirene-hasta Toledo ahora,
con ligereza o prevención o encono,
al conde holláis, cuya obediencia abono
 
«Este es su acero: y estas son las armas
que hay en Ayala su heredada villa,
donde burló del moro las alarmas,
asegurando el trono de Castilla.
 
Si tú a D. Vela con la ley desarmas,
y él sufre solo y llora su mancilla,
su esposa soy, y tu sentencia dada
no habla en mi esfuerzo ni en mi nombre nada.
 
« Perdí mi estado, que en Castilla ha sido
presa del moro sin hallar estorbo:
y hoy tu villa realenga he defendido;
con estas armas, de su alfanje corvo
cuarenta dueñas ves, que se han valido
cual soldados armadas, de Pancorbo
y de Durango solo protegidas,
con gentes nobles desde allí venidas.
 
«Si  tú quisiste avergonzar al conde,
solo y errante y desdichado gime;
si quisieres saber dónde se esconde,
sin dilación lo que pretendas dime
si arrasar sus estados ¿desde dónde?
que lo que al moro en su furor se exime,
lo incendiaré yo misma, porque acabes
tanto rigor, y mi victoria alabes. » —
 
Absorta oyó la-población entera
que se agolpaba al caso no pensado,
el decoroso término y manera
que la heroína ante su rey ha usado.
y Alfonso. —«Error, Doña María, fuera,
que vuestro claro nombre celebrado
no ensalzara yo mismo, cual conviene
al nuevo lauro[14] que adquirido tiene.
 
«Este palacio y defendida villa
vuestros serán por juro y señorío -280-
como el dominio y feudo, que en Castilla
os dio en legado mi difunto tío,
porque ejerzáis con horca y con cuchilla
vuestro absoluto mando y poderío,
sin que tributo me paguéis, ni en nada
estéis con rentas ni pensión cargada.
 
«Las nobles dueñas territorio  tienen
en la campiña, y en la vega undosa,
y en los viñedos que ligados vienen
en feudo antiguo a vuestra joya hermosa.
 
Y pues con honra y con valor mantienen
el nombre DUEÑAS, en la lid dudosa,
llamar debéis, honrando mi Castilla,
DUEÑAS desde hoyVa la invencible villa.
 
«El conde Vela disculpado queda
desde este instante de las veinte lunas;
para que armarse en sus estados pueda,
aunque le falten que cumplir algunas.
 
Decidle vos, que Alfonso no le veda
que arme su gente, y rompa medias-lunas.
y que a Toledo, denodado, asista,
con mando y voto, y parte en la conquista.
 
«¡A Dios! no puedo descansar, que urgente
es el peligro que mi reino corre.
 
Marcha, Armendoces, y ármese la gente
que aloja en DUEÑAS, y a Toledo acorre,
sin que te ciegue la ocasión presente,
ni en tu memoria el deshonor se borre
de los cristianos, que, con mal consejo,
entre peligros sobre el Tajo dejo» —
 
— «¡Viva el monarca! ¡Viva Alfonso el sexto!»
(con grito agudo resonó en la villa)
y él su Toledo a conquistar dispuesto,
sin detenerse atravesó Castilla.
 
Dando a su reino autoridad con esto,
y a DUEÑAS todo asombro y maravilla;
y a mi valor para que en verso grave
el caso cuente, y mi HEROÍNA alabe.
 

 

FUENTE: Grijalba, José de, “Doña María Vaca o el plazo de las veinte lunas”,  Semanario pintoresco español. Año VII, nª 34 21 /8/1842 pp. 271-272 y  28/8/1842, n.º 35, pp. 278-280.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

 

 

[1] Rodrigo Vela. Vela, Rodrigo. ?, c. 995 – 1028 post. “Armiger” en 1024-1027 del rey Alfonso V de León (999-1028)

[2] 1. m. Valla de madera o estacada que se hace para la defensa de un puesto, para cerrar el terreno en que se ha de hacer una fiesta pública o un combate, o para otros fines. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[3] Timbre: 8. m. Heráld. Insignia que se coloca encima del escudo de armas. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[4] Mil. Acometimiento repentino que se hace al enemigo. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[5] Bridón: 5. m. p. us. poét. Caballo brioso y arrogante. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[6]  Tambor.

[7] Favila: primer rey asturiano

[8] Ambos

[9] Heráld. Escaque del escudo. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[10] Tributo que pagaba un príncipe a otro en reconocimiento de superioridad. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[11] Pintados

[12] Tambor.

[13]  Flautín de tono muy agudo, usado en las bandas militares. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[14] Gloria, alabanza, triunfo. (Diccionario de la lengua española, RAE).