DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Montserrate: Recuerdos tradicionales é históricos de este santuario y montaña, Barcelona, A. Brusi, 1852, pp. 236-240.

Acontecimientos
Defensa de la invasión
Personajes
Mansueto, paisano de Collbató
Enlaces
Collbató: Xavier Planas

LOCALIZACIÓN

COLLBATÓ

Valoración Media: / 5

 

[El Mansueto]

 […]Cuando íbamos a reunirnos con los demás que recorrían la gruta de la esperanza en varias direcciones, formando un fantástico y caprichoso golpe de vista las luces de las antorchas esparramadas en aquel reino de las tinieblas, yo detuve al guía cogiéndole de un brazo.

—¿Qué es aquello?

Y señaléle un espacioso boquerón elevado unos treinta o cuarenta pies del suelo, boquerón que ya me había parecido notar a la luz del fuego de bengala y que entonces desde el sitio donde nos hallábamos hacían enteramente visibles nuestras antorchas. Era al parecer la entrada de una nueva gruta, y las  tinieblas que parecían escaparse de aquella boca como el hálito de un monstruo revelaban una profundidad inmensa.

—¿Qué es aquello? volví a preguntar haciendo por concentrar la atención del guía cuyos ojos divagaban buscando el objeto que yo le señalaba.

—¡Ah! me contestó. ¿Me pregunta V. por aquel agujero?

—Sí.

—¡Oh! allí no hay nada, me dijo. Es la habitación del Mansueto.

—¡El Mansueto! ¿y qué es el Mansueto? le pregunté admirado;

—Será algún buitre, exclamó Máximo que venía tras de nosotros.

—¡Oh! no señor, contestó muy grave el guía. Si ustedes quieren se lo contaré.

—Ya debiéramos saberlo, dije yo.

Y he aquí lo que me contó el guía: -237-

V

El Mansueto.

He aquí pues, como dije al fin de mi anterior capítulo, lo que me contó el guía. Muchos son los que recordarán la guerra de la Independencia, aquella famosa guerra en que a la voz de religión y patria todos los españoles se convertían en soldados y todos los soldados en héroes. Entonces el nombre solo de Francia causaba horror. Cada francés era mirado con execración, y se huía de un afrancesado como de un leproso. Por lo demás, ya se sabía. El pueblo en que penetraban los franceses, a la menor resistencia que hiciera, era devastado, saqueado, pasado a sangre y a fuego. Las villas incendiadas clamaban anatema, montones de víctimas inmoladas demandaban venganza. El pueblo de Collbató se veía próximo a ser invadido por los franceses. Al circular un día la noticia de que estos se acercaban, la población entera tembló, y tembló porque allí solo había un puñado de hombres, y este puñado de hombres era impotente para resistir a centenares de franceses. Sin embargo, en medio de la desolación general había el patriotismo. Eran débiles pero quisieron hacerse fuertes. -238-

Decidióse que las mujeres y los niños se recogieran en una casa junto con las alhajas y tesoros de todos los particulares. Los hombres se encargaban de defender esta casa, donde estarían reunidas todas las riquezas, hasta que les quedase una gota de sangre en el cuerpo. Acababan de tomar los principales del pueblo esta resolución, cuando se les presentó un hombre, un vecino mismo de Collbató. Era un hombre ya entrado en años, de miembros recios y fornidos, de rostro en el que se leían la firmeza, la decisión y sobre todo el valor.

—Lo que habéis resuelto, dijo, es un disparate. Las mujeres y los niños estorban con sus clamores, y en cuanto a las alhajas por más que hagáis irán a caer en manos de los franceses. Sois pocos y ellos muchos. Os defenderéis como leones, muy santo y muy bueno, pero os matarán, pasarán por encima de vuestros cuerpos, y aquí paz y después gloria.

 —Pues entonces, ¿qué remedio...?

—Dadme a mí el encargo.

—¿Qué encargo?

—El de cuidar de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras alhajas. Yo os respondo de todo.

–¡Tú!

—Sí, yo. Quedaos aquí vosotros para lidiar, para combatir. Yo me encargo de todo lo demás y también de fabricaros armas.

En efecto, el que así hablaba era armero o lo había sido al menos. Era hijo de Collbató y conocido con el apodo de el Mansueto. Nadie ignoraba su valor, su honradez, su decisión a toda prueba. Se determinó acceder a lo que proponía.

—¿Pero, qué harás? se le preguntó solo.

—Ya lo veréis, contestó lacónicamente.

Inmediatamente se pusieron en sus manos todas las alhajas y se dio orden a las mujeres y niños que le siguieran.

El Mansueto se fue en compañía de todos a la cueva, atravesando como mejor pudieron los peligros de la ascensión, entrando en ella, señaló su vestíbulo para habitación a todas -239- aquellas familias que abandonaban sus hogares a la ferocidad del enemigo. Inmediatamente él se subió por una escalera de cuerda al boquerón de que hemos hablado en el anterior capítulo y entró en su taller. En su taller he dicho porque allí tenía en efecto un taller.

El Mansueto había calculado que un día llegaría en que los vecinos de Collbató tendrían necesidad de ser soldados y que estos soldados habrían entonces de menester armas.

El buen patriota se había pues recogido allí para forjarlas con toda seguridad y sin temor alguno. ¿Quién en efecto había de irá sorprenderle allí? Y luego, todo lo tenía premeditado. Si los franceses llegaban hasta la cueva y osaban penetrar en ella, las familias subirían a su taller, recogería la escalera de cuerdas, y un hombre solo bastaba entonces para no permitir que se acercara ningún enemigo.

 Así vivió el Mansueto mucho tiempo, guardando los tesoros, velando sobre las familias y forjando armas en aquel antro desconocido para los valientes hijos de la patria.

Solo un día los franceses se acercaron a la cueva. Subieron las familias al boquerón, y el Mansueto después de haber recogido la escala de cuerdas se colocó de rodillas al borde de la gruta, un fusil en la mano.

Los enemigos encendieron antorchas y como encontraron indicios recientes de que allí habitaba gente, empezaron a registrar toda la superficie de la cueva. Acaso se hubieran retirado sin hallar nada, si el imprudente chillido de una mujer o de un niño no hubiese llamado su atención hacia aquel sitio.

Dirigiréronse allí, y a la luz de las antorchas vieron a cuarenta palmos del suelo aquel boquete y en aquel boquete un hombre que con la mayor serenidad y calma tenia inclinada hacia ellos la boca de un fusil. Por un movimiento espontáneo prepararon las armas.

—Os aconsejo que os retiréis, señores gabachos, les gritó entonces el Mansueto.  A la menor detonación estas bóvedas -240- se vendrán abajo. Nosotros nos salvaremos y vosotros pereceréis todos.

Los franceses debieron de entenderle porque empezaron a consultarse entre sí.

En aquel momento, el Mansueto se levantó y empujó con el pie un caldero grande que estaba colocado a la orilla del boquerón. El caldero cayó con un estruendo horrible y empezó a resbalar por entre las rocas con un ruido espantoso.

Los franceses creyendo que los peñascos de las bóvedas se desplomaban sobre ellos, arrojaron las antorchas y empezaron a huir despavoridos hacia la boca de la cueva, lanzándose o despeñándose por los precipicios. No todos llegaron a Collbató; los abismos recogieron aquel día en su fondo los cuerpos de algunos franceses. Ya jamás volvieron a subir a la cueva.

Tal fue la relación del guía. Decidimos ver el agujero que había servido de vivienda al honrado Mansueto. Arrimamos una escala y varios fuimos los que trepamos allí. El boquerón da paso a dos cuevas reducidas, en las cuales encontramos una escala de cuerdas rota y destrozada, un cajón vacío, un cántaro, algunos útiles y dos gruesos clavos fijados en la orilla misma de la boca que eran sin duda los que servían al Mansueto para colgar la escala. Hecha esta inspección, nos volvimos a reunir con los demás y juntos nos encaminamos hacia el fondo de la gruta de la esperanza.

 No tardamos en detenernos. Una grieta profundísima se abría a nuestros pies.

 

FUENTE

Balaguer, Víctor. Montserrate: Recuerdos tradicionales é históricos de este santuario y montaña, Barcelona, A. Brusi, 1852, pp. 236-240.