DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

El Recreo compostelano: núm.1 (11/01/1842) Santiago de Compostela pp.7-10.

Acontecimientos
Venganza
Personajes
Gonzalo y Beatriz, el rey Alfonso VI
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LOCALIZACIÓN

SANTIAGO DE COMPOSTELA

Valoración Media: / 5

Crónica gallega. El incendio de las torres de Altamira en 1073

Yo partiré, sí, me alejaré de aquí

para siempre; pero antes

El rey se divierte. Act. 4º. Esc.5ª

 

Era una noche de invierno, un furioso vendabal azotaba las celosías de las torres de Altamira, y los relámpagos se cruzaban iluminando el horizonte. [1]

Terrible noche por cierto, más terrible aun para el amante que lloraba en secreto la liviandad de su querida.

Desdeñado en otro tiempo por la hija del Conde de Monforte, se lanzara entre el furor de los combates solo por ganar -8- cien lauros que honrasen su ignorada cuna, y tanto en los campamentos como en las justas se acordaba de aquella hermosa que él adoraba. Pero infeliz, al llegar contento y altanero de Castilla con sus heridas en el pecho y sus empresas[2] en el pavés[3], todo lo ve perdido.

Beatriz, aquella Beatriz que él tanto amaba; yacía en brazos de un anciano que no podía amarla; decimos que no podía, porque solo hay una edad en que nos parecen ángeles las mujeres; y esta es cuando somos jóvenes, cuando no hay zozobras en el alma, cuando todo se sonríe, el sol, la Lucinda de los poetas, una mujer, unos ojos negros, y en una palabra cuando esperamos comunicar al mundo todas nuestras quimeras, como dice el sensible y religioso Chateaubriand.

No solo eso: aquella Beatriz sucumbiendo como débil, obedeciendo como hija, entregara su mano a un hombre sin fe en el corazón y sin alegría en el alma. No fuera aquello un enlace en que se da la vida, el porvenir: fuera un pacto, y un orgullo, una ambición. Y este orgullo y esta ambición le hacen perder a Ñuño toda esperanza ¡quién puede conservar alguna es Alfonso el Bravo, Rey de Castilla!

— ¿Y por qué?— se pregunta el infeliz doncel— Porque el caballero que ayer ha llegado a esta fortaleza, el que me reveló que yo era sobrino de ese Conde orgulloso; el que me ha guiado a un calabozo donde vi por primera vez y mi padre, pero a mi padre muerto; ese genio infernal que sabe toda mi vida, es el Rey de Castilla, hoy más, esposo de una mujer que adoro y que repudiará de grado Ataulfo de Moscoso…

 Al acabar de decir estas, palabras escucha el crujir de unos cerrojos y ve salir, de la puerta de aquel calabozo que aún hoy levanta su ojiva como un león anciano que abre su pupila soñando m la presa, un féretro seguido de algunos pajes descubiertos y un sacerdote.-9-

Iba allí su padre. Gonzalo solo tuvo fuerzas para arrodillarse, inclinar la cabeza al suelo y murmurar en voz baja “id en paz”. Luego huyó de aquel lugar, loco, aturdido, sin pensar en lo que hacía.

 

II

 

Ya el eco repitiera por diez veces el alerta del centinela, y la tempestad iba cediendo paso a la luz de la aurora por entre sus espesos nubarrones, cuando se veía cerca de la barbacana del parque un grupo de paje y donceles que hablaban de un incendio y de una huida. Ellos eran de los de la mesnada de aquel caballero hidalgo ayer, hoy rey; y entre ellos se miraba un joven triste, abatido, joven que era el que muy poco antes había se arrodillara ante el ataúd de su padre.

 — Nada de temores — dice uno de repente — nada. El Rey nos favorece, nos lo manda y basta. Ese Conde que ahí veis, ha repudiado es cierto a su esposa, pero la repudió después de insultar a nuestro Rey. Olvidándose de los deberes más sagrados del hombre, ha preparado para un hermano suyo, para el que ocupaba el ataúd que seguíais ha poco, un calabozo por mundo, se ha olvidado de un hijo de este, que…

— Proseguid — dice una voz muy luego, era la de Gonzalo, — porque todo eso debe estar oculto algunas horas. Lo que os puedo afirmar, sí, es que el hijo vive. A estas palabras todos le miraron con interés.

— No solo eso — prosigue el de los bigotes negros — sino que todos están descontentos con él. Así, ánimo amigos, esto lo recompensará el Rey, y nosotros no haremos mas que obedecerle. Sin rebozo ¿quién se atreve a ser el primero que le pegue fuego? - — Yo — prorrumpe Gonzalo. -40-

 — ¿Cómo lo decís? —Le preguntan varios pajes.

—¡Como os lo digo! Pisar nuestro Rey el rastillo esta odiosa fortaleza y comenzar las llamas a devorarla; todo será uno.

¡Que perezca este castillo, tumba de mi padre vivo, y de mi padre muerto, sí, de mi padre, que yo soy Gonzalo Moscoso, hijo de Bermudo y de. . . .

— Gotronda Lira, hija de la dueña de los antiguos Condes que Dios haya — le interrumpe uno.

 —Sí.

— Dadme esa mano de honrado. Juráis ahora que os atreveréis a ser el primero que ponga fuego a las torres del Conde de Altamira— le dice el mismo.

— Os lo juro.

— Pues bien — le contestan todos — dentro de dos horas estaréis vengados.

 Y se despiden de él. En verdad dentro de dos horas las llamas devoraban la antigua fortaleza de los Condes de Altamira, y el Rey seguido de Gonzalo y de su mesnada pisaba la Amaya con dirección a Castilla.

 

A.N. 28 de diciembre de 1841

 

FUENTE

A.N.  El Recreo compostelano: núm.1 (11/01/1842) Santiago de Compostela pp.7-10.

 

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

[1] Deseosos de poetizar alguna de las tradiciones que embellecen este magnífico resto de los siglos medios, antepusimos a su descripción esta leyenda que está fundada en la historia de Galicia, y en la de los Condes de Altamira. La vista que acompaña a este artículo es la parte meridional de dichas torres, vista la más hermosa de las muchas que muchas que proporciona esta antigua, fortaleza. (Nota del autor).

[2] Empresas:  Símbolos, figuras e inscripciones que designan el carácter y propósito de un linaje

[3] Pavés: centro del escudo.