La catorcena. Tradición Segoviana. 
 
I
INTRODUCCIÓN 
 
Allá por el siglo quince
de nuestra era cristiana 
(el mil cuatrocientos diez) 
en las Castillas reinaba 
su alteza don Juan segundo, 
monarca de sciencia gaya, 
y su madre Catalina 
el gobierno regentaba 
con Fernando el de Antequera 
(después de Aragón monarca) 
por ser de menor de edad 
don Juan, a quien le dejara 
al morir su padre Enrique 
la corona castellana. ?173?
 
II 
LA VENTA
 
Desde tiempo inmemorial 
sus rencillas sustentaban 
los de Abraham y los de Cristo, 
que en la ciudad castellana 
de Segovia, mil contiendas 
frecuentemente tramaban, 
sin que ocasión se pasase 
que propicia no juzgaran 
para insultar los judíos 
a la religión cristiana. 
Ocurrió que un sacristán 
que sus servicios prestaba 
en una antigua parroquia 
de la ciudad segoviana, 
en tan triste situación 
se encontró, que una mañana 
se decidió a suplicar 
a un rabí de la comarca 
que le prestase unas doblas 
para aliviar sus desgracias. 
El judío se quedó pensando, 
cual si dudara 
qué había de contestar, 
y después, con mucha pausa, 
al infeliz sacristán 
le dirigió estas palabras: 
— ¿Tienes con qué asegurar 
el dinero que demandas? 
Y el pobre le contestó: 
— Buen señor, no tengo nada, 
porque si algo poseyera 
en mi vida molestara —174—
rogando por caridad... 
— Algo observo yo en tu traza, dijo el judío, 
que me hace perder la desconfianza; 
porque me pareces hombre 
de una condición honrada. 
¿Cuánto es lo que necesitas? 
— Sólo diez doblas me bastan 
para que pueda atender 
lo que más urge en mi casa. 
— Las tendrás; mas, ya que pides 
cantidad tan elevada, 
es precise que tú, en cambio, 
lo que yo te exija, hagas. 
Le prometió el sacristán 
cumplir lo que le encargara, 
y con calma don Mayr 
le dirigió estas palabras: 
— A la noche, cuando a queda 
toquen todas las campanas, 
vuelves y das cuatro golpes 
en la puerta de esta casa 
y te daré las diez doblas 
si me traes bien guardada 
y sin que nadie se entere 
una Hostia consagrada. 
El sacristán quedó absorto 
sin creer lo que escuchaba, 
no atreviéndose a otorgar 
lo que don Mayr ansiaba 
y comprendiendo el judío 
que al infeliz repugnaba 
aceptar tal condición, 
después de una breve pausa, 
con mucho aplomo le dijo: 
— Aceptas, puesto que callas, 
y así que la noche llegue 
has de cumplir tu palabra,
que si puntual correspondes, 
te prometo por nuestra Arca 
ser contigo generoso 
y remediar tus desgracias. 
El sacristán contestó: 
— Señor, mi pobreza es tanta 
que con tal de hallarla alivio 
haré lo que desearas; 
y acabada la entrevista 
se ausentó de aquella estancia. 
Poco después, don Mayr 
por el zaguán se paseaba 
y trazando mil proyectos 
entre dientes murmuraba: 
— ¡Diez doblas! No es gran negocio, 
pero cumplo la palabra 
que di ante la Sinagoga 
hará dos o tres semanas, 
de comprar a los cristianos 
una Forma consagrada —175—
 
III.
EL SACRILEGIO 
 
A la mañana siguiente 
don Mayr, muy satisfecho, 
se dirigía a la aljama, 
donde estaba el pueblo hebreo 
previamente convocado 
esperando al sabio médico, 
que cumplió lo prometido
conduciendo el Santo Cuerpo 
del Redentor de los hombres, 
hijo de Dios verdadero. 
Como fieros energúmenos 
entre alaridos blasfemos —176—
dispusieron arrojar aquella Hostia 
en agua hirviendo, 
y al querer ejecutar 
tan horrendo sacrilegio 
la Hostia se elevó en el aire 
como por mágico esfuerzo.
 Se agrietaron las paredes 
de aquella maldita estancia 
y por una de las grietas 
salió triunfante al momento 
aquella preciosa Forma, 
imagen de Dios supremo. 
Los judíos, aterrados, 
explicarse no supieron 
el misterio prodigioso 
que hizo elevarse hasta el cielo 
el Cuerpo del Salvador, 
a quien tanto escarnecieron. 
 
IV APARICIÓN MILAGROSA 
 
En tanto que los judíos 
van recobrando la calma, 
la augusta Forma divina 
busca hospitalaria casa 
en la iglesia del convento 
de Santa Cruz, que se halla
construido en la alameda 
que el tranquilo Eresma baña, 
Entró en el templo la Hostia 
de blancas nubes rodeada, 
y ante un fraile de la orden 
que la misa celebraba,
con asombro de los fieles, 
quedó en el aire parada.  —177—
Hecho tan extraordinario 
fue extendido por la fama, 
y el Obispo de Segovia 
ordenó que se indagara 
lo que pudo originar 
aparición tan extraña 
 
IV
ARREPENTIMIENTO Y CASTIGO 
 
El sacristán que entregó 
a don Mayr la Hostia 
aquella delató a los principales 
que en la Sinagoga hebrea 
escarnecieron el Cuerpo 
del Redentor de la tierra. 
Todos fueron apresados 
y entre torturas horrendas 
confesaron su delito, 
y se dispuso que fueran 
para ejemplar escarmiento 
castigados sin clemencia. 
Además confiscó el Rey 
la célebre aljama hebrea 
y se la entregó al Obispo 
como una reparación hecha 
a Dios por tal ofensa. 
La dedicaron al culto, 
y convertida en iglesia 
se llama aún del Corpus Christi, —178—
para recordar la afrenta 
que con el Cuerpo de Dios 
quiso hacer la gente hebrea.
 
 VI CONCLUSIÓN 
 
Desde entonces la ciudad 
todos los años celebra 
la función que denomina 
el pueblo, La Catorcena, 
siendo origen de este nombre, 
que de tiempo antiguo lleva, 
haber catorce parroquias 
que conmemoran la fiesta, 
luciendo espléndidas galas 
cada barrio con su iglesia, 
con los oficios divinos, 
las vísperas y completas; 
iluminaciones, músicas 
y las nocturnas verbenas, 
pues cada año las parroquias 
que en esta función  alternan 
rivalizan como pueden 
todas en lujo y riqueza, 
celebrando alborozadas 
esta tradicional fiesta. 
Garevar.
 
Fuente: 
Garevar, Revista Contemporánea, 30 de octubre de 1896; Año XXII Tomo CIV Volumen II - 1896 3, pp. 173-178.