DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

La Ilustración popular económica. 1/10/1878, núm. 329 p.112;  20/10/1878,  núm.331, p. 20;  10/ 11 /1878, núm. 333, p.128;  1/12/1878, núm. 335, p. 136; 20/1/1879 núm.340, p. 136.

Acontecimientos
El donativo que Santo Tomás de Villanueva ofrece a unas hermanas pobres no es aprovechado para la virtud.
Personajes
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LOCALIZACIÓN

VALENCIA

Valoración Media: / 5

La calle de Santo Tomás.

En la calle hasta nuestros días llamada de los Ángeles, vulgo de Santo Tomás, de esta hermosa ciudad de Valencia, existía a mediados del siglo diez y seis, cierta casa ruinosa, que inspiraba por su exterior molesto, un agradable interés a quien en ella se fijaba: el natural descuido que siempre la pobreza imprime, se advertía en el desaliño de sus mal acondicionadas puertas y en lo tétrico de su apariencia antigua, la cual se echaba bien pronto de ver en su ennegrecida fachada. Sin embargo, las yerbecillas silvestres, que entre sus gruesas paredes brotaban; las que en determinadas épocas del año producían gualdas y poéticas florecillas y la silenciosa  tranquilidad que en el interior de ella parecía adivinarse por la apacible soledad en que las personas que la habitaban permanecían, hacían suponer a los vecinos y aun a los transeúntes, que aquel desmoronado edificio, cobijaba bajo su vieja techumbre a algunos seres misteriosos.

Una escudriñadora vecina, había podido observar que salía diariamente a misa matutinal una mujer joven, la cual llevaba siempre un mismo traje; solo que en unos días le parecía que era de estatura algo más elevada que en otros: comunicó su dudoso descubrimiento a  una hija suya, la que con  su madre, resolvió ponerse en acecho todas las madrugadas a la hora del toque del alba, para de esta manera, ver salir a la incógnita de la vieja casa.  Efectivamente, lo verificó como se había propuesto; empero le ocurrió igual confusión que a su  anciana madre, puesto que el primer día la contempló al salir de una estatura mediana, y el  segundo viola también salir a  la consabida hora, participando de la misma sorpresa, viendo que era de estatura algo más alta: entonces  la joven investigadora se aproximó a ella y pudo reparar las prendas de ropa en que iba vestida, observando que todas ellas, eran precisamente  idénticas a las  de la  mañanita anterior: picada entretanto más que nunca su curiosidad, entró tras ella en el templo formando intención de salir al mismo tiempo que ella, después de haber oído la misa, para conseguir verla más claramente, cuando ya la plácida aurora hubiese desplegado sobre el mundo su luminoso manto.

 

*  *  *

La joven misteriosa oyó el santo sacrificio de la Misa con la mayor devoción; concluido este, entró  en la capilla de la comunión y arrodillándose  reverentemente ante la rejilla de un confesonario que ocupaba un anciano sacerdote, de nevados cabellos y rostro  edificante por la candorosa mansedumbre que en él se reflejaba, se confesó y  recibió luego el pan místico de amor, con el fervor  propio de un alma inocente: al cabo de un cuarto de hora, se dispuso a  marchar y ocioso será decir a mis lectores que  practicó igual diligencia la vecina que con tanta asiduosidad la seguía seguía, deseando saber quién, era. En una palabra, salieron casi juntas de la iglesia y la desocupada vecina pudo admirar en ella una  sin igual donosura, unida a una belleza angelical y encantadora.  Era de cutis marfilino,[1] ojos negros, rasgados, guarnecidos de luengas pestañas de un color rubio dorado; cejas pulidas y arqueadas, también doradas, abundante cabellera de igual color, despejada frente, nariz aguileña aunque muy bien proporcionada, sonrosadas mejillas y una boca pequeña, perfectamente delineada por unos labios finísimos, que la naturaleza había pintado de purpúreo color de grana. Está preciosa mujer, que apenas podría contar veinte años, caminando bastante de prisa, siguió su camino, internándose después en la ruinosa casa de que hemos hablado; y su vecina, regresando también a la suya contó minuciosamente a su madre cuanto había visto.

* * *

Al siguiente día, a  la misma hora, vistiéronse precipitadamente la madre y la hija y derechas sobre el umbral de la puerta de la calle, esperaron el próximo toque del alba, del inmediato templo,  el cual era la señal de aviso: en cuanto sonó éste vieron salir de la vieja casa, una mujer al parecer joven, vestida igualmente en un todo a la del día anterior; pero que era de estatura menos elevada: siguiéronla a la iglesia, vieron que practicó los mismos devotos actos que la otra y que aunque estaba dotada de tanta hermosura como ella, era no obstante de señas por completo distintas. A la pálida luz matinal pudieron distinguir que  era una joven como de diez y ocho años, de tal gentileza y hermosura, que hubieran podido servir de modelo sus perfectos  cuanto gallardos contornos, para satisfacer el diestro pincel del más exigente pintor. Era de tez blanca como una nítida azucena, ojos negros de igual tamaño a los de la del día antecedente, por ellos se semejaban las dos hermanas, que indudablemente lo eran), circuidos de larguísimas pestañas  también negras; cejas largas y estrechitas, nariz bonita, despejada frente, sombreada por simétricos y blondos bucles, que su lustroso pelo de azabache, dejaba desmayar sin artificio alguno alrededor de ella: un encendido color de rosa animaba sus mejillas, y una boca diminuta y agraciada, dejaba entrever por la escasez del labio superior, el esmalte de su bien ordenada dentadura. En las inmediaciones del  templo, se detuvo al salir de él con una dama de aspecto noble, que frisaba en los cuarenta años; la cual dio claros indicios por sus preguntas y demás contexto  de su conversación, de que la linda joven era costurera y de que la estaba confeccionando algunas piezas de ropa a la respetable dama:  al despedirse, la llamó Beatriz, dando también a entender, a las que a corta distancia escuchaban atentamente, que la otra se llamaba Blanca,  por los encargos que para ella le  encomendó la dama.

 

* * *

 

 

 

Muy satisfechas quedaron las desveladas vecinas de  todas las particularidades que habían descubierto; en efecto, Blanca y Beatriz eran dos doncellas virtuosas,  que únicamente tenían un traje medianamente decente con el cual presentarse en público; de modo, que cuando la una salía de casa, tenia la otra indispensable precisión de quedarse en ella; naciendo de aquí el enigma, de ser dos mujeres distintas, vestidas con la misma ropa la una que la otra.

Estas dos hermanas, eran huérfanas de un honrado  jornalero y de una modesta bordadora, los cuales les habían dejado solamente por herencia el amor a la virtud, la aplicación al trabajo y el santo temor de Dios: y a la verdad, ¿para que querían desear más?

Con él vivían felices, por él llevaban ajustadas las cuentas del alma; trabajaban todo el día cosiendo y bordando primorosamente; acostábanse tempranito, madrugaban mucho, e iban  un día cada una a la iglesia para oír misa y frecuentar los santos sacramentos: no las visitaba nadie absolutamente, excepto algunas damas parroquianas suyas, o  las criadas de las mismas.

Todo en aquella tranquila morada respiraba sobriedad y pureza: no se escuchaba en ella estruendo mundanal; solo se oían algunos ratos sus argentinas voces, que entonaban sencillos cánticos inspirados por la religión más ferviente a Dios y a su Inmaculada Madre: éstas dos jóvenes doncellas eran muy ricas en virtudes, pero muy pobrecitas según el mundo; pues no poseían otros bienes da fortuna, que el escaso lucro que les producía el trabajo de sus manos, con el cual se proporcionaban un frugal alimento: ¡pero cuán felices eran: cuan rodeadas vivían de celestial delicia: aquella humilde habitación no era otra cosa sino un vergel de virtudes!

Todo esto se fue averiguando poco a poco en la vecindad; siendo después sus  circunstancias y honesto recogimiento, la general admiración de la calle.

Acaso algún especial favor de la divina Providencia, como el de mejorar su posición, haciéndola más desahogada, facilitándoles suficientes recursos ¿podría convenir a ambas doncellas? '

Cierto día, pasando por dicha calle Santo Tomás de Villanueva, Arzobispo a la sazón de Valencia, impulsado tal vez por divina inspiración alzó los ojos hacia una ventana de la casa en cuestión y vio en ella  a un hermosísimo ángel que fijó su mirada brillante en él celoso pastor: atónito el santo, a la vista de esta bellísima aparición, preguntóle por qué prodigio se encontraba en aquel sitio, a lo que respondió el ángel:

- Soy el encargado de Dios, para guardar a dos doncellas s que aquí viven, las cuales son en extremo virtuosas, pero tan pobrecitas que cuando  sale la  una de casa para ir a la iglesia, viste la ropa de la otra: entonces el santo Prelado, se separó de aquel sitio bendiciendo al Señor; y a esta primera aparición, se debe el nombre de  calle de los Ángeles, que ha conservado hasta nuestros días

Pensando después Santo Tomás de Villanueva; en aliviar la escasez de recursos en que vivían las dos castas hermanas, puso su pensamiento en práctica pues como los arzobispos de Valencia contaban en aquellos dichosísimos tiempos, con tantas rentas de que disponer en favor de los necesitados, en cuanto llegó a su palacio, dispuso enviarles una cuantiosísima limosna, que ellas aceptaron con indecible gozo.

Trascurrido algún tiempo, acertó a pasar otra vez por la mencionada Calle, el santo Arzobispo que con tan buen celo y espléndida caridad había favorecido a  las dos hermanas, y al llegar frente a la referida casa, dirigió su mística mirada a la misma ventana donde aquella otra vez había visto al hermoso ángel, pero pero ¡cual fue su asombro, al ver en el mismo sitio que este ocupaba, una horrible figura, que  llamó su atención! Y preguntándole quien era, soy; le contestó, el  diablo; que he venido a posesionarme de esta casa, para guardar bajo mi poder a las dos jóvenes que la habitan, entregadas en manos del vicio, desde que  tu caridad las dejó un bienestar. El santo se separó afligido de aquel sitio: y los vecinos de la Calle hicieron pintar algunos años después un retablo que representaba esta escena y por lo que vulgo la siguió llamando siempre Calle de Santo Tomás, cuyo nombre es el que hoy tiene.

 

* * *

 

 Extraño a primera vista, parecerá acaso al lector de esta leyenda, que ocupase en la ventana, el sitio del bellísimo ángel, un horrendo diablo; empeño quedará pleno y claramente explicado tan desgraciado cambio, al saber que inmediatamente recibieron ambas hermanas el cuantioso donativo del piadoso y dignísimo prelado, se envanecieron orgullosamente, descuidaron sus labores y ataviáronse con lujosas galas que se compraron; las cuales hacían resaltar su hermosura de la manera más deslumbradora que concebirse puede: y aun no fue esto lo peor, sino las consecuencias que de su impremeditada ligereza les  resultaron; porque como eran tan lindas  e iban casi a toda hora pululando por las calles y paseos de la ciudad, dos atrevidos caballeros se enamoraron de ellas y no teniendo la suficiente fuerza de voluntad para resistir a sus perniciosos galanteos, cayeron torpemente en los infames lazos que ellos les tendieron. Pasaron algunos años; la plácida tranquilidad abandonó por completo su espíritu; divagando este siempre entre recelos o inquietudes: aquellos seductores les prodigaban presentes, dinero y toda clase de regalos, más a pesar de toda esta abundancia, no conseguían ser felices: ¡cabía por ventura serlo, apartándose de la senda preciosa de la virtud! ¡Ciertamente que no! El mismo vecindario, que tanto había elogiado su prudente y honesto retiro, hoy las vituperaba, mordiéndolas con los agudos dientes de la murmuración, escandalizándose de su desarreglada conducta; mientras sus arrogantes gracias, iban marchitándose cada día, conforme es consiguiente que suceda a toda persona, que disipa su vigor en los mundanales placeres: así ocurre, que vemos algunos  jóvenes de ambos sexos, heridos a los treinta años por una prematura vejez, que les hace aparentar casi decrépitos, por la debilidad y achaques, que siempre acompañan a una vida relajada: al paso que admiramos a otros de ajustada conducta que aparentan o muchos menos años, de los que en realidad cuentan. De todo lo expuesto   se infiere, que cuesta mucho más vivir mal que vivir bien; Peto precisamente fue lo que aconteció a Blanca y á Beatriz: pues si en lugar de darse al ocio y a la indolente molicie, compañera inseparable de el, hubiesen permanecido viviendo de un modo laborioso, aplicadas constantemente al trabajo, hubieran tenido una juventud dichosa, seguida de una madurez exenta de remordimientos: más  la pereza ahuyentó muy lejos de ellas la virtud, como sucede a muchas desgraciadas; porque no cabe duda, que a la mujer joven  le es muy conveniente el estar ocupada a toda hora, para que no caiga su alma en tentaciones, ni en género alguno de devaneos: pues como muy sabiamente dice el inmortal Cervantes, “suele el coser y el labrar y el estar siempre ocupada, ser antídoto al veneno, de las amorosas ansias”.»

Este suceso nos demuestra bien claramente, probándolo hasta la evidencia, que muchas veces las desgracias convienen más que las prosperidades: reparad sino, con cuanta frecuencia sucede, que una adversidad se convierte en la mayor dicha, y viceversa, una gran suerte suele en algunas ocasiones tornarse ó producir una irreparable desgracia: porque, ¿quién podrá penetrar los inescrutables designios de la infinita sabiduría del Criador; ni quién será capaz en este mundo de saber lo que le conviene y lo que ha de ser para su salvación o condenación eterna? Así que, sentado este principio, por tremendos  que sean los infortunios que una persona experimente, nunca debe por ellos afligirse ni desesperarse, sino antes bien con resignación dulce, alabar a Dios desde el fondo de su corazón, esperando siempre firmemente el consuelo en su divina misericordia. ¡Pues si todo un Santo Tomas de Villanueva, se equivocó al dispensar un beneficio, no imaginando ni  siquiera remotamente, el perjuicio que había de causar  en las almas de las personas que le recibieron con  cuánta mas facilidad nos equivocaremos nosotros faltos siempre de luces espirituales, en los juicios y determinaciones que formamos!

 

FUENTE: Manuela Inés Rausell,  “La calle de Santo Tomás”.  La Ilustración popular económica. 1/10/1878, núm. 329 p.112;  20/10/1878,  núm.331, p. 20;  10/ 11 /1878, núm. 333, p.128;  1/12/1878, núm. 335, p. 136; 20/1/1879 núm.340, p. 136.

 

[1] De color del marfil.