DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Entre col y col, lechuga: álbum de viaje, Barcelona, M. Clausellas, 1847, pp. 84-100.

Acontecimientos
Sustitución
Personajes
Virgen de Lérida
Enlaces
Foto Manuel Portero

LOCALIZACIÓN

LÉRIDA

Valoración Media: / 5

 

UNA ESTATUA POR UNA HERMOSA.[1]

 

Perezosa y negligentemente recostada en un sillón está una joven; sus indiferentes miradas paséanse por los artesonados del techo; su labio inferior ligeramente encogido tiembla y se contrae como impulsado por un movimiento de disgusto; una de sus manos juega con los rizos de oro que bajan a besar una nívea garganta; la otra descansa sobre el brazo del sillón. Es María; la joven condesa de Rocafort. -85-

Un hombre alto, de enjutas mejillas, de torvo ceño, de sonrisa extraña, está en pie a su lado, y abraza con su mirada todos los encantos de la joven.? Es este hombre el extranjero Pedro barón de Bar.

Oigamos su conversación.

? ¿Lo habéis pensado bien, señora??  dice el de Bar.

 ? Os he dicho que no? contesta la joven.

? Estas palabras me hieren, me matan.

? ¡Líbreme Dios de un asesinato! Y al decir esto, la más picaresca sonrisa se dibuja en los labios de la condesa.

?Esta burla, señora.....

? Exageráis tanto, caballero.....

? Conque, ¿decís no?

?  No.

? Sois muy ingrata.

?  Soy... prudente.

?  Yo os adoro.

? Y yo os creo.

?  Luego si no temiéseis...

? ¿Quién os ha dicho que yo tema?

? Habéis dicho: ¡soy prudente!

? Por no decir: soy justa.

?  Habéis dicho: ¡y yo os creo!...

?  Por no decir: y yo os odio.

Un rayo de cólera, fugaz como un relámpago, -86-crispó las manos del barón y nubló su frente.

El silencio reinó por algunos instantes entre aquellas dos personas, fuerte y amenazadora la una, débil pero altiva la otra. El barón fue el primero en tomar la palabra:

? Sin embargo, no a todos odiáis.

? ¡Ya se ve que no!

? Existe un sujeto....

? ¿Qué sujeto?

? ¡Qué sé yo! un nada... un escultor.

?¿Y que tengo yo que ver con un escultor?

? Mucho, pues que le amáis.

 ? Esta suposición, caballero...

 ? Llamadla realidad, señora.

? ¡Señor barón!

? Quiero hablar de un escultor que vive solo y aislado en una casita...

? ¿Y qué?

? En una casita situada a orillas del Segre.

 ? ¿Y qué?

? Qué vos os bajáis cada tarde a pasear por la orilla del Segre.

? Me gusta mucho el paseo.

 ? ¿Y os gusta también que Felipe el escultor os siga los pasos?

?  ¡Casualidad!

 ? ¿Y el guante que dejasteis caer el otro día y que él os recogió? -87-

? ¡Casualidad!

? ¿Y el ramo de flores que vi una mañana en vuestra mano y le vi luego por la tarde en poder de Felipe?

? ¡Casualidad, os digo!

Sin embargo la condesa perdía terreno en aquella obstinada lucha y como mujer que era lo conoció.

Las mujeres lo conocen todo.

?  Caballero. no creo que mi marido os haya dado derecho para espiar mis pasos. Si él me acrimina, yo sabré responderle. Por lo que a vos toca, a ninguna de vuestras temerarias suposiciones responderé, porque creo denigrante en una dama disculparse a los ojos de un hombre que ni es su marido ni su amante. Creedme culpable, en buen hora; a mí me basta mi conciencia; a vos debe bastaros mi silencio.

La tarde misma del día en que tuviera lugar la conversación que hemos transcrito, María, acompañada de su doncella, se encaminó a orillas del Segre a dar su acostumbrado paseo.

A poco rato encontró a Felipe y le alargó la mano. Besóla aquel con respeto y cariño pintándose en sus semblantes todo el gozo que sentía su corazón.

Felipe y María eran hermanos de leche; juntos habían jugado, juntos se habían educado, juntos habían crecido. No obstante diferente -88- era su posición social: noble la una, vasallo el otro.

Jovial y sencilla María, sin conocer ni los placeres del mundo ni los pesares de ese mismo mundo, vio con indiferencia los preparativos de un matrimonio proyectado por sus padres y con la misma indiferencia pasó de los brazos de su familia a los del conde de Rocafort. Su nuevo porvenir no le presentaba ninguna innovación en su vida; era para ella el matrimonio una continuación de los placeres y juegos infantiles.

Felipe fue el único que vio con dolor los preparativos de boda de su hermana, de su compañera, y el día en que radiante y hermosa la vio acercarse al altar, vestida de blanco, ligeramente sonrosada, con su corona de flores, con su otra corona de virginidad y pureza, ? pronta a enlazar su vida con la vida de otro hombre, aquel día, allí, a la luz de las antorchas, entre el confuso zumbido de la gente, mientras modulaba el órgano celestes armonías, mientras entonaban los sacerdotes su majestuoso canto, aquel día fue el primero en que Felipe se atrevió a confesarse a sí mismo que amaba a María.

Orgulloso y altanero era el de Rocafort; su posición alejaba de su casa a Felipe. Un día fue este a despedirse de María para emprender un largo viaje y María le vio partir con lágrimas, -89- pues que la joven condesa, no obstante ignorar el amor que encerraba el corazón de Felipe, amaba con todo el cariño de una hermana a su compañero de infancia.

Algunos años permaneció Felipe en el extranjero buscando en el estudio un remedio a su pasión, luego volvió a su patria, hábil escultor, y su taller fue reconocido como el primero, y su talento de artista hizo inclinar ante su fama más de una altiva cabeza.

Las orillas del Segre presenciaron una tarde el encuentro de los dos hermanos. Ambos corazones se regocijaron; en el uno se encendió el amor con nueva fuerza; en el otro no se dispertó la amistad porque la amistad jamás se había borrado de él.

Los dos jóvenes se estrecharon la mano y prometieron verse casi diariamente en el mismo punto en que se habían encontrado; sobrábale altivez a Felipe para visitar la casa de un conde en que se le recibiría con desprecio o a lo menos con indiferencia; faltábale valor a María para negarse a ir todas las tardes a hablar unos cortos instantes con su hermano de leche y a recordar juntos una época de placer y delicias. María por otra parte no era feliz. Faltábala un corazón que la comprendiese y tenía que contar a Felipe, a su único amigo, todas esas -90-menudencias, todas esas frivolidades que amenizan la vida de una mujer y que siendo nada cada una de por sí, juntas influyen poderosamente en la felicidad o infelicidad de la esposa.

El amor fue ganando terreno en el corazón del joven. María nada sabía, nada comprendía. ¡Era tan pura!

Volvamos a la tarde de que hemos hecho mención.

?  Si, Felipe ?  decía la joven?  es preciso que no nos veamos tan a menudo; el barón de Bar lo sabe y le creo capaz de inventar cualquiera calumnia.

 ? ¡Dejar de vernos, María!

 ? No; tanto como eso no, amigo mío. Yo bajaré algunas tardes a paseo y aprovecharemos entonces los instantes para hablar de nuestras dichas pasadas, de nuestra amistad tan pura y consoladora. Por otra parte, ese hombre, ese barón se ha hecho muy amigo de mi esposo, me persigue con su amor...

? ¿Con su amor?

?  Sí, Felipe el insensato se ha atrevido a decirme que me ama.

?  ¡Insolente! ¡oh! no tengáis cuidado, María, no os volverá a decir más palabras de amor o...

?  ¿Qué pretendes?

?  Hablarle, preguntarle porque... -91-

?  Guárdate de ello. Por otra parte ¿con qué derecho te presentarías a él para pedirle una explicación? No, Felipe; nada de explicaciones, nada de amenazas, te lo suplico. Dentro de ocho días nos volveremos a ver.

?  ¡Dentro de ocho días! ¡cuánto tiempo!

?¡Qué más da! Tampoco tenemos muchas cosas que decirnos.

? Sin embargo, María, quisiera pediros un favor, el primero que os pido. Jamás habéis honrado mi pobre casa con vuestra presencia y quisiera que vieseis mi virgen..... ¡Ya sabéis! la virgen que para el pórtico de la Catedral me ha sido encargada. Noche y día he trabajado en ella, nadie la ha visto, ni aun el más querido de mis discípulos..... ¡Oh! me parece que es muy hermosa y quisiera que la vieseis, porque si vos la veis me parecerá mucho más hermosa. Es un capricho de artista, María; ¿negaréisme  -92-este favor?

?  ¡Ir yo a tu casa, Felipe! ¿Qué dirá en ello mi doncella? ¿y luego, si lo sabe el de Bar ?..... ¡Oh! bien seguro es que no me importa que lo sepa, pues no es crimen ninguno, ¡pero puede decírselo a mi esposo mancillando mi virtud, calumniando mi honra...!

?  ¿Y por qué tenéis necesidad de doncella? ¿No podéis ir sola a la casa de un hermano ? Concededme este favor, María. Mi virgen es mi ídolo, la quiero más que a mi vida; es la realización de las esperanzas de un artista, fundo en ella mi gloria, mi porvenir, mi inmortalidad.

?  Iré a tu casa, Felipe. Ambos jóvenes se separaron.

Aquella misma noche ?no sabemos cómo ni de qué modo, ?  sabia el barón Pedro de Bar que la tarde siguiente iría la condesa a casa del escultor Felipe.

? ¡Mañana! ? murmuró,? mañana será mía o perderé para siempre su reputación.

La casita en que habitaba Felipe el artista estaba situada a orillas del Segre. Las pacíficas aguas del rio lamían sus muros y la mansa corriente se deslizaba rápida y murmuradora por debajo las ventanas del taller.

Cubierta María con el manto salió de su casa y se dirigió a la de Felipe cuando ya el sol empezaba a lanzar sus últimos reflejos, cuando ya aquel suave y melancólico tinte crepuscular empezaba a cubrir el cielo y la tierra con aquel manto de indefinible color que tanta poesía encierra.

Al apretar Felipe entre sus manos la de María, reparó que temblaba. La joven condesa, al entrar por vez primera en aquella casa, al pisar el umbral de la mansión de un hombre, mas que -93- aquel hombre fuese su amigo y compañero de infancia, vaciló un momento.

Este momento le bastó para preguntarse por qué vacilaba.

Esta pregunta le indujo a hacerse otra.

Instantes hay en la vida en que en un solo minuto abarca la imaginación cien mil accidentes que pasaran desapercibidos entre las muchas emociones de la vida, y que precisamente en aquel momento se ven claros, distintos, y se extraña no haberlos comprendido mejor.

María conoció entonces que Felipe la amaba, ¿pero pagaba ella el cariño de Felipe con otro igual?

Díjose que no, pero hay veces que un no equivale a un sí.

Felipe acercó la estatua a la ventana que daba al río para que recibiese toda la luz que en la estancia entraba, y descorrió el tupido velo que ocultaba a la virgen. La obra del genio era admirable.

María cayó de rodillas; Felipe en pie cobijó con su mirada a aquella otra virgen tan pura, tan santa, tan angélica como la que del mármol había brotado al cincel del artista: la luz crepuscular abrazó de un solo beso a aquellas tres inmóviles estatuas;  María oró y la virgen oyó la primera plegaria de los labios de una hermosa. -94-

 Felipe mantuvo descubierta su cabeza e inclinada su frente mientras duró la oración.

De pronto se levanta precipitadamente María. ¡Dios! ¡qué rayo de luz! Las facciones de aquella virgen de mármol se parecen a las suyas; aquellos párpados suavemente caídos como para despedir mejor una dulce mirada, aquella frente noble y despejada, aquella boca pequeña como la corola de una flor, todo aquello es suyo, le pertenece.

Vuelve la condesa sus ojos y tropieza con los dos Felipe; lee en ellos lo que en su propio corazón leyera al entrar en la casa. Felipe la ama y... ¿ella? ¡La infeliz! conoce que no está muy lejos de armarle también.

Sus labios se entreabren. ¿Qué va a decir? Si la conversación se entabla, la conversación puede ser peligrosa.

¿Qué desusado rumor viene de improviso a herir los oídos de los amantes? Confuso ruido de muchas personas se distingue y repetidos golpes suenan en la puerta de la casa.

Felipe se asoma a una ventana. ¡Cielos! ¡qué es lo que distingue! Al conde de Rocafort y al barón de Bar seguidos de muchos personajes y criados. ¿Qué irán a buscar? ¿qué querrán? Habrán sabido que en aquella casa estaba María? ¿Querrán -95- dar un escándalo y deshonrarla para siempre a los ojos del pueblo?

La condesa cae de rodillas y se arrastra hasta los pies de Felipe, demente, delirante, casi loca.

? ¡Salvadme! ?  le dice, ?  ¡Soy perdida!

El día antes la condesa hubiera esperado a pie firme a su marido y a las preguntas que se le hubieran hecho, hubiera contestado con la calma y dignidad de la inocencia. Aquel día la condesa no estaba segura de guardar su tranquilidad; Felipe le había confesado su amor y ella se había confesado a sí misma el suyo: se creía culpada. ? ¡Salvadme! ¡salvadme!

?Os salvaré. Os salvaré, la ha dicho Felipe, pero ¿cómo? ¿de qué modo? ¿por donde podrá escapar María ? No hay en la casa más salida que una y esta está tomada. Por la otra parte, el río cierra el paso.

Si María fuese un hombre y supiese nadar podría precipitarse en el río y escapar protegida por las sombras que empiezan a encapotar el horizonte, pero María no es hombre ni sabe nadar. ¡Oh! ¡qué rayo de luz! María no se precipitará en el río, la que será precipitada será la estatua, sí, sí, la estatua.

EI el artista se da una palmada en la frente y lo dice a la condesa: -96-

?  Os he prometido salvaros; ¡os salvaré!

Bien pronto la obra maestra de escultura, el ídolo, la esperanza, la gloria del artista cae hecha pedazos a los férreos golpes del martillo. [2]De aquella virgen hermosa y cándida solo quedan escombros; ?  los escombros desaparecen también porque uno tras otro son arrojados al río por la mano misma del que en ellos cifraba su inmortalidad y porvenir.

Desocupado y vacío queda el ancho pedestal que sostenía a la virgen. Felipe hace subir a María, la encarga el silencio, la inmovilidad, y la cubre con el tupido velo que sirviera antes para ocultar a la estatua. La virgen ha sido reemplazada por la mujer.

El artista ha destruido su obra pero ha salvado a su amada.

El clero, algunos funcionarios públicos, los señores de Rocafort y de Bar, varios otros caballeros y algunos hombres del pueblo invaden la casa del artista.

Señor Felipe, venimos en busca de la virgen, se os pagará el precio estipulado y nos llevaremos la estatua para que mañana sea colocada solemnemente en el sitio que la ha sido destinada.

?  La estatua, ¿y quién os ha dicho que esté concluida? -97-

?   Vos mismo, ayer en el pórtico de la catedral.

?  ¡¡Yo!!

?  Y por otra parte, añade irónicamente el barón de Bar, allí la tenemos, cubierta con un velo, colocada encima del pedestal.

?  Si, pero no está concluida, ?  interrumpe Felipe, me falta cincelar una mano, un pie, un brazo... ¡qué se yo! yo no sé lo que falta, pero sé que falta mucho.

¿El señor Felipe no cumple la palabra que ha dado al cabildo? — interrumpe el de Bar.

? Jamás he faltado a ninguna de mis palabras, señor caballero. Prometí tener concluida mi estatua el día de Sta. Teresa y tengo aun nueve días de plazo.

? Pues bien ?  interrumpe el conde de Rocafort ?  como gobernador de la ciudad yo sé cuál es mi deber si no entregáis al cabildo la estatua el día de Sta. Teresa.

? Mi palabra es palabra, ?  interrumpe el artista.

? Pero a lo menos que no hayamos hecho el viaje en valde, dice el de Bar, Veamos si está muy adelantada la obra.

Y avanza para descorrer el velo que oculta a la virgen. Córtale el paso Felipe que se atraviesa precipitadamente en su camino. -98-

? Atrás, señor barón. Dentro nueve días el pueblo entero podrá ver mi estatua, pero hoy el que verla desee, tiene, antes que matarme a mí. Por lo demás, señor caballero, sois muy imprudente.... y muy infame, ?  añade en voz baja pero de modo que el de Bar pueda oírle.

Enrojece la cólera el semblante del barón y muerde sus labios hasta el punto de hacer brotar sangre; no obstante se reprime.

La casa del artista vuelve a quedar otra vez sola y Felipe recibe en sus brazos a la condesa que, agotadas sus fuerzas, cae en ellos desmayada.

Felipe tiene que hacer otra nueva estatua y pocos días le restan. Se dedica al trabajo: noche ? día los pasa enteros en dar forma al mármol y nace la Virgen, pero no hay allí tanto genio, tanta inspiración, tanto mérito como en la que tragó la corriente del río. Sin embargo la obra ha concluido cuando ya no quedan fuerzas a Felipe. El barón de Bar se le presenta.

? Señor Felipe ?  le dice, llamásteisme infame hace algunos días y vengo a pedir una explicación. Escoged entre estas dos pistolas.

Y las depone sobre una mesa; nada anhelaba tanto Felipe como vengarse de aquel hombre hacia el cual sentía una cruel antipatía, un odio mortal. -99-

Felipe empuña una pistola, echan suertes y la fortuna favorece al barón. El artista ni tiembla ni se estremece; impávido y sereno aguarda la muerte; el barón levanta el brazo y apunta a la frente de su adversario;  quiere levantarle la tapa de los sesos; Felipe murmura un nombre:  el de Bar dispara.

¡Oh prodigio! La bala pasa por encima la cabeza del artista: da en la frente de la nueva Virgen; deja impresa allí su huella: retrocede con inconcebible fuerza; recíbela el barón en el pecho de rechazo: cae mortalmente herido.

Diríase que la Virgen no ha aprobado tan sacrílego duelo y ha querido castigar al agresor.

Felipe es sorprendido junto al cadáver del barón; su estatua es colocada pero a él se le hunde en un calabozo.

El de Rocafort le persigue a muerte; quiere que caiga sobre él todo el rigor de la ley; un villano ha muerto a un caballero; su duelo ha sido sin testigos y tiene todos los visos de asesinato; ningún poder humano puede ya salvar a Felipe; señálase día para su ejecución y el pueblo espera impaciente y Felipe aguarda resignado.

La víspera del día señalado para su muerte, ábrense las puertas de su calabozo; un carcelero es le presenta; le sigue el escultor; salen de la cárcel;-100- le enseña su guía su caballo ensillado y le entrega una carta.

“Huye, Felipe. Mi conciencia no me permite  estar junto a ti ahora que sé que me amas. Acuérdate alguna vez de la que te salva y no des paso ninguno para verla y hablarla porque ni la verás ni te hablará. Te amo, pero  huye. María”

 Felipe se aleja de aquellos lugares y diz que no se ha sabido jamás su paradero.

 

 

FUENTE:

Víctor Balaguer, “Una estatua por hermosa”, Entre col y col, lechuga: álbum de viaje, Barcelona, M. Clausellas, 1847, pp. 84-100.

 

 

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

[1] Así presenta la leyenda Víctor Balaguer en el capítulo inmediatamente anterior: "Abandonada desde entonces la catedral, Lérida careció de ella hasta que en tiempo de Carlos II', se empezó la suntuosa que existe hoy día. En la iglesia de San Pablo me enseñaron las estatuas de los apóstoles y de la Virgen que había en la fachada de la antigua catedral. Colosales son los apóstoles y hermosa y divina es le expresión que reina en el rostro de la Virgen. Un levísimo hoyo se ve marcado en su frente al cual va anexa una leyenda que no carece de interés."(Entre col y col lechuga, p. 83).

[2] La historia la cuenta así el libro Espan~a, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia: “Las estatuas de los Apóstoles y de la Virgen guárdanse en la pequeña iglesia de San Pablo. Las de los Apóstoles son gigantescas, y no carecen de bondad en las proporciones y en los paños, de expresión en los rostros, y de majestad en el conjunto. La Virgen está hoy pintada y colocada en un altar donde se venera, y en su frente se ve un levísimo hoyo, que la tradición explica del siguiente modo: Mientras el maestro de la portada de la catedral trabajaba para el hospital una Virgen, que aún persevera; uno de sus oficiales, que es fama era el aprendiz, tanto se afanó en la construcción de la estatua que debía adornar el pilar que divide en dos la puerta del templo antiguo, que dejó muy atrás al maestro y su obra. Furioso éste al verse vencido por su aprendiz, y cegándole los celos, cogió un martillo y lo lanzó a la frente de la nueva estatua; pero, dice la tradición, la Virgen no dejó impune el insulto hecho a su imagen, y una muerte repentina fue el castigo del sacrílego artífice. Sin embargo, si el lector recorre alguna vez las calles de Lérida y se detiene a contemplar la hermosa figura de Nuestra Señora y el soberbio pedestal y doselete góticos que la acompañan sobre el dintel de la puerta del Hospital, creemos que no tardará en preferirla a la que se venera en San Pablo, y se compadecerá del error y celos del buen Maestro”. En  Espan~a, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Por Pablo Piferrer y Fa´bregas; Francisco Pi´ y Margall; Antoni Aulestia y Pijoan, Barcelona, D. Cortezo y c.a, 1884.p.322. Valerio Serra  Boldú, hace referencia a esta hermosa imagen en su libro Fiestas y tradiciones populares en Cataluña. Edimar, 1939, p., 48, al cuidado de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María en la  iglesia de San Pablo.