DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

El Diario de Murcia: Periódico para todos: Año X, núm.3301 – 2 de mayo de 1888, pp.2-3, y núm.3302 – 3 de mayo de 1888, pp.1-2.

Acontecimientos
Enseñanza sobre la vanidad y la prudencia
Personajes
Ibn Ammar y Abd-der-rahman ibn Tahir
Enlaces

LOCALIZACIÓN

MONTEAGUDO

Valoración Media: / 5

Los amigos vueltos enemigos, o el rey de Murcia y el wazir del rey de Sevilla.

En el nombre de Allah clemente y misericordioso.

Nueve veces desde que principió el mes de dulhaya[1], había pasado el sol por el horizonte murciano; era la gran fiesta, Aaid el Kibir[2], y la creyente Mursiá se entregaba al regocijo.

Todo musulmán pudiente había sacrificado un carnero churro[3], buscándole que tuviera grandes cuernos; porque ya se sabe que las almas de los difuntos han de llegar al paraíso sobre uno de los carneros que sacrificaron en vida, durante la gran fiesta, y, agarradas a la encorna Jura, han de pasar el terrible puente Sirat, tendido sobre el infierno. Además de la mucha carne que sobra en cada casa  se reparte, se hace en el día de la fiesta muchas otras liberalidades, la población de los campos afluye a la ciudad, y, como en todos los grandes concursos de gente, hay, por calles y plazas, músicos, bailarines, jugadores de manos, titiriteros e improvisadores. En una gran plaza que se extendía desde la mezquita mayor situada en el atrio de la Catedral que hoy existe, hasta los Baños Reales (donde hoy el Seminario de San Fulgencio) y el Alcázar Nasir, o de la defensa, situado donde el Hospital, la multitud se apiñaba en torno de un improvisador desconocido de los murcianos.

Era joven y tan apuesto como pobremente vestido: para experimentar todo el placer que producían sus magníficos versos, era preciso no ver la miserable pelliza que llevaba por único traje, y la grasienta capucha con que cubría su cabeza.

Acababa de recitar una kasida[4] en que un mahadi con sable de quince codos cortaba de cada tajo un ejército  de idólatras, y los dejaba hechos pedacitos no mayores que granos de cebada; había concluido y, con él, la  multitud había exclamado en coro Allahu akbar (Dios es grande), resonaban los últimos sahha de aplauso y las últimas palmadas, cuando una bolsa con monedas de oro cayó a los pies del trovador vagabundo.

—Que Dios aumente tu bien, dijo el poeta, dirigiéndose al espectador que tan liberal se había mostrado. Dime cuál es tu nombre y cantaré tu generosidad.

—Es el poderoso y noble Abd-der-rahman ibn Tahir[5], exclamaron algunos de los circunstantes, mientras que otros renovaban sus manifestaciones de aplauso.

—Cantarás lo que quieras, dijo Ibn Tahir, después que hayas entrado bajo mi techo. Mientras quieras estar en Mursiá, eres mi huésped.

 —Así Allah te conceda, dijo el improvisador, las diez y seis gracias que otorga a los que cumplen la virtud de la hospitalidad, que es como  no ignoras, una de las cinco llaves del paraíso; y marchóse con el huésped que le deparaba la casualidad  apenas llegado a una población, que desconocía por completo.

Un momento después, los esclavos del Taherí vestían un magnífico traje de seda al poeta de la cachucha[6] y la pelliza: el profeta (Dios le sea propicio) ofreció que todo musulmán que vista a otro, será vestido a su vez con el traje verde del paraíso. Pasada apenas una hora, el huésped y  el hospedado daban principio a una  suculenta comida pronunciando la acostumbrada invocación antes del primer bocado.

Bismillah (en el nombre de Dios.) Comieron, en silencio, de muchos platos, no omitiendo ninguno, y sirviéndose únicamente de la mano derecha, porque sabido está que el apedreado (el diablo) come con la izquierda; y cuando el poeta puso fin a la comida bebiendo agua y pronunciado la frase acostumbrada:

Bami chebaan. El hamdu lillah  (Estoy harto. Alabado sea Dios); Ibn Tahir dirigió por vez primera a su hospedado las tres preguntas de rúbrica.

—Dime ahora, si no te molesta,  cómo te llamas, de dónde vienes y a dónde vas.  

—Me llamo Ibn Ammar dijo el poeta, vengo de recorrer media Alandalus (España mahometana), y voy a recorrer el otro medio, en busca de mi suerte.

—Allah te la depare buena, sabio  Ibn Ammar.

—El (ensalzado sea) aumente la  tuya, generoso Ibn Tahir.

Durante muchos días Ibn Ammar disfrutó de la hospitalidad espléndida de Ibn Tahir y los lazos de la más tierna amistad ligaron sus corazones; una mañana, al levantarse; el caisita, encontró al trovador vagabundo vestido con la remendada pelliza y la mugrienta cachucha.

—Me marcho, dijo, voy en busca de fortuna.

 —Si te basta la mitad de la mía, quédate dijo el generoso Ibn Tahir  muy conmovido.

—No me basta... ni puedo aceptarla, contestó Ibn Ammar; pero te juro por Dios que no duerme y que no sueña, que mi amistad por ti durará lo que mi vida, que no se levantará el sol ni se pondrá sin que recuerde  tus beneficios de estos días y  tu ofrecimiento de hoy.

En vista de resolución tan terminante Ibn Tahir cuidó de que proveyeran bien las alforjas de Ibn Ammar, en las que escondió un bolsillo bien repleto; salió después con él acompañándole; dejaron ambos la ciudad por su puerta de Ifrihia que estaba entre el Alcázar Kibir (casa de los Zabalburus) y una torre cuadrada; atravesaron juntos el puente de barcas, tendido donde está hoy el de piedra, siguieron el camino de Kantarac Ascayat (Alcantarilla), y se despidieron por última vez junto a la acequia que, por atravesar aquel, llamóse y todavía se llama de Albulate (del camino). Saltó la Ibn Ammar, gritando a una voz casi, con su

Allah ichemaa na. (¡Que Dios nos reúna!) Luego, Ibn Ammar siguió su vía  sin volver la cabeza, e Ibn Tahir  le siguió con la vista hasta perderle en la primer revuelta del camino -2-porque cuando, después de partir y en los primeros momentos de su marcha, el que se ha despedido ya, vuelve la cabeza, el viaje es desgraciado: tales son los augurios, Dios sabe lo cierto.

(Continuará)

Habían transcurrido algunos años. Ibn Aromar era wazir (visir, ministro) del poderoso Motamid rey de Sevilla, y Adh-er-Rahmán el Taherida había sido  rey de Mursiá y acababa de ser destronado por Rachíe, general del sevillano, quien aumentaba considerablemente su reino con la anexión del de Murcia. Ibn Ammar supo con alegría porque se trataba de su rey, con dolor porque afectaba a su amigo la noticia, y queriendo conciliar deberes y afectos, revolviendo en su mente planes que amenguaran la desgracia y caída de su antiguo y nunca olvidado huésped, marchó inmediatamente a Mursiá con plenos poderes de su nuevo soberano; entró en la ciudad a tambor batiente y con banderas desplegadas, llevando en pos de sí doscientos mu los con ricos presentes destinados en su mayor parte al rey caído, si quien, según parece, proyectaba reponer o poco menos en su trono como tributario del de Sevilla o Gobernador por él mismo. Apenas instalado en el Alcázar Kivir, antes de consagrar su atención a cuidado alguno de gobierno, envió al destronado lbn Tahir, como protesta de inalterable amistad y prueba de los sentimientos con que venía a Murcia, rico regalo, el que más aprecian los musulmanes, un traje de honor, enviándolo para elegir entre ellos, varios que eran magníficos. Entre tanto, al Alcázar Kivir habían acudido cuantos más nobles y de ilustre raza vivían en Murcia, y cuando volvieron los enviados de Ibn Tahir con el obsequio, Ibn Ammar tenía en rededor suyo, una brillante corte que le prodigaba todos esos desvanecedores cumplidos de la lisonja oriental; creyó que iba a unir una nueva satisfacción a las que experimentaba y preguntó en voz alta a sus mensajeros:

—¿Qué os ha dicho, Ibn Tahir? decidlo todo.

—Ibn Tahir nos ha dicho, poderoso wazir, que, pues quieres que elija un traje, le envíes  la pelliza y la cachucha que vestías, cuando te hospedó en su casa. Aquellos murcianos eran muy parecidos en carácter a los murcianos do hoy; volvieren unos la cabeza, y ocultaron otros sus bocas para disimular sus sonrisas, mientras que uno de ellos, ingenioso como buen murciano, ponía el parche sobre la herida, diciendo a Ibn Ammar.

—Poderoso y sabio wazir, el Taherida creerá que en el traje que recuerda, debe haber un amuleto. De cualquier modo, su petición debe lisonjearte porque te recuerda y nos recuerda que, para llegar a ser rey pequeño, lbn Tahir, gran personaje, no ha tenido que subir más que un escalón;  mientras que tú, para llegar a ser más poderoso que muchos reyes, has tenido que subir toda la escala. Allah que nos tiene a todos los hombres en su mano y pesa los méritos de cada uno, sabe la diferencia que hay entre Ibn Ammar e Ibn Tahir, y éste también lo sabe.

—-Noble xeque, contestó el vanidoso wazir, mordiéndose los labios, no me consta qué sabe Ibn Tahir, pero lo que seguramente ignora es una sentencia del enviado (Dios le sea propicio) el cual aseguró que todas las heridas que no sean de muerte se curan y se olvidan, pero que las heridas hechas con la lengua no se curan ni se olvidan.

—A ver, que carguen de cadenas a Ibn Tahir, y que le encierren en el más profundo calabozo del castillo de Monteagudo. Cumplióse la orden y, en los subterráneos cuyos primeros escalones pueden verse todavía al descubierto en la explanada del primer recinto, gimió largo tiempo el destronado Ibn Tahir, a quien su antiguo amigo, vuelto enemigo irreconciliable, no quiso dar, libertad, no obstante los ruegos de Abd-el-Ázir, rey de Valencia, y las órdenes del mismo rey de Sevilla y de Murcia al-Motamid. Así expióse una frase imprudente: el profeta (sobre él la bendición) ha dicho que si el ángel encargado de registrar nuestras vidas, nos enseñase su libro, veríamos que de nada podemos recibir más daño y debemos arrepentimos más que de nuestros dichos: de la palabra, mientras no sale de tus labios, eres el dueño; apenas la pronuncias, empiezas a ser su esclavo. Así concluye el recontamiento de «Los amigos vueltos enemigos». La alabanza a Dios y la bendición suya sobre quien escribió en este hadiz[7] lo que contaron antes Ibn Haian, Ibn Alabbar, Dozy y otros sabios.

 

FUENTE: PEDRO DÍAZ CASSOU

El Diario de Murcia: Periódico para todos: Año X, núm.3301 – 2 de mayo de 1888, pp.2-3, y núm.3302 – 3 de mayo de 1888, pp.1-2.

 

[1] Dul-Hiyya (árabe: ?? ?????)  último mes en el calendario de la Hégira lunar. En este mes está prohibido iniciar una guerra.

[2] Celebración del Sacrificio

[3] Que tiene las patas y la cabeza cubiertas de pelo grueso, corto y rígido, y da una lana basta y larga. U. t. c. s. (Diccionario de la lengua española, RAE).

[4] Género poético dedicado a la exaltación de algún noble, rey, héroe.

[5] Abu 'Abd ar-Ra?man Ibn Tahir (798-844): gobernador amante de las artes y poeta.

[6] Cachucha: gorra.

[7] Narración, dicho, ejemplo.