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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Recuerdos de un viaje por España, Madrid, Mellado, 1849, p.31.

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Panorámica. De Shht! - Flickr, CC BY 2.0

LOCALIZACIÓN

CALLE MONTALBÁN

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[Berenguer de Azlor y Aldonza de Entenza]

 

Vivía en Zaragoza un noble aragonés ya entrado en días, en el reinado del célebre Alfonso V, llamado mosén Jaime de Bolea, y tenía en su palacio como pupila a doña Aldonza de Entenza, bellísima huérfana, heredera de un ilustre nombre, y de inmensa fortuna. Era su caballero  Berenguer de Azlor, gallardo y bizarro paladín, que se señalara por su valor en el ejército de Aragón, y que solo aguardaba terminar la guerra de Nápoles, en que a la sazón se hallaba, para solicitar de Mosén Jaime la mano de Aldonza.

Mas, ésta había encendido una pasión ardiente en el pecho de su tutor, el que como conocía la imposibilidad de ser correspondido, quiso al menos que el objeto de su amor no fuese poseído por hombre alguno. Así es, que cuando Berenguer fue a pedirle la mano de Aldonza de Entenza, le dijo que un obstáculo terrible, insuperable, los separaba uno de otro para siempre. Pidióle explicaciones el impaciente joven, y mosén Jaime le llenó de asombro al decirle que estaba enamorado de su propia hermana, embuste que le acreditó con ciertas escrituras apócrifas que convencieron enteramente de su desgracia al de Azlor.

Grande fue en los primeros momentos su desesperación, y aun tuvo impulsos de arrojarse sobre la espada, pero dando lugar a más cristianos sentimientos, entró de caballero profeso en la orden de Santiago, con voto de castidad, y obtuvo la encomienda de Montalbán, en donde murió al poco tiempo de melancolía.

 Aldonza fue aún más desdichada, pues perdió enteramente la razón: huyó de la casa de su pérfido tutor, y vino a recorrer los alrededores de Montalbán, donde sabía que había muerto su fiel amante, pasando lo mas del tiempo en la peña del Cid, desde donde divisaba el encumbrado castillo de la encomienda. Su alimento eran las yerbas, y su lecho una dura peña. Cuando algún hombre se le acercaba, huía con la velocidad de una cierva, gritando: ¡Era mi hermano!... ¡Era mi hermano! 

Prolongó muchos años tan triste existencia, y cierto día, al ir los sirvientes de la iglesia a cerrar las puertas, se encontraron una mujer cubierta de harapos, y que se conocía había sido muy bella, muerta al pie del sepulcro de Berenguer. Dieron parte inmediatamente al nuevo comendador, su sucesor, y este, que sabía bien la triste historia de sus amores, dispuso que Aldonza fuese sepultada en aquel mismo panteón, en el que colocó una inscripción latina que expresaba este pensamiento:

Justo es reposen juntos en la muerte
Los que tanto se amaron en la vida

En cuanto a mosén Jaime, arrepentido aunque tarde de su pérfida traza, dio sus grandes haciendas a los pobres, tomó el hábito de religioso en el convento de San Francisco de Zaragoza, y allí hizo una vida penitente y ejemplar. Mas deseando predicar el Evangelio entre los bárbaros, naufragó y perdió la vida al tocar las costas de Marruecos.

 El sepulcro de Berenguer y Aldonza subsistió hasta la última guerra, en que fue destruido por los soldados que guarnecían la iglesia de Montalbán, convertida entonces en fuerte.

 

FUENTE:

Recuerdos de un viaje por España, Madrid, Mellado, 1849, p.31