Sor Felisa
 
I
 
Ella era gentil, hermosa, 
Con ojos negros, brillantes, 
Dientes de perlas guardados
Por sus labios de corales.
Tenía espaciosa frente,
Esbelto y gracioso el talle, 
La tez un poco morena, 
El porte altivo, elegante. 
Le agradaban los adornos,
Las alhajas y los trajes,
Tenía el alma algo fría, 
Resuelto y firme el carácter;
Y se nombraba   Prudencia 
Aunque jamás se pasase 
De prudente, provocando 
Por cualquier suceso un lance. 
Él era honrado, leal, 
De rostro bello y afable,
Valiente entre los más bravos, 
Apasionado y amante. 
Algo pobre, que no siempre 
En las personas que valen
El mérito y la fortuna 
En el mundo han de igualarse. 
Él se llamaba don Félix.  -68-
Y por su patria, constante, 
Por su dama y por su rey
Hubiera dado su sangre. 
Ella en la calle del Príncipe, 
Una de las más notables, 
En un antiguo edificio
Habitaba con su padre. 
Félix, si entrar no podía, 
Por ver el bello semblante 
De su adorada   Prudencia
Rondaba ansioso la calle.
Y así, en las horas del día,
No hubo minuto ni instante, 
En que el joven y su amada 
No se viesen o se hablasen.
 
II
 
La cámara de  Prudencia
Era una pieza ancha, grande, 
Con muebles de mucho precio 
Y lujosos cortinajes.
Cubrían sus altos muros 
Ricos damascos granates 
Y seis cuadros de batallas, 
Tres por tierra y tres navales; 
Porque aquella habitación 
Adornada de combates 
Fue en tiempo no muy lejano
La que ocupaba su padre. 
Era el lecho de madera, 
Verdadera obra de arte, 
Cerrado por colgaduras- 69-
Ricas, bellas y elegantes. 
Un crucifijo de ébano,
Custodiado por dos ángeles, 
Velaba su sueño siempre 
Lleno de dulces imágenes
Y había un altar pequeño
Con narcisos y rosales, 
Un buen cuadro de Pantoja 
Y un blando almohadón delante. 
Allí rezaba   Prudencia 
A Dios y su santa madre, 
Pidiéndoles cien mercedes 
De noche, antes de acostarse; 
Por su padre, por su amado, 
Por sus flores, por sus aves,
Quizá porque su belleza
No llegará a marchitarse, 
O por un pueril deseo 
Que una niña desdeñase.
III
En dicha cámara estaban
Los venturosos amantes, 
Sentados junto a una mesa, 
Frente al lecho, en dos sitiales. 
- ¿No piensas- le dijo Félix,
Que siendo mi amor constante
Y amándome tú también 
Contigo debo casarme?
¿Qué  nos detiene? ¿No es libre 
Tu voluntad como el aire, 
Y no vivo en Madrid solo -70-
Y sin depender de nadie? 
Cierto es que el lujo que tienes 
No podré proporcionarte, 
Pues no obtuve la fortuna
Como que te brinda tu padre. 
No dudo que has de perder mucho, 
El día en que te cases 
Que no bastará que haya 
En nuestra morada un paje, 
Una dueña, un escudero….
Que deberán aumentarse 
Tus criados, más ¿qué importa?
Con mi amor tendrás bastante.
Yo te querré tanto y tanto 
Que llegarás a olvidarte 
De la pasada grandeza 
Tan sincero amor pagándome. 
No habrá literas de manos, 
Ni soberbios alazanes, 
Ni podrás concurrir nunca 
A fiestas, giras y bailes, 
Pero nuestro hogar risueño
Tendremos dicha envidiable 
En él estando reunidos 
Por noche, mañana y tarde. 
Siempre solos, siempre juntos,
Pasearemos por la margen
Del río que Madrid baña, 
El tranquilo Manzanares.
Y haré que te olvide el mundo
Y de mí llegue a olvidarse, 
Que no hay completa ventura
Si es conocida de alguien. -71-
Mirando siempre a  Prudencia
Calló Félix un instante, 
Y ella al cabo contestó 
Lentamente y sin turbarse: 
Yo comprendo las razones 
Que te asisten al hablarme,
Y que me amas cuando quieres 
Verificar nuestro enlace, 
Más mi padre que desea 
Unirme a mi primo Jaime, 
No me otorgará el permiso
Porque contigo me case.
Que te quiero es cosa cierta, 
Que odio a mi primo, lo sabes,
Que prefiero tu cariño, 
Eso…. No puede dudarse; 
Pero nací en la opulencia 
Y trabajo ha de costarme 
Vivir en la medianía 
Entre gentes de mi clase.
Tú lo que es esto no entiendes, 
Tú, que siempre te afanaste 
Para ganar un sustento 
Y eres para hallarlo hábil; 
Pero yo, pobre mujer, di,
¿Cómo podré pasarme 
Sin casa bien alhajada 
Sin servidores ni trajes? 
Muchas veces te lo he dicho, 
Tengo mil necesidades, 
Tal vez porque aún era niña 
Cuando me faltó mi madre-
Por la mañana realizo -72-
Sueños de la noche antes, 
Y hasta lo más imposible
Mi padre quisiera darme. 
Si un lucero le pidiese
Creo haría para robarle 
Para cumplir un deseo 
Tan loco y extravagante. 
Busca, Félix, la fortuna 
Y en tanto sabré aguardarte 
Aunque para regresar 
Años y más años tardes. 
No escucharé de otro amor 
Las halagadoras frases, 
Ni recibiré visitas 
Que pudieran disgustarte. 
Te escribiré con frecuencia 
Si acaso de Madrid partes 
Y no pasará un minuto 
Sin que mi amor te consagre. 
- ¿Estás triste? 
¿Como no? 
Pero debo resignarme 
Y sabré encontrar la muerte 
Ya que otra cosa no gane. 
Dicen que contra Inglaterra 
Será posible que mande 
El rey Felipe una armada 
Que pronto cruce los mares. 
Para conseguir tu amor 
Iré en una de sus naves, 
Donde conquistar honores 
Y laureles será fácil. 
Más si llegara a morir -73-
Que posible es que me maten, 
Yo te anunciaré mi muerte 
Por medios excepcionales. 
¿Ves esos ricos damascos? 
Si los sientes agitarse 
Y que los cuadros se mueven, 
Es que muero en ese instante.
Y por si acaso abstraída
A los muros no mirases, 
Las cortinas de tu lecho, 
Donde feliz reposaste 
Quizás soñando conmigo, 
Se descorrerán suaves. 
No lo olvides, bella mía, 
Por la noche al acostarte 
Observa bien tus damascos 
Tus cortinas y mueblaje. 
 
 
IV
Siendo la dama voluble, 
Como pocas inconstante, 
Sus promesas una a una 
Llevó en sus giros el aire. 
Quizá   Prudencia dio origen 
A varios de esos cantares 
En que a la mujer censuran 
Por veleta y por mudable. 
Canciones de expresión llenas 
De algún ignorado vate 
Que han llegado hasta nosotros 
Desde remotas edades. 
Aún él no había acabado -74-
Su largo y triste viaje 
Cuando partió con la Armada
Que ella fue a giras y bailes. 
Unas veces se decía 
Que la obligaba a su padre, 
Otras que de aquella pena 
Forzoso era consolarse, 
Y mientras él navegaba 
Por los  turbulentos mares,
La dama se divertía
Cuidando de engalanarse. 
Fija estaba en la memoria 
De Félix a cada instante 
De su adorada   Prudencia
La bella y graciosa imagen, 
Porque es triste ley del mundo 
Que no ignoran los mortales, 
Que al olvidar las mujeres 
Son los hombres más constantes.
 
 V
Al regresar una noche 
Dña. Prudencia de un baile 
En el que hubo conquistado 
El alma de cien galanes, 
Satisfecha de sus triunfos 
Sobre miles de rivales 
En elegancia, hermosura, 
En amores y en diamantes, 
Pensando en vencerlas más, 
Si vencer más era dable, 
Ni recordaba a don Félix -75- 
El ausente y fiel amante. 
Había visto esa noche 
Sus miradas disputarse 
A dos bizarros mancebos
Quedando pendiente un lance,
Y ella aún estaba dudosa 
Si después de aquel combate 
Decidiría querer, 
Ya perdiese, ya ganase, 
Al primero, airoso y bello, 
O al otro, rico y galante. 
Entró su cámara alegre, 
Y ansiando a solas quedarse, 
A todas sus servidoras 
Ordenó que se acostasen, 
Y no queriendo tan pronto 
De sus galas despojarse 
Se sentó en frente del lecho 
Con placentero semblante. 
Miró después a los muros 
Y vio un damasco  agitarse
Hacia el lado en que se hallaban 
Las tres batallas navales, 
Y en uno de aquellos cuadros 
Una escuadra sepultarse  
En los mares combatidos 
Por horribles tempestades 
Y pugnaban a porfía 
Los marineros por salvarse 
Contra las olas luchando 
Con insistencia y coraje. 
Era la Armada Invencible 
Que, aún cuando así se nombrarse- 76-
Vencida por la tormenta 
Fue en el mar en un instante. 
Casi solo, en la más próxima 
Y ya destrozada nave, 
Un joven gallardo, altivo, 
Brotando sus manos sangre, 
Hacía inmensos esfuerzos 
Contra el mar, para librarse 
Y, esperando vencería 
El furor del oleaje. 
Quizá pensaba en su amada; 
Más su intento y sus afanes 
Fueron vanos y muy pronto 
Era el mancebo cadáver. 
Aquel cuerpo inanimado 
Fue juguete de los mares 
Y al flotar, pudo la dama 
Ver que el muerto era su amante. 
Apartó la vista y ésta 
Llegó en el lecho a fijarse. 
Entonces las colgaduras, 
Tan bellas como elegantes, 
Se descorrieron  despacio
Sin que las tocara nadie.   
Prudencia lanzó un gemido 
Y pálida y adelante 
Quiso correr hacia el lecho 
Sin que lograra acercarse, 
Porque al intentar hacerlo
Cayó el suelo palpitante
Y sin sentido pasó 
De la noche una gran parte.
Atraídas por el grito -77 
Sus servidoras leales
La echaron sobre aquel lecho
Tan lujoso y tan suave. 
Y ya en él, por vez primera 
Lágrimas vertió abundantes 
De amor, de remordimiento,
De temores y pesares. 
 
VI. 
 
En aquel tiempo costumbre era
En un claustro encerrarse 
Por un amor desgraciado
Causa de disgustos graves.
Cuál se hacía religiosa, 
Sin tener vocación antes, 
Por huir la tiranía
De tutores o de padres, 
Cuál porque no la obligaran
A viva fuerza a casarse,
O por carecer de bienes,
Por penas incurables.   
Prudencia hizo más que todas,
Vendió sus joyas, sus trajes,
Los muebles de su palacio, 
Apenas perdió a su padre,
En su casa, que testigo 
Fue de su pasión mudable,
La dama fundó un convento triste,
Aunque espacioso y grande, 
De Santa Isabel llamado 
Donde profesó más tarde 
Dando de humildad modesta -78
Un ejemplo inimitable. 
Nombráronla sor Felisa
Y después de Sor, la madre, 
Siendo siempre respetada 
Por su virtud y bondades.
Fue protectora del pobre 
Limosna sin cuento dándole, 
Y se impuso penitencias 
Que sufrió como una mártir.
No vivió tranquila allí, 
Aunque la quietud buscase 
Porque el alma que ha pecado 
No la haya en ninguna parte. 
Por eso aunque por la noche 
La religiosa rezase 
Para ahuyentar vagas sombras 
De recuerdos terrenales; 
Aunque al echarse en la cama 
Y al sentirse dormir, 
Ante el Santo Cristo de ébano 
Contrita se santiguase; 
Aunque con agua bendita, 
Que allí tenía abundante, 
Los muebles y las paredes 
Con su mano rociase 
Para alejar de su alcoba 
Los espectros mundanales,
Sucedía muchas veces 
Que asustada despertase 
Creyendo ver un fantasma 
Envuelto en el cortinaje 
De su ventana con reja 
Y con vistas a la calle, -79 
Y tomaba por gemidos 
Cualquier ráfaga del aire, 
O por frases amorosas 
Las canciones de las aves 
Y era que la desgraciada 
Temía hasta confesarse, 
Que aún lloraba por don Félix 
Y soñaba con su amante.
 
 
FUENTE: 
 
Asensi y la Iglesia, Julia. Leyendas y tradiciones, en prosa y verso. Madrid, 1881, pp.67-78.