DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Leyendas y tradiciones, en prosa y verso. Madrid, 1881, pp.67-78.

Acontecimientos
Historia de la fundación del convento de Santa Isabel en Madrid.
Personajes
Enlaces
Derrota de la armada invencible, pintura de Philippe-Jacques de Loutherbourg (1796)

LOCALIZACIÓN

MADRID

Valoración Media: / 5

Sor Felisa
 
I
 
Ella era gentil, hermosa,
Con ojos negros, brillantes,
Dientes de perlas guardados
Por sus labios de corales.
Tenía espaciosa frente,
Esbelto y gracioso el talle,
La tez un poco morena,
El porte altivo, elegante.
Le agradaban los adornos,
Las alhajas y los trajes,
Tenía el alma algo fría,
Resuelto y firme el carácter;
Y se nombraba   Prudencia
Aunque jamás se pasase
De prudente, provocando
Por cualquier suceso un lance.
Él era honrado, leal,
De rostro bello y afable,
Valiente entre los más bravos,
Apasionado y amante.
Algo pobre, que no siempre
En las personas que valen
El mérito y la fortuna
En el mundo han de igualarse.
Él se llamaba don Félix.  -68-
Y por su patria, constante,
Por su dama y por su rey
Hubiera dado su sangre.
Ella en la calle del Príncipe,
Una de las más notables,
En un antiguo edificio
Habitaba con su padre.
Félix, si entrar no podía,
Por ver el bello semblante
De su adorada   Prudencia
Rondaba ansioso la calle.
Y así, en las horas del día,
No hubo minuto ni instante,
En que el joven y su amada
No se viesen o se hablasen.
 
II
 
La cámara de  Prudencia
Era una pieza ancha, grande,
Con muebles de mucho precio
Y lujosos cortinajes.
Cubrían sus altos muros
Ricos damascos granates
Y seis cuadros de batallas,
Tres por tierra y tres navales;
Porque aquella habitación
Adornada de combates
Fue en tiempo no muy lejano
La que ocupaba su padre.
Era el lecho de madera,
Verdadera obra de arte,
Cerrado por colgaduras- 69-
Ricas, bellas y elegantes.
Un crucifijo de ébano,
Custodiado por dos ángeles,
Velaba su sueño siempre
Lleno de dulces imágenes
Y había un altar pequeño
Con narcisos y rosales,
Un buen cuadro de Pantoja
Y un blando almohadón delante.
Allí rezaba   Prudencia
A Dios y su santa madre,
Pidiéndoles cien mercedes
De noche, antes de acostarse;
Por su padre, por su amado,
Por sus flores, por sus aves,
Quizá porque su belleza
No llegará a marchitarse,
O por un pueril deseo
Que una niña desdeñase.

III

En dicha cámara estaban
Los venturosos amantes,
Sentados junto a una mesa,
Frente al lecho, en dos sitiales.
- ¿No piensas- le dijo Félix,
Que siendo mi amor constante
Y amándome tú también
Contigo debo casarme?
¿Qué  nos detiene? ¿No es libre
Tu voluntad como el aire,
Y no vivo en Madrid solo -70-
Y sin depender de nadie?
Cierto es que el lujo que tienes
No podré proporcionarte,
Pues no obtuve la fortuna
Como que te brinda tu padre.
No dudo que has de perder mucho,
El día en que te cases
Que no bastará que haya
En nuestra morada un paje,
Una dueña, un escudero….
Que deberán aumentarse
Tus criados, más ¿qué importa?
Con mi amor tendrás bastante.
Yo te querré tanto y tanto
Que llegarás a olvidarte
De la pasada grandeza
Tan sincero amor pagándome.
No habrá literas de manos,
Ni soberbios alazanes,
Ni podrás concurrir nunca
A fiestas, giras y bailes,
Pero nuestro hogar risueño
Tendremos dicha envidiable
En él estando reunidos
Por noche, mañana y tarde.
Siempre solos, siempre juntos,
Pasearemos por la margen
Del río que Madrid baña,
El tranquilo Manzanares.
Y haré que te olvide el mundo
Y de mí llegue a olvidarse,
Que no hay completa ventura
Si es conocida de alguien. -71-
Mirando siempre a  Prudencia
Calló Félix un instante,
Y ella al cabo contestó
Lentamente y sin turbarse:
Yo comprendo las razones
Que te asisten al hablarme,
Y que me amas cuando quieres
Verificar nuestro enlace,
Más mi padre que desea
Unirme a mi primo Jaime,
No me otorgará el permiso
Porque contigo me case.
Que te quiero es cosa cierta,
Que odio a mi primo, lo sabes,
Que prefiero tu cariño,
Eso…. No puede dudarse;
Pero nací en la opulencia
Y trabajo ha de costarme
Vivir en la medianía
Entre gentes de mi clase.
Tú lo que es esto no entiendes,
Tú, que siempre te afanaste
Para ganar un sustento
Y eres para hallarlo hábil;
Pero yo, pobre mujer, di,
¿Cómo podré pasarme
Sin casa bien alhajada
Sin servidores ni trajes?
Muchas veces te lo he dicho,
Tengo mil necesidades,
Tal vez porque aún era niña
Cuando me faltó mi madre-
Por la mañana realizo -72-
Sueños de la noche antes,
Y hasta lo más imposible
Mi padre quisiera darme.
Si un lucero le pidiese
Creo haría para robarle
Para cumplir un deseo
Tan loco y extravagante.
Busca, Félix, la fortuna
Y en tanto sabré aguardarte
Aunque para regresar
Años y más años tardes.
No escucharé de otro amor
Las halagadoras frases,
Ni recibiré visitas
Que pudieran disgustarte.
Te escribiré con frecuencia
Si acaso de Madrid partes
Y no pasará un minuto
Sin que mi amor te consagre.
- ¿Estás triste?
¿Como no?
Pero debo resignarme
Y sabré encontrar la muerte
Ya que otra cosa no gane.
Dicen que contra Inglaterra
Será posible que mande
El rey Felipe una armada
Que pronto cruce los mares.
Para conseguir tu amor
Iré en una de sus naves,
Donde conquistar honores
Y laureles será fácil.
Más si llegara a morir -73-
Que posible es que me maten,
Yo te anunciaré mi muerte
Por medios excepcionales.
¿Ves esos ricos damascos?
Si los sientes agitarse
Y que los cuadros se mueven,
Es que muero en ese instante.
Y por si acaso abstraída
A los muros no mirases,
Las cortinas de tu lecho,
Donde feliz reposaste
Quizás soñando conmigo,
Se descorrerán suaves.
No lo olvides, bella mía,
Por la noche al acostarte
Observa bien tus damascos
Tus cortinas y mueblaje.
 
 
IV

Siendo la dama voluble,
Como pocas inconstante,
Sus promesas una a una
Llevó en sus giros el aire.
Quizá   Prudencia dio origen
A varios de esos cantares
En que a la mujer censuran
Por veleta y por mudable.
Canciones de expresión llenas
De algún ignorado vate
Que han llegado hasta nosotros
Desde remotas edades.
Aún él no había acabado -74-
Su largo y triste viaje
Cuando partió con la Armada
Que ella fue a giras y bailes.
Unas veces se decía
Que la obligaba a su padre,
Otras que de aquella pena
Forzoso era consolarse,
Y mientras él navegaba
Por los  turbulentos mares,
La dama se divertía
Cuidando de engalanarse.
Fija estaba en la memoria
De Félix a cada instante
De su adorada   Prudencia
La bella y graciosa imagen,
Porque es triste ley del mundo
Que no ignoran los mortales,
Que al olvidar las mujeres
Son los hombres más constantes.
 
 V

Al regresar una noche
Dña. Prudencia de un baile
En el que hubo conquistado
El alma de cien galanes,
Satisfecha de sus triunfos
Sobre miles de rivales
En elegancia, hermosura,
En amores y en diamantes,
Pensando en vencerlas más,
Si vencer más era dable,
Ni recordaba a don Félix -75-
El ausente y fiel amante.
Había visto esa noche
Sus miradas disputarse
A dos bizarros mancebos
Quedando pendiente un lance,
Y ella aún estaba dudosa
Si después de aquel combate
Decidiría querer,
Ya perdiese, ya ganase,
Al primero, airoso y bello,
O al otro, rico y galante.
Entró su cámara alegre,
Y ansiando a solas quedarse,
A todas sus servidoras
Ordenó que se acostasen,
Y no queriendo tan pronto
De sus galas despojarse
Se sentó en frente del lecho
Con placentero semblante.
Miró después a los muros
Y vio un damasco  agitarse
Hacia el lado en que se hallaban
Las tres batallas navales,
Y en uno de aquellos cuadros
Una escuadra sepultarse  
En los mares combatidos
Por horribles tempestades
Y pugnaban a porfía
Los marineros por salvarse
Contra las olas luchando
Con insistencia y coraje.
Era la Armada Invencible
Que, aún cuando así se nombrarse- 76-
Vencida por la tormenta
Fue en el mar en un instante.
Casi solo, en la más próxima
Y ya destrozada nave,
Un joven gallardo, altivo,
Brotando sus manos sangre,
Hacía inmensos esfuerzos
Contra el mar, para librarse
Y, esperando vencería
El furor del oleaje.
Quizá pensaba en su amada;
Más su intento y sus afanes
Fueron vanos y muy pronto
Era el mancebo cadáver.
Aquel cuerpo inanimado
Fue juguete de los mares
Y al flotar, pudo la dama
Ver que el muerto era su amante.
Apartó la vista y ésta
Llegó en el lecho a fijarse.
Entonces las colgaduras,
Tan bellas como elegantes,
Se descorrieron  despacio
Sin que las tocara nadie.   
Prudencia lanzó un gemido
Y pálida y adelante
Quiso correr hacia el lecho
Sin que lograra acercarse,
Porque al intentar hacerlo
Cayó el suelo palpitante
Y sin sentido pasó
De la noche una gran parte.
Atraídas por el grito -77
Sus servidoras leales
La echaron sobre aquel lecho
Tan lujoso y tan suave.
Y ya en él, por vez primera
Lágrimas vertió abundantes
De amor, de remordimiento,
De temores y pesares.
 
VI.
 
En aquel tiempo costumbre era
En un claustro encerrarse
Por un amor desgraciado
Causa de disgustos graves.
Cuál se hacía religiosa,
Sin tener vocación antes,
Por huir la tiranía
De tutores o de padres,
Cuál porque no la obligaran
A viva fuerza a casarse,
O por carecer de bienes,
Por penas incurables.   
Prudencia hizo más que todas,
Vendió sus joyas, sus trajes,
Los muebles de su palacio,
Apenas perdió a su padre,
En su casa, que testigo
Fue de su pasión mudable,
La dama fundó un convento triste,
Aunque espacioso y grande,
De Santa Isabel llamado
Donde profesó más tarde
Dando de humildad modesta -78
Un ejemplo inimitable.
Nombráronla sor Felisa
Y después de Sor, la madre,
Siendo siempre respetada
Por su virtud y bondades.
Fue protectora del pobre
Limosna sin cuento dándole,
Y se impuso penitencias
Que sufrió como una mártir.
No vivió tranquila allí,
Aunque la quietud buscase
Porque el alma que ha pecado
No la haya en ninguna parte.
Por eso aunque por la noche
La religiosa rezase
Para ahuyentar vagas sombras
De recuerdos terrenales;
Aunque al echarse en la cama
Y al sentirse dormir,
Ante el Santo Cristo de ébano
Contrita se santiguase;
Aunque con agua bendita,
Que allí tenía abundante,
Los muebles y las paredes
Con su mano rociase
Para alejar de su alcoba
Los espectros mundanales,
Sucedía muchas veces
Que asustada despertase
Creyendo ver un fantasma
Envuelto en el cortinaje
De su ventana con reja
Y con vistas a la calle, -79
Y tomaba por gemidos
Cualquier ráfaga del aire,
O por frases amorosas
Las canciones de las aves
Y era que la desgraciada
Temía hasta confesarse,
Que aún lloraba por don Félix
Y soñaba con su amante.
 
 

FUENTE:

 

Asensi y la Iglesia, Julia. Leyendas y tradiciones, en prosa y verso. Madrid, 1881, pp.67-78.