DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

“La guzla del cedro”, Junto al hogar, misceláneas literarias, Imprenta de A. Brusi, 1852, pp.  100-104.

Acontecimientos
Caza fantástica
Personajes
Enlaces
Joan. Callús

LOCALIZACIÓN

CALLÚS

Valoración Media: / 5

El cazador negro

 

El sueño de Berenguer fue tan largo como profundo. Cuando despertó, el sol hería con sus últimos y  moribundos rayos las copas de los árboles, que se agitaban mansamente a impulsos de una fresca brisa, mientras que los pájaros ocultos entre el follaje saludaban con tristes cantos la partida del rey de los astros.

Berenguer al despertar arrojó una mirada en torno suyo. A algunos pasos de distancia, tendidos a la sombra de las encinas, varios almogávares dormían pacíficamente, mientras que, más allá, reunidos en grupos o paseándose por el claro, se veía a los demás departiendo en voz baja para no turbar el sueño del mega duque. En cuanto al adalid, estaba -101-sentado en el suelo a pocos pasos del sitio ocupado por Berenguer: la azcona descansaba entre sus piernas, mientras los brazos, apoyados en las rodillas, sostenían su cabeza inmóvil. Aquel hombre se parecía a una estatua de piedra fijos los ojos en la entrada de la cueva.

Entenza se levantó y acercándose a Garza real que, absorto en su contemplación y meditaciones, no sintió sus pasos, le puso una mano sobre el hombro. Este contacto le hizo estremecer como si hubiese recibido un choque eléctrico.

-¡Buena guardia, adalid! dijo Berenguer. Velas mi sueño, haces tu centinela.... ¡Eres un digno almogávar!

Garza real se puso en pie. Berenguer levantó el brazo y señaló la cueva.

-Nadie, dijo el adalid comprendiendo por el gesto lo que quería preguntarle su jefe.

Entenza no tuvo que preguntar nada más; una mirada le bastó para ver que habían sido cumplidas sus órdenes. Una encina recientemente cortada extendía su tronco de orilla a orilla del torrente, y a un lado vio hacinadas algunas antorchas. Paseó solo la vista por los almogávares y no viendo entre ellos ningún rostro nuevo:

-¿Y el guía? preguntó volviéndose hacia el adalid.

-Yo lo seré, contestó este con voz algo confusa como si hubiera tenido que hacer un violento esfuerzo para decir estas sencillas palabras.

-¡Tú! Que me place, si te atreves a hallar un camino por entre los abismos de que está poblada la caverna.

-En otro tiempo, señor, solo dos hombres conocían en el país la senda firme que cruza por entre los sumideros. Yo era uno de ellos. Audaz y atrevido cazador, he ido a perseguir varias veces al jabalí hasta las entrañas de la cueva, y no pocas he visto desaparecer, devorada por alguno de los abismos, la caza que perseguía. Nadie, pues, mejor que yo puede guiaros en la empresa que pretendéis intentar.

-Te acepto por guía, adalid. Pero, si mal no recuerdo, me has dicho esta mañana ciertas palabras, he notado en tú cierta conmoción al hablarte de mí intento que.... no comprendo a la verdad, no adivino....

- Señor, exclamó entonces con cierto tono solemne el almogávar, -102- hace ya bastantes años, cuando yo era aun joven y cazador, entré una noche en esa caverna acompañado de otra persona. A la mañana siguiente salí solo.

- ¡Solo! ¿y tu compañero ?

- Se quedó dentro, contestó con fría calma el adalid.

- ¿Le abandonaste? preguntó sorprendido Berenguer.

-  Ningún poder humano era ya bastante a salvarle.

 - ¿Cayóse en algún abismo?

-   Sí; se cayó en un abismo.

Y al decir esto una sonrisa inexplicable dilató los labios de Garza real y una mirada salvaje brotó en sus ojos. Berenguer no vio ni una ni otra o al menos fingió no verlas.

- Desde aquel día, prosiguió el almogávar, juré no volver a penetrar en la cueva. Por esto cuando me habéis pedido un guía para recorrerla, me he estremecido, señor, porque sé que no hay en el país ningún hombre, excepto yo, que pueda serviros de guía. Si alguno hubiera, no tomaría tampoco a su cargo esta empresa.

-¿Por qué motivo?

- Porque esa caverna…

Y aquí el adalid se acercó a Berenguer mirando a todas partes como si temiese ser oído. En seguida bajando la voz, añadió:

- Esa caverna es la morada del cazador negro.

-¡El cazador negro! repitió Entenza asombrado. ¿Y quién es el cazador negro?

- Es un nombre que hace temblar de espanto a todos los habitantes de la comarca. Cuentan que en otro tiempo era señor de este bosque un feudal barón gran amigo de orgías y gran aficionado a la caza. Iba  siempre cubierto con una armadura negra, pasaba los días cazando y las noches en francachelas acompañado de algunos amigos tan perversos como él, porque es preciso saber que el tal barón era el terror de la comarca. Un día armó querella a un noble vecino suyo porque le impedía entrar a cazar en sus propiedades, reunió a sus vasallos y asaltó de improviso el castillo de -103- aquel noble, entrándole a sangre y fuego, asesinando sin piedad a todos sus moradores. Solo una víctima pudo salvarse, la esposa del infeliz caballero que huyó de su castillo devorado por las llamas y tumba abierta por el barón a sus hijos y marido. Al siguiente día de esta sangrienta escena, fueron a decir al barón que se había visto vagar errante por este bosque a una mujer vestida de blanco que se creía ser la viuda de su enemigo. A esta noticia, el perverso caballero se sonrió y juró que la había de dar caza como a un jabalí. En efecto, mandó reunir sus monteros y su jauría, y dispuso por el bosque una batida general.

No tardaron en hallar a la mujer vestida de blanco, a la viuda, que al ver aproximarse al enemigo de su esposo huyó despavorida, pero el barón lanzó su caballo tras de ella azuzando a los perros, y la infeliz no tardó en caer, siendo destrozada por los dogos mientras que el barón hacia resonar el bosque con sus carcajadas. Cuentan en seguida que Dios no quiso dejar impune aquel crimen inaudito y que, asustado el caballo por las ruidosas carcajadas que su jinete lanzaba, se desbocó y hallando repentinamente a su paso la cueva de los sumideros, salvó de un salto el torrente y penetró en ella con el barón sin que uno y otro volvieran jamás a salir, pereciendo sin duda en uno de sus profundos abismos. Desde entonces diz que un caballero negro habita esa cueva, y no falta quien asegura haber oído, pasando por sus inmediaciones, los gritos que lanza como si azuzara a los perros y las carcajadas con que hace retumbar los ámbitos de la caverna.

 Berenguer que había escuchado impasible la tradición, se sonrió a las últimas palabras.

-Cuentos de vieja, amigo mío, exclamó, buenos cuanto más para entretenerle a uno junto al hogar en una fría noche de invierno.

-Sin embargo, objetó el adalid, es opinión admitida en el país.....

-¡Supersticiones! necedades! añadió Entenza. ¿Te has hallado tú alguna vez con el caballero negro de la caverna? preguntó el megaduque dando una carcajada. -104

-¡Oh! no, ¡gracias a Dios! murmuró el almogávar haciendo la señal de la cruz.

-¡Calla! exclamó Berenguer, serias tú también del número de los necios?

-Cuando yo penetraba en la cueva, señor, era mozo e incrédulo....

-¿Quiere decir esto que ahora eres supersticioso?

 -¡Qué sé yo !

- ¿Qué crees en el cuento del cazador negro?

-¡Qué sé yo!

-¡Tú! ¡un almogávar! uno de mis leones de Oriente !

Y Entenza no pudo menos de dejar escapar la más franca risotada.

 

(…)

FUENTE

Balaguer, Víctor. En “La guzla del cedro”, Junto al hogar, misceláneas literarias, Imprenta de A. Brusi, 1852, pp.  100-104