DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Viage ilustrado en las cinco partes del mundo, Madrid : [s.n.], 1852 (Establecimiento Tipográfico de Mellado)Volumen 2, p. 717. También,Recuerdos de un viage [sic] por España, Volumen 3, Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1849, pp. 104-105.

Acontecimientos
Tolerancia.
Personajes
Enlaces
Arellano, C.R. El alcalde de Antequera

Fernández, Cristóbal, Historia de Antequera desde su fundación hasta el año 1800: que recuerda su remota antiguedad, 1842, cp.XX, pp.160-168.

Santacilia, P. (1967). Apólogos amor y deber o el alcalde de Antequera.

LOCALIZACIÓN

ANTEQUERA

Valoración Media: / 5

El alcalde de Antequera

Aquí debemos insertar un recuerdo del famoso paladín Rodrigo de Narváez[1], primer alcaide de Antequera, después de la conquista por el infante don Fernando.

Queriendo aquel hacer una expedición hacia las tierras enemigas dispuso en una ella mañana del año 1460, que doce jinetes fuesen a hacer el servicio de descubierta, o sea explorar el campo.

Regresaban ya a la ciudad, sin haber notado nada que pudiese inquietarles, cuando por el camino que conduce de Ronda a Loja, descubrieron a un caballero moro ricamente vestido que caminaba a toda brida[2]. Al punto corrieron tras él, y rodeándole le intimaron se rindiese, y les entregó su alfanje[3] sin resistencia.

Era el moro un hermoso mancebo de poco más de veinte años, y cuyo lujoso y vistoso traje arábigo anunciaba su riqueza y noble alcurnia.

Pocos momentos después la escolta y el prisionero entraban en Antequera, y este fue presentado al alcalde quien le dijo:

—¿Cuál es tu nombre?

—Ambesa, hijo de Sahím, alcalde de Ronda.

—Le conozco y sé que es uno de los más valientes musulmanes; sin embargo, no debe admirarte que cumpliendo la terrible, pero necesaria, ley de represalias, te mande cargar de cadenas y encerrar en un oscuro calabozo, para seguir la misma suerte que tu padre hace sufrir a uno de mis más bravos guerreros que apresó por sorpresa hace muy pocos días.

—Tu cautivo soy, dispón de mi según te plazca, más quisiera mejor mandases derribar mi cabeza, que no me privases hoy de la libertad.

—Las lágrimas que veo asomar en tus ojos y tu voz trémula, me dan a conocer no eres, como dices, hijo del alcaide de Ronda; tú eres un cobarde que tiemblas al solo anuncio de la muerte, ¿y dices la prefieres al cautiverio?

—¡Orgulloso cristiano! no mancilles mi noble sangre, en mi linaje jamás nació un hombre que no fuera un denodado adalid[4], y el terror de tus hermanos... mas, si pudieras penetrar en mi corazón, verías cuán desdichado me haces hoy al aprisionarme, y no dudaríais que en tal estado, mirar la como un beneficio perder la vida.

—Explícame, pues, ese misterio.

—Zaida, la más hermosa de las hurís, y que por sus encantos daría celos a los ángeles que visitaban al Profeta, es mi amada y me ama también. Su padre, anciano guerrero que vive en Loja, me concedió su mano y hoy mismo iban a celebrarse nuestros desposorios. Ella me espera, al ver mi falta me llamará traidor y desleal, y dará su corazón y su mano a otro. He aquí, fiero Narváez, la causa de mi llanto... mas tú, no podrás comprenderlo, pues según es fama, en tu duro corazón jamás hizo mella el amor.

—Moro, bien dices; nacido entre las batallas nunca alimentó otro deseo que derramar la sangre de los tuyos; nunca supe amar... Sin embargo, soy caballero y ahora voy a ver si tú lo eres también como blasonas. Te permito ir a Loja, libre y solo, a celebrar tus bodas, pero con la condición de volver mañana al ponerse el sol, para entrar en la prisión.

—Por la sagrada piedra de la Kaaba te lo prometo. Mañana recobrarás a tu esclavo. ¿Qué prenda quieres?

—Tu palabra.

Aquel mismo día fue Ambesa esposo de la bellísima Zaida, y al amanecer siguiente, le reveló su desgracia y el terrible compromiso en que se hallaba. En vano ella quiso aprisionar  entre sus amorosos brazos; en vano le conjuró por su amor a que no la abandonase. Ambesa, fiel a su honor, aunque con el corazón desgarrado, montó en su hermoso caballo árabe y llegó a Antequera antes de la hora prefijada. Aún estaba hablando con Rodrigo de Narváez, cuando un pajecillo de éste vino a anunciarle que una mujer con traje de mora le pedía un momento de audiencia. En seguida se dejó ver la enamorada Zaida desolada y llorosa que venía a presentar al alcaide todas sus riquísimas joyas para rescatar a su esposo y a ofrecerse ella misma por cautiva, si el valor de aquellas no era bastante.

Conmovióse el severo Narváez y le dijo:

—Guarda tus joyas y nunca las uses, pues, aunque muy bellas, te serán inútiles para realzar tu hermosura, y vete libre con tu amado Ambesa.

Ambos amantes apenas podían dar crédito a tanta generosidad, y se arrojaron a los pies del noble alcaide sin encontrar palabras con que expresar su reconocimiento. Poco después partieron y se reunieron con Sahín, alcaide de Ronda. Este, no queriendo ser inferior en gentilizar a Rodrigo de Narváez le remitió el cautivo de que hablara él mismo a Ambesa, otros diez más e igual número de caballos ricamente enjaezados a la usanza morisca.

FUENTE

Bermejo, Ildefonso Antonio: Viage ilustrado en las cinco partes del mundo, Madrid: [s.n.], 1852 (Establecimiento Tipográfico de Mellado)Volumen 2, p. 717.

Edición. Pilar Vega Rodríguez

 

NOTAS

[1] Rodrigo de Narváez está  enterrado en la Iglesia de San Sebastián en Antequera.  

[2]  A toda brida: poniendo los caballos a galope

[3]  Alfanje: especie de sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta. (Dicccionario de la lengua española, RAE).

[4] Adalid: caudillo militar.