DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Historias y leyendas, 1889. S.l. [s.n.] Madrid Imp. de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos – tomo XXXVII

Acontecimientos
Personajes
Conde Arnau, Vifredo el Velloso; Bernardo Tallaferro, conde de Besalú; Adalaiza
Enlaces
Mulet, J., & de la Pau, M. (2016). « El comte Arnau, la migració d’un mite”. SCRIPTA. Revista Internacional de Literatura i Cultura Medieval i Moderna, 7(7), 70-79.
Pumarola, J. (1963). "La leyenda del Comte Arnau". Revista de Girona, (22), 25-29.
Romeu i Figueras, J. (1946). Estudios sobre la leyenda catalana del Conde Arnau.
Romeu i Figueras, J. (1948). El Mito de" El Comte Arnau": en la canción popular, la tradición legendaria y la literatura (Vol. 1). Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Archivo de Etnografía y Folklore de Cataluña, Instituto" Balmes" de Sociología.
Serra i Pagès, Rossend,  L'ánima errant del Comte l'Arnau,  1925

LOCALIZACIÓN

PUIGCERDÀ

Valoración Media: / 5

La leyenda del conde Arnaldo. (La cacería nocturna)

Nota preliminar

Para mejor inteligencia de esta leyenda, conviene decir antes algunas palabras. Así se verá dónde y cómo tuvo su origen.
Existe en los montes de Cataluña el histórico, y hasta casi pudiera decirse prehistórico, monasterio llamado San Juan de las Abadesas
Lo fundó, según parece, el primer conde soberano de Barcelona, Vifredo el Velloso, y llamóse de las Abadesas, no porque en él fuesen superioras todas las religiosas, sino por ser todas nobles, de alto rango y de ilustre familia.
Su primera abadesa fue una hija del fundador, apellidada Emmon o Emma, que murió por los años de 944; sucedieron a ésta otras superioras cuyo nombre se ignora, y entró luego a regir la casa una dama, que las crónicas llaman Adalaiza, mujer de singular hermosura y de libres costumbres, que no hubieron de mejorar, por cierto, el hábito que vistió y la santa regla de la casa que eligió falsamente para penitencia. Adalaiza, la abadesa, con su triste ejemplo, introdujo la disipación y el escándalo entre las vírgenes del Señor, que veían a su superiora recibir cada día —pág. 218— más enamorada al conde Arnaldo, arrogante caballero y audaz galanteador, el cual se introducía nocturnamente en el monasterio por una cueva o camino subterráneo, cuya entrada existía en un camino que iba de Puigcerdá a Ribas.
La escandalosa disipación de aquellas religiosas duró hasta el año 1017, época en que, a instancias de Bernardo Tallaferro, conde de Besalú, expidió Benedicto VIII la bula de extinción o reforma del  monasterio, llamando a Roma a la abadesa Adalaiza, que no compareció, siendo condenada en rebeldía.
Estas son las noticias que, como históricas, consignan muchos cronistas, aun cuando no falta quien las niega y rebate.
El conde Arnaldo debió de ser una especie de Don Juan de aquellos tiempos.
Pocas tradiciones se conservan en Cataluña tan vivas y localizadas como la suya, singularmente la de sus amores con Adalaiza.
Entre Ripoll y Campdevanòl se enseña todavía una casa, llamada hoy del Parnal, o de Parnau, que se supone era la mansión del conde Arnaldo, y muy cerca de ella se veía hace pocos años una capilla levantada en expiación de sus culpas. En el altar ostentaba esta capilla un gran lienzo, donde se veía retratado al conde en medio de las llamas del infierno.
No sé si aún existe esta capilla. Milá y Fontanals [1]habla de ella como existente aún, con el cuadro cita —pág. 219— do, en su Romancerillo catalán, al insertar la rara y fantástica canción citada más arriba.
Por lo que toca al conde Arnaldo, amante de la abadesa Adalaiza, hay gran recuerdo y tradición en Cataluña, y ha dado origen a una fantástica y bellísima canción popular (La cançó del compte l´Arnau) que es un verdadero poema, tan original y notable por su letra como por su tonada. Es una maravilla de poesía y música.
Se sube, o se subía a la capilla por unas gradas, cada una de las cuales costó a la familia del conde una medida de trigo.

Hay memoria de que en el corral del monasterio de Ripoll se daba una limosna, instituida por la familia del conde Arnaldo, limosna que los pobres recibían sin poder contestar el acostumbrado Dios se lo pague.

En los montes vecinos a la casa es donde el vulgo dice que, en ciertas y determinadas noches, celebra sus cacerías el conde Arnaldo, cacerías fantásticas, a guisa del Feroz cazador, en compañía de la monja Adalaiza y con gran séquito de perros, que acaban por devorar a los cazadores.

 

Leyenda.

A media noche; cuando brilla la luna, el buen conde Arnaldo se levanta de su tumba y aplica a sus labios el cuerno de caza, eme cuelga del cordón cruzado en bandolera sobre su pecho.

En el acto, como salidos del fondo de la tierra, aparecen y se agrupan junto a él los escuderos, monteros y sirvientes. Estos últimos llevan en traílla[2] a toda una jauría de perros.

El conde Arnaldo monta a caballo. Los cazadores se precipitan como un huracán. Los campos, los bosques, las aldeas, los montes, ven pasar con asombro a todos aquellos hombres en desatada carrera.

— ¡Sus! ¡Sus! ¡Hala! ¡Hala! ¡Halalí! ¡La caza va a ser buena!

 

* *

Es una carrera loca, insensata, vertiginosa, infernal. No corren, vuelan; no parecen hombres, sino demonios. Cruzan como el rayo y —pág. 222— lo atropellan todo. Así baja del monte el torrente desbordado.

Encuentran a su paso un anciano peregrino que va en romería a la Virgen de Montserrat.

Cazadores, perros y caballos se le arrojan encima, dejándole cadáver en el camino.

La comitiva prosigue su infernal carrera.

Una pobre muchacha que atraviesa la senda, huye desolada ante aquel torbellino que se acerca, y corre a refugiarse al pie de una cruz de piedra que se alza a un lado. Los caballos de los cazadores se encabritan furiosos al pasar por delante de la cruz; el desorden se introduce en las filas; los cascos del negro corcel del conde hieren en la frente a la muchacha, que rueda a los pies de los caballos.

La comitiva pasa por encima de su cuerpo, como pasó por sobre el del anciano que iba en romería al santuario de Montserrat. Y el conde grita:

— ¡Sus! ¡Sus! ¡Hala! ¡Hala! ¡Halalí! ¡La caza va a ser buena!

 

** *

En el camino encuentran un castillo. Es el del conde Arnaldo, que se detiene, y todos con él.

— Aguardadme un instante. Quiero visitar a mi viuda, a quien no vi hace un año.

Y Arnaldo penetra en el castillo. —pág. 223—

— ¿Qué hacéis aquí tan triste y sola, esposa mía?

— No estoy sola, conde Arnaldo, que Dios y la Virgen me acompañan.

— ¿Queréis dejarme ver a mis hijas para darles un beso?

— No, que con vuestro beso las quemaríais, conde Arnaldo. Brotan llamas de vuestros ojos y de vuestros labios. Bien se conoce que habitáis en los infiernos.

— Esposa, despertad a vuestros criados para que den de comer a mi caballo.

— Vuestro caballo sólo come almas condenadas, conde Arnaldo.

—Pues entonces, para despedida, dadme las manos.

— No, qué bien sé que me las quemaríais, conde Arnaldo. Salid pronto de aquí, antes que os hallen a faltar los demonios y vengan a buscaros.

Sale de su castillo el conde; monta de nuevo a caballo; vuelve a comenzar la comitiva su desatada carrera. Aúllan los perros, suenan las bocinas, gritan los monteros:

— ¡Sus! ¡Sus! ¡Hala! ¡Hala! ¡Halalí! ¡La caza va a ser buena!

 

** *

Pasan por junto a la boca de una cueva.

El conde Arnaldo se detiene, y todos con él —pág. 224—

—Aguardad aquí un momento. Voy en busca de mi Adalaiza, a quien no he visto hace un año.

Y el conde Arnaldo penetra en el camino subterráneo que conduce al claustro. No tarda en salir, y con él Adalaiza, que monta en un caballo negro, para ella dispuesto, y cabalga junto al conde. Se precipitan furiosos, a la cabeza de los suyos. La luna brilla y alumbra la fantástica carrera.

Un ciervo cruza, saltando arroyos y barrancos.

Va tan ligero, que se diría que tiene alas.

El conde Arnaldo blande su cuchillo de monte y acerca el cuerno a sus labios, llenando el aire con roncos sones.

Precipítanse los perros, y tras de ellos el conde, y tras del conde Adalaiza. Arnaldo azuza a sus perros con la voz, con el cuerno y con el látigo.

Y grita:

— ¡Sus! ¡Sus! ¡Hala! ¡Hala! ¡Halalí! ¡La caza va a ser buena!

 

                     * **

El ciervo desaparece de pronto, como tragado por la tierra.

La jauría, furiosa al ver que se escapa su presa, se revuelve y se arroja sobre la de Arnaldo y Adalaiza. Huyen ambos a todo escape —pág. 225—  de sus caballos, y tras éstos se lanzan los perros como lobos hambrientos.

Es una carrera desenfrenada. Los perros rabiosos van ganando el terreno que pierden los caballos. Ya llegan junto a éstos y les muerden en las piernas. Los caballos caen precipitando a sus jinetes.

Al ver segura su presa, la jauría arroja un aullido salvaje, como el grito triunfante de todos los demonios del infierno. El conde Arnaldo y Adalaiza luchan en vano contra los perros.

Ruedan éstos sus ojos encendidos y abren su boca ensangrentada. Dando feroces aullidos, se tiran a ellos como fieras, y comienzan a destrozarlos. Su festín es sangriento.

Los arrastran vivos aún por el bosque, que siembran de miembros palpitantes, y no sueltan su presa hasta destrozarla del todo, confundiendo y esparciendo sus despojos.

La sangre mezclada de las dos víctimas forma una balsa, y en ella se detienen a beber los perros.

¡Sus! ¡Sus! ¡Hala! ¡Hala! ¡Halalí! ¡La caza ha sido buena!

 

***

 

Esta es la cacería nocturna del conde Arnaldo, cacería que se renueva todos los años, en la noche de difuntos, a la luz de la luna.

 

FUENTE

Balaguer, Víctor. “La leyenda del conde Arnaldo. (La cacería nocturna)”, Historias y leyendas, 1889. S.l.] [s.n.] Madrid Imp. de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos – tomo XXXVII, págs. 218-224.

Edición. Pilar Vega Rodríguez

NOTAS

[1] Manuel Milá y Fontanals (1818-1884), en Observaciones sobre la poesía popular con muestras de romances catalanes inéditos, N. Ramírez, 1853 - pág.17.

[2] Traílla: cuerda con la que va atado el perro en las cacerías para ser soltado a su tiempo (DRAE)