DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Páginas sevillanas: Sucesos históricos, Personajes célebres, Monumentos notables, Tradiciones populares, Cuentos viejos, Leyendas y Curiosidades, 1894. Sevilla [s.n.] Imp. de E. Rasco. pp. 100-105.

Acontecimientos
Aparición. El muerto novio.
Personajes
Constanza y un ánima del purgatorio
Enlaces

LOCALIZACIÓN

SEVILLA

Valoración Media: / 5

El alma en pena

«Densa niebla cubre el cielo, y de espíritus se puebla
vagarosos.... Espronceda.

 

Entre la multitud de leyendas, cuentos y tradiciones que han llegado hasta nuestros días acerca de las calles y edificios más o menos  notables de la capital de Andalucía, hay algunas casi ignoradas de la mayor parte de las gentes, y las cuales conviene dar a luz, a fin de que no se olviden del todo ni por completo se pierdan; que cuando algún curioso las saca de nuevo a plaza ataviadas con apropiado ropaje, seguramente son del agrado del público.

Tal ocurre quizá con el suceso que vamos a relatar en las presentes líneas, que bien pudiera servir de asunto para una novela si cayese en manos de quien, con alguna fantasía y conocimiento de la época en que tuvo lugar, supiera aderezarlo y ofrecerlo como merece. —101 —

Larga es la fecha en que ocurrió el caso; mas no por esto debe dudarse de él, pues existen autores que con toda formalidad lo relatan como verídico, y hasta hace próximamente medio siglo se conservó en la calle del Caño]1], situada en la collación[2] de Santa Lucía, la casa donde vivió el principal personaje de este hecho.

 Gobernaba España la católica majestad de don Felipe II, y a principios de 1566 habitaba una modesta finca de la citada calle Caño cierta mujer pobre y anciana, viuda de un soldado muerto en Portugal, que tenía una hija, a lo sumo de catorce primaveras, de tan lindo rostro y singular donaire, que a pesar de su pobreza era objeto de ciertas preferencias por parte de los vecinos, y solicitada por más de un amador, codicioso de los favores de tan bella criatura.

Conociendo esto la vieja, ejercía de continuo gran vigilancia sobre su pimpollo; que si al morir el soldado no dejó un escudo, dejó en cambio su esposa un buen concepto del honor, para que éste no se empañase ni perdiera.

Difícil nos sería describir las perfecciones de la joven, que se llamaba Costanza, pues la tradición sólo dice que era hermosa, y añade que también era muy recatada y honesta, y que cuantos mozos le hacían cerco se veían obligados a renunciar a sus pretensiones.

Hubo uno, sin embargo, que supo proceder con más habilidad y maña, y haciéndose oír de Costanza, —102— requirióla de amores, con tanta fortuna, que la incauta niña tomóle singular afición y dio en celebrar con él nocturnas y solitarias entrevistas, que cuando la madre dormía se llevaron a cabo.

Pasaron así algunos meses, y cuando más felices parecían los novios, la honesta y recatada doncella, que tan prendada había estado, tomó de pronto invencible antipatía a su galán, y decidió romper con él a todo trance.

 El mozo, que debía estar ya entonces muy enamorado, y que seguramente era poco conocedor de las veleidades y mudanzas del sexo femenino, hizo cuanto pudo por volver a atraerse el cariño de Costanza, pero todo resultó inútil; y harto de aguantar desdenes, convencido de que nada podía conseguir, desistió de sus proyectos con gran pesar y profunda pena.

Tan a pechos tomó el hombre aquella mala acción, que viniéronle terribles melancolías y esquivó el trato de las gentes, desapareciendo por fin de Sevilla sin que se supiera a dónde había marchado.

Costanza, que tan honesta y recatada fue siempre, según la tradición, sintió bien poca cosa la ausencia del amante, y apenas habían pasado algunos meses admitió el cariño que otro le ofrecía, guiado de intenciones no muy sanas y laudables.

Un amigo del desdeñado amador dijo que éste había muerto entonces; y aunque Costanza lo supo, ni se apenó por ello ni mostró sentimiento alguno, distraída como estaba con su nuevo galán— 103 —

 Poco después de haber empezado la niña sus nuevas relaciones comenzó a susurrarse entre los vecinos de la collación de Santa Lucia que por la calle del Caño y sus alrededores había aparecido un fantasma de los que en aquella época eran tan frecuentes; pero algunos vecinos que parecían estar mejor informados aseguraron que se trataba de un alma en pena que venía a este mundo para arreglar algún asuntillo que dejó pendiente.

Hiciéronse cruces al conocer la noticia, y más se asombraron los ignorantes cuando supieron que desde la media noche hasta la hora del alba en la calle Caño oíanse de tiempo en tiempo lamentos ininteligibles, arrastres de cadenas y otros cuantos sonidos que demostraban la presencia del alma en pena.

Cuando esto llegó a oído de la madre de Costanza no fue la última en amedrentarse, cuidando mucho de cerrar por las noches las puertas de su casa con llaves, cerrojos y trancas, y rezar, a más del Rosario, antes de acostarse otras muchas oraciones propias para alejar las almas en pena que vienen a molestar el sueño  del vecindario.

 Crecía entre tanto el pavor a medida que trascurrían las noches, y así pasaron algunos meses, al cabo de los cuales una mañana los transeúntes y los habitantes de la calle del Caño se veían formando grupo frente a la casa de Costanza y entretenidos en sabrosos diálogos. Avisóse a la justicia y se presentaron los alguaciles —104 —, que penetraron en el edificio, encontrando a la vieja dando lastimeros gritos y llorando a lágrima viva como suele decirse. Interrogada por los golillas[3], manifestó que su hija había desaparecido sin saber por dónde, y que no había dejado huella alguna en su escapatoria...

 Pasado algún tiempo se supo, no sabemos por quién, que Costanza había sido arrebatada de su casa por el alma en pena, y que ésta no era otra que la de su desdeñado amador. — 105—

 

FUENTE

Chaves, Manuel. Páginas sevillanas: Sucesos históricos, Personajes célebres, Monumentos notables, Tradiciones populares, Cuentos viejos, Leyendas y Curiosidades, 1894. Sevilla [s.n.] Imp. de E. Rasco, pp. 100-105.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

NOTAS

 

[1] Calle del Caño, en “Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y “, por  Félix González de León, 1839 220. También fue llamada “de las rejas”, lindaba con la calle Aceituno dando comienzo en el Beaterio de la Santísima Trinidad, un tramo de la actual calle de San Hermenegildo.

[2] Colación: 3. f. Territorio o parte de vecindario que pertenece a cada parroquia en particular (Diccionario de la lengua española, DRAE).

[3] Golillas: 11. m. coloq. Ministro togado que usaba la golilla. (Diccionario de la lengua española, RAE).