DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Revista de Asturias: ilustrada científico-literaria: (Oviedo) t. Ii, año IV,  núm.4– 29 de febrero de 1880 p. 59-61 y 94-95;  núm. 19,  15/10/ 1880, págs.295-298.

Acontecimientos
El rey seduce a Florinda y traiciona a su más fiel vasallo Sancho, con quien acababa ella de desposarse. El marido da muerte a la esposa y se suicida.
Personajes
Florinda de Auseva, Sancho Garcés, Ordoño
Enlaces

Hernández, A. O. (2007). Revista de Asturias (1877-1883 y 1886-1889): literatura, ciencia y sociedad en los orígenes del Grupo de Oviedo (Vol. 16). Universidad de Oviedo.

LOCALIZACIÓN

INGUANZO

Valoración Media: / 5

La lealtad y el honor. Leyenda

 

A mi queridísimo amigo
Guillermo Campa y Morán
                   I
              Las bodas.
 
A orillas del río Nalón
cerca del pueblo de Inguanzo,
en la espesura de un bosque
y del bosque en lo más alto,
yergue altivos sus torreones
los cielos desafiando,
el castillo de Lorio[1]
más que castillo, palacio.
Con su puente levadizo
por gentes de armas guardado,
sus altísimas almenas,
su foso profundo y ancho
y sus muros de granito
con honores de alabastro,
tesoro es la fortaleza
por muchos ambicionado;
pero es su dueño Garcés
y fuera bien temerario
quien un día pretendiera
por la fuerza conquistarlo.
Joven, de apuesta figura
y de corazón bizarro,
no hay otro Sancho Garcés
en todo el reino asturiano.
 
De gala viste el castillo
sus banderas ondeando,
de gala sus torreones,
de gala van sus soldados,
y de la extensa comarca
entre danzas y entre cantos
hombres mujeres y niños,
deudos, amigos, vasallos,
llegan en traje de fiesta
con primor engalanados.
En confusión y algazara
sus penas al aire dando,
atraviesan el portillo
y desbórdanse en el patio
como mar en cuyo seno
hierven olas de entusiasmo.
Gran día es el que hoy esperan
ansiosos y alborozados,
pues antes que el sol se oculte.
van a unirse en santos lazos
Doña Florinda de Auseva
y el valeroso Don Sancho.
 
Por la espesura del bosque
con estrépito cruzando,
viene airosa cabalgata
que es admiración y pasmo
en todos los moradores
de los contornos de Inguanzo.
Presídela, con soltura
su negro potro guiando,
señor de luengas melenas
y de semblante atezado,
rey de nobles y plebeyos
y de Asturias soberano.
A la derecha, en overo
brioso, lucio y gallardo,
con ricas galas vestida
y hermosa cual flor de Mayo,
camina doña Florinda
hija del conde Gonzalo.
A la izquierda, por el peso
de los años doblegado,
marcha el obispo de Oviedo
envuelto en morado manto:
siguiendo después en orden
según su clase y su rango,
damas, marqueses y condes,
caballeros y soldados.
Al frente de su mesnada
noble alazán refrenando,
aguarda Sancho Garcés
a su rey y soberano;
si más no aguarda a la bella
que marcha del rey al lado,
la reina de su albedrío
por quien vive suspirando.
Ansioso de ver los ojos
que le tienen subyugado,
siente en el pecho una angustia
y en el alma un sobresalto
mezcla de gozo y temor;
que si el corazón bizarro
jamás de miedo temblara,
hoy tiembla de enamorado.
Llega al fin la cabalgata,
y el noble adalid cristiano
ofrece al Rey su homenaje
entre sumiso y turbado.
Después por el viejo puente
van al castillo pasando,
y en su losado retumba
el piafar de los caballos.
 
Un espacioso salón
aguarda a los convidados,
salón cuyos muros cuentan
las hazañas de Don Sancho:
de ellos penden las banderas,
los estandartes brocados,
las cimitarras y alfanjes,
las jacerinas[2] y cascos,
las adargas[3] y las lanzas
de agudo pincho acerado,
que en cien sangrientas batallas
el valeroso asturiano
a las huestes musulmanas
con su arrojo ha conquistado
 
Ya acabó la ceremonia
en que con vínculos santos
hijos de la fe cristiana
el reverendo prelado
unió aquellos corazones
por el amor ya enlazados.
Los escuderos y pajes
van delante abriendo paso
entre la masa de gentes
que allí se apiñan gritando
"Viva el Rey, viva Florinda,
viva el caudillo D. Sancho;"
y la regia comitiva
y los recién desposados
suben de la ancha escalera
los marmóreos peldaños,
dirigiéndose a la estancia
do está el festín preparado.
El banquete da comienzo
y en los cincelados vasos
bulle el espumoso zumo
que pesares y cuidados
disipa, el contento esparce
y acaso al fin turba el ánimo
de los que en prolijos brindis
celebran el hecho fausto.
 
Garcés mirando a su amada
está también trastornado;
pues aunque el vino no prueba
y secos están sus labios,
bebe de amor en las fuentes
el licor almibarado.
En tanto bajo la espesa
melena del soberano,
una tempestad se agita
de desventuras presagio:
su semblante se oscurece
y sus ojos lanzan rayos
que de Florinda pretenden
herir el candor sagrado.
¿Por qué al rey parecen hoy
de la hija de Gonzalo
mayores los atractivos
y mayores los encantos?...
¡Oh vil condición humana!
del pájaro que enjaulado
somos dueños y verdugos,
ya las galas no admiramos;
pero apenas, rotas ya
las prisiones que le ataron
celebra su libertad
hendiendo alegre el espacio,
de sus bellezas que huyen
sentímonos encantados
y nuestra ambición ansia
nuevamente aprisionarlo...
 
Al fin, sacudiendo el yugo
de su penoso letargo,
el monarca aquestas frases
dice en tono destemplado:
 
—  Trovador, de tus canciones
el eco sonoro y blando
hoy cuente de amor endechas
ya que hoy amor celebramos.
 
Calló el rey, y el trovador
así comenzó su canto:
 
Dejadme, mis señores, templar el arpa
con que cantar hoy quiero ayes del alma,
ayes que expresen
las cuitas del que triste cantando muere.
De amores una historia voy a contaros
que de niño mi madre me ha relatado:
loco olvídela
 -pág.61-
sin pensar que la historia mi dicha era.
“Como la aurora bella que el campo borda
rasgando las tinieblas de densa sombra.
ángel de amores
rasga con sus miradas los corazones."
"Sorda siempre a las quejas de mil galanes
la niña solo cuida de sus rosales;
mas hubo un día
que al coger una rosa sintióse herida.''
"El viento del destino la rosa lleva,
dejando allí aquel ángel muerto de pena.
¡Ay, sus amores,
duraron lo que duran las tiernas llores!'
"Desde entonces llorando, espera, espera,
y la rosa querida no vuelve a verla
Al fin un día
a visitarla vino la muerte fría."
Quiera Dios que el destino, dijo mi madre,
de tus prendas queridas jamás te aparte.
que ausencias matan
de amor los sentimientos que guarda el alma.
Del trovador los acentos
suavemente se apagaron.
El ruido volvió a crecer,
volvieron llenos los jarros,
volvió Garcés a su ensueño
y el rey volvió a su letargo;
pero éste ya no mira
de Florinda los encantos,
que su vista fija tiene
del estandarte brocado
en una mancha de sangre
que ostenta altivo y ufano
y que Don Sancho por él
de la lid vertió en el campo.
¿Acaso siente al mirarla
el remordimiento santo?
¿Acaso ya en sus pasiones
ve del honor el estrago
y contempla aqueste abismo
con terror y con espanto?
¿Acaso....? Alas no, que el fuego
de la traición ha forjado
aquella alma sin bondades
y aquel corazón de fango;
es que, cual de hiena engendro,
la sangre atrae sus pasos.
Ya el sol llevándose el día
desparece en el ocaso
y las sombras al otero
envuelven en negro manto.
La comitiva del bosque
la espesura va cruzando,
que el monarca con sus nobles
torna a su regio palacio.
Hacia sus pobres viviendas
marchan también los vasallos
y poco a poco el bullicio
del castillo va cesando:
sólo se escucha el arrullo
que cual de dichas halago
murmuran los dos amantes;
palomas que han olvidado
al gavilán que se cierne
sus venturas acechando.
Vagabundo el trovador
aléjase solitario
y para olvidar sus penas
estos ayes da al espacio:
— Dios quiera que el destino siempre implacable
de las prendas queridas nunca os separe;
que ausencias matan
de amor los sentimientos que guarda el alma.
 
Revista de Asturias : ilustrada científico-literaria: Tomo SEGUNDO Año IV Número 4 – 29 de febrero de 1880 p. 59-61
 
II.
La partida-.
 
Cuatro días ya pasaron
desde aquel que en el castillo
las bodas se celebraron
del valeroso caudillo;
y en un camarín dorado
del sol por los resplandores,
que en la alta torre situado
es bello nido de amores,
están Florinda y Garcés,
pareja que enamorada
solo ve el mundo al través
de su dicha regalada.
Muévense sus corazones
al impulso del amor,
v ni escuchan las canciones
deI alado ruiseñor,
ni miran en la ancha vega
al Nalón que se desata
y que las praderas riega
con lindas cintas de plata.
 
Pues ya es cosa muy sabida
y de sabida olvidada,
que si hay amor, de la vida
lo demás, no importa nada.
¿Más por qué Florinda cesa
a veces en su alegría
y vése en las sombras presa
de triste melancolía?
Es que del Rey los intentos
adivinó en el mirar,
y en un mar de pensamientos
siente su fe zozobrar;
o  que su exaltada mente
hallar penas se figura,
donde existen solamente
goces, amor y ventura?
Nada de ello dice el texto,
ni nada la historia reza,
más bien se ve que era aquesto
la causa de su tristeza;
pues es ley universal,
que cuando todo es placer
nos finjamos algún mal
ansiosos de padecer.
Y así a Florinda pasaba;
pero Garcés que extasiado
en sus ojos se miraba,
esto le dice enojado.
 
Garcés.
— ¿Por qué mi bien no me miras
y tristes están tus ojos?
¿Por qué callas y suspiras?
-¿Es que mi amor te da enojos
y mis caricias hastío?
¿Quién causó en ti tal mudanza?
¿Quién motivó tal desvío?
¿Quién destruyó mi esperanza?
Habla presto, por piedad,
- pág. 94-
y cesen ya tus rigores,
que es horrible crueldad
robarme así tus amores.
 
Florinda.
— No, Garcés: fuera de sí
tu mente quizás está,
que el amor que puse en ti
nadie robarte podrá.
Con guardián y con cerrojos
téngole yo bien seguro,
que son aquestos tus ojos
y es aquel mi afecto puro.
Mas desde la tarde aquella
en que cantó el trovador
los amores de una bella
y la traición de una flor,
no sé qué triste dolencia
apresó mis pensamientos,
pues algo dijo de ausencia
y muerte de sentimientos:
y como espectro infernal,
de aquella terrible historia
el desenlace fatal
vive fijo en mi memoria.
Y pienso que si algún día
tú de mí te separaras,
yo también me moriría,
si cual la flor me olvidaras.
 
Garcés.
— ¡Yo olvidarte, amado dueño
por quién mi pecho suspira!
¡Yo olvidarte! Vano ensueño
es de tu alma que delira.
Si al astro le fuera dado
detenerse en su carrera,
volviendo en rizo escarchado
su rojiza cabellera;
y a la flor perder su encanto,
y al mar sus aguas azules
y al prado su verde manto
y al cielo sus ricos tules
de zafir, de grana y oro;
aun cuando aquesto pasara,
yo te juro mi tesoro
que de tí no me olvidara;
pues es más firme mi amor
que es el sol en su carrera
y es en su encanto la flor
y en su verdor la pradera....
 
Florinda.
¡Oh mi vida, alma del alma!
tú mis dudas desvaneces,
tú me devuelves la calma
y a mi ser me restableces;
que es cual tú dices delirio
creer en tal fantasía,
y fuera ausencia, martirio
que yo jamás sufriría.
 
Garcés.
¿Y a que en ausencia pensar?
¿Quién estos sagrados lazos
osaría desligar,
si son cadenas mis brazos
que ni se rompen, ni ceden,
siendo todo esfuerzo vano,
pues quebrarse solo pueden
ante un poder sobrehumano?
Si el destino en otros días
de ti apartarme quisiera,
tú siempre a mi lado irías
aunque al fin del mundo fuera;
que es adorarte mi sino,
y tu alma es el lucero
que ilumina mi camino
marcándome el derrotero,"—
Tres golpes que acompasados
en la puerta se sintieron,
de los recién desposados
el coloquio interrumpieron.
Un escudero, ya anciano,
después en la estancia entró
y de Garcés en la mano
un pliego depositó.
Cógele aqueste anhelante,
mírale con avidez,
y cúbrese su semblante
de espantosa palidez;
pues el Rey en él le ordena
partir al punto a luchar
contra la hueste agarena
que en Asturias quiero entrar
de Tarna por la garganta;
y aun cuando perder la vida
ni le arredra ni le espanta,
hoy tiembla ante su partida;
que es en verdad muy cruel,
llegar a gozar del cielo,
para luego caer de él,
rotas las alas, al suelo.
Pero Garcés recobrando
su natural ardimiento
y sus pesares ahogando,
— "Ordoño — exclama— al momento
avisa a toda mi gente,
que a la lucha vengadora
se aperciba diligente
para partir sin demora,
que hoy del infiel altanero
hay que domar la fiereza." —
Y el ya caduco escudero
replícale con presteza:
— "Bien está;  mas yo, Señor  —
— "Tú aquí— dice— has de quedar
que aquí se queda mi amor
y tú le debes guardar." —
— "Alto honor me concedéis,
—Ordoño contesta,— mas
por quien soy que no tendréis
que arrepentiros jamás." —
Y estas palabras diciendo,
con paso tardo y pesado
va hacia el corredor saliendo,
mientras Garcés grita airado:
—  ¡Ay del que a la lid provoca
sin mirar en su demencia
que es el pecho astur la roca
que escuda su independencia,
y que mientras de tal gente
de sangre una gota exista,
no habrá ejército valiente
que a sus empujes resista!
Mal hacen, sí, ¡vive el cielo!
mi rencor en excitar,
que hoy he de ver por el suelo
a sus cabezas rodar;
y tantas han de caer,
y tantos han de morir
que un mar de sangre he de hacer
donde ahogue mi sufrir." —
Y ardiendo en sed de venganza,
ciñe al cuerpo la tajante,
y hacia la salida avanza
como un monstruo delirante.
Mas Florinda que vencida
por dolor tan presentido.-95-
siente se marcha su vida
al marcharse su marido,
corre  la puerta le cierra,
y los brazos extendiendo
a su garganta se aferra,
aquestas frases diciendo:
 
Florinda,
— "¡Oh no, mi bien, no te irás!
 
Garcés.
El honor me llama allí.
 
Florinda.
Si al honor buscando vos,
el honor te llama aquí.
 
Garcés,
No atormentes mi razón,
que el partir pronto ha de ser.
 
Florinda.
Ni tú tienes corazón,
ni sabes lo que es querer.
¡El alma intentas llevarme
que en tus ojos engarce,
¿y no ves que esto es matarme?
 
Garcés,
¿Por qué, Florinda?
 
Florinda.
¿Por qué?
¡Y me lo preguntas, ciego!
¿Pueden existir las Flores
si del sol les falta el fuego
y del dura los amores?
¿Puede vivir en el mundo
y de sus dichas gozar
este cuerpo ruin, inmundo,
sin aire que respirar?
Y en fin,  hasta el orbe entero
¿piensas tú que existiría
sin ese Dios placentero
que le presta su armonía?
Pues bien, mi sol son tus ojos,
mi ambiente son tus respiros,
mi ley tus dulces antojos
y mis auras tus suspiros.
 
Garcés.
Por mi patria y por mi Dios
a luchar voy y a vencer.
 
Florinda.
Pues allá iremos los dos.
 
Garcés.
Eso no, no puede ser.
 
Florinda.
Tu amor antes lo decía;
— que aunque al fin del mundo fueras
yo siempre a tu lado iría. —
 
Garcés.
¡Tú de esas humanas fieras
al alcance! No, jamás.
Tú en peligro de morir...
Tú, mi amor... no, no vendrás.
 
Florinda.
¿Y quién lo puede impedir?
 
Garcés.
Quien te adora con pasión
y es esclavo del deber.
Quien lleva en su corazón
palabras de una mujer.
Quien hoy allí vencerá
del hijo de Agar el brío
y a tus brazos correrá
cual corre a la mar el río. " —
 
Y con ansiedad ya loca,
del dolor en el exceso,
en el nido de su boca
imprime un ardiente beso.
Después, de pena transido
un suspiro al aire lanza,
semejante a un alarido;
y raudo a la puerta avanza.
Florinda cayendo al suelo
como estrella desprendida
del azul tapiz del cielo,
dice con voz dolorida:
— "Es terrible crueldad;
intento andar... y no puedo.
¡Oh! no te marches: ¡piedad!
¡Tengo miedo, tengo miedo!—
En una antigua ventana
que cual lindo girasol
muestra por tarde y mañana
vivos reflejos del sol
Florinda, la niña hermosa,
la de la tez purpurina,
como marchitada rosa
en su alféizar se reclina.
Su vista fija anhelante,
en Garcés, que altivo y fiero
va de sus tropas delante
y en su potro caballero
con raudo paso marchando
por la pintoresca vega;
y al verle así, suspirando
en llanto de amor se anega.
Vuelve después a mirar
mas ya a su Garcés no vio,
que un oscuro castañar
con sus sombras le ocultó.
Esto de angustia la llena,
y frotando aquellos ojos
que espejos de aguda pena
son dos ascuas por lo rojos;
torna a fijar sus miradas
en la vega; y allá, lejos,
de las lanzas aceradas
divisa al fin los reflejos.
¿Es realidad o mentira,
lo que ver se le figura?...
Es que cuando el alma mira
halla do quier su ventura.
 
Revista de Asturias : ilustrada científico-literaria: Tomo SEGUNDO Año IV : Número 4 – 29 de febrero de 1880 , pág-94-95
 
La catástrofe, (III)
 
La lanza puesta en la cuja[4]
y al aire la luenga espada,
do hierro el cuerpo vestido
y el corazón de arrogancia:
en una fértil llanura
que lleva por nombre Tarna,
Don Sancho con sus vasallos
lleno de ansiedad aguarda
a las musulmanas gentes
que por la campiña avanzan,
aguijando los corceles
y rechinando las armas,
como legión de demonios,
o cual tigres que se lanzan
más hambrientos que feroces,
a  caza de sangre humana.
Ya el ronco clarín se escucha
que pregona la matanza:
ya las tarjas[5] se divisan
y el brillo de las adargas,
y ya al fin la gente aquella
como las ondas del agua,
cuanto más se va acercando
más y más su bulto agranda:
mientras Garcés, como roca
- pág.296-
que en medio del mar situada
de las olas desafía
toda la fuerte pujanza.
en medio de sus valientes
reta la salvaje audacia
de las huestes agarenas
que ya llegan ¡insensatas!
sin ver que siempre en las rocas
se estrellan las ondas de agua.
La espesa nube de polvo
que los jinetes levantan,
oculta a los combatientes
el trecho que les separa.
Las voces y gritos cesan,
las bélicas trompas callan,
la ansiedad sigue en aumento
y el valor casi desmaya.
De pronto, cual si chocasen
por los vientos agitadas,
dos nubes que allá en el cielo
con sonante trueno estallan;
tal chocan llenas de encono
tropas moras y cristianas,
produciendo ruido extraño
que de pavor llena el alma.
¡Buen empuje, vive Cristo,
tiene la gente africana !
Mas ¿quién resiste al embate
de las huestes asturianas?
Una, dos y hasta tres veces
con saña feroz se atacan :
y cimeras[6] y turbantes,
broqueles[7] y partesanas,[8]
tarjas, lorigas, panceras [9]
javalinas y azagayas, [10]
como la débil arista
al aire desechas saltan,
y a oírse vuelven los gritos
que los combatientes lanzan,
jadeantes de fatiga
y de exterminio en demanda,
mientras la afanosa muerte
sobre ellos bale las alas
y convierte el fértil valle
en lago de sangre humana
de sangre, que en nubes
de grana, el cielo retrata.
 
Como menos los cristianos
sienten que el ánimo falta
y a retroceder empiezan
perdida ya la esperanza:
entonces Sancho Garcés
lanzando de sí la malla
y enseñando libre el pecho
como muestra de arrogancia
la bendita enseña toma,
en el aire la levanta
y grita con voz de trueno:
— "Mis valientes ¡a las armas!
"la santa cruz os protege
"y la victoria os aguarda;
"si sangre hay en vuestras venas
"aún hay libertad y patria." —
Y blandiendo el fuerte acero,
raudo por el llano avanza,
seguido de aquellas gentes
que, cual fieras irritadas,
van el terror esparciendo
y sembrando la matanza
en las infieles legiones
que ya de vencida escapan.
Sin alfanje[11] ni tizona[12],
sin casco, cota ni lanza,
con la mirada anhelante
y la faz desencajada,
en su voladora yegua.
cruza el campo de batalla
el viejo escudero Ordoño
que hora un mozo semejaba.
por el calor con que dice
estas terribles palabras:
 
— "Don Sancho, señor, detente.
escúchame, para, para:
mira que el honor te roban
y el honor no se rescata!" —
El noble astur, al principio
corre y corre, y no oye nada,
pues la victoria le ciega
y le enciende la venganza :
mas luego una voz secreta
le hace saber su desgracia;
que aunque se duerme el oído.
si desdichas son la causa,
para saberlas primero
despierta siempre está el alma:
y pronto a salvar su honra
y a abandonar la batalla,
de hielo el corazón lleno
y de fuego la mirada.
revuelve el corcel fogoso,
las riendas suelta, y con saña
el acerado acicate[13]
en los ijares le clava.
El potro libre del freno
y herido con furia tanta.
la sedosa crin eriza,
la gruesa nariz dilata,
enarca el flexible cuello,
cola y orejas levanta,
y relinchando, su boca
abundosa espuma lanza,
mientras la carrera emprende
tan presta y acelerada,
que ni zanjas le detienen,
ni en los vallados repara;
pero aún más rápidas van
de Garcés las tristes ansias.
pues para correr veloces
honra y amor les dan alas.
El vendaval  que irritado
añosas ramas desgaja,
al pasar junto a su oído
cosas murmura que espantan;
y en las cóncavas cavernas
de las lomas enriscadas,
ya lanza silbos agudos,
ya medrosas notas lanza,
unas veces triste gime,
otras, furioso rebrama.
El río desde su cauce
cual si burlarse intentara
de sus pesares y angustias,
rompe en roncas carcajadas:
y aquellas rojizas nubes
que antes el cielo alumbraban,
de luto cubren la tierra
en negro manto tornadas.
 
Al fin corriendo, corriendo,
ve entre las nieblas opacas,
del castillo los torreones
que en los espacios se alzan
como monstruos de granito
o cual siniestros fantasmas,
y rendido a la fatiga
y de dolor presa el alma,
ante aquellos toscos muros,
tiembla, vacila y se para.
 
— "iCuántos placeres perdidos,
"cuántas muertas esperanzas,
-pág.297-
"cuántas promesas desechas,
"y cuánta ilusión burlada,
"castillo de mis abuelos,
"dentro de tu seno guardas!"
 
Dijo, mientras por su rostro
rodó silenciosa lágrima.
Y súbito como el rayo,
penetra en la barbacana,
grita, la puente descuelgan,
el profundo foso salva,
y atravesando pasillos,
corredores y antesalas,
rugiendo como un león
da en la criminal estancia
 
El camarín entre sombras
ocúltase a sus miradas,
que a veces hasta el delito
tiene pudor de su infamia:
y trémulo ya y convulso
con loco furor exclama:
— "Al fin voy a ver cumplida
"mi venganza, si por Dios;
"aquí juntos a  los dos
"les arrancaré la vida.
 ¿Mas que espantosa negrura
"envuelve aquesta mansión?
'¿La conciencia es del ladrón
"o el alma de la perjura?"
 
Y únicamente el estruendo
de la tempestad airada
que estalla en el negro espacio,
respuesta da a sus palabras.
Pero él irritado sigue
y ni ceja, ni desmaya,
y esgrime el templado acero
contra las sombras calladas....
AI cabo, escúchase un grito
y una voz. casi apagada
que suspira más que dice
estos acentos del alma:
— "Garcés... mi vida... tu encono
"me mató... ¡Válgame Dios!
"inocente muero... adiós...
"adiós... que yo te perdono." —
 
Don Sancho desesperado
por lo que de oír acaba
en la oscuridad se agita
gritando con febril ansia:
 
— "Sombras, sombras, ¡todo sombras!..
 
"Y esa voz dijo inocente
y al morir, no, no se miente....
"Tapiz que ese cielo alfombras
"rasga pronto la envoltura
"que oculta tus luminares;
"luz, luz para mis pesares;
"luz, luz para mi amargura."" —
 
Claro fulgor de relámpago
que las negras nubes rasga,
por un instante ilumina
toda la gótica estancia,
y Garcés viendo en el suelo
el cadáver de su amada,
de hinojos cae a su lado
murmurando estas palabras:
— "Mujer a quien tanto he amado,
"centro de mis alegrías,
¿por qué del placer los días
en sangre se han ahogado?
"Del honor por los rigores
"un paraíso has perdido,
"pues fuiste el ángel caído
"del cielo de mis amores....
"Permitidme Dios clemente
"que olvidando mis agravios,
"pose mi amor en sus labios
"y mi perdón en su frente.
'"¿Perdón he dicho?... ¡Mas no!
"que no puede perdonar
"quien vio su honor arrastrar
"y la afrenta recibió.
"Si eres mártir, en el cielo
"hallarás la recompensa,
"que para tan grande ofensa
"no hay compasión en el suelo.
 
"¿Pero qué es aquesto? Lloro,
"lloro cuando el alma mía
"la aborrece por impía,
"la odia,., no! si la adoro.
 
"¡Pero alguien se mueve allí!
"¿Eres tú, sombra infernal?
"¿Tú la causa de mi mal?
"¡Y me olvidaba de tí!
 
"Débil mi espíritu fue
"cediendo a impulsos de amor:
"mas tiembla , tiembla traidor...
"¿no ves que ya la maté ?
 
"Y me habrás visto llorar,
"y tal vez te hice reír;
"pero al verte ahora morir,
"cuánto, cuánto he de gozar."
 
Y cuando encendido en cólera
a hundir iba en las entrañas
de aquel seductor infame
la tajante ensangrentada:
este, irguiendo la cabeza.
acércase á la ventana
y muestra al claror del rayo
aquella faz atezada
que terror daba al plebeyo
y miedo a los nobles daba.
Don Sancho reconociendo
a su rey suelta la espada
y espantado retrocede,
mientras con asombro exclama:
 
— "¡Cielos! ¿qué es esto que veo?
"Vos mi monarca y señor,
"vos me robáis el honor —
"Si lo miro y ¡no lo creo!
"Túrbase ¡ay Dios! mi razón
"y no acierta a comprender,
"cómo es que pueden caber
"en un mismo corazón,
"tanta divina grandeza
"y tanta humana falsía;
"más generoso sería
"y menor vuestra vileza,
"si para poder saciar
esa impúdica pasión,
"antes de darme el baldón
"la muerte me hicierais dar.
"Pero quiso esa alma aleve
"el triunfo por la asechanza;
"y pues que ya mi venganza
"hasta vos llegar no puede,
"cómo muere contemplad
"quien jamás oí fue traidor....
"Ella murió por su HONOR,
"yo muero por mi  lealtad».
 
Y hundiendo el puñal agudo
hasta el pomo en su garganta,
vino a tierra el cuerpo inerte
desprendido ya del alma.
 
EPILOGO.
 
A orillas del río Nalón
cerca del pueblo de Inguanzo,
en la espesura de un bosque -298-
y del bosque en lo más alto,
sus grandezas recordando.
Recubierto por la yedra
que le estrecha en dulce abrazo,
sirviéndole de sostén
y al propio tiempo de manto,
tomáralo el caminante
por habitación do endriagos,
o por fábrica siniestra
engendro del mismo diablo.
Los labriegos del contorno,
que terminado el trabajo
vuelven hacia sus viviendas
ansiosos ya del descanso,
pasan lejos del torreón
llenos de terror y pasmo,
pues cuentan que en otro tiempo
hubo un rey tan sanguinario
que al dueño del viejo fuerte
mató por su propia mano,
porque dicen prefirió
morir a ser deshonrado;
y que cuando el asesino
trató de ponerse en salvo,
como justicia suprema
derruyó el castillo un rayo,
sepultando entre sus ruinas
al infame soberano.
 
Desde entonces, también cuentan,
y esto es lo que causa espanto,
que el alma del rey, que estaba
sin duda vendida al diablo,
en forma de enorme búho
pasa las noches volteando,
en redor de las almenas
del torreón solitario.
 

FUENTE

Palacio Valdés, Atanasio, “La lealtad y el honor”, Revista de Asturias : ilustrada científico-literaria: Tomo SEGUNDO Año IV, número 19, 15 de octubre de 1880 pp. 295-298.

Edición. Pilar Vega Rodríguez

NOTAS

[1] Lorio: parroquia del concejo de Laviana.

[2] Jacerina: Cota de malla

[3] Adarga: Escudo de cuero, ovalado o en forma de corazón

[4] Cuja: Anillo de hierro sujeto al estribo derecho, en el que los soldados lanceros colocan el cuento de su arma.

[5] Tarja: Escudo grande que cubría todo el cuerpo.

[6]Cimera: Parte superior del morrión, que se solía adornar con plumas y otras cosas.

[7]  Broquel:  Escudo pequeño de madera o corcho.

[8] Partesana: Arma ofensiva con un hierro grande, ancho y cortante por los dos lados “adornado en la base con dos aletas puntiagudas o en forma de media luna”

[9] Pancera: Pieza de la armadura que cubría y protegía el vientre.

[10] Azagaya: Lanza o dardo pequeño arrojadizo.

[11] Alfanje: Especie de sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta. (DRAE, 22. ed.)

[12] Tizona: Espada.

[13] Acicate: freno