DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Asturias y León. tomo. I, Madrid, J. Repullés, 1855, págs. 25-27

Acontecimientos
Batalla de Covadonga
Personajes
Pelayo, Don Opas, Abderramen, Abdalla
Enlaces

Martin Rico. Ilustración. "La cueva de Covadonga", Museo Universal, 1857.

LOCALIZACIÓN

S/N

Valoración Media: / 5

(Cueva de Santa María)

A la salida de Canicas (hoy Cangas de Onís) preséntase un desfiladero más estrecho y selvático que ningún otro: empréndelo el infiel, y la mano de Dios le ciega no ver el horror creciente de la senda y el peligro de sus gentes acorraladas.

A cada revuelta parecen cerrarse los montes a sus espaldas, como fauces que engullen su presa. Andadas aun no dos leguas, trunca el paso una tajada gigantesca roca, en cuyo seno y a notable altura, sobre la cascada que a su pie brota, ábrese una anchurosa cueva, donde refugiados cual balcones en su nido aparecen Pelayo y un puñado de valientes, cuantos permite la capacidad del recinto. Cueva de Santa María la apellidan los más antiguos relatos: y tal vez algún pobre ermitaño ya de antes veneraba allí en ruda efigie a la Madre del Salvador; y su advocación sagrada, antes que homenaje de la victoria, fue un título de piadosa esperanza para escoger aquel asilo [1] .

Vuelven aquí las crónicas a vestir de imaginarios adornos y detalles la sencilla y vaga grandeza del suceso; y de entre las filas sarracenas hacen adelantar a Opas, el apóstata prelado, dos veces traidor a su Dios y a su patria, a quien suponen venido con los infieles para lograr mejor con sus cautelosas palabras y ejemplo la reducción de Pelayo.

Frente a frente la perfidia con el heroísmo, y levantando la voz hacia la gruta, «¿pensáis, le dice, resistir cercados en ese escondrijo al vencedor de la España entera, y defenderos mejor que el pujante imperio que acaba de derribar? Déjate de esa loca presuntuosidad, y acomodándote discretamente a los tiempos, baja a gozar de la paz que te ofrece su clemencia, y de los honores y bienes que te serán restituidos.

—Ni quiero la amistad de estos paganos, ni doblaré a su yugo el cuello, respondió con tranquila firmeza el leal caudillo. La Iglesia de Cristo padece sus menguas a semejanza de la luna, pero recobra como ella la plenitud de su esplendor; y confiados en aquel Dios que visita en su furor a los pueblos delincuentes sin apartar de ellos su misericordia, nos prometemos que en este montecillo ha de empezar a obrarse la salud de España y la restauración del pueblo godo. Mira tú si nos espanta esa muchedumbre, y si trocaremos en cobarde miedo nuestras inmortales esperanzas.

 Vuelto entonces a los sarracenos el infame negociador, «ea pues, acometed, pelead, les grita despechado, que solamente el filo de la espada hará entrar en razón a estos insensatos, ni hay con ellos otro vínculo de alianza.» Y al momento las máquinas se asestan, prepáranse las hondas, blándense las picas, resplandecen los aceros, y dispáranse nubes de saetas[2].

Lo que entonces sucedió, ni el entusiasmo y fe de los vencedores ni el terror de los vencidos les permitió verlo apenas, cuanto menos relatarlo.

Apiñados en la honda cañada los musulmanes y embarazándose con su propio número e inútil caballería, acribillados de frente por los incesantes tiros que vomitaba la cueva barriendo su prolongada columna, asediados por los flancos y por la espalda de enemigos invisibles que desde las alturas hacían rodar al fondo enormes troncos y peñascos, todo fue confusión y matanza: parecía que sus impotentes dardos rebotando contra la peña o desviados por una fuerza sobrenatural se volvían contra ellos mismos, que los montes se derrumbaban sobre sus cabezas, que se hundía bajo sus pies el suelo; y la salvaje gritería y el estruendo de las rocas y el retumbar de los ecos y el bramido de la catarata sofocaban el fragor mismo de la pelea. Estrecha sepultura a millares sin cuento de ismaelitas, aplastados bajo su losa la mayor parte, ofreció el valle de Covadonga, y estrecho cauce fue a su sangre aquel hoy tan límpido riachuelo; allí quedó Alcamán sin vida, y cautivo el traidor Opas; pero el ángel exterminador de los infieles no estaba satisfecho todavía. Un numeroso cuerpo de fugitivos, que logró doblar la áspera cumbre del Auseva, dirigíase hacia los bosques de Liévana por las quebradas de Amosa, cuando al llegar a las orillas del Deva frente a la heredad de Casegadia[3], tiembla de repente, vacila el ribazo, y desgajándose de sus cimientos con fracaso horrible, hunde en el río o entre sus escombros la hueste entera semiviva; y huesos y armas fueron apareciendo durante algunos siglos en las riberas al retirarse las crecientes invernales.

¿Fue prodigio del cielo, o eventual cataclismo de la naturaleza? ¿Fue terremoto, o violenta tempestad, o el peso mismo de tantos miles de soldados, el que precipitó en su caída al peñón acaso desde tiempo antes socavado? Absurdo fuera impugnar por tales dudas y por la exagerada pérdida de los sarracenos, que nuestras crónicas elevan casi a la cifra de doscientos mil, la verdad sustancial de un hecho cuya grandeza arguyen las mismas ponderaciones; puesto que desconfiando de referirlo dignamente la memoria llamó en su auxilio a la fantasía, ni supo explicarlo de otra manera que por singulares prodigios de Aquel en cuya mano están sin duda las leyes del universo, pero que sin necesidad de trastornarlas fortalece y debilita según le place, y en quien son tan eficaces y asombrosas las suaves y ordinarias disposiciones de su providencia, como los fenómenos más sorprendentes de su poderío[4].

 

 

FUENTE

 

Quadrado, José María. Asturias y León,I. Madrid. J. Repullés, 1855, págs.25- 27.

NOTAS

[1] Así parece indicarlo Sebastián de Salamanca, y Morales cita a este propósito una tradición de los naturales, según la cual queriendo Pelayo poco antes de su levantamiento sacar de la cueva a un malhechor que se había refugiado a ella como a sagrado, desistió de hacerlo a ruegos de un ermitaño, que le representó proféticamente que tal vez un día tendría él necesidad de acogerse al amparo de aquel santo lugar. (Nota del autor)

[2] Aunque tenemos por más que inverosímil la ida de Opas a Asturias en compañía del ejército musulmán, y hasta puede sospecharse que no llevó su traición tan adelante como nuestros cronistas suponen, puesto que, según el Pacense [Chronicon de Isidoro Pacense o en latín Epitome Isidori Pacensis episcopi] huyó de Toledo a la aproximación de Muza, transcribimos casi literalmente del antiguo cronicón de Sebastián, como expresión dramática de los sentimientos de aquellos personajes, la escena y el diálogo precedente, que amplificado cada vez más por D. Rodrigo y D. Lucas y después por Mariana, ha perdido mucho de su primitiva ingenuidad y noble templanza. (Nota del autor) [Crónicas de Rodrigo Jiménez de Rada, De rebus Hipaniae, apud 1243; Crónica Najerense de Lucas de Tuy, entre 1173-1194 y Juan de Mariana, Historia General de España, 1601]

[3] Cosgaya actual.

[4] Si hemos de creer al obispo Sebastián, a quien sigue el monje de Silos, no bajaron de 124,000 los sarracenos que murieron en el valle de Covadonga, y de 63,000 los que perecieron aplastados a orillas del Deva. El Tudense [Lucas de Tuy] se contenta con reducir a 20,000 el número de los primeros y a 60,000 el de los segundos; el de éstos no lo fija D. Rodrigo, conformándose con el de aquellos. De Opas sólo sabemos por Sebastián que fue hecho prisionero; Mariana conjetura que fue castigado con el merecido suplicio: del conde D. Julián y de los dos hijos de Witiza dicen los otros cronistas que el rey de los moros o Muza les dio muerte en Córdoba, achacándoles la culpa de la catástrofe, y suponiéndolos de inteligencia con los insurgentes. Algunos de los escritores árabes hacen mención expresa del destrozo de Covadonga, bien que disminuyendo sus proporciones, y si pudiera darse entera fe a las citas del autor de las Cartas para ilustrar la historia de la España árabe, [de Faustino de Borbón, 1796] sería en verdad notable el fragmento que trascribe de Abdallah: «Y en el año 99 (717 a 18) sucedió en el gobierno, por el califa, Albor, hijo de Abder abman, y como supiese que los cristianos habían formado ejército en los montes del septentrión envió contra ellos á Alcama; mas Pelayo haciéndose en las montarías audaz y fuerte, dio sobre los musulmanes, siendo muertos como 3000 de estos. Dispararon sus dardos, pero como acaeciese un terremoto, fue sumergido el ejército. Sobrevino Pelayo que hizo gran mortandad, siendo uno de los muertos Alcama con sus compañeros en el año 99 de la Egira. Hubo discordia por este suceso entre las gentes (árabes), y fue depuesto Albor y sucedió Alsamah.» Según otro fragmento que cita «se convino Pelayo con los franceses que andaban sobre las armas por los Pirineos, porque los Rum son gente de los montes, y envió su príncipe a las partes septentrionales para que acudiesen en su socorro; y vinieron rápida y alternativamente todos los años contra los musulmanes y pactaron también con Ben Julan.» Fue padre este Ben Julan del emir Alsamah y jefe de los bárbaros o tribus hebraizantes de África, que por rivalidad con los árabes se sublevaron hacia los Pirineos proclamándole rey, hasta que en el año 101 de la Egira fue vencido y crucificado por Yahia, con disgusto del emir su hijo que no pudo libertarle la vida”. (Nota del autor)